En todo, incluso en la infamia, hay límites. El de Camilo Catrillanca fue el crimen de más. La gota que desborda el vaso, la que sensibiliza a futbolistas profesionales de dos naciones que se abrazan para rendirle homenaje. Un Estado fallido, con un ministro del Interior que comulga con ruedas de carreta. Como una policía que cree actuar para una serie de Hollywood. Con un presidente que no se entera, y no tiene en qué, ni en quien, apoyarse. Todo eso es lo que sobra. A Chile le hacen falta todos sus hijos. No sobra ninguno. Ni chileno ni mapuche