Argentina: ¿Ya podemos hablar de fascismo?

No olvidemos que nuestra ciudad tuvo uno de los centros clandestinos de tortura más grande de Argentina, que el plan de disciplinamiento y aniquilamiento funcionó demasiado bien, que perdimos mucho, a muchxs, pero que también sobrevivimos al Cachorro Menéndez, sobrevivir significa no olvidar, no solo el horror, sino las alegrías por las que se lucharon.

Juan Cris Castro para La tinta.

Flavia Dezzutto, en el 2019, publicó un artículo elaborado desde los primeros años del gobierno de Cambiemos, en el que se atrevía a nombrar de fascismo a una serie de fenómenos que surgían socialmente con el aterrizaje de esta coalición, de la mano de Mauricio Macri, en la esfera pública y de gobierno. En ese momento, en el debate público se pidió mesura, se alegó que no se podía hablar tan livianamente de ese término, que era una palabra con categoría histórica, que estábamos en democracia. En fin, parecía una exageración.

Volví a leer el artículo “La pregunta por el fascismo en la era de cambiemos”, de Flavia Dezzutto, esta semana y la invité a escribir unas palabras de cara a las elecciones de este domingo. Lejos de hacer un análisis de lo que está sucediendo -que ya hay cientos y muy buenos-, aprovecho este espacio para invitar a que pensemos juntxs cómo llegamos hasta acá, dónde estamos y prepararnos para lo que viene, porque si tenemos la suerte de que Milei no gane las elecciones, esa fuerza política, ese deseo de aniquilación, ese neofascismo emergente no va a desaparecer, tendremos que hacernos de las herramientas para convivir con una maquinaria de odio.

¿Tenemos miedo? Sí. ¿Funcionó con Macri la retórica del miedo? No. Macri, en su discurso de campaña, abogaba por la alegría, no desnudaba sus planes, los embellecía, mentía, algunos intuíamos lo que significaban económica y socialmente sus propuestas, otros eligieron creer. La realidad muestra que hizo mucho más daño del que imaginamos, contrayendo la deuda más grande que haya tenido un país con el FMI, que aún estamos pagando y que seguramente la seguirán pagando varias generaciones más.

Milei no embellece nada, es la crueldad de manera literal, no esconde sus planes, vocifera a los gritos lo que va a hacer, como en un festival del horror, podemos encontrar desde venta de órganos a libre compra de armas, libertad a los genocidas sentenciados, destrucción del Banco Central, destrucción de nuestra moneda, destrucción de lo público, salud, educación, cultura. Sus votantes sostienen: “No va a poder hacer todo eso”, es decir, votan a un candidato esperando que no cumpla sus promesas de campaña. Entonces, ¿qué votan? ¿Qué es votar? En un contexto donde escuchamos cotidianamente: “Que reviente todo”, una pulsión de muerte, como una promesa electoral.

Hay un grado de marginalización en todo el sector de la economía informal, personas fuera del sistema, que piensan que nada puede ser peor de lo que ya es. Lamentablemente, sí lo puede ser, porque aún con todas sus falencias, aún hoy, cualquier persona argentina o extranjera, cualquier ser humano puede acceder de manera gratuita a un tratamiento oncológico, por hablar de una de las principales enfermedades que aqueja a la Córdoba agroexportadora.

¿Qué imaginarios sociales se han construido para llegar a desear con tanta fuerza que lo público desaparezca? ¿En qué momento histórico nos arrebataron lo público? ¿Cómo se reconstruye un orden social donde lo público –de nuevo- albergue la alegría, la esperanza, la pasión por lo colectivo, la memoria como trinchera? ¿Por qué tantos y tantas quedaron por fuera de lo público?

Este nuevo orden fascista emerge desde las bases, con hambre, cansancio, jornadas laborales extenuantes, sin futuro, con una inflación descomunal, sin precios, con un presidente ausente y una vice proscrita a la que intentaron matar ante los ojos del mundo. Este nuevo orden fascista se viene cocinando a fuego lento, en una olla a presión que reventó y canalizó la bronca en una máquina de odio, que es el aparato de Milei-Villarruel. ¿Por qué no canalizó en la izquierda y sus propuestas de cambio revolucionarias? Escribo y me dan palpitaciones, siento angustia y no quiero transmitir eso. Con quien hablo en estas semanas se encuentra igual, con ansiedad o angustia, ¿cómo resistir? ¿Cómo imaginar vida, amor, solidaridad? ¿Cómo combatir el odio sin hablar su idioma?

