Sinueso

La calle hervía, los retenes en las ciudades y rutas erigían sus almenas donde se controlaba el hormiguear de la gente y se inoculaba el miedo.

Era el tiempo de los dioses del averno, que emitían proclamas y ordenanzas y anunciaban las malas nuevas con trompetas de acero y plomo, desde las tarimas del poder.

En la pizarra de ese diario, asentado en el centro mismo de la gran ciudad, varios transeúntes se anoticiaban de los hechos ocurridos aquí y en el extranjero. Un hombre maduro, saco gris espigado, pantalòn de franela azul, corbata rayada que entonaba con una camisa celeste con rayitas blancas, zapatos lustrados…un hombre màs de esa ciudad opulenta que se perdía entre los miles que compraban en la extranjia limítrofe bagatelas a mitad de precio y en cantidad, un hombre común que no llamaba la atención porque era nadie y nada, comenzó a levantar la voz y, gesticulando, se dirigió, sin mirar, al resto que observaba la pizarra.

-¡No se puede más!- vociferó. ¡Esto no dá más, todo está patas para arriba, cierran las fábricas y el orejudo sigue dando de comer a los americanos…!

Hubo un silencio y el asombro campeó entre los mirones. Un policía uniformado pasó a unos metros y se distrajo en una frenada sin consecuencias.

-No se dan cuenta de que nos mandan a la ruina- volvió a vociferar, como esperando alguna complicidad, alguna otra voz que se sumase a la crítica y a la indignación que parecía embargarlo.

-Tiene razón…somos sirvientes de los banqueros…nos están entregando…

El hombre de saco gris asintió moviendo la cabeza y se calló, como para que su circunstancial interlocutor pudiera desahogarse. A los pocos minutos se acercó y ambos comenzaron a conversar, el muchacho –porque eso era- largó la bronca que cargaba, ahora era èl quien llevaba la voz cantante; el que inició la crítica lo dejó hablar, escuchaba con atención en consonancia con los demás peatones, a veces bajaba la vista sugiriendo una inferioridad cognitiva ante lo que ese joven, informado e informando a todos, afirmaba.

Al cabo de unos diez minutos se saludaron con un dejo de complicidad.

-Los jóvenes la tienen clara- acotó el maduro al muchacho, que se alejó a paso largo. Cuando se marchaba, y respondiendo a una seña de aquel hombre común que, trasuntando indignación, había alzado la voz para criticar a la dictadura cívico-mlitar, otro hombre, que parecía esperar a alguien en la vereda frente a la pizarra del periódico, comenzó a caminar detrás del muchacho hasta quien sabe donde.

La función había terminado en ese momento para Indalecio Sinueso, integrante del equipo del Centro de Reunión de Información de Inteligencia del Ejèrcito. Cumplida la tarea, se fue alejando del lugar mientras los mirones seguían, alternándose en rostros y semblantes, frente la pizarra de noticias. Se metió en un café, se sentò junto a la vidriera y pidió un coñac, se puso a observar a los que pasaban, sobre todo a las mujeres jóvenes, entalladas, de grandes gomas. A la media hora salió y se ufanó por el deber cumplido.

Al bulín ahora, y a hacer el informe- susurró para sí.

Y se montó en un taxi.

                        *****

Ex empleado administrativo de una empresa mediana,  puntilloso en el vivir, elegante en el vestir, derechoso y tradicionalista en el pensar, gustador del dinero fácil, de la blanca sin cortar, compinche de parapoliciales terroristas, merodeador de personajes de la oligarquía venida a menos, tímido con las mujeres, adicto al juego y la burrería, Indalecio Sinueso era lo que se dice un provocador.

