La ampliación de gobiernos alternativos en la región latinoamericana (México, Perú, Bolivia, Honduras, Chile, Colombia y posiblemente Brasil) ha exigido nuevamente el debate teórico sobre las distinciones en las “izquierdas”, como también la diferenciación entre “progresismo” e “izquierda”. Diversas notas de prensa postulan el nacimiento de una “nueva izquierda” y otras aseveran la existencia de un “nuevo ciclo progresista” o una “izquierda moderna”. Hasta el diario The New York Times plantea que la “izquierda asciende” en América Latina.
El generador mexicano de opinión Alfredo Jalife sugiere una cartografía de la izquierda latinoamericana desde la lupa norteamericana: izquierda “exorcizada” (Cuba, Nicaragua, Venezuela), izquierda “políticamente correcta” (Honduras, Chile, Colombia, México) e izquierda “hibrida” (Bolivia). En el periódico El País de España, el jurista colombiano César Rodríguez publica una columna titulada “Colombia y la nueva izquierda latinoamericana”, en la que interroga por lo novedoso de esa “nueva izquierda”. Ante esta interpelación responde: “Creo que lo realmente nuevo y distintivo del progresismo que ganó este año en Colombia y Chile es lo que les faltó a todas esas izquierdas: una propuesta de agenda ambiental y modelo económico que entiende que los combustibles fósiles y las industrias extractivas son el pasado”. “Esas izquierdas” a las que alude son los denominados “gobiernos progresistas”, que en la primera década del siglo XXI terminaron compartiendo “con la derecha la promoción entusiasta de las industrias extractivas, desde el petróleo y el carbón hasta la minería y el agronegocio”.
En medio de tanta inflación periodística y exponencial fanatismo electoral es prudente retornar a preguntas fundamentales y establecer ciertos matices.
¿Existen diferencias relevantes entre izquierda y progresismo? ¿Se puede postular categóricamente el surgimiento de una nueva izquierda en nuestro continente? ¿Qué significa tener una perspectiva de izquierda en el campo ecológico? ¿Basta introducir la problemática ecológica para representar una perspectiva de izquierda? No pretendemos asumir estos complejos interrogantes, pero si llamar la atención sobre la urgencia del preguntar y las limitaciones que contiene la introducción en la discursividad de izquierda de temáticas en boga como la ecología, el feminismo, lo étnico y lo intercultural.
El presente escrito se limita a señalar las tensiones y contradicciones que contiene la propuesta ecológica del actual progresismo latinoamericano, señalando que existen diferencias importantes entre esta propuesta de interpretación y la ecología política de izquierda. Partimos de la premisa de que el progresismo es una adaptación contextual de la “economía verde”, divulgada por los organismos internacionales a partir de la Conferencia de Río de 2012.
Dividimos este ensayo en tres partes. En la primera, destacamos que la postura ecológica está condicionada por el diagnóstico que se elabore de la crisis contemporánea. La segunda está orientada a constatar la existencia de una larga e importante tradición de ecologías de izquierdas. La tercera pretende mostrar las posturas teórico-prácticas que aproximan el progresismo a la economía verde y no necesariamente a posturas de izquierda no capitalista.
Lectura de la crisis contemporánea
Para el pensamiento crítico atravesamos la mayor crisis sistemática de la historia, conformada por la “conjunción sinérgica de todas las crisis: económica y financiera; ecológica, ambiental, climática y epidemiológica; ontológica, moral y existencial. Su alcance es mundial, global y planetario; personal y colectivo” (Leff, 2020, p. 119). El análisis y comprensión de esta crisis multidimensional debe intentar abrirnos a otros horizontes de vida y otros mundos posibles; se trata de acciones transformadoras en medio del desastre. Minimizar o negar la profundidad de la crisis sería mala fe o conciencia ingenua.
Para Arturo Escobar (2020), las lecturas más interesantes sobre la crisis actual, porque orientan pautas para la acción colectiva hacia mundos abiertos a la diferencia y al “pluriverso”, pueden agruparse en dos categorías: (a) aquellas que analizan la relación entre crisis, pandemia y capitalismo; (b) aquellas que interpretan la crisis en clave civilizatoria como una crisis de la civilización eurooccidental.
