Argentina: Arengas de pato
El programa de la precandidata Bullrich y la sombra de Tomás de Torquemada

La estrategia beligerante de quien se presenta como la auténtica continuadora del macrismo incluye mensajes destinados a implosionar los acuerdos democráticos implícitos configurados desde el retorno de la democracia, en 1983

La precandidata presidencial de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, confirmó que cerrará su campaña en la ciudad de Córdoba el próximo miércoles. El acto en la provincia mediterránea dará por concluido el virulento enfrentamiento al interior de la coalición de derecha que decidirá su candidato para las elecciones de octubre próximo. La ex presidenta del PRO optó, desde su reconfiguración bolsonarista, en afirmar una estrategia comunicacional basada en la reivindicación de la doctrina del shock –descripta en 2007 por Naomi Klein–, consistente en ofrecer soluciones implacables y despiadadas a los propios desastres generados por la lógica neoliberal.

Para imponer este registro autoritario, la ex ministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri optó por orientarse hacia dos sectores prioritarios: por un lado, hacia el núcleo duro del antikirchnerismo, que deposita su energía en ver sometida –y si es posible encarcelada o muerta– a Cristina Fernández de Kirchner. Ese colectivo asume la herencia del gorilismo racista decimonónico argentino: se regodea con el debilitamiento de lo público, al tiempo que promueve una gestión tecno-política ordenada, coherente con los mandatos de un statu quo liderado por elites “civilizadas”, ajenas a la influencia de la barbarie popular.

El segundo anillo al que se dirige la precandidata es el ancho segmento de quienes exigen un cambio brusco: expresan la negatividad del humor social colectivo, la frustración y el descreimiento en los discursos repetidos y vaciados. Para los primeros, se ofrecen los cánticos de “un país sin Cristina”. Para los segundos, se transmite la voluntad innegociable de patear el hormiguero de una discursividad política sin propuestas claras ni concretas.

Sobre estos dos pilares, la Piba construye su universo de provocaciones altisonantes. El primer grupo –esperan sus asesores– votará desde el odio al kirchnerismo. El segundo, especulan, podrá concurrir a las urnas con resentimiento y desprecio hacia lo que consideran un juego (político) que los olvida. En la totalidad de las elecciones provinciales que se llevaron a cabo hasta la actualidad, cinco millones desistieron de ir a votar. En la última elección, en Chubut, el voto en blanco superó el umbral del 10%. La hipótesis de quienes rodean a Bullrich es que una gran parte de ese colectivo puede ser movilizado a fuerza de odio o estimulado por el resentimiento de quienes se han sentido engañados por discursos políticos racionales, moderados e inentendibles.

En síntesis: una apuesta subterránea por la emoción primaria, escindida de toda propuesta realizable. Si en 2015 el imaginario de la derecha se postulaba en clave de globos de colores, hoy Pato ofrece postulados bélicos a lo Winston Churchill, cargados de “sangre, sudor y lágrimas”, orientados a disciplinar a la fuerza de trabajo, sembrar de uniformes las calles y escenificar una atmósfera nublada por gases lacrimógenos. Ese mensaje tiene como soporte estructural tres pilares: el debilitamiento de los sindicatos, el ajuste fiscal y una nueva fase de extranjerización de la riqueza nacional, tanto natural como generada por el trabajo social acumulado.

Para lograr el primer objetivo, se busca recuperar la reforma laboral promovida previamente por José Alfredo Martínez de Hoz, Carlos Saúl Menem y Fernando De la Rúa. Se propone –tal como lo enunció Luciano Laspina, referente económico bullrichista, ante el Programa para América Latina del Wilson Center y la Asociación McLarty– “reducir la responsabilidad contingente creada por cada empleo que se genera en el sector privado”. Traducido a la comprensión pública, eso significa (a) la decisión de reducir el monto de las indemnizaciones a un tope de seis salarios, (b) suprimir las multas por trabajo en negro –que hoy rigen para los empleadores que eluden pagar las cargas sociales– y (c) la anulación de la denominada ultraactividad.

La precandidata presidencial de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, confirmó que cerrará su campaña en la ciudad de Córdoba el próximo miércoles. El acto en la provincia mediterránea dará por concluido el virulento enfrentamiento al interior de la coalición de derecha que decidirá su candidato para las elecciones de octubre próximo. La ex presidenta del PRO optó, desde su reconfiguración bolsonarista, en afirmar una estrategia comunicacional basada en la reivindicación de la doctrina del shock –descripta en 2007 por Naomi Klein–, consistente en ofrecer soluciones implacables y despiadadas a los propios desastres generados por la lógica neoliberal.

Para imponer este registro autoritario, la ex ministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri optó por orientarse hacia dos sectores prioritarios: por un lado, hacia el núcleo duro del antikirchnerismo, que deposita su energía en ver sometida –y si es posible encarcelada o muerta– a Cristina Fernández de Kirchner. Ese colectivo asume la herencia del gorilismo racista decimonónico argentino: se regodea con el debilitamiento de lo público, al tiempo que promueve una gestión tecno-política ordenada, coherente con los mandatos de un statu quo liderado por elites “civilizadas”, ajenas a la influencia de la barbarie popular.

