1. De las grandes crisis suelen emerger grandes transformaciones. ¿Qué grandes cambios veremos tras la pandemia en el comportamiento ciudadano, en sus sentidos comunes?
Como todo en la Historia, lo que vamos a obtener después de esta pandemia es conflictivo, incluso un conflicto al interior de cada persona. Yo creo que van a salir sociedades más conscientes de lo que significa el bien común, y explícitamente en el terreno de la salud, dado que al final el origen del virus -aun cuando la Ciencia aún no es concluyente al respecto- tiene que ver con la dominación depredadora del mercado sobre la naturaleza. Buena parte de los virus que han asolado a la humanidad tienen que ver -de una manera u otra, pero cada vez más profundamente- con la irrupción del capital sobre la naturaleza. Y esta no es la excepción. Entonces, ese tema llevará a muchas personas, organismos, sociedades, e incluso estados, a mirar este problema, tratar de solucionarlo. Esto implica una contención al capital y, por tanto, a una idea muy crítica del capital y una apuesta superadora, por llamarla de algún modo.
Pero las sociedades también van a salir más obedientes, porque esas tendencias son las que hemos visto en el tratamiento al interior de la pandemia. Un crecimiento del control estatal sobre la población por diversos medios; el más abrupto, el más violento: el Estado armado en las calles, que es por ejemplo lo que se vive en Colombia. Un aumento de la violencia física contra la población. Eso ha llevado a que muchas personas acepten ese control como la garantía de su propia existencia. Así, vamos a tener ambas cosas, sociedades rebeldes y sociedades más obedientes como resultado de la pandemia.
2. ¿Cómo evalúa la posibilidad de una preferencia de mayorías por una apuesta autoritaria en los liderazgos políticos?
Con la excepción de Bolsonaro y Trump, que lo están haciendo muy mal y han perdido buena parte del apoyo popular que tenían, en general todos los mandatarios han subido sus niveles de aceptación. Y eso tiene que ver con un instinto de conservación cuya analogía -extendida en la región- es el encender velas a un santo, especialmente en situaciones desesperadas. En este caso, la gente ha optado por confiar en sus mandatarios en un momento de crisis. Es decir, la crisis no provoca la rebeldía. La rebeldía va mediada, implica una serie de reflexiones, de circunstancias más complejas. La primera reacción de la persona es tratar de sentirse cobijada, segura, porque está en riesgo su existir y, por tanto, le prende una vela al mandatario que esté allí, sea cual fuere su ideología.
Por eso todas las encuestas, con muy pocas excepciones, lo que muestran es una mejora en la imagen de los gobernantes, de los gobiernos; los únicos que podrían salvar la existencia, para cualquier persona que haya sufrido todas circunstancias de la pandemia, que es la mayoría de la humanidad. Entonces, creo que esa ha sido la primera reacción. Por ejemplo, en el caso colombiano, en particular, teníamos una fuerte movilización popular a finales del año pasado y principios de este, una caída de la imagen de Duque que sólo fue superada por la de Piñera, y que llegó al orden del 20% de apoyo. Y hoy, aunque no sea muy poderosa tampoco, llegó a tener 50%. Pero, de todas maneras, sí fue un salto de favorabilidad que produjo nada más ni nada menos que la pandemia, pues la política desarrollada por el Gobierno ha sido desastrosa.
Si se miran los datos oficiales ya estamos a punto de pasar a Turquía -que tiene mucha más población que nosotros y donde comenzó la pandemia mucho antes- y vamos a pasar a Italia, que es uno de los referentes de contagio a escala mundial. Si comparamos con Argentina, que tiene una población similar a la nuestra, estamos casi duplicando las cifras. El manejo ha sido desastroso, básicamente porque Duque hizo lo mismo que Trump y Bolsonaro, aunque con una comunicación menos sincera, menos franca. Pero hizo lo mismo: privilegiar la acumulación de ganancias y lanzar la población a la calle y, por tanto, al contagio. Sin embargo, a pesar de ese desastre de política sanitaria y económica, su imagen subió. Y la razón de esa subida es, según creo, una especie de instinto de conservación, de cobijarse, en un primer momento, en el gobernante, en las fuerzas de seguridad, en algo que pueda proteger de un riesgo tan extraño para el ser humano, como es el morir de una enfermedad por el hecho de salir a la calle.