Había ingresado al equipo de inteligencia del ejército recomendado por un compadre que había pertenecido a una banda de ladrones de autos de ‘alta gama’ y a una patota parapolicial de ultraderecha, mimado por y adosado a agentes de inteligencia civiles y militares, fundidos en esos momentos en las instituciones castrenses. No revistaba Sinueso como operativo ni como analista ni como administrativo; era un marcador, un buchón. Portaba un revólver 32 de esa repartición que no usó en ningún enfrentamiento sino en asesinatos a sangre fría, su misión era provocar, espiar, delatar, informar y circunstancialmente asesinar.

El taxi lo dejó en una ochava del barrio, caminó hasta la entrada del edificio, entró, subió dos pisos por la escalera y se metió de lleno en el tugurio paquete que le funcaba como vivienda.

‘Cumplo en informar que en la pizarra del diario Nacional se ubicó a un blanco NN masculino, que respondió a lo que el que suscribe llevó a cabo para detectar subversivos. Como en otras oportunidades, el NN fue marcado y seguido por el agente ‘Ascasubi’, quien en su momento elevará el informe correspondiente sobre paradero y actividades del blanco a batir. Como en otras oportunidades y de acuerdo a lo ordenado en Memo 15 por la Jefatura II del E –categoría doctrina permanente de ‘Guerra contra la Subversión’, quien suscribe cumplió con el deber de servir a la Instituciòn y a la Patria.

El informe, destinado al coronel Francisco March, jefe de Reunión de Informaciòn zona 1, hacía referencia también a otras actividades de Sinueso en la Facultad de Ciencias de la Comunicaciòn, donde había ‘sido detectado el subversivo Daniel Tognolli  (fo), que màs tarde, y en relación con los oficios patrióticos de quien emite este Informe, fue abatido en un enfrentamiento con la Fuerza al negarse a acatar la voz de rendición dada por el jefe del Grupo de Operaciones 1, Equipo 1, del Batallón de Inteligencia que allanó su vivienda’.

Con un viva la patria finalizó  Sinueso su Informe. Abandonó la silla, se dirigió a la alacena, tomó una botella de escocés, se amuellizò  en el sillón de cuero y mientras se dispuso a dormitar y beber, recordó sus periplos.

Con identidad cambiada, travestido para cada ocasión y siempre bajo cobertura de ‘la Fuerza’, se había infiltrado en varias asambleas sindicales, en universidades, en fábricas, en clubes de barrio. Y en organizaciones  de izquierda, calificadas de ‘subversivas’ por la dictadura cìvico-militar.

Con la complicidad de ejecutivos y gerentes fabriles llegó a  ingresar a una fábrica metalúrgica, y una vez allì,  en connivencia con sindicalistas corruptos, se ocupó de marcar y hacer cesantear a obreros y obreras, algunos de ellos luego desaparecidos, que organizaban la oposición a los delegados oficialistas pro patronales.

Otra vez se presentó en una oficina pública, afirmando que venía trasladado desde  una sede del interior de la provincia. Su misión, además de hibernar hasta llevar a cabo otras operaciones mayores, fue marcar opositores sindicales y apoyar a los coimeros que ordeñaban la vaca del Estado para sus propios fines. Aunque desde su ingreso estuvo ‘blanqueado’ por las màs altas autoridades de esta repartición, un empleado, dudando de la veracidad de sus andanzas, abrió con una ganzúa el cajòn de su escritorio cuando Sinueso, alias Ramón Margulis, se había ausentado. El asombro lo fulminó: en el cajòn halló un informe de seguimiento a un estudiante universitario. Cuando Sinueso- Margulis regresó, las caras torvas de sus ‘compañeros’ lo llamaron a la realidad: si seguía allí la iba a ligar. Y entonces desapareció como por arte de magia.