En las primeras podemos ubicar tres grupos de análisis. En primer lugar, los análisis marxistas y postmarxistas de la economía política centrados en el tipo de crisis causada por los efectos de la pandemia en ámbitos como la acumulación y legitimación, el papel de los Estados y la precarización de grupos sociales particulares. Destacando la situación actual como una nueva fase de “acumulación por desposesión” o un tipo de “capitalismo del desastre”. En segunda instancia, perspectivas que establecen estrechos nexos entre biopolítica y gubernamentalidad capitalista, hacia nuevas formas de control de las subjetividades y los cuerpos. En tercer lugar, otros análisis que auscultan la implantación de “regímenes digitales de vigilancia”, con claras tendencias fascistas para asegurar el orden y la seguridad en beneficio de las clases dominantes.
En las segundas, aquellas discursividades en clave civilizatoria, encontramos tres registros o énfasis, pero entrelazados entre sí y complementarios. Se distinguen de las primeras en que no limitan su análisis al capitalismo, sino que introducen la crisis del patrón civilizatorio occidental heteropatriarcal, clasista, racista, moderno y colonial, como también sus formas hegemónicas de conocimiento, ciencia y tecnología, que lejos de ofrecer salidas a la crisis civilizatoria contribuyen a profundizarla. El primer énfasis lo conforman las preocupaciones sociales, como la aberrante desigualdad, la concentración de la riqueza, la precarización de la vida, los grupos vulnerables, etc., insistiendo en un cambio radical del proyecto societal. El segundo registro lo representan las interpretaciones ecológicas que apuntan a cuestionar la cacareada noción de “sustentabilidad” y promueven la conciencia del “colapso ambiental y climático”; subrayan el desbalance ecológico entre especies, la fragmentación de hábitats y la erosión de la biodiversidad. “Nos conducen a un reencuentro urgente con la Madre Tierra, haciéndonos una invitación cada vez más convincente a reimaginarnos como naturaleza y como comunidad entre humanos y más-que-humanos” (Escobar, 2020, p. 40). El tercer énfasis evoca las narrativas ontoepistémicas que toman distancia del dualismo ontológico característico del proyecto moderno eurooccidental y del capitalismo.
Estos dualismos son corresponsables de la actual crisis civilizatoria y algunos de ellos son sujeto/objeto, mente/cuerpo, razón/emociones, naturaleza/cultura, civilización/barbarie, ciencia/ignorancia, progreso/retroceso, desarrollo/subdesarrollo, etc. La crítica a estos dualismos pretende posicionar la “relacionalidad” o “pluriversidad” como otro paradigma de lo real, como también perspectivas postdualistas.
Se asuma la orientación del diagnóstico capitalista o del civilizatorio, la forma de resistir y construir alternativas a la crisis sistémica no puede ser restablecer esa máquina infernal que llamamos “normalidad” o “capitalismo caníbal” (Fraser, 2022). Los caminos están colmados de incertidumbres, pero dos premisas se han ido convirtiendo en consejos importantes: no pueden existir soluciones de tipo individualista a una crisis sistémica, y las alternativas pasan por la desmercantilización, desracialización, despatriarcalización y descolonización de las relaciones sociales y con la naturaleza.
Izquierdas y ecología
Postular que lo novedoso de la “nueva izquierda” latinoamericana consiste en la introducción de una “agenda ambiental” es problemático en varios aspectos. En primer lugar, es cuestionable insinuar que las izquierdas teóricas y prácticas nunca han asumido la temática ecológica. En segundo lugar, sería ineludible analizar cuándo esa “agenda” es caracterizadamente de izquierda y cuándo no lo es. Tercero, realizar una crítica al progresismo de inicios del siglo XXI no puede extrapolarse a todo el conjunto de las izquierdas de nuestro continente. Tampoco podemos desconocer los importantes procesos constituyentes en Bolivia y Ecuador, que confrontaron de forma radical el antropocentrismo y postularon Estados plurinacionales e interculturales. La dimensión ecológica de sus Constituciones es un ejemplo para el mundo; otro asunto es la incoherencia de sus gobiernos progresistas.