Duque hizo lo mismo que Trump y Bolsonaro, aunque con una comunicación menos sincera, menos franca. Pero hizo lo mismo: privilegiar la acumulación de ganancias y lanzar la población a la calle y, por tanto, al contagio.
3. Qué mecanismos tiene la ciudadanía latinoamericana para enfrentar situaciones de deriva antidemocrática, como el fraude electoral denunciado en Colombia y los recientes intentos de proscripción de las principales fuerzas políticas en Ecuador y Bolivia. ¿Puede sobrevivir la democracia en estos casos? ¿De qué depende?
Hay un golpe duro contra la democracia. Indudable. Y es a escala global. Esta pandemia ha desnudado el sistema económico que tenemos: este virus se vincula con el ser humano vía mercado, y el mercado no es más que la circulación del capital en busca de ganancia, y de acumular para acumular más ganancia, lo cual va llevando a un ciclo ascendente y cada vez más vertiginoso con la consiguiente destrucción de la naturaleza y la puesta en contacto entre ciertas especies con el ser humano, produciendo esta enfermedad. Además de un sistema económico inhumano, también se ha desnudado un estilo de ejercer el poder que va en el mismo sentido. Es lo que estamos viendo en Estados Unidos, sobre todo la represión brutal sobre su propia sociedad a partir del asesinato del afroamericano Floyd. Ello muestra lo que estaba o parecía oculto: el racismo y la exclusión social. Se ha agudizado toda una conflictividad que tiene que ver con desnudar el poder, y el poder ha perdido su manto de invisibilidad.
Y eso provocará reacciones diferentes. En América Latina yo pienso que va a haber un ascenso en la movilización popular, un poco más adelante. Ya estamos viendo algunos conatos. Pero ese ascenso va a tener que estar muy ligado a otra de las desnudeces del poder, lo que llamamos el “neoliberalismo” que, en el caso latinoamericano, ha generado una desigualdad social pavorosa. Aquí se expresó casi en su brutalidad pura, a diferencia de lo que sucedió en Europa con el virus. La mayor parte de los muertos en América Latina no llegaron siquiera a un establecimiento hospitalario o a una unidad de cuidados intensivos. En Bogotá, la capital de Colombia, el 68% de los muertos por Covid-19 no llegaron. Y eso que es la ciudad con más capacidad hospitalaria del país. Imagina en el resto, en departamentos como el Chocó.
Aquí en Colombia se divide a la población por estratos, que son como castas inamovibles que se elaboran en virtud de una segregación que se hace alrededor del pago de servicios públicos. Hay 6 estratos; el sexto es el más rico y monoritario, y el 1 el más pobre y mucho más masivo. Entonces pregunté, para la ciudad de Bogotá, cuál era el origen por estratos de las muertes. En el momento de la consulta había alrededor de 1.300 muertos en la ciudad, y de ellos 880 eran de los estratos 1 y 2, y 33 de los estratos 5 y 6. Entonces, es evidente que no solo el virus ha matado, sino que el virus ha matado más a los pobres, porque los pobres no tienen acceso a los servicios de salud. Y el modelo de salud colombiano es calcado del chileno, y el chileno del de Estados Unidos. Y los resultados en esos tres países son desastrosos. Y ese es un modelo de construcción de mercados de la salud, a través de las pólizas de seguros, de privatización de la salud, de debilitamiento de la salud pública a máximos niveles, y el resultado es este: la muerte.
Es evidente que no solo el virus ha matado, sino que el virus ha matado más a los pobres, porque los pobres no tienen acceso a los servicios de salud.