En otra oportunidad logró infiltrarse, a través de un confidente constituído en miembro de la misma, a una organización revolucionaria asentada fuera de la región donde operaba comunmente el provocador. Para ello debió interiorizarse y aprender – ya le habían dado algunas nociones cuando ingresó a ‘la Fuerza’-algunas enseñanzas del marxismo, el leninismo y el nacionalismo popular revolucionario. Una vez ‘instruído’ y contando con antecedentes de algunos de los integrantes de la organización y sus riñas internas, logró convencer tiempo después a uno de sus miembros de que uno de los dirigentes era soplón policial. Como ya previamente el confidente había sembrado su cizaña, la militancia orgánica, a través de la intriga y el rumor que hizo correr el ‘compañero’ Olivio Saenz- otro nombre utilizado por Sinueso- comenzó a sospechar de este dirigente, y el virus de la duda y el temor comenzó a roer la célula viva, hasta que explotó y se produjo la fractura de la organización, a la que siguió una crisis de la que no se pudo recuperar. Como colofón, hizo asesinar al dirigente sospechado, y logró hacer creer que había sido ‘ajusticiado’ por una fracción de su propia organización, lo que creó un clima de desconfianza y duda, de ‘dispersiòn desordenada’ de sus militantes, que logró quebrar ideológicay polìticamente a algunos de ellos. Quienes fueron, como era de esperar, señalados por Sinueso como posibles ‘sujetos’ a ser cooptados, a través del apriete y el soborno, por los servicios de inteligencia de ‘la Fuerza’.

Varias veces participó indirectamente, y en dos oportunidades directamente, en asesinatos a mansalva de miembros de organizaciones ‘subversivas’ secuestrados por agentes de ‘la Fuerza’. El calibre de su arma, utilizada en dos matanzas, sirvió para que, una vez hallados los cuerpos y practicadas las ‘actuaciones legales’, se pudiera consignar en la prensa que habían sido asesinados por sus ‘propios compañeros’, habida cuenta de que el arma utilizada no  coincidía con las que portaban ‘las fuerzas legales’ para enfrentar a ‘los subversivos’….

No había arrepentimento ni asunción de culpa en Sinueso por sus infamias y felonías, tampoco por las acciones criminales cometidas, sólo resentimiento y envidia contra los que se quedaban con todo lo robado y saqueado a las víctimas.

-Tanto que hice, tanto que me jugué por la patria y cuando llega la hora de la repartija me dejan afuera, se enalteció Sinueso para sus adentros.

Bostezó, bebió de un sorbo el vaso de whisky, se despatarró en el sillón…

– Hijos de puta, se la llevan toda…continuó, y volvió a bostezar, mientras se servía un nuevo trago de escocés…

– se quedan con todo, rajuñan de lo lindo y a mí ni mierda, puchitos nomás… ni siquiera puedo sacarles guita a los otarios cuando preguntan por sus fiambres…yo no existo, la puta madre, solo los ofiches y los de operaciones tallan…van a la precisa, sin riesgos, reciben un montón de guita, viven como reyes, levantan todo lo que encuentran cuando revientan las casas… y yo que me juego, que si me descubren me hacen boleta, ligo las sobras…que hijos de puta…

Hablaba frente al espejo deformado de su vida, como aquellos que en una época lejana retorcían cuerpos en el Parque Japonés de Retiro.

Puteando para sus adentros, ensoñado en sus perversiones, se durmió con odio a unos y otros; el escocés había hecho lo suyo.

                                *****

El muchacho trepó a un colectivo. Detrás suyo se coló ‘Ascasubi’. Cuando se apeó, el perseguidor permaneció en el vehículo, y de pronto, cuando arrancó, hizo parar al chofer indicando que se había pasado; a mitad de cuadra, de mala gana el chofer detuvo la marcha, el agente bajó y caminó unos metros detrás del ‘blanco’,  que se introdujo en una vivienda .