Es conveniente reconocer, como lo ha subrayado Nancy Fraser (2022), que la “política climática” ha pasado al “centro del escenario” del debate y actores políticos de muy diversos colores se están vistiendo de verdes. El populismo de derecha ha creado el engendro de un “eco-nacional-chovinismo” y la socialdemocracia actual, desmoralizada por su complicidad con el neoliberalismo, ha sugerido la vertiente de la New Green Deal. La “ecopolítica” se ha vuelto omnipresente ante la crisis de época que estamos experimentando, pero no toda es necesariamente de izquierda.
Este no es el lugar para exponer la historia del vínculo entre izquierda y ecología en el pensamiento crítico europeo y latinoamericano, pero si para evocar algunos hitos. Una historia colmada de pluralidad de perspectivas y diversidades, pero también de limitaciones: los interesantes estudios de Marx y Engels sobre la “ruptura metabólica” recuperados por J. Foster y A. Schmidt; la ecología social de inspiración anarquista de M. Bookchin e I. Ilich; las brillantes elaboraciones críticas al progreso y la ilustración formuladas por la Escuela de Frankfurt; el potente “ecosocialismo” asociado a pensadores como A. Gorz, R. Williams, J. O’Connor, M. Löwy; la muy rica ecología política latinoamericana de Franz Hinkelammert, Eduardo Galeano, Enrique Leff, Leonardo Boff y Orlando Fals Borda, entre muchos otros; las luchas de los pueblos ancestrales y los movimientos sociales por el “buen vivir”; la enumeración sería demasiado extensa.
Esta tradición de ecologías de izquierdas comparte algunas tesis con ciertos matices. Primera, el capitalismo alberga en su estructura una profunda contradicción ecológica que lo predispone a las crisis ambientales; su productivismo, el afán ilimitado de ganancia y la idea de progreso, conducen a un desastre ecológico de proporciones incalculables. La acción de un “capitalismo limpio” o de una reforma del capitalismo para controlar sus “excesos” no es posible debido a esta contradicción estructural. La protección del equilibrio ecológico del planeta es incompatible con la lógica productivista, expansiva y destructiva del capital. Segunda, el colapso ecológico se intensifica por el entrecruzamiento del capitalismo con otras formas de dominación como la opresión imperial, el racismo y el patriarcado. Se pueden establecer íntimas relaciones entre la ginofobia, el colonialismo y el desprecio por la Tierra. Las formas de dominación se entrelazan y se exacerban. Tercera, es imperioso evitar un “ecologismo reduccionista” que limite su discursividad al “cambio climático” o a la descarbonización de la economía. Este ecologismo empobrecido contiene tres aporías constitutivas: intenta aislar la ecopolítica de la crisis civilizatoria actual; quiere pasar por alto la crítica marxiana al capitalismo, y pretende desvincular las interrelaciones entre explotación humana y destrucción de la naturaleza, componentes centrales de la acumulación capitalista.
Existe una larga y profunda tradición ecológica de las izquierdas. La centralidad y omnipresencia contemporánea de la ecopolítica no puede ser confundida con la “novedad” de la problemática en las izquierdas. Como tampoco sostener que la emergencia de cualquier “agenda ambiental” es necesariamente de izquierda.
Progresismo y límites de la “economía verde”
Ante el desgaste de la noción de “desarrollo sustentable”, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) elaboró en 2011 un documento que orientó las deliberaciones de la Conferencia de Río (2012), el cual conocemos como Hacia una economía verde. Se trata de la propuesta hegemónica que defienden y expanden los organismos internacionales del poder mundial. Su pretensión es definir un “nuevo marco conceptual” para orientar los debates, negociaciones y procesos de formulación de políticas públicas en los distintos países y organizaciones transnacionales. Una propuesta encadenada por los poderes hegemónicos que gobiernan el orden mundial. Un análisis detallado de la propuesta de la economía verde nos muestra que estamos ante un “sofisticado esfuerzo por demostrar que es posible resolver los problemas de la crisis ambiental del planeta sin alterar la estructura global del poder en el sistema mundo, ni las relaciones de dominación y explotación existentes en éste. Se argumenta a lo largo del informe que con los mismos mecanismos de mercado y patrones científicos y tecnológicos, con la misma lógica de crecimiento sostenido, será posible salvar la vida en el planeta” (Lander, 2019, p. 4). Se trata de una perspectiva teórica que nunca podrá plantearse las preguntas por el decrecimiento o elaborar una deconstrucción radical de la economía hegemónica.