Eso más o menos ha sucedido en toda América Latina. Algunos países se han protegido mucho mejor que otros, pero vendrá ahora el problema económico. Y el problema económico es que el capital se ha detenido, precisamente, porque la fuente de la riqueza se guardó en su casa: el ser humano. Ahora viene el impacto, que se va a medir en términos de crecimiento del hambre, de la pobreza y de la desigualdad social. Los poderes establecidos en este momento tratarán de jugar con esa nueva realidad socioeconómica a partir, por ejemplo en el caso colombiano, del clientelismo, de la compra del voto de los pobres, aprovechándose de su miseria; tratarán de usar la fuerza bruta. El Gobierno colombiano ha gastado más dinero en la compra de tanquetas para fortalecer el ESMAD (el cuerpo armado que se usa para reprimir manifestaciones) que en la estructura hospitalaria. Y esa es una señal de lo que están previendo, que es el enfrentamiento violento en la calle. Esto indica también que lo que están pensando es que la población va a salir a la calle a protestar por sus derechos. Entonces vamos a tener un incremento de la conflictividad.
Si eso se tramitará vía elecciones dependerá de los organismos políticos, y sobre todo del progresismo latinoamericano, en el sentido de su capacidad o no para plantear una nueva perspectiva política a la sociedad y acomodarse a las nuevas agendas que esa sociedad va a demandar. Esta agenda será nueva y vieja a la vez, porque nuevamente volverá el tema de la superación de la pobreza y de la desigualdad, con otras problemáticas que tienen que ver con el tipo de desarrollo. Porque al final el virus que ha producido todos estos hechos se deriva de una depredación del capital sobre la naturaleza. Y el progresismo no puede plantearse otra vez, como lo hizo en las pasadas décadas, basar el desarrollo de América Latina en las exportaciones de petróleo, carbón, gas natural, etc., porque estaría incentivando el surgimiento de nuevas pandemias, vía crisis climática. Y eso implica un reacomodamiento, porque la mayor parte de los progresistas que gobernaron en América Latina en las pasadas dos décadas sustentaron su economía en la exportación de materias fósiles y un modelo agropecuario extensivo.
4. ¿Cuál es tu reflexión sobre el orden geopolítico regional y global que actualmente está en disputa? ¿Será China el gran ganador? ¿Cómo saldrá Estados Unidos? ¿Y el rol de Brasil, México y Argentina en la región?
Yo estoy ubicado aquí, geográficamente, en un sitio que se está convirtiendo en un ojo, en un centro del huracán geopolítico alrededor del tema de Venezuela. Todos sabemos que Venezuela es una potencia desde el punto de vista de sus reservas petroleras, y todos sabemos que hay una economía fósil muy decadente, muy negativa para la vida humana. Y esa economía fósil es el poder del mundo hoy. La crisis climática es la expresión de esa economía fósil. Durante todo el siglo XXI, los poderes ligados a este tipo de economía han venido haciendo guerras por el control de reservas. Pareciera que un siglo no hubiera pasado desde cuando Hilferding y Lenin hablaban del imperialismo, allá por mil novecientos y pico. Ya preveían que eso iba a traer guerras, y efectivamente eso ha sido así. Las dos guerras mundiales y ahora, en el siglo XXI, las guerras por el petróleo en Medio Oriente. Y Venezuela está en esa misma circunstancia, en una guerra latente por su petróleo.
El Gobierno colombiano ha jugado allí -como lo ha hecho en el pasado- tratando de ocultar sus propios delitos de lesa humanidad respecto de la población colombiana, con una alianza irrestricta con los Estados Unidos. Es algo parecido a lo que hizo Franco en su momento, después de la Segunda Guerra y derrotado el fascismo en Europa. Jugó en la Guerra Fría a la alianza irrestricta con Estados Unidos para que no lo juzgaran por sus delitos. Eso mismo sucede con Colombia. Y esa alianza irrestricta lleva a auspiciar a que se desate, por parte de Estados Unidos, un golpe -de diversas maneras- para el control de esas reservas.
El Gobierno colombiano ha jugado tratando de ocultar sus propios delitos de lesa humanidad respecto de la población colombiana, con una alianza irrestricta con los Estados Unidos.
