Sin una comunidad cultural y comunicacional organizada, nuestras mejores intenciones descolonizadoras son sólo ínsulas de “buenos propósitos”, acaso eruditas, ingeniosas o apasionadas. No hay praxis correcta sin organización correcta. Esa es una debilidad mayor y una tarea actual urgente. ¿Cómo debe ser semejante comunidad organizada contra la manipulación simbólica? Quizá no lo sepamos acabadamente, pero es inexcusable saber cómo no queremos que sea. Por eso necesitamos una Semiótica para la des-colonización.
Para someternos a la ecuación hegemónica “dominadores vs dominados”, nos han desorganizado. De pensamiento, palabra y obra. En nada gastan más que en desorganizarnos, descargan fardos de ideología confusa, miedo laboral, chantaje político, odio de clase, estética vergonzante y violencia simbólica, policiaca y militar. Toda iniciativa de organización para emanciparnos de la barbarie económica y escocida reinantes, tiene en contra un arsenal de dispositivos desorganizadores. No obstante, las fuerzas descolonizadoras resisten y se multiplican poco a poco.
Es tan longevo y extenso el aparato colonizador, militar, bancario, religioso (en sus versiones viejas y en las novedosas) que el inventario se constituye en biografía de todas las generaciones, añejas o jóvenes. Lo tenemos hasta en las emociones más “íntimas”. Nos invade cabezas, panzas y corazones. El aparato de dominación colonial entiende su cometido de manera totalitaria y no hay reducto de la vida en que no estemos enredados con la maraña descomunal de idiosincrasias mediocres, tradiciones impuestas, ridiculez, cursilería, supercherías e ignorancias a veces certificadas por la educación oficial. Una “tomografía” de nuestro estado actual de colonización daría cuenta de metástasis galopantes. Incluso algunas terapéuticas “descolonizadoras”, parecen estar contaminadas de coloniaje como en aquellos “planes de educación” que envían a los mejores estudiantes a completar su formación a los centros imperiales.s mejores estudiantes a completar su formación a los centros imperiales.
Es imposible derrotar al colonialismo con audacias unipersonales. Eso es individualismo que retrasa, distrae o desprestigia la tarea de organizar a los oprimidos contra los opresores. En contraste hemos acumulado contribuciones invaluables en la formación de conciencias y estrategias inteligentes. Contamos con autores y escuelas de inspiraciones diversas. Contamos con información y evidencias, sabidurías y ciencias. Lo que no tenemos es una organización democrática participativa e internacionalista para la descolonización de nuestras vidas y nuestros pueblos. No confundir organización con instituciones o con burocracias.
5 siglos han pasado desde el viaje de Colón; 200 años de la Doctrina Monroe y, por ejemplo, la producción agrícola, ganadera, energética, minera, pesquera… están mayormente controladas por empresas trasnacionales cuyo saldo, además del saqueo, es la obstrucción sistemática de la soberanía de los pueblos para la solución de los problemas de endeudamiento, marginación, hambre, vivienda, educación y salud. A eso hay que añadir que los modos, medios y relaciones de producción cultural y comunicacional concentrados en empresas cuyo interés medular es mercantil y no la diversidad de expresiones identitarias ni el desarrollo de los talentos artísticos o científicos descolonizadores vernáculos. Los modelos administrativos y educativos, por ejemplo, suelen tributar ideológicamente a modelos oligarcas, no sometidos a escrutinio colectivo, los decide una élite burocrática encaprichada con su “leal saber y entender” y, cuando no, con sus negocios. No todos los aparatos burocráticos son herramientas descolonizadoras aunque tengan fachada como instrumentos de Estado con avales democráticos.
Son de tal complejidad y extensión las expresiones del coloniaje que, incluso entre las páginas no pocos libros se deslizan tufos colonialistas desapercibidos incluso santificados por algunas sectas. Aunque se disfracen como “académicas”. No es recomendable idealizar la descolonización, hay que objetivarla y politizarla, presentar los desafíos crudamente. Comenzando por la autocrítica. No sea que en nombre de la “descolonización” estemos endiosando canallas y canalladas de moda, o estemos promoviendo esoterismos para anestesiar a los colonizados haciéndoles creer que la “descolonización” ya viene entre las páginas de algunos libros, la saliva de los noticieros o a lomos de cierta “buena voluntad” mesiánica.
Descolonizarnos no será obra de algún iluminado y sus amigos dueños de las “claves” y el storytelling culterano recomendándonos tener más paciencia. Es decir, renunciar a la organización con autogestión para abrazar la organización “aborregada”. Y olvidarnos de la lucha de clases, claro. Mucha igualdad de oportunidades y poca igualdad de condiciones.
Así las cosas, hay que descolonizar la economía hegemónica en su totalidad, la infraestructura y la superestructura indisociables siempre; pasar a examen a las iglesias con su historia y consecuencias; revisar la educación en todos los niveles, la salud, la vivienda y la clase de vida que nos imponen. Revisar los medios de comunicación y de cultura hasta detallar a qué intereses coloniales obedecen y combatirlos. Revisar al poder ejecutivo, al legislativo y al judicial. Sus taras y sus manías, sus demoras y sus injusticias hasta tener claro su papel en los procesos de colonización económica, política, ideológica y cultural. El saldo a priori es horroroso.
Descolonización no significa persecución histérica ni purga ideológica. Supone contrastación humanista minuciosa de lo que se tiene respecto a lo que se tuvo y nos fue arrebatado por la fuerza de las armas o el lavado de cerebros. Pero descolonizar significa fundamentalmente luchar por lo que se necesita para aniquilar la fórmula opresores-oprimidos y dar por terminada la explotación, el saqueo, la desigualdad, la injusticia y la infelicidad de la mayoría despojada por una minoría que vive con todos los privilegios… y bien sabroso. Como dicen que quería Cristóbal Colón para sus jefes.
Fernando Buen Abad Dominguez para La Pluma
Editado por María Piedad Ossaba