Lecciones no aprendidas
Alemania, representación de la cultura de la memoria y tradición de genocidio

El humo y los espejos tras los que se ha escondido Alemania durante décadas, componiendo y manipulando la narrativa de la culpa e instrumentalizando el papel de las víctimas judías para satisfacer sus propios intereses, la han convertido en un aliado fiable de la campaña genocida israelí de sed de sangre.

Un Holocausto no justifica otro genocidio

El mes pasado un grupo de abogados alemanes presentó una querella criminal contra el canciller Olaf Scholz, la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, y otros altos cargos parlamentarios alemanes por asistencia y complicidad en el genocidio de Israel contra Gaza.

A eso siguió este mes la presentación por parte de Nicaragua de una denuncia ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en la que se acusa a Alemania de violar la Convención sobre Genocidio de 1948, por su inequívoco apoyo financiero y político a los bombardeos de Israel en Gaza y por dejar de financiar a la UNRWA, el organismo humanitario que proporciona asistencia a más de 5,5 millones de las personas refugiadas palestinas.

Transcurridos cinco meses de la guerra contra Gaza y con más de 31 000 personas palestinas asesinadas, la implicación sin fisuras y continuada de Alemania nos obliga a preguntarnos por qué está tan dispuesta a involucrarse en un genocidio.

En los 79 años transcurridos desde la liberación de Auschwitz y los 116 años desde el fin de su genocidio en Namibia, Alemania ha cultivado cuidadosa y estratégicamente una reputación internacional de loable arrepentimiento y humildad por sus crímenes contra la humanidad. Todo el país está salpicado de monumentos y museos dedicados a la memoria del Holocausto. La cultura de la memoria (Erinnerungskultur) constituye un principio básico de los programas educativos para estudiantes desde temprana edad, al igual que la promesa de nunca más. Las y los funcionarios públicos suelen dejarse ver en instituciones judías para intervenir en ceremonias de apoyo y afirmar el compromiso de promover que la vida judía prospere.

A primera vista, el discurso público del país parece basarse en que el reconocimiento de tener las manos ensangrentadas está al servicio de crear y mantener una infraestructura social fundamental que impida la repetición de tales sucesos. Sin embargo, mientras continúan con todo vigor y alarde el genocidio, los bombardeos y las masacres de Israel en Gaza , la reacción de Alemania refiere una historia diferente de las lecciones extraídas de su pasado. Altos funcionarios alemanes han salido al paso insistiendo en que la responsabilidad histórica del país debe traducirse en respaldar a Israel de manera incondicional, cueste lo que cueste.

“Todos los Gobiernos Federales y todos los Cancilleres Federales que me han precedido se han comprometido con la especial responsabilidad histórica de Alemania por la seguridad de Israel. Esta responsabilidad histórica de Alemania forma parte de la razón de Estado de mi país. Esto significa que la seguridad de Israel nunca es negociable para mí como Canciller alemana.” (Angela Merkel, discurso en la Knesset, 18 de marzo de 2008)
“En este momento, solo hay un lugar para Alemania. Ese es al lado de Israel. A eso nos referimos cuando decimos que la seguridad de Israel es una ‘razón de Estado’ alemana”. (Olaf Scholz, ante el Bundestag, el Parlamento alemán,12 de octubre de 2023).
Viñeta de petwall, 2013

Cualquier persona que se atreva a cuestionar la razón de Estado que dicta esa defensa incondicional de Israel basada en la falsa ecuación de que judaísmo es lo mismo que sionismo, lo hace a riesgo de ser condenada al ostracismo, cancelada, excluida, despedida, desfinanciada o deportada.

La redención del Estado alemán por su sangrienta historia de Holocaustos y represión estatal se ha edificado en una burbuja acorazada, autodeterminada, autorregulada y autorreforzada. Su propósito nunca fue trabajar para redefinir y remodelar su relación con sus crímenes; fue que le vieran y le elogiaran por hacerlo. Para el Estado, el mayor fracaso de Alemania como sociedad no fue haber cometido un genocidio o haber derivado en el fascismo. Su mayor fracaso fue haber sido descubierto. Como señaló el combatiente anticolonial martiniqués Aimé Cesaire en su Discurso sobre el colonialismo, los europeos blancos acabaron odiando a Hitler sólo porque dirigió sus crímenes contra los blancos: Hitler “aplicó a Europa procedimientos colonialistas que hasta entonces se habían reservado exclusivamente” a pueblos no blancos que los europeos denigraban como inferiores o no humanos. Esta incómoda realidad se ha hecho aún más evidente en los últimos meses.

Avergonzada ante la comunidad internacional por su historia, la actuación de culpabilidad y arrepentimiento de Alemania ha dado lugar a un presente en el que proclama a voces que la lección a extraer del Holocausto –apoyar a Israel sin cuestionamientos y con todos los poderes del Estado a su disposición– es la interpretación correcta y cabal de la Historia, mejor que cualquier otra, aunque ello implique apoyar el genocidio en el extranjero.

Cuando se enfrenta a las críticas de muchas voces nacionales e internacionales, también judías, que sugieren que esta interpretación puede ser limitada o errónea, Alemania se empecina en recuperar las medidas totalitarias de su pasado, intentando histéricamente silenciar el debate democrático y acallando las voces disidentes con medios cada vez más impensables y disyuntivas desproporcionadas.

