La palabra clave de lo que está ocurriendo con las presas mapuche se llama «secuestro», y esa barbaridad la comete un gobierno que todavía en gran parte del mundo sospechan que es «progresista». Mujeres del pueblo tratadas como animales, arreadas por los uniformados que enviaran la trilogía de los Fernández, Alberto, Cristina y Aníbal, este último ministro de Seguridad y ex cómplice del asesinato en 2002, de los piqueteros Maxi Kosteki y Darío Santillán.
Mujeres defensoras de la tierra y la Naturaleza, con sus infancias en brazos y una de ellas a punto de parir, igualmente vapuleadas por los Federales de Fernández. Mujeres indomables, con sus rostros delatando siglos de despojo, explotación, represión y otras linduras del Estado patriarcal y racista que se padece, sobre todo si eres indígena, afro, migrante o habitante empobrecido de los barrios de la periferia.
A ellas, una jueza y un gobierno que nada tiene que envidiarle al de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, ordenó trasladarlas ilegalmente a la Capital, sin avisar a abogados y familiares, como solían hacer los militares y secuestradores de la dictadura del 76. No exagero un ápice con esta definición ya que los que vivimos y sufrimos esos tiempos funestos sabemos de qué hablamos. Y más que lo deberían saber los Wado de Pedro, Cabandié y demás hijos de revolucionarios, que ahora, convertidos en ministros, son abiertamente cómplices de estas barbaridades «democráticas».
Están muy equivocados si creen que estas acciones crueles no les van a pasar factura, de hecho ya deben estar leyendo como los maldicen en las redes quienes los votaron. Están más que errados en sus análisis de transar con la derecha macrista, con los terratenientes de 100, 200 o 900 mil hectáreas como Lewis, Benetton y la princesa Máxima Zorreguieta, parásitos y parásitas que destruyen todo aquello donde pisan. De esta manera, ellos, los del Palacio, que especulan con el 2023, están cavando su propia fosa. Pero a pesar de intuirlo en sus conversaciones privadas, huyen por derecha y reprimen al pueblo pobre. Para eso tienen a Aníbal Fernández y Sergio Berni, quien en la noche del jueves, sumó en La Plata un nuevo muerto en su mochila de ministro represor, gracias a la «maldita policía» que dirige. En los 70, multitudes le pedían a Perón, la cabeza de otros dos represores llamados Villar y Margaride. Ahora parece más dificil la rima pero la situación es parecida.
Esta es la Argentina real, la de los acuerdos con el FMI, la del 100% de inflación, la de mucho más de la mitad de la población hundida en la pobreza, la de un grupo de presas políticas Mapuche resistiendo en el penal bonaerense de Ezeiza y otro grupo igual en Bariloche. La otra joven mapuche esperando que su bebé asome la cabeza, a pesar de que está custodiada por quienes asaltaron su vivienda y la de sus hermanas.
Esto es lo que hay, dicen los posibilistas, pero que no se equivoquen ellos ni los verdugos: los pueblos originarios resisten y vencerán, no en vano le pusieron el pecho a la voracidad de los conquistadores, a sus discípulos saqueadores, al genocidio del general Roca y a todas las lacras posteriores. Son hijas e hijos de la Pacha Mama, son la rebeldía que nos hace falta a los demás para seguir luchando. Para liberarnos de esta colonia, junto con los pueblos mapuche, qom, wichi, guaraníes, kechuas, y demás etnias, y construir sociedades igualitarias libres de explotadores y terratenientes.