Mayoría de edad… para matar

Esa es la pedagogía de la muerte, de la cual los Estados Unidos son los maestros universales por excelencia y por méritos propios, tal y como se rubrica periódicamente con el asesinato de niños en sus escuelas.

Se llamaba Salvador Ramos, acababa de cumplir 18 años el 16 de mayo. Con su mayoría de edad registrada en su documento de identidad se dirigió a un supermercado del pequeño pueblo donde había vivido toda su corta existencia, Uvalde, localizado en Texas. Fue directo a la armería y compró dos rifles de asalto semiautomáticos tipo AR-15 y 375 junto con 450 balas. El vendedor de armas le exigió su documento de identificación para cotejar que cumplía con las leyes, que autorizan la venta de armas a personas mayores de 18 años, aunque esas mismas leyes solo les permitan consumir alcohol e ir a una discoteca después de cumplir los 21 años.

La letra con bala entra
Lema para estampar en la entrada de las escuelas de Estados Unidos

Caricatura tomada de Global Times

A los pocos días, tras un altercado con su abuela materna, con la que convivía, le disparó a sangre fría y la dejó tirada en el suelo, sin experimentar conmiseración o dolor. Se montó en su carro particular ‒un símbolo del American Way of Death (modo estadounidense de muerte)‒ portando sus armas. Se dirigió a la escuela de Uvalde, en la que cursaba la preparatoria. Eran las horas de la mañana y la escuela estaba repleta de niños en una de las últimas jornadas del año escolar. Ingresó sin ningún inconveniente a la escuela, dado que la puerta estaba sin cerrojo, deambuló libremente y consumó una Salvador Ramos: mató a sangre fría a 21 personas, 19 de ellas niños menores de diez años y dos maestras de la escuela. Dejó heridos a otros 15 niños. La policía tardó en llegar 90 minutos y luego mató a Salvador Ramos.

Este tiroteo era el número 213 que sacudía a los Estados Unidos hasta ese martes 24 de mayo, día de la masacre de Uvalde, y el número 27 registrado en escuelas. Durante todas esas acciones murieron un total de 17.196 personas. En todos los casos actuaron “tiradores solitarios”, como los describen la policía y los medios de desinformación, un eufemismo para decir que los asesinos son jóvenes inadaptados y los hechos de muerte serían “casos aislados”, sin ningún plan preestablecido ni ninguna organización que los respalde.

Llama la atención que la casi totalidad de los asesinos sean jóvenes, muchos de ellos acababan de cumplir los 18 años, e incluso hay algunos menores de edad. Una semana antes, en un supermercado de Búfalo, otro joven de 18 años fue el asesino de diez afroamericanos, y así ha sido la norma en las miles de masacres que se han presentado en Estados Unidos en los últimos 45 años. En resumen, niños, adolescentes y jóvenes matando niños. Un extraordinario aporte de Estados Unidos a la pedagogía de la muerte, cuyo eslogan central reza: la letra con bala entra.

No hay sorpresa en que en los Estados Unidos impere la cultura de la muerte, puesto que su constitución proclama como un derecho el poseer y portar armas y en cuyo territorio se concentra la mitad de las armas de fuego que hay en el mundo, algo que puede considerarse como un arsenal de destrucción masiva. Por algo, el 80% de los habitantes de ese país consideran que no debe restringirse la venta y porte de armas a particulares. La cruel ironía radica en que no es extraño que los padres de los jóvenes asesinos sean defensores incondicionales del porte de armas y hayan convertido sus propias viviendas en depósitos de artefactos bélicos.

La muerte es, además, un elemento constitutivo de la identidad estadounidense si se tiene en cuenta que la violencia impera a flor de piel, todos los días en la vida cotidiana, con los sentimientos individualistas y competitivos del sálvese quien pueda, el pez grande se come al chico y solo los exitosos son reconocidos como estadounidenses de bien, no importa lo que hagan para llegar al pináculo del reconocimiento. Esa ideología de la muerte, además, se exporta a nivel mundial, siendo Estados Unidos un exportador mundial de guerra, odio y muerte, como lo pueden comprobar un centenar de países de los cinco continentes.

Los jóvenes asesinos, antes de ser tristemente célebres, viven pegados a las redes sociales, a través de las cuales aprenden sobre violencia, tortura, racismo, todo lo cual refuerza la violencia cotidiana en el medio en que viven. Esos jóvenes utilizan esas mismas redes para transmitir sus mensajes de odio, con los que anuncian sus crímenes, e incluso se llega al extremo de que en ciertos casos los transmiten en vivo y en directo. El propio Salvador Ramos media hora antes de comenzar su acción criminal lo anunció a través de tres mensajes en las redes (anti) sociales: en el primero dijo que le iba a pegar un tiro a su abuela, en el segundo contó que ya lo había hecho y en el último anunció que iba a disparar en la escuela de Uvalde. Todo con la misma naturalidad que se actúa en los videojuegos violentos a los que están acostumbrados los jóvenes de los Estados Unidos y para los cuales el asesinato de seres humanos de carne y hueso es una parte complementaria de esos juegos, en los cuales quieren obtener los mejores resultados, esto es, una mayor cantidad de muertos. Y eso se facilita porque pueden conseguir armas con la misma facilidad que se compra una Coca-Cola o una hamburguesa.

La mayoría de edad de estos jóvenes asesinos pone de presente que en Estados Unidos nunca se implantaron los ideales de la ilustración promovidos por el filósofo Immanuel Kant, cuando aseguraba que «La ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad, el responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por nadie. Cada uno es culpable de esta minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse de él mismo, sin la guía de otro. ¡Ten valor para servirte de tu propio criterio! Este es el lema de la ilustración».

En otros términos, en Estados Unidos, un país anti ilustrado hasta los tuétanos, la mayoría de edad formal es algo ficticio que genera psicópatas y asesinos. Eso hace más vigente que nunca el ideal ilustrado de Kant de una auténtica mayoría de edad ‒social e individual‒ que suponga que el entendimiento y la resolución para actuar por sí mismo no conduzca a la muerte y al desprecio del otro, sino al reconocimiento de que ese otro tiene derecho a vivir, máxime cuando se trata de niños. Lo más terrible es contemplar el asesinato de niños, una realidad cotidiana en Estados Unidos y en los países lacayos en el mundo entero, como en Israel donde se masacra a niños palestinos, o en Colombia donde el Ministro de Defensa [sic] dice que los “niños pobres son una máquina de guerra” y por eso hay que bombardearlos. Esa es la pedagogía de la muerte, de la cual los Estados Unidos son los maestros universales por excelencia y por méritos propios, tal y como se rubrica periódicamente con el asesinato de niños en sus escuelas.

Caricatura tomada de Global Times

Renán Vega Cantor

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: El colectivo, 21 de junio de 2022