China y Rusia han respondido y, en mi opinión personal, quedamos metidos en el juego de la geopolítica. Porque tanto Rusia como China también van por el control de reservas petroleras. Rusia sigue siendo hoy uno de los grandes países petroleros del mundo, y está obviamente inmiscuida en la economía fósil. Ha hecho su apuesta ahí con el gas y el petróleo. China está vinculada más bien por el lado del consumo, de su sistema económico, porque son intensos consumidores de carbón; son parte también de esa economía fósil. Siento que ahí hay más posibilidades de superar ese tipo de economía por su capacidad planificadora, pero hasta ahora están jugando dentro de las luchas por las reservas petroleras. Eso podría, en perspectiva, llegar incluso a un conflicto. Un conflicto militar. Y los grandes perdedores en ese potencial conflicto serían el pueblo venezolano y el pueblo colombiano. Y Latinoamérica toda.
Yo creo que nosotros debemos buscar otro camino. Y también tiene que ver con la geopolítica. América Latina es la región más rica por su biodiversidad, y esa es su riqueza natural. No hay otra región del mundo que tenga nuestra riqueza. Y nuestra riqueza natural es un elemento para construir poderes, una sociedad muchísimo más poderosa. Y ello significa superar la extracción de combustibles fósiles y pasar a unos sistemas económicos mucho más intensos en saberes, conocimiento. Si uno compara a Colombia con Corea del Sur en los ’60 Corea del Sur era más pobre. Pero si hoy comparo a Colombia con Corea del Sur, Corea hace mucho que está por encima en procesos de industrialización, de desarrollo, conocimiento, saberes, e incluso equidades sociales sobre Colombia, siendo que ambos son países capitalistas. Esa distancia entre América Latina y el Sudeste asiático tiene que ver con que nosotros no desarrollamos el conocimiento. Nos concentramos en las materias primas, como en la economía de la conquista. Y ahora me da la impresión de que estamos en lo mismo. Es decir, el régimen venezolano sigue ligado al petróleo, el colombiano al carbón y al petróleo, y sobre nosotros recae la geopolítica de la economía fósil.
Nosotros tenemos que construir otra geopolítica, que tenga que ver con que el problema no es si nos aliamos con China, Rusia o Estados Unidos, sino con si somos capaces de desarrollar nuestra rica biodiversidad y el conocimiento alrededor de ella para construir una voz independiente a la rusa, la china, la estadounidense o la europea, que es la voz latinoamericana. Es decir, al antiguo discurso de nuestros libertadores tenemos que volverlo realidad. Yo creo en eso. Creo que ese es el camino de América Latina en lugar de servir de espacio de juego geopolítico mundial, de poderes que poco tienen que ver con nosotros, que no nos representan y que son profundamente dañinos para la humanidad entera.
Tenemos que construir otra geopolítica, que tenga que ver con que el problema no es si nos aliamos con China, Rusia o EE. UU., sino con si somos capaces de desarrollar nuestra rica biodiversidad para construir una voz independiente.
5. En lo económico, ¿cuál sería el gran acuerdo que debería salir pos covid-19 a nivel global?
Es un tema que debería discutirse en escenarios multilaterales, y América Latina debería construir el propio. Por ejemplo, uno de los efectos de esta pandemia tiene que ver con la infraestructura hospitalaria. Y antes de ella, la prevención en materia de salud. La infraestructura se midió mucho en número de personal capacitado para manejar respiradores, y también con la cantidad de respiradores. En eso, y de una manera desigual en todos los países, tuvimos problemas. En muchísimos países no había prevención, y entonces la enfermedad entró y arrasó. Colombia es un claro ejemplo de eso. Otros países con fuertes modelos preventivos de salud, como Cuba, Costa Rica o Uruguay, o la misma Venezuela (que siendo vecina de Colombia heredó, por razones anteriores a la pandemia, el modelo cubano) lograron defenderse muchísimo mejor de la pandemia, diez a uno, comparado con Colombia. Y a otros países les sucede lo mismo que a Colombia, como Chile y Perú.
