¿Tapabocas o chaleco antibalas?

Masacres para robar tierras, para controlar rutas del narcotráfico, para despojar a campesinos, para intimidar a habitantes urbanos. Se podría decir que la masacre es endémica.

Colombia es país de masacres (no con el eufemismo presidencial de “homicidios colectivos”). Y de crueldades a ultranza, como la de jugar fútbol con la cabeza de un campesino, como lo hicieron paramilitares en Bijao Cacarica, Chocó, tras asesinar a Marino López. Desde los ochentas, para no ir más atrás, las masacres irrigaron de sangre campos y ciudades colombianas. La Rochela, El Aro, La Granja, Punta Coquitos, La Negra, Honduras, Tacueyó, La Mejor Esquina…Tantos lugares con muertos a granel.

El ejercicio de la barbarie acometido por mafiosos, paramilitares, guerrilleros, diversas razones sociales del crimen, ejército, ha marcado al país con un doloroso estigma de salvajismo. Hemos vivido en tiempo de masacre desde la mortandad que causó el gobierno de Marco Fidel Suárez en la Plaza de Bolívar, en 1919, cuando una manifestación de sastres y otros artesanos protestaba por la compra de uniformes militares a Estados Unidos, y después con la de las bananeras, en 1928, que alguna politicastra uribista dice que fue una invención del realismo mágico.

La masacre Artesanal del 16 de marzo de 1919 en Bogotá

En 1988, por ejemplo, hubo en Colombia sesenta masacres. Todas atribuidas a la abominable “casa Castaño”, la misma que extendería el paramilitarismo por todo el país, y que entonces tuvo como marco de su infame y sangrienta expansión a Urabá, con el apoyo de empresarios privados y miembros del ejército. En 1991, en Medellín, todos los días y en cada barrio, casi que en cada esquina, hubo matanzas, en un tiempo apocalíptico de terror.

Al desplazamiento forzoso que aumentó desde los gobiernos de Andrés Pastrana y de Uribe Vélez en cifras exorbitantes, se agregaron las muertes de miles de jóvenes en los llamados “falsos positivos”. Masacres para robar tierras, para controlar rutas del narcotráfico, para despojar a campesinos, para intimidar a habitantes urbanos. Se podría decir que la masacre es endémica. No señor Duque, no le ponga eufemismos, como quisieron hacer en Medellín al decir que el sicariato era “homicidio por delegación”.

Reinaldo Spitaletta para la Pluma, 27 de agosto de 2020

Editado por María Piedad Ossaba