El segundo anillo al que se dirige la precandidata es el ancho segmento de quienes exigen un cambio brusco: expresan la negatividad del humor social colectivo, la frustración y el descreimiento en los discursos repetidos y vaciados. Para los primeros, se ofrecen los cánticos de “un país sin Cristina”. Para los segundos, se transmite la voluntad innegociable de patear el hormiguero de una discursividad política sin propuestas claras ni concretas.

Sobre estos dos pilares, la Piba construye su universo de provocaciones altisonantes. El primer grupo –esperan sus asesores– votará desde el odio al kirchnerismo. El segundo, especulan, podrá concurrir a las urnas con resentimiento y desprecio hacia lo que consideran un juego (político) que los olvida. En la totalidad de las elecciones provinciales que se llevaron a cabo hasta la actualidad, cinco millones desistieron de ir a votar. En la última elección, en Chubut, el voto en blanco superó el umbral del 10%. La hipótesis de quienes rodean a Bullrich es que una gran parte de ese colectivo puede ser movilizado a fuerza de odio o estimulado por el resentimiento de quienes se han sentido engañados por discursos políticos racionales, moderados e inentendibles.

En síntesis: una apuesta subterránea por la emoción primaria, escindida de toda propuesta realizable. Si en 2015 el imaginario de la derecha se postulaba en clave de globos de colores, hoy Pato ofrece postulados bélicos a lo Winston Churchill, cargados de “sangre, sudor y lágrimas”, orientados a disciplinar a la fuerza de trabajo, sembrar de uniformes las calles y escenificar una atmósfera nublada por gases lacrimógenos. Ese mensaje tiene como soporte estructural tres pilares: el debilitamiento de los sindicatos, el ajuste fiscal y una nueva fase de extranjerización de la riqueza nacional, tanto natural como generada por el trabajo social acumulado.

Para lograr el primer objetivo, se busca recuperar la reforma laboral promovida previamente por José Alfredo Martínez de Hoz, Carlos Saúl Menem y Fernando De la Rúa. Se propone –tal como lo enunció Luciano Laspina, referente económico bullrichista, ante el Programa para América Latina del Wilson Center y la Asociación McLarty– “reducir la responsabilidad contingente creada por cada empleo que se genera en el sector privado”. Traducido a la comprensión pública, eso significa (a) la decisión de reducir el monto de las indemnizaciones a un tope de seis salarios, (b) suprimir las multas por trabajo en negro –que hoy rigen para los empleadores que eluden pagar las cargas sociales– y (c) la anulación de la denominada ultraactividad.

El regreso de la Banelco

La precandidata con su socio en la Alianza, Ricardo López Murphy.

La ultraactividad refiere a garantizar la continuidad de los actuales Convenios Colectivos de Trabajo (CCT), que la precandidata pretende dar de baja, retrotrayendo las normativas a 1975. De aprobarse la propuesta de Bullrich se eliminarían de forma inmediata –entre otros– los adicionales salariales (antigüedad, zona desfavorable, título de formación profesional), las vacaciones, las licencias (cuidados familiares) y la cantidad de delegados que pueden ser elegidos. Ese mismo paquete de medidas es el que figuraba en el articulado de la denominada Ley Banelco, sancionada el 11 de mayo de 2000 –durante el gobierno de De la Rúa– y derogada cuatro años más tarde, durante la gestión de Néstor Kirchner. Esa medida incluía, además, la reducción de las cargas patronales.

El segundo eje de la propuesta es la finalización inmediata del cepo cambiario –con la consecuente devaluación– y la concomitante implementación de un ajuste fiscal. Uno de los acólitos de la precandidata, Federico Pinedo, verbalizó parte de esa propuesta la última semana, al sugerir que el andamiaje macroeconómico depende de un nuevo blindaje: “Hay que pensar en tener algún tipo de respaldo de organizaciones, países o bancos centrales que sean solventes. Es decir, de alguien que diga ‘yo banco la parada de la Argentina porque es un país que va a funcionar’”. Se trata de “diseñar una ingeniería financiera” que operaría como un mecenazgo apto para brindar garantías: “No se preocupen –señaló Pinedo, hipotetizando los criterios de los futuros prestamistas–, pueden levantar el cepo porque si hay alguna corrida yo la banco”. Lo que Pinedo nunca aceptaría es asumir que ese nuevo blindaje se sustentaría en la profundización de la extranjerización de la riqueza nacional y su condena eterna al primarización basada en la exportación de granos, litio y energía.

Para legitimar dicha extranjerización, los asesores de la precandidata le sugirieron la exhibición de la indigencia: reportar con cámaras de televisión la escasez de reservas en el Banco Central, sin reparar en que la mayor parte de los activos se encuentra repartida en diversas instituciones financieras en el mundo, entre ellas el Banco de Pagos Internacionales (BIS, de Suiza), la Reserva Federal y el Banco Popular de China. Cuando los periodistas que entrevistaban a Bullrich le advirtieron que las reservas no tenían sede física en el Banco Central, la precandidata redobló su apuesta: “No están, no hay más, hay reservas negativas. Es importante que el pueblo argentino lo sepa”.

