Crisis final, crisis permanente y las posibilidades del sistema

Ninguna “ley” rige el funcionamiento del capitalismo, tal como acertadamente indicó el filósofo de Trier (Tréveris); el sistema funciona por “tendencias”, una acertada idea que elimina los determinismos y deja un campo amplio a la construcción humana, a la política.

Ante la dimensión de la crisis actual del capitalismo se producen predicciones de todo tipo, desde quien minimiza en extremo sus formas más agudas hasta quienes pronostican una suerte de “crisis final”. En las filas de la izquierda también se manifiestan estas expresiones que van entonces de una suerte de pragmatismo responsable a llamados a la batalla final y pronostican el nacimiento de una nueva civilización. Estos análisis, en muchas formas, reeditan debates similares en el seno de la izquierda cuando el sistema parecía colapsar (Primera Guerra Mundial y Revolución de Octubre) o cuando parecían inaugurarse procesos similares después de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del Campo Socialista.

 

Algunos elementos de la actual  son ciertamente de enorme impacto y podrían justificar predicciones de este tipo. En efecto, la crisis económica de 2008 en realidad no ha sido superada por las medidas de los gobiernos y parece haberse convertido en una forma de comportamiento permanente del sistema (con altos y bajos más o menos intensos pero sin llegar a formas como la Gran Depresión de 1929); la pandemia del Covid-19 ha puesto de manifiesto la enorme limitación de los Estados para hacer frente a tal desafío, no menos que la actual guerra en Ucrania cuyo desenlace parece cada vez más impredecible y que según las voces más pesimistas podría inclusive desembocar en una guerra nuclear, si bien con el uso de bombas atómicas de un impacto menor que las clásicas y dando una nueva forma a la “guerra fría”.

Es claro igualmente el profundo deterioro de las instituciones del sistema capitalista. Los partidos políticos ofrecen un panorama de desgaste profundo, con dirigentes cuya función de marionetas del gran capital aparece con una evidencia tal que resta, cuando no elimina, la confianza ciudadana. Es la crisis de la política que explicaría el desgaste profundo de esas instituciones inclusive allí en donde la confianza en dirigentes e instituciones había sido considerable, tal como lo confirman fenómenos como la abstención electoral creciente aún en países en los cuales la alta participación ha sido tradicional o el resurgimiento de las formas más groseras y primitivas de la política fomentadas por una extrema derecha que tanto recuerdan el fascismo y el nazismo tradicional que se creían superados. La abstención afecta a sectores de poca cultura política tanto como a grupos significativos de la juventud que ven en las instituciones y en los partidos políticos poco o nada que les merezcan la menor confianza.

No sorprende el avance de una extrema derecha que gana adeptos entre sectores de baja o escasa cultura política y sobre todo entre sectores pequeño burgueses que siempre ven con hostilidad a los asalariados y a los intelectuales críticos. Es la versión renovada del clásico “tendero de barrio” que sirvió de soporte inicial a los nazis en Alemania. Como siempre el gran capital, espera la evolución de los acontecimientos para utilizar a los partidos burgueses tradicionales si la encrucijada se supera con los medios civilizados o, por el contrario un colapso del sistema de impredecibles consecuencias aconseja dar a la extrema derecha el rol decisivo, tal como se produjo antaño con el fascismo. Ese parece ser el panorama actual y el debate se centra entonces en saber si el sistema puede resolver sus contradicciones ateniéndose las reglas de la democracia o por el contrario habrá que permitir al fascismo asumir el mando.

Este panorama en las metrópolis se repite de forma más dramática en el Nuevo Mundo. Y aquí la izquierda se debate en términos muy similares aunque a los factores internos debe agregar el factor externo, las modernas formas de imperialismo. Si Lula gana en Brasil se aumentaría los avances del centro-izquierda en el continente, que en su mayoría apuesta por reformas pactadas con el centro político y social, buscando alianzas internacionales favorables con las nuevas potencias económicas y cerrando así el peligro de un triunfo del fascismo criollo. En el fondo estos gobiernos de centro-izquierda coinciden en términos generales con las políticas de muchos gobiernos europeos que impulsan reformas parciales al sistema neoliberal, reformas que en el mejor de los casos supondrían un cierto retorno al desmantelado Estado del Bienestar. Aquí la oposición del gran capital es importante pero mientras no se precipite una crisis muy profunda es bastante probable que opten por el camino de esas reformas.

En Latinoamérica los gobiernos del centro-izquierda impulsan reformas que consigan armonizar los intereses de las mayorías con un sector clave del empresariado local muy afectado por las políticas de “apertura” (neoliberal). Si en el Viejo Mundo se trata de rehacer aunque sea parcialmente el viejo Estado del Bienestar en el Nuevo Mundo se trata de superar la enorme desigualdad social y la pobreza económica, provocando la oposición enconada de la gran burguesía. Aquí como en el resto del mundo esa gran burguesía no representa más del 1% de toda la población pero consigue apoyos nada desdeñables que incluyen sectores populares que le permiten en algunos casos ganar las elecciones o restarle mucho poder en las instituciones a las fuerzas del centro-izquierda. La izquierda tiene entonces el reto de convencer a esos sectores populares que apoyan a la derecha de la coincidencia de sus reformas con los intereses de esos sectores.

Nada permite afirmar que el sistema está a punto de colapsar; no al menos de forma inmediata. Lo prudente para la izquierda es entonces impulsar las reformas que sean posibles y tratar de evitar que avance la extrema derecha. Se trata de encontrar salidas civilizadas a la crisis (aunque sea dentro del capitalismo) o encontrarse abocados a enfrentarse a nuevas formas de fascismo

El capitalismo ha encontrado salidas a sus crisis y frustrado la aparición de un orden social alternativo. Estas alternativas no siempre fueron el fascismo aunque sí guerras mundiales con un coste inconmensurable para la humanidad. Salidas revolucionarias tal como formulan algunas tendencias de la izquierda que consideran que estamos ante la “crisis final” del sistema y que por tanto la única salida que se debe apoyar es precisamente la de instaurar un nuevo orden social, esencialmente diferente del capitalismo no parecen corresponder a la real correlación de fuerzas. Fórmulas reformistas del capitalismo pueden ser aplicadas y dar entonces una salida a la crisis del sistema aunque solo sea temporal; el fascismo no es necesariamente su única alternativa.

Es el  “análisis concreto de la situación concreta” aquello que permite diseñar una estrategia adecuada y señala si es el momento de la reforma o de la revolución. Otra cosa bien diferente es cómo se armonice ese objetivo reformista inmediato  con los objetivos revolucionarios de mediano y largo plazo. Ninguna “ley” rige el funcionamiento del capitalismo, tal como acertadamente indicó el filósofo de Trier (Tréveris); el sistema funciona por “tendencias”, una acertada idea que elimina los determinismos y deja un campo amplio a la construcción humana, a la política.

Juan Diego García para La Pluma,11 de octubre de 2022

Editado por María Piedad Ossaba