La guerra en Yemen está a punto de alcanzar su cuarto año y el único resultado tangible hasta ahora es la destrucción gradual del país y de su pueblo.
La Ciudad Vieja de Sanaa en 2001 (AFP)
Aparentemente, se combate para restablecer en el gobierno de Yemen al depuesto presidente Abd Rabbuh Mansur Hadi, que huyó a Arabia Saudí después de que los hutíes se apoderaran de Sanaa en 2014. La guerra tiene asimismo el objetivo de frustrar el supuesto plan de Irán de expandir su control por todo Yemen utilizando a los rebeldes hutíes como representantes suyos.
Pero la ferocidad indiscriminada de la embestida de la coalición en Yemen no puede explicarse por estos supuestos motivos. ¿Por qué fue necesario bombardear el país hasta situarlo en la Edad de Piedra y atacar a sus civiles, asegurando que tardará un siglo en recuperarse? Para responder a esta pregunta, uno debe entender la historia árabe y el pequeño lugar que Arabia Saudí ocupa en ella.
Civilizaciones florecientes
En la antigüedad, Yemen fue hogar de varias florecientes civilizaciones. Allí se desarrollaron al menos seis reinos desde el siglo XII a.C. en adelante: Ma’in, Qataban, Hadramaut, Ausan, Saba y Himyar. El más importante fue el reino sabeano, que duró once siglos y fue uno de los más importantes del Cercano Oriente.
La leyenda popular lo identifica con la reina de Saba, y el reino de Saba se menciona en el Corán. Su capital estaba en Marib, donde los sabeanos construyeron una gran presa que fue una maravilla de la ingeniería antigua. Desarrollaron un avanzado sistema de riego a través de redes de canales y gran cantidad de tierras de cultivo.
En el 700 a.C. los sabeanos habían extendido su dominio sobre la mayor parte del sur de Arabia. La espléndida civilización que crearon se basó en el comercio de especias de incienso y mirra, que expandieron a través de redes comerciales que llegaron hasta China, India y el Cercano Oriente. Para facilitar su comercio, construyeron una serie de colonias en la ruta del Mar Rojo hacia el Cercano Oriente y controlaron la salida de Bab al-Mandab hacia el Océano Índico y el Cuerno de África. Los restos del arte y la arquitectura sabeanos se han encontrado en lugares tan alejados como el norte de Etiopía.
Con el advenimiento del Islam, las tribus yemeníes desempeñaron un papel importante en las conquistas árabes de Egipto, Iraq, Persia y el Levante. En el siglo XIII, Yemen tenía una próspera cultura islámica con numerosas medersas y centros de aprendizaje islámico que favorecieron el surgimiento y desarrollo de una arquitectura distintiva basada casi en su totalidad en materiales de construcción locales, únicos en la región árabe. La antigua ciudad de Sanaa, que data del primer siglo cristiano, es un buen ejemplo de ello.
Impregnado de historia
En contraste con estos legendarios logros yemeníes, ¿qué podría ofrecer el norte de Arabia, cuya mayor parte compone la Arabia Saudí moderna, que pudiera ni remotamente compararse? Hasta la llegada del Islam en el siglo VII, esa parte de Arabia estuvo tradicionalmente gobernada por jefes tribales, en su mayoría aislados y anónimos, y como tal nunca podría haber rivalizado con los reinos de Yemen. Incluso después del Islam, los esplendores de la civilización islámica no florecieron en el norte de Arabia, sino fuera.
A pesar de ser una construcción moderna en su manifestación actual, Yemen está lleno de historia. La Arabia Saudí de hoy es una creación mucho más reciente, que no se estableció hasta la década de 1930, y los Emiratos Árabes Unidos, sus compañeros de guerra en la coalición, se fundaron más recientemente aún, en 1971.
Ambos cuentan con muy escasa historia o cultura laica que pueda estar a la altura de las civilizaciones a las que su guerra de bombardeos está arrasando. La destrucción de edificios históricos, tumbas y monumentos, inspirada por los wahabistas de la familia al Saud, en La Meca y Medina sentaron un peligroso precedente de lo que está sucediendo en Yemen.
Niñas yemeníes jugando en las calles de la Ciudad Vieja de Sanaa en 2015 (AFP)
La guerra ha provocado indigencia y enfermedad generalizadas. La ONU estima que 14 millones de personas, la mitad de la población de Yemen, corre riesgo de morir de hambre. Según UNICEF, 1,8 millones de niños sufren desnutrición aguda, y de ellos 400.000 sufren de desnutrición aguda grave.
Los bombardeos han matado a más de 10.000 seres, haciendo que 22 millones -la mayor parte de la población de Yemen- necesiten ayuda internacional, y ha provocado el peor brote de cólera jamás registrado. La mitad de las instalaciones sanitarias del país han sido destruidas por una campaña de bombardeos de la coalición que ha atacado las infraestructuras civiles y, a menudo, a los civiles mismos.
Daños irreparables
Los daños causados en la infraestructura civil de Yemen -colegios, hospitales y mercados- han sido muy graves, pero al menos podrán reconstruirse en tiempos de paz. No puede decirse lo mismo del daño irreparable causado en la arquitectura histórica de Yemen. La UNESCO ha documentado los efectos devastadores de la guerra en la Ciudad Vieja de Sanaa, sus mezquitas, casas de baños y casas de ladrillos de adobe con sus distintivas ventanas, arqueadas y enmarcadas en trabajos de yeso.
Lo mismo ha sucedido con la Ciudad Vieja de Saada, la antigua represa de Marib, la ciudad histórica de Baraqish y las insustituibles tumbas antiguas de Hadhramaut. Estas pérdidas son permanentes.
Al examinar este grado desproporcionado de muerte y destrucción, una debe preguntarse si el motivo real de la guerra de Yemen, al igual que la hostilidad visceral de los saudíes hacia otra gran civilización, Irán, es una envidia profunda de la grandeza del lugar que ocupan estos países en la historia humana.
Si es así, bombardear hasta aniquilar totalmente a Yemen no eliminará su glorioso pasado ni le dará a Arabia Saudí lo que nunca tuvo.
Ghada Karmi غادة كرمي
Traducido por Sinfo Fernández
Fuente: Tlaxcala, 27 de noviembre de 2018