Un teatro de racismo y arrepentimiento selectivo

Del mismo modo, Alemania ahora concede importancia no a la lucha contra el antisemitismo en sí, sino más bien a que se le reconozca que opera a favor de esa lucha. Y es precisamente la dedicación del país a la cultura de la memoria –un privilegio que concede principalmente (si no exclusivamente) a sus víctimas judías– lo que ha permitido mantener sin fisuras sus ataques racistas y aniquiladores contra los que considera seres inferiores (Untermensch).

“Su sangre riega nuestra libertad”: monumento en el centro de Windhoek recordando al genocidio de los hereros y namaquas (1904-1907) en Namibia, entonces colonia alemana bajo el nombre de África del Sudoeste alemana : muerte por inanición, envenenamiento de los pozos utilizados y acorralamiento de los nativos en el desierto de Namibia. Los descendientes de los sobrevivientes siguen exigiendo reparaciones a Alemania

Hace un siglo fue el genocidio de los hereros y nama, una atrocidad colonial histórica totalmente ignorada en el debate sobre la cultura de la memoria, y que los dirigentes alemanes siguen obviando a pesar de las reiteradas reclamaciones de abogados y activistas namibios de reconocimiento, devolución de los restos de muchas de sus víctimas y reparación.

Hace ochenta años fue la población judía, pero también la población gitana, la LGBTQ+, la discapacitada u otra, a la mayoría de los cuales no se les cita a la vez, ni mucho menos se les concede la misma reverencia filosemita que Alemania dispensa a los judíos.

Hoy es la población árabe. Los palestinos y palestinas víctimas de una cruzada de ocho décadas de ocupación y limpieza étnica que culmina en el actual genocidio de Gaza, son ahora los chivos expiatorios vilipendiados públicamente junto con otros árabes, como la supuesta fuente de antisemitismo por la clase dirigente alemana, la que ha perpetrado el antisemitismo más considerable de la historia.

Así que quieres un tubo de cada color: negro, blanco, verde y rojo. ¿Pero ya sabes que son los colores de la bandera nacional palestina?! – Viñeta de woessner
El nuevo mantra de Alemania: proteger a las minorías oprimiendo a las minorías

En la Alemania actual las personas que se manifiestan a favor de Palestina son brutalmente detenidas, acosadas, vigiladas y sus domicilios registrados de manera arbitraria. Recientemente se ha ordenado a las escuelas públicas de Berlín que distribuyan entre todo el alumnado un folleto de propaganda de extrema derecha titulado Mitos de 1948, en el que se niega vehementemente la Nakba –el desplazamiento sistemático de más de 750 mil personas palestinas de Palestina en 1948 para crear el Estado de Israel–, así como la existencia misma de la actual ocupación y limpieza étnica de Palestina por parte de Israel.

La frase del río al mar está penalizada como incitación al odio en la mayor parte del país, y en las protestas se prohibe de manera ocasional y arbitraria el uso de palabras como genocidio, terror, e incluso niños.

Hace unas semanas, la policía atacó una sentada pacífica en Berlín frente a las oficinas del conglomerado mediático Axel Springer, que publica de manera reiterada campañas de difamación de activistas a favor de Palestina acusándolos de antisemitismo, muchas veces dirigidas contra personas judías antisionistas y contra nuestros hermanos y hermanas palestinas.

En esa ocasión en concreto, los policías retuvieron y golpearon a manifestantes sentados en el suelo antes de detenernos y registrarnos violentamente a algunas de nosotras, mantenernos incomunicadas durante horas y negarnos repetidamente nuestro derecho a hablar con un abogado o a que nos dijeran adónde nos habían trasladado.

Estas políticas y prácticas alarmantes, que no son más que una mínima parte de lo que los palestinos y el movimiento palestino experimenta a diario en Alemania, resultan de una familiaridad inquietante. Es un crudo recordatorio a quienes alzamos nuestras voces para resistir la violencia y la intimidación sancionadas por el Estado, de que el Estado policial alemán, su servicio secreto de la Gestapo y el fascismo que proliferó en las décadas de 1930 y 1940 no sólo nunca se arrepintieron, sino que, para de hecho, nunca fueron desmantelados.

Debido a este paradigma manifiestamente absurdo y violento, el aumento de la concienciación y la movilización en solidaridad con Palestina han empezado a forzar el cambio. Millones de personas llevan meses saliendo a la calle para desbaratar y desenmascarar la maquinaria de la complicidad alemana y occidental que sigue financiando, armando y blanqueando políticamente este último genocidio.

El humo y los espejos tras los que se ha escondido Alemania durante décadas, componiendo y manipulando la narrativa de la culpa e instrumentalizando el papel de las víctimas judías para satisfacer sus propios intereses, la han convertido en un aliado fiable de la campaña genocida israelí de sed de sangre.

Pero como cada día que pasa se produce un cambio en la conciencia mundial respecto a los crímenes contra la humanidad en Gaza y en toda la Palestina histórica, el inalterable apoyo del Estado alemán a Israel sólo consigue exponer su propia hipocresía caricaturesca y su bancarrota moral. La gente rechaza cada vez más las narrativas destructivas propaladas para perpetuarlas y elige unánimemente la lucha por la humanidad.

Rachael Shapiro y Rachel Levine

Fuente: ViENTO SUR, 23 de marzo de 2024

Editado por María Piedad Ossaba

Original: THE NEW ARAB
Taducción para viento sur por  Loles Oliván Hijós