Debilidades de la izquierda

El problema más preocupante de la izquierda podría ser su enorme orfandad ideológica. En efecto, sus  dos referentes más destacados, el comunismo y la socialdemocracia, han sufrido una profunda crisis con el derrumbe de la URSS y del llamado “socialismo realmente existente” en el este de Europa y con la hegemonía del modelo neoliberal en la Europa Occidental que ha puesto fin a las formas del llamado Estado del Bienestar. El modelo soviético colapsó debido fundamentalmente a las dinámicas creadas por el mismo modelo que tiene a Stalin como referente principal. La burguesía que desmonta ese socialismo e impulsa un capitalismo de características casi feroces no es el resultado de una infiltración exitosa del capitalismo occidental ni de una traición de los antiguos dirigentes sino resultado mismo de la propia dinámica de esas sociedades que fueron generando una nueva burguesía en las áreas claves de su sistema: la gran industria y los estamentos del poder político y administrativo. Casi sin excepción, los actuales gobernantes de lo que antes era el campo socialista ni vinieron del extranjero ni cayeron del cielo, son el fruto del orden social precedente.

Por su parte la socialdemocracia de la Europa occidental apostaba por la reforma del sistema en una dinámica que culminaría con un orden nuevo, socialista. Desde esta perspectiva los acuerdos capital-trabajo que funcionaron en el Estado del Bienestar (también con formas similares en Estados Unidos) supusieron una mejora substancial del nivel de vida de las clases asalariadas y un rol destacado de los partidos socialistas en el escenario político; todo parecía indicar que el camino de las reformas era el adecuado a tal punto que en Europa los partidos comunistas (con bastantes matices) terminaron apoyando esas prácticas reformistas; no sorprende entonces que al final -casi todos ellos- resolvieron abandonar los objetivos revolucionarios y optaron por aquel modelo del denominado “eurocomunismo”, que no era otra cosa que la renuncia al carácter revolucionario de sus partidos. De aquellos partidos, claves en la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y en tantos casos hegemónicos en el movimiento obrero, apenas queda algo.

La apuesta mundial de la burguesía por el modelo neoliberal ha supuesto la profunda crisis de las estrategias reformistas. Los motivos que llevan a los capitalistas a tal decisión tienen que ver seguramente con la caída del Socialismo Realmente Existente tal como señalan muchos analistas, pues desaparecido el “peligro comunista” se creaban las condiciones políticas para terminar los acuerdos con el movimiento sindical y con los partidos socialistas que tuvieron su mayor expresión en el keynesianismo. Pero seguramente que en el rompimiento de este pacto social entre capital y trabajo y la vuelta a las formas más duras de la explotación capitalista juega un rol de no poca trascendencia la actual Revolución Tecnológica (apenas en curso) que impuso renovar a fondo muchas de las condiciones técnicas en los procesos productivos y, por ende, la necesidad imperiosa de atesorar grandes cantidades de nuevo capital para modernizar los procesos productivos. Como comprueban los registros estadísticos en todo el mundo, aunque en estos treinta o cuarenta años de aplicación del modelo neoliberal los cambios tecnológicos han supuesto un incremento enorme de la riqueza social, casi en la misma proporción se ha reducido el ingreso de las clases trabajadoras, es decir, el moderno asalariado y los sectores de la pequeña y mediana propiedad. Dada la forma en que se extiende el capitalismo a nivel mundial, ese incremento de los niveles de explotación que ya son evidente es las áreas metropolitanas resultan mucho más dramáticos en la periferia (los llamados países pobres).

En el caso de los partidos de izquierda en Latinoamérica y el Caribe esta crisis teórica no es menor. Cuando la izquierda apostó por el cambio revolucionario mediante la insurrección solo tuvo éxito en Cuba y Nicaragua. En el caso de Cuba se apostó por el socialismo tipo soviético que, en tantas formas salvó esa revolución; pero la caída de ese modelo en Europa y el fin del apoyo supuso la mayor crisis económica vivida por la Isla. Sin embargo, debido a la forma muy particular de su modelo Cuba mantiene su proyecto socialista y es sin duda un referente obligado para la izquierda en la región. Podría ser que ese modelo responda -guardadas las grandes diferencias- al proyecto vietnamita o chino (con diferencias aún mayores, por razones obvias). Los proyectos insurrecionales de tipo guerrillero no tuvieron éxito en el resto del continente y de las fuerzas políticas que los impulsaban resta poco o nada, a excepción probablemente de Colombia.

El proyecto reformista en Chile fue aplastado por la sangrienta dictadura militar de la derecha y tan solo la profunda crisis que ha traído el modelo neoliberal abrió nuevos espacios, si no a fuerzas de la izquierda tradicional sí a nuevas corrientes reformistas, apoyadas por esa izquierda. Los casos más relevantes son los de Brasil, México, Argentina, y de Colombia, que registra el primer triunfo  de fuerzas de izquierda y progresismo de toda su historia. Pero todas estas nuevas expresiones del cambio están lejos de asumir el modelo socialista tradicional como referente. Casi todos los partidos que se han inspirado en ese modelo han sido sometidos por diversas formas de dictadura a verdaderas campañas de exterminio. En el caso de Colombia, el asesinato de casi seis mil militantes del partido Unión Patriótica resulta ser, sin duda, uno de los ejemplos más dramáticos de esas políticas de exterminio inspiradas por la derecha internacional, en particular por Estados Unidos.

Imágenes de integrantes de la Unión Patriótica asesinados y desaparecidos en un acto en homenaje a su memoria realizado en la Plaza de Bolívar, Bogotá, 29 de octubre del 2018.

Tampoco las estrategias del reformismo parecen consolidar un modelo que pudiera llamarse de “nuevo keynesianismo”. En el mejor de los casos las nuevas fuerzas reformistas en Latinoamérica y el Caribe combinan medidas destinadas a mejorar la condición de  los sectores más pobres con otras de claro tinte nacionalista, apostando por la defensa de los intereses locales frente a las grandes empresas transnacionales y las potencias del Occidente rico. Pero a diferencia de otras épocas en que tales políticas eran impulsadas por un sector de la burguesía criolla (con amplio apoyo popular) -el entonces denominado “desarrollismo”-, esa fuerza burguesa apenas comparte los propósitos reformadores y nacionalistas a pesar del impacto tan negativo que el neoliberalismo deja en la mediana y pequeña empresa local. En realidad las nuevas dinámicas son aquí impulsadas por sectores de las clases medias, la clase obrera local y los muy numerosos sectores populares llamados aquí “el pobrerío”.

De todas maneras, las fuerzas del cambio radical en este continente oscilan entre una apuesta sensata por las reformas inmediatas (que es lo que permite la actual correlación de fuerzas) pero sin renunciar a objetivos mayores de naturaleza revolucionaria; su expresión más clara se da en Venezuela y en Bolivia (el denominado “Socialismo del siglo XXI”). Pero la mayoría de las fuerzas reformistas (sobre todo en los países de mayor relevancia en la región) parecen apostar por alguna forma de keynesianismo (en lo interior) y por alianzas regionales -la llamada integración- que les permita un desempeño diferente en el entramado mundial, un ejercicio real de una soberanía nacional que hasta hoy solo ha sido una frase vacía.

Juan Diego García Para La Pluma, 24 de abril de 2023

Editado por María Piedad Ossaba