El resquebrajamiento de la hegemonía mundial de los Estados Unidos ya es un hecho incontrovertible pues tiene aventajados competidores en la esfera económica con los avances de China, sobre todo, que al parecer está a punto de convertirse en la primera economía del planeta, es decir, el primer productor y por tanto el primer vendedor, y principal comprador de materias primas. Ni Estados Unidos ni sus aliados dominan como antes el mercado mundial y por ende la disputa por el control del planeta aparece en el centro mismo de sus preocupaciones estratégicas; la llamada globalización actual no ha hecho más que intensificarla pues en realidad, siempre la hubo desde que se inauguró la época moderna con la circunnavegación del planeta en el orígen del capitalismo. Estados Unidos y sus aliados ya no tienen tampoco el monopolio bélico aunque sus industrias militares siguen encabezando la producción mundial de armas; es otro sector que poco a poco se escapa a su control. Las armas atómicas, por ejemplo, dan a un país como Corea del Norte prácticamente la capacidad de hablar de igual a igual con Washington a pesar de la enorme distancia militar que les separa. No por azar las grandes potencias intentan, sin resultados, impedir que se amplíe el llamado “club nuclear”.
Las nuevas tecnologías y el avance general de la ciencia tampoco son ya del predominio absoluto de las potencias tradicionales. China, por ejemplo, no es solo un gran productor de artículos de consumo y de bienes de producción sino también un país decisivo en la investigación científica más avanzada, compitiendo con éxito con Estados Unidos, Europa y Japón. Hasta países de capacidad económica menos decisiva han hecho avances considerables en este aspecto. La tecnología ya no es monopolio del capitalismo occidental de tal manera que el nuevo orden que va reemplazando el tradicional avanza con bases sólidas generando márgenes de autonomía e independencia nacional y regional que hace algunos años parecían una utopía inalcanzable.
El dominio estadounidense y europeo de la política mundial también se resquebraja como puede comprobarse en el actual conflicto en Ucrania; a excepción de algunos gobiernos del mundo periférico la gran mayoría de estos gobiernos –empezando por China pero también por India, que juntas representan algo así como la mitad de la población mundial- si bien no apoyan la intervención militar rusa y abogan por salidas diplomáticas y acuerdos entre las partes, están lejos de unirse al coro de los gobiernos europeos y estadounidense que intervienen directamente en el conflicto y tienen una enorme responsabilidad en la generación y desarrollo de ese conflicto bélico. La mayoría de los gobiernos del resto del planeta -Latinoamérica, el mundo árabe o africano- con señaladas excepciones, no ven esa como su guerra y aunque la lamentan tampoco secundan las sancionen con las que Occidente busca castigar a Rusia. Prácticamente todos –hasta gobiernos como el colombiano, tan sometido a los dictados de Occidente- aunque formalmente acogen algunas de esas sanciones, las burlan en la práctica por el impacto negativo que tendrían en sus economías.
Inclusive la ampliación de la OTAN, vista como un triunfo de Washington, tiene también otra lectura pues los países como Alemania y Francia, aunque formalmente apoyan las medidas contra Putin en la práctica proceden de forma tal que buscan siempre salvar sus intereses nacionales ya que Rusia no solo es un gran mercado para sus productos sino una fuente de materias primas y energía muy complicado de sustituir; lo mismo sucede con varios países del área oriental o del norte del Viejo Continente, muy dependientes del mercado ruso, sin olvidar el estratégico rol de Turquía que hace todo lo posible por alcanzar un equilibrio en sus relaciones con Rusia y las potencias occidentales.
Además, una mayor presencia europea dentro de la OTAN resta poder a la hegemonía que hasta ahora ha ejercido Estados Unidos en su seno. No faltan las voces en los gobiernos europeos llamando a la moderación y sugiriendo que solo la diplomacia ofrece salidas ventajosas para todos. La idea de unas fuerzas armadas europeas, aunque se presenta como un “reforzamiento” de la OTAN no deja de dar alientos a quienes en realidad buscan alcanzar una relación menos dependiente de Washington (Francia lo ha buscado siempre, desde De Gaulle); apenas debe sorprender que medidas contra el gobierno ruso o no se cumples, o se cumplen a medias o se lo hace formalmente pero siempre con matices que terminan por hacerlas inútiles.
El impacto del conflicto en la economía estadounidenses (y mundial) ya es evidente y refuerza las voces de quienes piden no solo que se busque una salida rápida de esa guerra sino que van más allá, pues señalan la necesidad de buscar maneras civilizadas para alcanzar un nuevo orden internacional en el cual, aunque las leyes del mercado no dejan de ser crueles y despiadadas (tan inspiradas en el darwinismo social) al menos podrían impedir nuevas hecatombes. La Sociedad de las Naciones no consiguió impedir la Segunda Guerra Mundial y la actual Organización de Naciones Unidas resulta impotente frente a la actual evolución de los conflictos y ante los riesgos de una guerra nuclear si la pugna de las grandes potencias actuales no se consigue controlar. Estados Unidos tendría que empezar por reconocer que ya no es la potencia hegemónica del planeta; aceptar que el bloque de los llamados países BRICS –China, en particular, pero también India y Brasil, en algunos aspectos- pronto serán (si ya no lo son) una competencia invencible en el duro juego del mercado mundial. Washington tendría que aceptar que en esta competencia funcione solo “la fría lógica” del beneficio, resultado de un juego civilizado entre oferta y demanda, tal como lo predica la economía burguesa, excluyendo la agresión a los competidores en cualquiera de sus formas (militar, económica, política, etc.). Los capitalistas europeos deberían buscar igualmente fórmulas que lleven a ese nuevo orden mundial en el cual pueda el Viejo Continente hacer equilibrios similares, pacíficos y civilizados, para alcanzar las distancias necesarias con Estados Unidos y afianzar nuevas relaciones con las potencias emergentes (China, en particular). Entre otros motivos porque militarmente, Occidente no saldría bien librado en una guerra con esas nuevas potencias; la época del colonialismo fácil terminó hace tiempos. Hacerle el juego a Washington en la guerra de Ucrania (que en realidad va estratégicamente contra China) no contribuye a ese necesario nuevo orden mundial.
La oportunidad del mundo periférico (los países pobres y dependientes del planeta) de utilizar la competencia entre las grandes potencias para conseguir ventajas en provecho de sus propios proyectos nacionales es evidente. En el caso de Latinoamérica, la posición de gobiernos como el mexicano o las propuestas de Argentina y de Lula en Brasil pueden dar la pauta de los pasos que se deben dar para conseguir que ese nuevo orden mundial excluya la agresión (que estos países han padecido desde siempre), que no se les utilice como carne de cañón en las disputas de los poderosos (ya se sabe, “cuando los elefantes pelean sufre el pasto”), que se pueda conseguir un mundo de relaciones en que prime el mutuo beneficio, al menos en la medida en que el capitalismo lo permita.