Entonces, tenemos una deficiencia para la prevención de la enfermedades en general. La prevención de la enfermedad no se puede acometer con modelos mercantiles, porque el modelo mercantil de salud basa su negocio en la enfermedad; va en contravía de prevenir la enfermedad porque esto no genera negocio. Prevenir la enfermedad a veces es simplemente poner agua potable, mejorar el aire, etc., pero ese modelo preventivo de salud es esencialmente público. Y esta es una parte de la agenda que sale de esta experiencia de la pandemia. La otra es la infraestructura hospitalaria. En un modelo mercantil la infraestructura hospitalaria está, con su personal humano, en donde hay capacidad de pago. Esa es la ley del mercado. Puede haber alguna política de subsidios pero, al final, es la misma lógica. Es lo que hablábamos sobre Colombia. La mayor parte de la gente enferma de Covid es pobre, y entonces no tiene acceso a la infraestructura hospitalaria porque esta está ubicada geográficamente en las zonas con capacidad de pago. Por lo tanto, hay que tener una infraestructura de salud en contraposición a la del mercado, para que esté al lado de la gente.
La prevención de la enfermedad no se puede acometer con modelos mercantiles, porque el modelo mercantil de salud basa su negocio en la enfermedad; va en contravía de prevenir la enfermedad porque esto no genera negocio.
Esta es una discusión mundial, pero también latinoamericana. No hubo una entidad multilateral en Latinoamérica capaz de organizar a nuestros países para producir respiradores, mover personal médico de un lugar sin casos a otros donde se necesitaba más. Un poder coordinador, planificador, que atendiera y reforzara las capacidades productivas de América Latina, por ejemplo para fabricar respiradores. Los podríamos hacer, cada país, por partes, luego ensamblarlos, etc., como se hace la producción moderna, y distribuirlos de acuerdo con la geografía de la enfermedad. Pero no. Eso no se hizo y tampoco existió la iniciativa. Quedamos víctimas de un mercado pirata y de los grandes centros de poder, cuando pudimos resolver ese problema nosotros mismos. Entonces aquí se desnuda la falta de planificación, que es un tema político, y la falta de coordinación de la unidad latinoamericana. Cierto es que venía siendo golpeada políticamente por los gobiernos de extrema derecha, pero hoy cobra, en este escenario, decenas de miles de muertos. Un genocidio. Yo me inventé una palabra, aporicidio, un genocidio de los pobres. A los ricos les fue mucho mejor en esta pandemia que a las capas pobres de la población.
6. A la vista de los últimos terremotos político-sociales en Colombia, con los levantamientos populares prepandemia y con la actual coyuntura (incluida la evolución del Proceso de Paz, ¿Cuáles considera que son hoy los principales clivajes políticos en Colombia? ¿Paz/Guerra? ¿Izquierda/derecha?, ¿Uribismo sí/no?
Acabo de escribir una columna periodística, que se llama “¿Un pacto histórico?”, y allí propongo un pacto histórico. La idea de pacto siempre ha rondado en la historia de Colombia con realmente muy pocos momentos de realización. En Colombia nunca ha existido un pacto social, al estilo de lo propuesto por Rousseau; un concepto básico de la democracia liberal. Para él la base de una nación es un contrato, que no es otra cosa que un pacto, un pacto social. Un pacto de convivencia, porque la nación en sí misma es el concepto de convivencia, es decir, de la paz. Colombia nunca ha tenido paz. Y esa ausencia de la paz en Colombia tiene que ver con que nunca hemos construido una nación, es decir, un pacto de convivencia. Un pacto de convivencia tiene que ver con temas políticos, economicos y sociales.
Colombia nunca ha tenido paz. Y esa ausencia de la paz en Colombia tiene que ver con que nunca hemos construido una nación, es decir, un pacto de convivencia.
El Gobierno actual representa a la extrema derecha colombiana, la cual ha gobernado prácticamente todo el siglo XX y lo que va del XXI, a excepción del segundo Gobierno de Santos, que decide hacer la paz. Este tipo de proyecto solo crece por la existencia de la guerra, y necesita de la guerra, necesita de la violencia. Porque genera miedo, y tramita esos miedos de la sociedad a través de su proyecto de extrema derecha. Es una especie de fascismo, al menos en ese tema que Goebbels manejaba muy bien, que era la manipulación del miedo, del terror. Incluso comparando con la historia argentina que, aun teniendo tan altos los niveles de violencia durante su última dictadura militar, fue rebasada completamente por Colombia. Tenemos unas 200 mil personas asesinadas en las últimas dos décadas. Y al diferencial lo hace el narcotráfico. La irrupción del narcotráfico como parte del poder político y como parte de la economía y la sociedad colombianas.
