Los dilemas y la realidad en América Latina y el Caribe

Haciendo bueno el refrán chino, lo sensato es “arar con los bueyes que se tiene”.

Políticamente optar por “el mal menor” puede ser considerado un ejercicio de realismo cuando las fuerzas propias no permiten avances mayores y más aún cuando se trata de impedir el triunfo del considerado contendor principal. Se puede interpretar sin embargo como una suerte de renuncia cómoda a impulsar las fuerzas propias, como una dejación inaceptable que abre el camino hacia el oportunismo político y a la renuncia a los objetivos estratégicos.

De igual manera se puede interpretar la justificación de ciertas decisiones políticas alegando que se avanza “en la medida de lo posible” que puede ser en unos casos una muestra de sensatez o también como otra manera de contentarse con lo que ofrezca la oportunidad, como un ejercicio de oportunismo y acomodo.

Ayuda a avanzar en el debate si se analizan no solo la madurez de las contradicciones del sistema- las condiciones objetivas- sino también el desarrollo de las fuerzas propias, en particular el grado de consciencia política y de organización del agente social del cambio tanto como la capacidad efectiva de las vanguardias (partidos, sindicatos, organizaciones populares, etc.).

Del panorama latinoamericano y caribeño desde una perspectiva de izquierda se destaca en primer lugar Cuba que apuesta abiertamente por el socialismo e impulsa actualmente una serie de reformas para potenciar sus recursos humanos y materiales, adaptando sus estrategias a los profundos cambios que registra la actualidad. En Venezuela todo indica que los intentos (internos y externos) de destruir ese proceso han fallado y se consolida no solo el partido que orienta el proceso sino una organización popular de cierta solidez, factores ambos que han permitido hasta ahora salir airosos del duro bloqueo imperialista y de la acción saboteadora de la derecha local. Según parece, una gestión inteligente de las alianzas internacionales permite al gobierno de Venezuela resolver de momento las formas más graves de la crisis por la que ha pasado hasta ahora. En Cuba y, con matices importantes en Venezuela, existe entonces no solo una vanguardia política solvente sino una organización suficiente de las fuerzas sociales que apoyan el proyecto. Los avances aquí permiten entonces “avanzar en la medida de lo posible” y en determinados casos optar por “el mal menor” sin comprometer el futuro de su proyecto. Otro tanto se podría afirmar con diferencias importantes en los casos de Bolivia y Nicaragua en donde se cuenta con apoyo ciudadano suficiente a las medidas de sus gobernantes y con formas de organización popular más o menos consolidadas; también se avanza en el establecimiento de nuevas relaciones internacionales para superar la abierta hostilidad de las metrópolis.

¿Qué decir del resto de los países de la zona? Allí donde el gobierno se puede calificar de progresista- o al menos ajeno a las formas más duras del modelo neoliberal-, tal como sucede con muchas matizaciones en México o Argentina, la izquierda revolucionaria no puede menos que registrar la existencia de una derecha social y política bastante fuerte, en contraste con un movimiento popular muy disperso y con grados de organización bastante mejorables. Apoyar a López Obrador o al peronismo sería sin duda un ejercicio de “escoger el mal menor” para poder avanzar  luego “en la medida de lo posible”. Nada indica que existan condiciones que permitan allí una estrategia diferente a la izquierda pues no cuenta con un partido de suficiente entidad ni con un movimiento social que esté en condiciones de imponer cambios estructurales al modelo capitalista vigente. Se trata básicamente de evitar los avances de una derecha empecinada en mantener y hasta en profundizar el modelo neoliberal y unas relaciones internacionales de grosera dependencia del capitalismo metropolitano. Los nuevos gobiernos progresistas en Perú, Chile o en Honduras tampoco tienen un respaldo social de suficiente entidad como para esperar que impulsen medidas de corte radical. No hay allí un partido revolucionario de madurez suficiente como para poder impulsar un proyecto de mayores alcances; habrá que contentarse con “el mal menor” y aprovechar bien las circunstancias para avanzar  “en la medida de lo posible”. Las muchas limitaciones de los movimientos sociales o sus limitaciones en organización y capacidad de coordinación en estos tres países justificarían que la izquierda  opte por evitar que la derecha dura regrese al gobierno o sabotee el actual. No debe ignorarse que la derecha mantiene el control de los principales resortes de la economía  y domina en aparatos tan decisivos como la justicia y la represión (el poder de los cuarteles sigue intacto, como una carta bajo la manga que la burguesía criolla y sus aliados extranjeros pueden utilizar en cualquier momento).

¿Qué decir sobre Brasil y Colombia, países en los cuales podrían ganar las próximas elecciones los candidatos progresistas? Ni Lula ni Petro tienen tras de sí un movimiento social que esté en condiciones de imponer medidas que vayan más allá de modernizar y democratizar el orden actual. Fue así cuando el PT gobernó en el pasado y nada hace pensar que ahora vaya a ser diferente. Lo sensato es concluir que la izquierda brasilera, muy dividida y debilitada, optará  inteligentemente por el “mal menor” frente al peligro de que Bolsonaro repita en el gobierno; aquí valdría entonces la consigna de avanzar “en la medida de lo posible” pues objetivos más ambiciosos no pasarían de ser buenos deseos y nada más.

Y si en Colombia triunfa Petro –si es que no lo asesinan antes como es tan usual en este país andino- su programa económico, aunque es bastante moderado, propone sí un cierto proteccionismo y cambios en el uso de los recursos naturales que dan a su proyecto un aire fresco de modernidad. Además de los riesgos de  exponer la vida haciendo política en Colombia la izquierda debe hacer frente a una abstención amplia, sistemática y permanente que afecta a toda la sociedad pero sobre todo a los sectores populares, los mismos que se comprometen con enorme entusiasmo y destacado heroísmo en las movilizaciones de protesta pero luego no acuden a las urnas, dando así una enorme ventaja a la derecha. Apoyar entonces a Lula o a Petro sería la opción más razonable para la muy dividida y desperdigada izquierda en estos países.

 

La necesidad de avanzar en la consolidación de una organización política que juegue el papel tradicional de vanguardia aparece de nuevo como una tarea indispensable para decidir con acierto cuándo decidirse por el “mal menor”, cuándo avanzar tan solo “en la medida de lo posible” o cuándo proponer el “asalto a los cielos”. Una vanguardia que recoja y sintetice las necesidades más urgentes de las mayorías sociales (programa inmediato) y al mismo tiempo avance en la propuesta de un orden social esencialmente diferente para el futuro. Este ejercicio pedagógico debe ir de la mano con los avances en la organización y la educación política -propia y de las bases sociales que sustenten el proyecto-. Haciendo bueno el refrán chino, lo sensato es “arar con los bueyes que se tiene”.

Juan Diego García Para La Pluma, 28 de enero de 2022

Editado por María Piedad Ossaba