Ya cumplida una parte de su tarea ‘Ascasubi’ se arrimó a una parada de diarios y revistas y se quedó unos minutos relojeando, tomando nota de las características del barrio, de las viviendas que ladeaban a la que había entrado el ‘blanco’, fichó los techos y terrazas linderas, las posibles vías de escape…la calle estaba semivacía, sólo algunos transeúntes, vecinos seguramente, pensó, iban y venían de hacer compras o de cualquier lado. Cuando  se estaba marchando del lugar, de un zaguán salió una viejita

-Señor…ayúdeme por favor, estoy muy vieja y no puedo embocar la llave de la puerta…

-¿Cual puerta señora?…

-La de mi departamento señor, ayúdeme por favor, está a mitad del pasillo…

Aquel hombre, ducho en celadas, dudó un instante. Cuando se arrimó a la viejita y cruzó el umbral sintió un frío en la nuca, algo cilíndrico le apretò la sesera…fue un momento…cuando quiso reaccionar ya estaba dentro de una vivienda, varios hombres y mujeres, ancianos algunos, jóvenes otros y otras, se reían, otros maldecían…la soga en el cuello y la mordaza en la boca lo hicieron orinarse encima…

Hacía frío esa mañana en la ciudad y Sinueso, siempre metido en su saco gris espigado, se abrigó lo más que pudo.

Salió, se metió en un bar, pidió un café con leche con medialunas. La muchacha que entró casi detrás suyo lo dejó mudo…buenas tetas, buen culo, un rostro de muñeca…ocupó una mesa…Sinueso se la comió con los ojos, ella miraba hacia los costados, al frente…fijos sus ojos  en quien sabe que horizonte…Sinueso no existía para ella…llamó al mozo, pidió un café.

De pronto alzó la vista como buscando algo en la pared, un gesto de disgusto se dibujò en ese rostro de muñeca, y de zopetón se dirigió al buchón.

-¿Me dice la hora por favor?

Sinueso dudó unos segundos…

-Son… las diez y cuarto… señorita…

-Gracias…

La muchacha pagó y se fué. Con paso seguro llegó hasta la ochava, le susurro algo a un individuo y se perdió en la calle adyacente.

Al rato salió Sinueso, sintió frio y se levantó la solapa del saco…el chofer de un taxi regresaba de un kiosco con un atado de cigarrillos, entró al vehículo, accionó la bandera…

-Que suerte, puta madre, con el frío que hace…

Sinueso levantó el brazo cuando el chofer puso en marcha el motor.

Se metió en el taxi, que partió enseguida…

 *****

El pánico se había apoderado  de esos cuerpos amordazados y encapuchados, el frío les calaba los huesos, tenían hambre y sed, más mental que física, sed de saber que pasaba con ellos, intocables, imbatibles, impunes, presuntos ganadores de una guerra contra una población física y mentalmente inerme, y contra un puñado de idealistas suicidas, locos que se hacían matar por los negros siendo ellos hijos de familias de buen pasar…claro, algunos, muchos, eran obreros, pobres descocados que en vez de buscar como salvarse de la malaria currando, compitiendo y aplastando a otros, se habían dedicado a luchar y morir por sus compañeros…que boludos mi dios… y nosotros – porque intuyó que no era allí el único en esa situación-  que hacemos acá, atados como chanchos, como vacas que van a ser ordeñadas…no hay ternero que bale acá, somos terneros y vacas gran puta…hace frio…¡que olor espantoso…!

Sinueso sintetizó el pensamiento y el miedo de todos. El coronel, su secretaria y amante, Sinueso, ‘Ascasubi’ y otros, integrantes de patotas de inteligencia, ejecutivos,  gerentes, que habían denunciado gente que fue después al matadero, se hallaban atados, encapuchados y amordazados en ese chiquero hediondo.

Un gran galpón, sede de camiones recolectores de basura, era el sitio donde se amontonaban los que hacía poco tiempo atrás eran dueños de vidas y cómplices de la muerte. Grandes tachos apilados los cercaban e impedían verlos desde la entrada, custodiada por jóvenes armados; los recipientes contenían inmundicias que al siguiente día deberían desparramarse en vaciaderos, rodeados de hombres, mujeres y chicos que revolverían los restos para hallar algo que comer o vender.

