Querido señor Elefante
Carta de amor a un viejo compañero

En una sociedad, realmente materialista y realista, poetas, escritores, artistas, soñadores y elefantes son sólo alborotadores. (…)

Probablemente leyendo esta carta Usted se preguntará qué pudo llevar a un espécimen zoológico tan profundamente preocupado por el futuro de su propia especie a escribirla. El motivo es, por supuesto, el instinto de conservación. Desde hace mucho tiempo siento que nuestros destinos están unidos. En estos días peligrosos de “equilibrio del terror”, de masacres y cálculos científicos sobre el número de personas que sobrevivirán a un holocausto nuclear, resulta natural que mis pensamientos se dirijan a usted.

A mis ojos, querido señor elefante, ustedes representan a la perfección todo lo que hoy está en peligro de extinción en el nombre del progreso, la eficiencia, del más absoluto materialismo, de una ideología o incluso de la razón ya que un cierto uso abstracto e inhumano de la razón y de la lógica se ha tornado cómplice de nuestra locura asesina. Parece evidente que nos hemos comportado hacia otras especies, y la suya en particular, de la misma manera que muy pronto vamos a hacerlo con nosotros mismos.”

Es en el cuarto de un niño, hace ya cerca de medio siglo, que nos encontramos por primera vez. Durante años compartimos la misma cama y nunca me dormía sin besar su trompa y, acto seguido, estrecharlo con fuerza entre mis brazos hasta el día que mi madre nos separó diciendo, no sin una cierta falta de lógica, que yo era un niño demasiado grande para jugar con un elefante. Sin duda, hoy aparecerán algunos psicólogos que afirmarán que mi “fijación” en los elefantes remonta a esa dolorosa separación y que mi deseo de compartir su compañía es en realidad una forma de nostalgia de mi infancia y mi inocencia perdidas. Y es verdad que usted representa para mí un símbolo de pureza y un sueño ingenuo de un mundo donde hombres y animales podrían vivir juntos y en paz” (…).

Hace años conocí a un francés que se había dedicado en cuerpo y alma a salvar al elefante africano. En algún lugar, sobre el mar verde, áspero, de lo que entonces se llamaba el territorio de Chad, bajo las estrellas que siempre parecen brillar con más intensidad cuando la voz de un hombre logra elevarse por encima de su soledad, me dijo: “Los perros ya no son suficientes. Las personas nunca se han sentido más perdidas, ni tan solas como hoy día; necesitan compañía, una amistad más fuerte, más segura que todas las que hemos conocido. Algo que realmente pueda resistir. Los perros, no es suficiente. Lo que necesitamos son los elefantes “.Y ¿quién sabe?? Tal vez tengamos que buscar una compañía infinitamente más importante, más poderosa aun…” (…)

¿Alguna vez le dijeron que su oreja tiene casi exactamente la forma del continente africano? Sus pestañas tienen una cosa desconocida que hace casi pensar en las de una niña, mientras que su parte posterior se parece a la de un cachorro monstruoso. Durante miles de años, se los cazó por vuestra carne y por vuestro marfil, pero es el hombre civilizado, que tuvo la idea de mataros para divertirse y hacer de vosotros un trofeo. Todo lo que hay en nosotros de miedo, de frustración, de debilidad y de incertidumbre parece encontrar cierta satisfacción neurótica al matar a la más poderosa de todas las criaturas terrestres. Este acto gratuito nos da ese tipo de seguridad “viril” que proyecta una extraña luz sobre la naturaleza de nuestra virilidad” (…).

Hay personas que, por supuesto, dicen que usted no sirve para nada, que usted arruina los cultivos en un país donde se padecen hambrunas, que la humanidad ya tiene suficientes problemas de supervivencia como para hacerse cargo de la de los elefantes. De hecho, sostienen que usted es un lujo que no podemos permitirnos. Este es exactamente el tipo de argumentos utilizados por los regímenes totalitarios de Stalin a Mao, pasando por Hitler, para demostrar que una sociedad verdaderamente racional no puede permitirse el lujo de la libertad individual. Los derechos humanos son, también, como los elefantes” (…).

En un campo de concentración en Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, usted querido señor elefante jugó un papel de salvador. Acurrucados detrás de los alambres de púas, mis amigos pensaron en las manadas de elefantes que recorrían con un rugido atronador las llanuras infinitas de África y la imagen de esa libertad vital e irresistible los ayudó a sobrevivir a los campos de concentración. Si el mundo no puede permitirse el lujo de esa belleza natural es que pronto sucumbirá a su propia fealdad y que ella lo destruirá… Por mi parte, siento profundamente que el destino del hombre y su dignidad están en juego cada vez que nuestras maravillas naturales, océanos, bosques o elefantes son amenazados de destrucción” (…).

No hay duda de que en nombre de un racionalismo absoluto habría que suprimiros a fin de permitirnos a nosotros ocupar todo el lugar sobre este planeta superpoblado. Tampoco hay duda de que vuestra desaparición significará el comienzo de un mundo enteramente hecho por el hombre. Pero en un mundo hecho enteramente por el hombre, podría ocurrir que ya no hubiese lugar para el hombre. Todo lo que quedará de nosotros serán robots. Nunca conseguiremos ser enteramente nuestra propia obra. Estamos condenados para siempre a depender de un misterio que ni la lógica ni la imaginación pueden penetrar y su presencia aquí sugiere un poder creador que no podemos explicar en términos de la investigación científica o racional, sino solo con palabras en cuyo contenido entran la esperanza y la nostalgia. Vosotros sois nuestra última inocencia.” (…)

Es así pues, querido señor elefante, como usted y yo nos encontramos en el mismo barco empujados hacia el olvido por el mismo viento poderoso del racionalismo absoluto. En una sociedad, realmente materialista y realista, poetas, escritores, artistas, soñadores y elefantes son sólo alborotadores. (…)

Romain Gary (1914-1980)

Original: Dear Elephant, Sir

Traducido por   María Susana Pataro

Fuente: Tlaxcala, 17 de febrero de 2021

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