Campaña por el No en el plebiscito de 1988, en Chile

Flavia me recuerda la campaña del No de Chile en los 80, cuando llamaron a un plebiscito para ver si Pinochet continuaba siendo presidente o no. Y las imágenes, la retórica, no fueron por el miedo, ya habían visto el horror. Abrazaron al NO desde la alegría de lo colectivo, de lo público. Entonces, pienso. Lo público somos nosotrxs, es el encuentro, el aula, los derechos, la memoria construida colectivamente, la música, las tradiciones de lucha, el luchar con miedo, pero luchar, la imagen de las Abuelas paradas frente a los milicos a caballo. ¿Qué es el fascismo, sino ese odio por lo público? Ese deseo de destrucción, de aniquilación del otro. ¿Cómo van a gobernar un país que odian? 

Un jueves después de mil horas de trabajo en las universidades públicas, yo como docente, ella como docente y decana, nos encontramos a cenar en un bar emblemático de la ciudad que habitamos, Villa Allende, donde se pasea la camioneta ploteada con el león amarillo y se percibe en el aire el olor a gorilismo. El bar tiene un dibujo de un toro gigante y viril que un artista famoso le regaló al dueño, el trazo es grueso y en lápiz, está impreso en los individuales. Hace unos días, había sucedido el debate vicepresidencial; cansadas, con hambre y angustiadas, nos predisponemos a pensar, levantamos la voz, el bar nos mira, sabemos que ahí somos foráneas, miramos el toro, con toda la fuerza de la bestialidad que también puede ser vulnerada en las corridas, la invito a escribir y dice estas palabras que leerán en este apartado:

La destrucción productiva

Flavia Dezzutto: En la película documental de 1956 dirigida por Alain Resnais, Noche y niebla, se recuerda la idea de «destrucción productiva» como una expresión del modo en que el nacionalsocialismo administró el sistema de muerte concretado en los campos de exterminio. Los millones de cadáveres eran aprovechados productivamente para diferentes emprendimientos mercantiles. 

La mera escritura de las líneas precedentes genera vértigo y náuseas, pero es imprescindible recordar que la lógica de la destrucción total que propugna el fascismo vernáculo para cada parcela de la vida implica que las personas deben ser despojadas de su dignidad humana y enajenadas en el intercambio mercantil sin límites. Se trata de hacer del despojo la experiencia por la que el ser humano se transforma en una cosa disponible para el mercado y el crecimiento exponencial de las ganancias de un pequeño grupo que se supone surgido del triunfo del más fuerte. 

La destrucción productiva niega la condición humana cada vez que despoja a las personas y a las comunidades de la tierra, la educación, el alimento, de la vivienda, enajenando cada átomo de sus existencias. En un mundo sin derechos y sin justicia, en el atroz mundo del individuo sin límites y sin prójimo, de la voracidad sin ley, el «débil», el que «no puede pagar», debe morir. 

Una consigna fundamental de esta prédica inhumana es que «nada es gratis», nada puede ser gratis, nada debe ser gratis. En el mundo que nos proponen Macri, Milei, Villarruel y las configuraciones políticas y sociales que los crean y que han creado, no hay lugar para la solidaridad y para el don. En este escenario, el hombre no puede ser otra cosa que ‘lobo del hombre’ y cada quien tiene un precio y debe pagar su precio. La barbarie se nutre de este modo de construir el mundo. La idea de la ausencia de cualquier mediación que ponga en cuestión el impulso de apropiación y de aniquilación, sea de orden moral o de orden político, supone introducir al garrote como toda regulación social.

Entonces, lo que nos hace humanos, lo que nos constituye en seres morales, la experiencia del don, de la solidaridad, del compromiso con lo que no es posible calcular o lo que no tiene un precio, resulta fatalmente negado por el fascismo. Cuando hablamos de amor, nos referimos al amor social, al amor a los conocidos y a los desconocidos, al amor como compasión y como fiesta colectiva. No en vano se viene describiendo al afecto dominante en la sociabilidad de derechas como “odio”, odio social, mercantilización de la existencia, deseo de muerte.