Las tesis fundantes de la economía verde son altamente problemáticas y de cierta forma son una readaptación del enfoque del “desarrollo sustentable”. La primera: consideran un “mito” el dilema, subrayado por la ecopolítica de izquierda, entre progreso económico capitalista y sostenibilidad ambiental. Parten del supuesto de que realizando una transición a la economía verde se podrá repotenciar la economía global con tasas de crecimiento superiores al modelo actual, mejorar los empleos y reducir la pobreza, pero reconociendo el valor de la naturaleza, es decir, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero, descarbonizando la producción y mitigando la presión sobre el entorno natural. En ningún caso se trata de cuestionar las nociones de progreso, modernización, crecimiento ilimitado, desarrollo, productividad, ganancia, etc., sino simplemente reorientar las inversiones y la innovación hacia una economía más verde. Conciben que es posible armonizar la industrialización con su “destrucción creativa” con la sostenibilidad ambiental. La segunda: las dificultades actuales se deben a una asignación incorrecta del capital y por tanto a fallas del mercado; en las últimas décadas se han realizado demasiadas inversiones en activos financieros, combustibles fósiles y bienes raíces, mientras han sido escasas las inversiones en energías renovables, conservación del agua, agricultura sostenible, transporte público, turismo, protección de los ecosistemas y diversidad biológica. La solución está en crearle otras señales al mercado, fomentando inversiones más rentables para la “preservación de la vida” que aquellas que le hacen daño; el problema ambiental se corrige reorientando las inversiones. Una especie de política de la “vida” destinada a la “muerte entrópica del planeta” (Leff). La tercera tesis: la solución pasa por atribuirle a los Estados la capacidad de políticas públicas impositivas, que, a través de regulaciones e incentivos, reorienten las inversiones privadas de una economía marrón (productora de carbono) a una economía verde (baja en emisiones de carbono). Es posible recuperar el “espíritu emprendedor” de los Estados para asumir riesgos, crear mercados, pero también su liderazgo realizando inversiones en innovación científica y tecnológica.
El ejemplo más optimista de esta perspectiva lo conforma la propuesta tecnofascinada de la economista ítalo-norteamericana Mariana Mazzucato hacia una “industria verde” o un “crecimiento verde”. En el capítulo VI de su texto El Estado emprendedor (2014), propone la financiación estatal de una “revolución industrial verde”, que consiste en un sistema industrial global que sea completamente sostenible a nivel ambiental. Esa sostenibilidad solo requerirá, para la economista, una transición que ponga al frente tecnologías energéticas limpias no contaminantes e “infinitas”. El debate sobre esa noción prometeica del ser humano como amo y señor de la naturaleza a partir de la “geoingeniería” limpia apenas comienza. Como si las tecnociencias actuales fueran “neutrales” y no corresponsables del colapso ecológico del planeta. Es conveniente evocar siempre el principio de precaución de H. Jonas, tan cultivado por la bioética contemporánea, para evitar los delirios de la racionalidad instrumental: “la capacidad tecnológica humana para producir cambios en la naturaleza siempre será mayor que la capacidad científica para prever los efectos de estas alteraciones”.
El progresismo latinoamericano actual ha realizado un pacto con la economía y el crecimiento verdes. Su “novedad” no consiste en la introducción de una agenda ambiental, sino en el tipo de agenda que ha incorporado e introyectado. El “nuevo” progresismo ha abandonado el “ecocentrismo” o “biocentrismo” de nuestras tradiciones ancestrales, la potencia transformadora del suma kawsay, suma qamaña, el “buen vivir” o el “bien vivir”, como también el ecofeminismo y el ecosocialismo latinoamericano. Se ha deslizado hacia una visión modernizante, productivista y procapitalista de la problemática ambiental.