Días eran las horas y horas los minutos para los condenados….voces distantes hasta entonces se hicieron más claras, mas potentes.  Un grupo se acercó a los prisioneros y les fue sacando la capucha y la mordaza a uno tras otro. El asombro del coronel se conjugó con el terror reflejado en los ojos impiadosos de ‘Ascasubi’. Los desencapuchados fueron descubriendo, a medida que lograban entrar en el mundo de la claridad, que sus viajes por las arenas del perseguir y reprimir a los justos llegaba a su fin. Sinueso abrió los ojos y un rictus de miedo ladeó su boca; aunque quiso disimularlo, el sube y baja de la nuez cuando tragaba saliva y el temblor en sus manos atadas daba cuenta del inicio de su derrumbre. Uno por uno, los pretendidos dueños de la legalidad y la información sobre vidas ajenas que serían tronchadas, fueron extraídos de sus disfraces y desnudados en sus intimidades y almas oscuras.

La ficha del coronel, Sinueso, semidiós de la poderosa inteligencia militar, cayó sobre sus oídos y lastimó hasta el fondo su pretendida invulnerabilidad institucional y privada. Gerentes, ejecutivos, subsidiarios del poder de los garcas, alcahuetes de finos modales y perfumes, fueron mostrando, ante cada oración de aquel que leía en voz alta los prontuarios, sus diminutas estaturas frente al miedo. ‘Ascasubi’, de nombre Francisco Escalante, acusado de soplón, torturador y asesino del nieto de esa anciana, presente allí,  que le había pedido ayuda para abrir la puerta, bajó la vista y comenzó a balbucear algo parecido a un rezo del infierno…

-Horacio Aníbal Llanos, alias Indalecio Sinueso, alias  Ramón Margulis, alias…- se escuchó entre olores e inmundicias. – Este traidor, delator y asesino, llamado ‘ el sin hueso’ por sus cómplices debido a su facilidad para utilizar la lengua en la delación de compañeros, iniciar discusiones públicas con el fin de marcar ‘opositores’ a la dictadura-cìvico militar, sembrar cizaña entre revolucionarios y mentir descaradamente con el fìn de liquidar a organizaciones que aspiran construir el poder revolucionario y popular…

Sinueso –Llanos nunca fue creyente, y en ese momento, cuando se leía en voz alta su asqueroso currículum, se dijo que siempre tuvo razón, que dios y todo lo demás era pura mentira…que el diablo si existía…

-Todos ustedes- culminó quien leía en voz alta- fueron ya juzgados por los aquí presentes: familiares, amigos, esposas, abuelos, compañeros de algunos de los torturados, vejados, robados, humillados y masacrados por ustedes y el resto de los cobardes al servicio de los ricos y los extranjeros potentados, que de igual forma terminarán. Y fueron todos condenados a muerte. Sabemos que este lugar daba cobertura a una de las cuevas del batallón de inteligencia; que aquí se reunían las patotas, cercadas por lo que son: basura, y desde aquí partían algunos camiones, camiones disfrazados de municipales, verdaderos furgones que cargaban los cuerpos de compañeros masacrados para echarlos en los basurales. Aquí entonces se los ajusticiará y aquí quedarán sus cuerpos.

– yo sòlo era un intermediario…por favor…no me maten …- lloriqueó uno de los buchones ejecutivos .

– Todo aquel o aquella que contribuyó para que se llevara a cabo la aprensión, la tortura y la muerte de nuestros compañeros y compañeras es un asesino. Y también por ello obtendrá nuestra máxima pena.- respondió quien ladeaba al que había leído en voz alta.

