La vida viene a ser un fogonazo de osadía mejor o peor pensada que te lleva y te trae por la calle. Doblando esquinas te encuentras con los otros, esos que también son tu memoria, la historia de una vida compartida. Y sales de tu refugio, te cruzas con ellos, dejas atrás miedos y suspicacias, los nombras, los abrazas, te quitas el sombrero, desmontas los prejuicios, te sientas a desandar el tiempo como si fuera suyo, como si fuera nuestro, descorchas un saludo, compartes una mesa, remiendas las distancias, te pierdes, te descubres pero, sobre todo, celebras los encuentros.
A racionales dosis de locura, andas en tránsito por nubes y tejados aprendiendo a exorcizar iglesias, a desmontar engaños y a disolver absurdos, así que apagas todo lo que no sea música y vuelves a la calle llevando de la mano a ese niño que sabe que no mientes.
La vida es un fulgor alegre y atrevido, un sensual aldabonazo que solemos oír muy tarde, cuando ya ningún día nos es indiferente, y hay días para cerrar los ojos y que la tarde desenrede nostalgias y desnudos hasta llorar la noche a sorbos y en silencio, como hay días para nacer, para abrazarse al mundo y dejar, al cabo de la noche, una sonata de amor en la ventana y una sonrisa colgada del espejo.
(Preso politikoak aske)
Koldo Campos Sagaseta, Columna Cronopiando para La Pluma, 17 de abil de 2023
Editado por María Piedad Ossaba