Puede ser que en los pueblos sometidos a múltiples miserias, a tener un destino de parias o a ser siempre las víctimas de los explotadores y otros verdugos, el mesianismo surja como una posibilidad de redención. Hemos tenido en distintas geografías predicadores del fin del mundo, versiones apocalípticas de dictadores, excelencias y majestades que proclaman su poder de cambio frente a los subyugamientos eternos de los parias.
Hay tiempos más propicios que otros para el surgimiento de “mesías” acartonados, de enviados que parecen llegados de reinos celestiales, de profetas con discursos de engañosa retórica. América Latina, por ejemplo, ha sido territorio fértil para el ejercicio del poder omnímodo, para los jefes supremos y dictadores de zarzuela. También para el nacimiento, crecimiento y muerte de brujos del autoritarismo y la opresión. No han faltado los déspotas tropicales y ha habido material para estupendas novelas por aquí y por allá.
Estas presuntas encarnaciones mesiánicas, cada vez más sofisticadas, como parte además de unas puestas en escena con utilería de pacotilla en las redes sociales, se han alimentado no solo de las necesidades básicas de mucha gente, sino de la credulidad, anclada, se ha dicho, en las ganas de alcanzar, como se debe, una vida digna. Nuestro bestiario tropical, de tierras calientes y de otras no tanto, ha ido aumentando desde tiempos que pueden ser inmemoriales. Y se han ido adobando, maquillando, llenándose de palabrejas raras, y trocando los sentidos de otras. Así, la palabra libertario, que en otros días pudo tener connotaciones prohibitivas, ahora reluce como un disfraz para embelesar a tantos obnubilados por la propaganda.
De tantas faunas similares, de esas que practican el populismo, que lo hay de izquierda y de derecha (y hasta de norte y sur), llama la atención por estos días, o desde hace algunos meses, el actual presidente de Argentina, Javier Milei. Entraña todo lo que hoy se estila para la seducción de masas, para la para la práctica desaforada de la comunicación superficial y efectista. Hoy las presuntas revoluciones “sociales” son parte de un espejismo bien diseñado, con imágenes narcisistas, uso de palabras altisonantes, adaptaciones de viejos discursos demagógicos, y, como se estila, hay que impresionar unas veces con la melena, otras con hacerse el mártir en la niñez, otra como la de culpar a los padres de una infancia desventurada (que según Hemingway sirve mucho para hacer literatura).
Hay que camuflar bien las ideas neoliberales, las ganas de seguir siendo sometidos por el Fondo Monetario Internacional, el afecto por la dependencia de poderes extranjeros, en fin, con pomaditas verbales. Ya no se estila condenar el imperialismo yanqui, o a otros imperialismos. No pega. Por eso, hay que disfrazar bien el discurso. Aunque se puede decir, como lo ha pronunciado Milei, que él está del lado de Estados Unidos, Israel y algunos países de Europa, ni más faltaba.
Hay que disfrazarse con pinta rockera, posar de que se es un outsider, rodearse de “influencers” y de muchachas muy sexis, disimular el arribismo y poner cara de loco, y por ahí ya va estando la fórmula del éxito para que millones te sigan y se postren a tus pies. Como se pertenece a un país futbolero, hay que destacar que se jugó de portero en segunda división, en el Chacarita Juniors, y que, como cancerbero, salía a cortar centros de modo que en el camino quedara un tendido de contrarios. Los nuevos “líderes” son así, aspaventosos, malhablados y teatrales. Hay que decir que se trata de un novísimo Moisés, o una encarnación del ayatola, o del León de Judá, en fin.
Y toda esa parafernalia de apariencias hay que adobarla con una sentencia unívoca: el mercado es el dios. Y más sí lo anuncia el “mesías”. No se pueden olvidar consignas como las ya conocidas en otros mapas: hay que refundar el país. Hay que parecer un terremoto, mucho más de lo que era aquel gran cantor de tangos Roberto Rufino. Y de pronto hasta ser más atrevido que aquellos que saquearon a Argentina, la privatizaron, la “neoliberalizaron”, como se denunció, hace años, en aquel documental tremendo del Pino Solanas.
El mesianismo libertario está en boga. Un sancocho (o, de otro modo, un puchero) de autoritarismo adobado con consignas contra las “castas” (cualquier cosa que esto signifique) y tener hasta simpatías por antiguos asesinos como Videla, da puntos entre pobres, clases medias, ricos, ignorantes, chorros, y entre algún amargado y un estafador. Porque, como ya es sabido, los “inmorales nos han iguala’o”. A Milei lo pintan como una aplanadora, como un fuera de lugar, pero, en esencia, es un “payaso mesiánico”, con perdón de los payasos, a los que cada vez, degradándolos, se les compara con lo peor de la sociedad.
Con Milei, como con otros “mesías” que posan de estar contra el establecimiento, el populismo sigue en boga, así como la atrabiliaria consigna del “todo vale”. El culto a la personalidad y el narcisismo de su excelencia están al día.