Ese laboratorio que se hizo aquí entre la articulación mafia-poder político se ha irradiado hacia todo Centroamérica, hacia México, que está a punto de sobrepasarnos; hacia Venezuela, y algo en Brasil. Es decir, es una geografía del narcotráfico que también es la geografía de guerra contra ese narcotráfico basada en lo que impone EE. UU.: el prohibicionismo. Y es la radiografía, si uno coge la tasa de homicidios, de la violencia; son mapas que coinciden. Y, por tanto, estos conceptos se vuelven sinónimos: prohibición de la droga e incremento del asesinato por encima de cualquier promedio mundial. Ese el el Gobierno de Duque. Como el uribismo en general, y como Uribe como persona, son expresiones de una articulación entre poder político y el narcotráfico. Y de ahí la doble moral del Gobierno de EE. UU., que eleva el discurso de guerra contra las drogas pero se alía con políticos sustentados en el narco. La foto de Guaidó con “Los Rastrojos” que es un grupo narco que opera en la frontera colombo-venezolana, no es anecdótica ni un hecho aislado; así es el sistema. Los aliados de los EE. UU. en América Latina, al menos en esta parte donde yo vivo, son los amigos de los narcotraficantes. Entonces, la guerra contra el narcotráfico es una simulación; lo que hace es empoderar más aún el narcotráfico.
Esa realidad colombiana nos pone en una disyuntiva, que la pandemia en cierta forma ha agudizado: seguir el camino del poder político y narcotráfico juntos, lo cual nos lleva a la disolución como nación, a un abismo macabro y violento, o hacemos un pacto para salirnos de eso, que no tiene otro camino que la paz y el pacto social al estilo de Rousseau. Es decir, primero con una economía capaz de producir -sacarnos de las rentas improductivas, como la cocaína, el petróleo y el carbón-, fomentando la agricultura y la industrialización de Colombia; segundo una economía que sepa incluir a la población dentro de la riqueza producida. Y eso se llama un pacto.
Eso es lo que le hemos propuesto a la sociedad colombiana. Ya veremos si prevalece la postura de continuar en el camino del narcotráfico político, llamémoslo así, de hacer un uribismo sin Uribe, con pequeños cambios para no cambiar nada, o cambiar la sociedad colombiana a partir de un pacto histórico que nos lleve a otra era, que es la era de la paz. No necesariamente eso se llama socialismo; puede ser el mismo capitalismo en el que superemos nuestras premodernidades, nuestro feudalismo y nuestro esclavismo; porque mantenemos esa herencia colonial, sus consecuencias económicas, culturales y sociales. Los que nos gobiernan hoy son los bisnietos de los esclavistas de hace dos siglos. Y entonces han generado esta sociedad de la exclusión, una de las más desiguales del mundo (la cuarta, medida por el coeficiente Gini). Y además una violencia perpetua, que es lo que vive Colombia todos los días: líderes asesinados, desaparecidos, masacres. Y cuando uno pregunta quiénes son los responsables se lo atribuyen a grupos armados del narcotráfico; pero es que esos grupos armados están allí porque el Estado ha querido que estén allí, porque expresan esa alianza que domina la política colombiana desde hace tres décadas.
Y sucede además que en Colombia, a diferencia de otros países donde existieron momentos históricos -de distinta duración e intensidad- en los que se reconocieron derechos de las mayorías, se distribuyó la riqueza y se fortaleció la idea de lo común a traves del Estado, no existe hoy memoria colectiva sobre un pasado mejor al que mirar para comparar lo que pasa y al que recurrir en sus fundamentos para construir un futuro mejor y posible para todos. Hay sólo unos momentos muy pequeñitos.
En Colombia, a diferencia de otros países donde existieron momentos históricos en los que se reconocieron derechos de las mayorías, no existe hoy memoria colectiva sobre un pasado mejor al que mirar para construir un futuro mejor y posible para todos.