– ustedes y ‘su Fuerza’ se hallan infiltrados- informó con voz clara- y sabemos todo lo que hicieron contra nuestro pueblo en rebeldía por nuestros compañeros informantes, que simulan pertenecer a esa banda de cobardes, corruptos y asesinos en cuyo nombre actuaron. No es necesario que proclamen su inocencia y pataleen para salvarse, sabemos de ustedes y de otros, a quienes no tocaremos por ahora para que caigan en las trampas que ya les armamos. Sabemos cómo mandarlos a la muerte intrigando y generando desconfianza, eso lo aprendimos de ustedes. La codicia, la inescrupulosidad, la maldad, la traición y la prepotencia los une y en ese juego se matarán unos a otros…pero antes sufrirán el castigo de la desconfianza y la duda de sus propios compinches, de ‘la Fuerza’ a la que sirven como mercenarios, y el repudio generalizado, cuando llegue la hora de la verdad revolucionaria, de todo hombre y mujer que se precie de decente…

En tanto quien tenía la palabra les daba a los condenados algunos indicios de como quienes los condenaban se habían informado de sus fechorías, dos grandes camiones ubicados  de lado frente a frente, detrás del que hablaba, comenzaron a dar marcha atrás, como si fuesen las telas de un cortinado . Varias horcas, suspendidas de una viga mayor, anunciaron el final de la obra.

Algunos lloraron. El semblante cadavérico del coronel, el llanto histérico de su amante, los ayes y pedidos de piedad conmovieron a todos. Dos familiares se acercaron a uno de los revolucionarios. Pidieron que no se llevara a cabo la pena, que ellos perdonaban a los torturadores y asesinos de sus hijos…

El que dirigía la operación, a un llamado del compañero, se acercó.

-Nosotros no somos asesinos, no matamos por orden de los poderosos, no torturamos, no robamos niños ni pertenencias, si debemos matar lo hacemos en combate-dijo…pero los aquí juzgados no son combatientes, no son siquiera soldados, son desechos humanos, mercenarios, asesinos inescrupulosos…su castigo servirá de ejemplo

Los familiares parecían no comprender

-Este lugar, donde estamos ahora, era una guarida de fascinerosos, algunos de ellos se hallan aquí, frente a ustedes. No tuvieron piedad ni sienten culpa ni arrepentimiento por lo que hicieron, sòlo miedo-prosiguiò…cuando los encuentren colgados, que será en poco tiempo, no sabrán quien fuè…pensaràn, sabiendo como proceden, que fuè un ajuste de cuentas entre ellos por dinero o bienes robados a los compañeros asesinados…Y esto no lo van a decir. Nosotros emitiremos un comunicado a la prensa, y algunos difundirán, aunque sea a través de rumores, lo que pasò y que sitio era èste. Si el comunicado se publica, la duda y el temor harán trizas las bandas que responden a la dictadura…si pudimos hacer esto que otra cosa no podremos hacer, se preguntaràn. Por lo tanto tendrán que mentir una vez màs y transmitir que los colgados se suicidaron…y si dicen èsto, también las patotas entraràn en duda sobre sus medios, acciones y objetivos…si la culpa y el remordimiento, habrán de pensar, llevò a todos a suicidarse, a nosotros que nos espera…¿realmente se suicidaron? …se preguntaràn…la carga emocional terminarà destruyendo la moral- dentro de su amoralidad-de estos psicòpatas mercenarios e innobles. Muchos renunciaràn y otros se decidirán a colaborar con nosotros…es una guerra, nosotros llevamos a cabo una guerra justa, y asì lo manifestamos teòrica y prácticamente, jugando limpio…este enemigo no lo hace, su guerra es injusta, solo la lleva a cabo para beneficiar a unos pocos saqueadores y entregadores del país y el pueblo y por ello debe mentir y ocultar todo el tiempo sus accionar subhumano…es esclavo de sus propias mentiras y falsos objetivos…y por eso a la larga terminarà derrotado…sus hijos asì lo comprendieron y por eso fueron masacrados…

Después de esta explicación, el comandante- que así se presentó – abrazò a los familiares y a cada uno de los otros presentes.

Los despidió.

Ya lo hablamos . Nadie estuvo aquí, nadie sabe de este lugar, adiós.

Cuando todos se habían marchado, dió la orden de ejecución.

Jorge Luis Ubertalli Ombrelli para La Pluma, 3 de octubre de 2021

Editado por María Piedad Ossaba