Santrich pasará a la historia pero no como uno más. Para muchos, los del el país del no y del resentimiento será el bandido que después de negociar la paz en una mesa, entregar su arma y el oro que tenía en su poder, fue grabado en un supuesto complot de conspiración para delinquir (que dan por hecho). Para otros será el más inocente de los niños, que sin tener para qué quería enriquecerse sin sentido ni razón lógica. Para los demás, los que son muchos más, la gran mayoría, incluidos uno que otro de los que lo aborrecen en virtud de los sentimientos de venganza que no terminan de cerrarse, será recordado como un revolucionario íntegro, que después de salir de la guerra, tuvo que padecer en su cuerpo y en sus ideas, el oprobio y la humillación del que parece estar predestinado para ser sacrificado, para aniquilar con él un propósito de paz, en el que apenas era uno más.
Con Santrich se han experimentado todas las agendas de la ley y la justicia, se han reinterpretado normas, convenios, tratados, especulaciones y paciencias y su caso ha servido para perfeccionar la obsesiva idea de unos pocos que necesitan una fórmula que justifique su negación a respetar lo pactado y querer reeditar la guerra superada. El verdugo de Santrich ni es Marlon Marín, ni los gringos siquiera, es el partido del gobierno, el centro democrático del presidente Uribe, que pone sus decisiones y abyecciones en boca del propio gobierno que los emite y retrasmite. El delito del excombatiente Santrich, no es de narcotráfico, es de pensamiento. Su delito fue haberse negado a ser “aconductado” y en cambio haber retado al poder hegemónico y mantener con firmeza su condición de revolucionario, del que no cede en sus principios, ni considera ninguna lucha terminada.
Ofendió al poder por su no renuncia a mantener activa su confrontación ideológica al estado y acusar que este fue puesto a merced de empresarios, militares y usurpadores de la política, hoy convertida en poder sin límite. Santrich pasó de ser un falso positivo judicial, a ser un falso positivo a secas, que quiere ser exterminado, no castigado con prisión, ya cumplió la fase de escarnio, ahora hay que sacarlo del camino de tajo, de raíz y borrar toda su memoria y la de la paz entera. Santrich fue convertido en el chivo expiatorio, que distrae el real objetivo de impedir que el pacto de paz se cumpla y que la paz entre sin objeciones, ni barreras a ser el último derecho humano conquistado después de cinco décadas de guerra y evitar todo reclamo urgente por empezar a realizarla, sin que ningún partido, persona o grupo mantenga su existencia valiéndose del odio.