Obviamente, la independencia fue un grito de emancipación. Bolívar, a diferencia de los demás mantuanos, criollos, reconoció que para armar un ejército tenía que aliarse con negros, indígenas, y planteó el tema de la libertad de los esclavos; así, cuando llega el ejército libertador, es también un ejército emancipador. Y es un momento pequeñito de la Historia, porque a Bolívar al final lo marginan y le dan una muerte política. Y el primer asesinato de nuestra república es el del mariscal Sucre, a quien unos sicarios de entonces lo emboscaron y asesinaron siendo el hombre de confianza de Bolívar en ese ejército. El segundo momento, allá por 1850 cuando los oficiales de Bolívar ya están viejos, un veterano de Bolívar – que había luchado también en Ecuador y Perú- un indígena, llega a ser presidente de Colombia tras liderar una insurrección artesana. Allí se liberan los esclavos definitivamente. Pasaron 30 años entre la independencia y 1851 para liberarlos. Se llamaba José María Melo, y es un personaje “oculto”; si le preguntas a cualquier colombiano no lo conoce, y es el único presidente indígena de Colombia. Estuvo unos meses porque lo derrocan los esclavistas, y ahí desaparecen definitivamente al ejército de Bolívar. No vuelve a aparecer en la Historia. Y este general terminó huyendo a Centroamérica: luchó en Nicaragua en una guerra contra el pirata Walker; después se fue a El Salvador, luego a México donde respalda a Benito Juárez, y lo terminan fusilando los conservadores mexicanos. Su tumba está allá; habiendo sido un presidente colombiano, ningún Gobierno ha buscado traer sus restos al país, precisamente porque quieren que esa memoria se olvide. Y casi lo han logrado, porque no existe ese presidente indígena en la memoria colectiva. Después de ese momento hay un intento por parte de un oligarca, López Pumarejo, quien plantea la Revolución en Marcha en 1938, algo muy parecido a lo propuesto por Roosevelt. Pero lo amenazan con un golpe de Estado y la Revolución en Marcha se detuvo. Y luego Gaitán, asesinado, como todo lo que siguió después. Quizás el último grito emancipador es Colombia Humana, que obtuvo 8 millones de votos en la pasada elección pero el fraude electoral -hoy se demuestra- impidió el reconocimiento de su victoria mediante la compra masiva de votos con dinero proveniente del narcotráfico, que benefició a Duque.
Es decir, no existe el recuerdo democrático, la memoria de un país democrático. Y eso obviamente hace que cualquier colombiano, de cualquier estrato social, piense que lo que se vive en el país es lo normal, que tener asesinatos todos los días es lo normal, que las masacres son lo normal, e incluso lo legitiman. De ahí nace el poder de Uribe y del uribismo -que no es otra cosa que el fascismo a la colombiana-; nace de esa normalización de la situación. Se cree extendidamente que así son la humanidad y la sociedad, y que cualquier planteamiento democrático, que en cualquier país llamarían “de centro”, es un radicalismo polarizador que no le sirve a la sociedad colombiana. Y tratan de distinguirlo en su base popular así.
7. ¿Cree que en Colombia pueden/deben construirse frentes políticos progresistas más heterogéneos, como sucedió en Argentina, para ganarle electoralmente al neoliberalismo? ¿Cuáles son los principales obstáculos?
El espectro político colombiano está corrido a la derecha. Entonces eso que se llama “centro”, que finalmente es un lugar casi inexistente, aquí está corrido a la derecha. El esfuerzo que hemos hecho en los últimos dos años ha sido ver cómo correr ese espectro, cómo desconservatizar la sociedad colombiana. Y realmente el resultado fue bueno: 8 millones de votos. Nunca en la historia del país. Gaitán llegó al 25% del electorado antes de su asesinato, y nosotros alcanzamos el 43%. Y yo creo que más, porque las denuncias de fraude tienen su sustento. Eso implica que algo ya ha pasado en la sociedad, en los últimos años y sobre todo en sus capas juveniles. Los jóvenes de hoy no piensan en los términos que lo hacían los jóvenes hace 15 años, y eso ha impregnado ya a una parte importante de la sociedad colombiana.