Para disimular el dislate, Luciano Laspina apeló a la justificación metafórica, al afirmar que “es curiosa la literalidad con que se toman las palabras en esta campaña. Si me escuchan decir ‘vamos a derrotar la inflación’ no deberían interpretar que sugiero bajar los precios con tanques y balas. O ‘el dólar hoy se fue a las nubes’, que el viento se llevó un billete verde”.

Pese a la retórica grandilocuente y beligerante del bullrichismo, no parece que existan diferencias significativas con sus competidores larretistas: sus contrastes están anclados en estrategias discursivas, en sus programas de alianzas futuras y en sus estilos de liderazgo. Los seguidores de la ex ministra eligen a los adláteres de Javier Milei, mientras que los discípulos del jefe de gobierno se inclinan por el peronismo no kirchnerista. Bullrich postula un ajuste basado en la confrontación. Larreta presupone su perfilamiento sobre la base de un símil del Pacto de la Moncloa, capaz de excluir al kirchnerismo.

Vientos de Torquemada

La estrategia beligerante de quien se presenta como la auténtica continuadora del macrismo incluye mensajes destinados a implosionar los acuerdos democráticos implícitos configurados desde el retorno de la democracia, en 1983. Como parte de su gira proselitista, participó el jueves pasado –en Punta Alta, partido de Coronel Rosales, sur bonaerense– de un encuentro con veteranos de la Armada en el que manifestó: “A muchos de los que lucharon en Malvinas por el bien de las Fuerzas Armadas les achacaron después una historia. Muchos terminaron injustamente presos sin el reconocimiento de haber estado luchando por la patria”. Al no existir militares detenidos por las torturas a los conscriptos en las islas, la precandidata se refirió a quienes combatieron después de haber sido responsables de crímenes de lesa humanidad en el marco de la política genocida instaurada en 1976. “Si se siguiera la teoría de Bullrich, Alfredo Astiz debería estar libre”, argumentó el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti.

En una entrevista de junio de 2022, el periodista Julio Leiva, en su ciclo de reportajes Caja Negra, indagó a Bullrich sobre su pasado y su afirmación de que nunca había pertenecido a la organización política fundada por Fernando Abal Medina. En el intercambio, la precandidata relató un acontecimiento que calificó como uno de los más duros de su vida: “Pero llegué a tener situaciones en las que, digamos, me escapé cuando vino un auto que era de la Escuela de Mecánica de la Armada y salimos todos, y dos o tres murieron, uno de los cuales era hijo de un senador radical [Sergio González Gass] (…) Yo salí corriendo, corriendo, corriendo, me subí a un colectivo… no sé cómo, tiré el tapado que tenía y zafé” Lo que Carolina Serrano o Cali –nombre y apodo de cobertura en la clandestinidad no llegó a aclarar es que en esa oportunidad, a las 8 de la mañana del 14 de septiembre de 1976, ella realizaba tareas de información para una acción de la Columna Norte de Montoneros, lideraba entonces por su cuñado, Rodolfo Galimberti. En esa oportunidad fueron acribillados cuatro de sus compañeros de militancia. Cuando horas después llegó al control en un Bowling de Zona Norte, no paraba de llorar y de justificarse: “No les pude avisar, Rodolfo”, dijo. Dos semanas después desaparecía quien había sido su pareja, Ernesto “el Gallego” Fernández Vidal. El 26 de enero de 1977 tuvo el mismo destino trágico otro de sus amores de juventud, José Manuel Puebla.

El presbítero dominico Tomás de Torquemada nació en 1420 y se desempeñó como confesor de la reina Isabel la Católica. Fue el primer inquisidor general de Castilla y Aragón en el siglo XV y el máximo defensor del Decreto de Granada, que expulsó a los musulmanes y judíos de España en 1492. Sus orígenes hebreos lo llevaron a ser uno de los más crueles inquisidores de la época: debía probar a las altas autoridades que era un cristiano capaz de diferenciarse de sus ancestros y que podía torturar a los marranos y a los moros con igual saña.

Para justificar la cacería de los herejes, Torquemada esgrimió la aparición de un cadáver que pasó a denominarse Santo Niño de La Guardia. En 1491 se encontró a la criatura asesinada, y el presbítero dominico sugirió que debía culpabilizarse por el crimen a una práctica ritual llevada a cabo por la tradición judía. Esa iniciativa le permitió convertirse en uno de los redactores del Edicto de Granada, promulgado el 2 de agosto de 1492, que dictaminaba la expulsión. Dicha norma fue derogada cinco siglos después, en el año 1969. El fanatismo de los conversos tiene esa prosapia de distanciamiento y negación: es capaz de actuar el personaje más cruel para desmentir u ocultar su pasado.

Tomás de torquemada.

Jorge Elbaum para La Pluma

Editado por María Piedad Ossaba

Publicado por ELCoHETEALaLuna, 6  de agosto de 2023