Tareas para la izquierda

El combate cultural se convierte sin duda en uno de los escenarios centrales para la izquierda y el progresismo. Suponer, como se creyó antaño,  que el objetivo central de la lucha es “producir más que el capitalismo” es una idea equivocada que debe superarse en el debate.

Hacer una evaluación realista de la situación actual es indispensable para poder determinar las tareas, las urgentes y las de largo plazo, enfatizando en la necesidad de establecer el vínculo preciso entre ambos objetivos. Limitarse a lo primero conduce muy probablemente a contentarse con lo que ofrece la oportunidad con el riesgo de caer en el oportunismo; olvidarse de las tareas diarias y limitarse a las elucubraciones sobre el objetivo final conduce inevitablemente a las políticas inoportunas o sencillamente improductivas. Los primeros se justifican afirmando que la correlación de fuerzas “no da para más”; los segundos confunden sus deseos con la realidad y asignan a las fuerza sociales y a las condiciones objetivas una dimensión que solo existe en sus deseos.

La crisis económica del capitalismo, tan ligada a su propia naturaleza, ha tenido su más reciente manifestación en la crisis de 2008, una que al parecer no ha sido superada aún, tal como anunciaban los voceros autorizados del capital y sus administradores, los gobiernos afectados. La pandemia y sobre todo la actual guerra en Ucrania muestran nuevamente las limitaciones del modelo neoliberal que esa crisis de 2008 ya ponía en evidencia. Pero lo cierto es que los enunciados triunfalistas del modelo neoliberal de abundancia para todos ha profundizado las diferencias sociales y ha provocado un amplio descontento social no solo en la periferia del sistema sino también en las metrópolis. Se ha producido una drástica disminución del ingreso, sobre todo de los asalariados; se han periferia del sistema de atención a las necesidades de la población (salud, educación, gasto social, etc.), no menos que un desorden del sistema mundial del comercio que pone fin a los anuncios triunfalistas sobre la “globalización”. De hecho, renace el proteccionismo y se endurece la dura competencia entre las potencias tradicionales y las emergentes; su manifestación más inmediata es la guerra en Ucrania. Ante este panorama la izquierda debería en consecuencia impulsar toda medida que contribuya al desmantelamiento del modelo neoliberal y a su reemplazo, al menos, por las formas menos dañinas del capitalismo. Estas reformas deben servir para apoyar medidas que faciliten avances en el futuro de modo que se conviertan en pasos para logros de largo plazo.

En el plano internacional la izquierda debería propiciar fórmulas de una integración regional que mejoren las condiciones de negociación de los gobiernos progresistas frente al gran capital internacional. Por ejemplo, reestructurar la Unión Europea sobre fundamentos diferentes a los actuales afirmando su autonomía económica frente a los Estados Unidos y consolidando alianzas de mutua conveniencia con las potencias emergentes y con las zonas periféricas del sistema. La integración de Latinoamérica y el Caribe ya es un objetivo de las fuerzas progresistas en esta región.

Es poco probable que el capitalismo esté a punto de colapsar o que se vaya a producir una crisis sin precedentes, al menos de forma inmediata. El sistema tiene aún reservas suficientes para introducir reformas, tal como sugieren el FMI, el Banco Central Europeo (BCE) o el gobierno de Biden. De todas formas, en el peor de los escenarios los capitalistas no tendrían reparos en hacer uso de formas de fascismo para garantizar sus intereses. El fascismo, en realidad, nunca desapareció y por lo visto sigue ahí como un as en la manga del sistema.

Ahora bien, el neoliberalismo es mucho más que un modelo económico y hace más complejo el trabajo de la izquierda; este modelo es igualmente un conjunto de instituciones que garantizan la adecuada administración de sus intereses. Y a este respecto la crisis del neoliberalismo no podría ser más alarmante. El desprestigio de los gobiernos y de las instituciones políticas es innegable: no faltan los gobernantes patéticos; la corrupción es generalizada; crece la abstención electoral restando legitimidad al sistema; proliferan los  promotores del pensamiento mágico y la irracionalidad con discursos contra la ciencia, con mensajes cargados de veneno de sectas cristianas, islámicas o sionistas que en tantos aspectos recuerdan las ideas del fascismo. Muchos de estos grupos fomentan las formas más reaccionarias del patriarcado, de la xenofobia, del racismo y de acoso y persecución de las personas diferentes. No faltan ideas sobre la supuesta “raza superior”,  el “espacio vital” y otras tan similares a las que Hitler sostiene en Mi lucha (un libro que deberían  leer los partidarios de la actual extrema derecha para que sepan si ellos mismos no son considerados por los nazis como “unter Menschen”, como “raza inferior” destinada al exterminio).

Si el capital sigue conservando márgenes suficientes en la esfera económica tampoco les resultan escasas en lo político y en lo institucional. La debilidad política de la izquierda y de los sectores progresistas es sin duda la mayor ventaja de la burguesía en la actual lucha de clases. No es difícil constatar cómo en tantas ocasiones la movilización popular aventaja a los partidos de la izquierda (¿acaso en Perú en esta coyuntura?).

Por muy desprestigiadas que estén las instituciones burguesas aún resultan útiles al sistema mientras el capital enfrente a un movimiento social básicamente espontáneo y a partidos de izquierda muy limitados por su enorme atomización, por las divisiones internas y el escaso debate que permita asumir críticamente todo el legado de las luchas del pasado y, a partir de allí, formular no solo las propuestas viables para avanzar en la actualidad y asumir estos avances como pasos hacia objetivo principal de la lucha, esto es, diseñar el perfil de un orden social futuro, esencialmente diferente, en el cual “surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”.

El combate cultural se convierte sin duda en uno de los escenarios centrales para la izquierda y el progresismo. Lo ponen de manifiesto la muy evidente contradicción entre el orden capitalista y la humanidad, incluida la misma burguesía, por supuesto, pues aunque la suyas son “cadenas de oro” no dejan de ser cadenas, no menos que el antagonismo con la naturaleza que ahora adquiere manifestaciones dramáticas e innegables por el cambio climático que golpea a toda la humanidad pero con énfasis mayor a los sectores populares (también de los países ricos): sequías, inundaciones o pandemias que amenazan la vida de millones de personas que apenas tienen recursos para sobrellevar esta crisis. Suponer, como se creyó antaño,  que el objetivo central de la lucha es “producir más que el capitalismo” es una idea equivocada que debe superarse en el debate. Luchar contra el consumismo y el derroche de recursos no es ni será fácil para la izquierda que en tantos casos tiene que propugnar por un mayor consumo de sectores amplios de la población. Pero una pedagogía permanente bien estructurada y la misma realidad del impacto negativo del consumismo en la vida cotidiana de la gente pueden ser de gran ayuda en estque debe pasar  de los núcleos más claros del pensamiento y de la ciencia a las mayorías sociales. Superar el consumo patológico o el patriarcado, por ejemplo, son sin duda tareas de largo plazo pero por eso mismo deben impulsarse con mayor énfasis en el día a día.

Juan Diego García para La Pluma y Tlaxcala. “Edición especial Balance 2022”

Editado por María Piedad Ossaba

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