El espectro político colombiano está corrido a la derecha. Entonces eso que se llama “centro”, que finalmente es un lugar casi inexistente, aquí está corrido a la derecha.
La crisis económica en curso también es un factor importante, que francamente no sé qué puede llegar a desatar porque Colombia no ha vivido una crisis de esta magnitud en décadas. Así como con los breves periodos democráticos, tampoco hay un recuerdo de lo que es una recesión. ¿Por qué no ha habido recesiones en Colombia? Porque siempre ha habido un “salvador” de la acumulación de capital que es el narcotráfico, desde hace 40 años. Y la última crisis económica fue alrededor de los años 1929-30, y no hay memoria de eso en Colombia. El petróleo nos dio la sensación de riqueza: el peso se revalorizó frente al dólar y creció la clase media; comenzó a comprar y viajar a Miami. Y toda esa sensación de riqueza se ha desplomado hoy. ¿Qué consecuencias políticas traerá? Difícil saberlo.
Obviamente, todo el progresismo colombiano tiene que trabajar para que esa clase media empobrecida y el pobre vuelto miserable puedan ser la base popular mayoritaria para un triunfo progresista. El centro -y este es un tema para analizar- empieza a dividirse. El centro estaba apostando, con la alcaldesa de Bogotá al frente, a destruir la Colombia Humana y a ver cómo se puede construir una alternativa de uribismo sin Uribe, con el Partido Liberal y el expresidente Santos. La figura que encarna ese proyecto, desde el punto de vista de las candidaturas presidenciales, se llama Sergio Fajardo, que es de la misma región de Uribe, y que ha gobernado con Uribe regionalmente el departamento de Antioquia, donde está la mayor base electoral de Uribe. Ahora empieza a haber ya una discusión entre ellos sobre si lo pertinente no es un gran bloque de centro e izquierda, lo cual implica una especie de confluencia con la Colombia Humana. Y así está la discusión. Esa fractura puede ser interesante, porque puede significar que un sector de la clase media golpeada y del centro político de Colombia -que siempre ha sido importante, aunque no exprese una posición propia y se haya acomodado al uribismo- hoy esté pensando en la propuesta del pacto histórico y en una transición hacia la democracia.
8. ¿Cómo afectará este momento histórico al futuro progresista para la región?
Colombia, de todas maneras, es clave en la región. Durante la mayor parte de su historia, la política exterior colombiana ha jugado -y juega- en contra de América Latina y de su unidad. Por tanto, un cambio sustantivo en Colombia modificaría bastante el panorama político latinoamericano. Pero, con independencia de lo que sucede en Colombia, yo sí creo que el péndulo va a decantarse en favor de los movimientos populares, siempre y cuando las organizaciones progresistas sean capaces de cambiar la agenda y articularse. Y en esto Venezuela comienza a jugar un papel muy conservador, porque Venezuela jalona hacia el modelo extractivista y hacia la idea de una confluencia con Putin. Yo creo realmente que América Latina debe girar sobre sí misma y buscar su propio camino. Y que los movimientos populares afectados por la crisis van a radicalizarse y movilizarse. También depende de que las organizaciones progresistas se conjuguen en esa movilización social cambiando la agenda. Creo que eso es posible si planteamos el paso de una economía fósil a una economía productiva y del conocimiento muy equilibrada con la naturaleza; pero también con lo que yo denomino una “nueva alianza de nuevas ciudadanías” y sensibilidades -que han surgido en este siglo, sobre todo en el campo de las juventudes, las mujeres, del ambientalismo, del animalismo, etc.- y que, junto a las viejas subjetividades -ligadas a los conflictos derivados del sistema productivo-, nos pueden determinar una nueva agenda latinoamericana, independiente de los grandes poderes mundiales.
Durante la mayor parte de su historia, la política exterior colombiana ha jugado en contra de América Latina y de su unidad. Por tanto, un cambio sustantivo en Colombia modificaría bastante el panorama político latinoamericano.