En pocos períodos de la historia política reciente, de los 40 años de la difícil democracia recuperada, se ha pronunciado con tanta frecuencia, ferocidad y frivolidad la palabra “muerte”. Los muy nombrados “discursos del odio” apuntan a unos efectos extradiscursivos inmediatos: el estigma y la supresión. Este discurso de odio, esta palabra de muerte, suele ir acompañada por el discurso de la abyección. Es clave entender que cosificar e intercambiar son los dos verbos centrales de un dinamismo social basado en la humillación. El odio colectivo humilla y desprecia allí donde el amor social repara y levanta al caído, al último, al “nadie” de la historia.

Si hacemos un rápido repaso por las imágenes, palabras, interacciones, figuraciones e imaginaciones sociales y políticas del fascismo de Milei, Macri, Villarruel, encontramos un mundo infernal edificado sobre la exclusión y sobre ese modo del nihilismo que es el culto a la violencia como última ratio de las relaciones humanas. Lo más perturbador de este momento es el caudal de voluntades electorales que concentran estas figuras y sus espacios políticos. Es preciso preguntarse por la imaginación política que atraviesa la vida colectiva cuando esto sucede y qué sistemas de identificaciones son habilitados y autorizados. La emergencia de una imaginación política creadora es urgente, que pueda reconocer sus raíces en una historia común y situarnos en lenguajes que abran el horizonte a la vida.

Imagen: Gonzalo Martínez
Que Córdoba se redima 

Argentina está conformada por un pueblo con conciencia política, con una tradición de lucha y autodeterminación, tenemos imaginarios desde nuestros orígenes, la resistencia de nuestros pueblos originarios cuya cultura aún nos abraza, la lucha por la independencia, la lucha de lxs trabajadores, la lucha por la democracia, la lucha contra el imperialismo, décadas y décadas de lucha, con errores, con aciertos, pero abrazando una pulsión de vida, de determinación de los pueblos. Estoy en contra de la retórica que nos pone a lxs cordobeses como lxs responsables de los triunfos de la derecha. A ustedes, coterráneos, les hablo, esa retórica la suele imponer el centrismo porteño que no revisa ni una sola de sus prácticas antifederales, más allá de nuestros gobernantes, lo vemos en la distribución de los imaginarios bien pensantes para narrar las genealogías de nuestras alegrías.

Milei viene a cerrar su campaña aquí agitando el odio en cada corazón abatido por el contexto, ese odio fue construido por décadas de peleas entre la presidencia y nuestros gobernantes, no sucumbamos al odio, no hablemos su lengua ni para combatirlo. Nuestro trabajo está en seguir creando redes, imaginarios, comunidad, palabras que toquen otra fibra sensible de las personas, que no sea esa pulsión de muerte, de destrucción. El don, la solidaridad se cultivan, como se ha cultivado el odio, contagiemos eso, la alegría de la existencia, del amor, de imaginar un mundo compartido. Sucumbir a la retórica que inscribe a Córdoba como la única ciudad que sostiene el caudal de votos de la derecha es arrancarle a nuestro territorio sus imaginarios revolucionarios, como el Cordobazo o la Reforma Universitaria.  

No olvidemos que nuestra ciudad tuvo uno de los centros clandestinos de tortura más grande de Argentina, que el plan de disciplinamiento y aniquilamiento funcionó demasiado bien, que perdimos mucho, a muchxs, pero que también sobrevivimos al Cachorro Menéndez, sobrevivir significa no olvidar, no solo el horror, sino las alegrías por las que se lucharon. Ese recuerdo es nuestra mayor trinchera, esa pulsión de vida, el imaginario revolucionario de creer que se puede cambiar el mundo. 

Este domingo, NO da lo mismo votar en blanco o no votar, la historia a veces nos exige posicionarnos. Hoy, el posicionamiento es fácil, no votamos a un candidato ni un modelo de país, votamos para decirle NO al fascismo, con la esperanza combativa de que las luchas populares abran un horizonte de justicias que nos impulsen a superar esta crisis económica, sin dejar a nadie afuera del cumplimiento de sus derechos, sin vender nuestros recursos naturales, sin destruir la patria ni traicionar la memoria de los pueblos.

Noe Gall para La tinta , 16 de noviembre de 2023/7 de marzo de 2024

Editado por María Piedad Ossaba