El 11 de mayo de 1983 se inició en Chile la primera Protesta Nacional contra Pinochet, comenzando así una ofensiva que no se detendría hasta el 11 de marzo de 1990 cuando el dictador se vio obligado a abandonar la Moneda. Empezaba así lo que pomposamente se denominó “transición a la democracia”, hecho que nunca ocurrió en su totalidad en tanto los usufructuarios de la derrota del tirano prefirieron dar prolongación a “su obra”, en vez de emprender el camino hacia la transformación del país en una verdadera democracia con participación popular en el marco de un sistema político equitativo y de derechos para todos los chilenos.
Las jornadas de protesta contra la dictadura fueron convocadas -al igual que ahora- por una vasta amalgama de fuerzas sociales apoyadas por agrupaciones políticas tan amplias que sumaron a aquellas que fueron perseguidas por la dictadura con otras que apoyaron, favorecieron y aplaudieron el golpe de Estado, en especial el partido demócrata cristiano, que solo se hizo opositor cuando constató que Pinochet no le iba a transferir el poder como esperaba.
La dimensión, profundidad, variedad, pluralidad y fuerza de la protesta sorprendió al gobierno que solo atinó a una brutal respuesta represiva en pos de paralizar el ímpetu democrático y liberador de los chilenos. Para asombro de todos, incluyendo los convocantes, el impulso de lucha fue superado tan ampliamente que la continuidad de la misma fue cuestionada y puesta en duda por los que desde afuera miraban los acontecimientos esperando ver el curso de la acción a fin de determinar si ponerse al lado del pueblo que apuntaba a la ruptura o al de Estados Unidos y la dictadura, que se orientaban a la persistencia del modelo. Se adaptaron mansa e interesadamente a esta opción. Cualquier semejanza con la realidad actual no es mera coincidencia.
Así mientras construían referentes políticos y sociales paralelos y buscaban insertarse en la protesta, incluso enviando mensajes a las organizaciones que a través de la acción armada profundizaban la crisis de la dictadura, al mismo tiempo escudriñaban canales de negociación para llegar a acuerdos con los militares y empresarios a espaldas del pueblo.
Era curioso, llegaron hasta el colmo de querer transformarse en “barómetros” de la protesta social – como ahora- y hasta de las acciones armadas. Mandaban mensajes: “esa estuvo bien”, “estuvo bien, pero no es el momento”, “hay que ser más precisos”, “por ahora no es conveniente”, todo ello buscando oxígeno y tiempo para hacer valer sus intereses mientras medían el deterioro de la dictadura.
Simultáneamente las manifestaciones seguían su curso, diez en total entre 1983 y 1984, hasta que en 1985 el pueblo perdió definitivamente el miedo, desatando una multiplicación de las jornadas de protesta hasta la última, el 2 y 3 de julio de 1986, la mayor de todas que puso a la dictadura en una situación de absoluta debilidad. La respuesta de la dictadura fue más y mayor represión, quema de ciudadanos que protestaban pacíficamente, degollamientos, enfrentamientos simulados y la implementación de un sofisticado sistema de torturas, aprendido por los agentes gubernamentales en las escuelas estadounidenses.
Unido a ello y en la perspectiva de un incremento de la lucha, se produjo un gigantesco ingreso clandestino de armas al país al mismo tiempo que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez intentó ajusticiar al tirano en septiembre de 1986.
La dictadura se vio obligada a llegar a un acuerdo mediante el cual se realizaría un plebiscito para determinar si el pueblo quería o no la continuidad de la misma. Pinochet aceptó a regañadientes la derrota en el evento electoral que dictaminó la ejecución de elecciones, el mes de diciembre de 1989. Sin embargo, el país vivía en permanente zozobra por las continuas amenazas del dictador que se aferraba al poder a través de una feroz represión.
Desde Washington enviaron un primer mensaje: el 12 de marzo de 1989 en el barco Almería Star que descargaba frutas provenientes de Chile, la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) de Estados Unidos encontró dos uvas envenenadas con cianuro a consecuencia de lo cual retuvieron todos los embarques, de la misma manera que procedieron a embargar todas las frutas y verduras importadas desde Chile, prohibiendo su adquisición. El almirante José Toribio Merino —miembro de la Junta Militar— calificó la medida como “una de las tantas canalladas que nos ha hecho Estados Unidos”.
El 17 de marzo Después de una “exhaustiva” revisión de todos los embarques en los que no se encontró rastros de ningún compuesto nocivo a la salud humana o animal, se anunció que se reanudaría la importación de fruta chilena a Estados Unidos, pero ya el daño estaba hecho. Las pérdidas económicas de los exportadores de fruta chilena alcanzaron los 330 millones de dólares, mientras que el costo para el Fisco del conjunto de medidas adoptadas alcanzó casi 200 millones de dólares más. Algo que la economía del país no podía permitirse.
El aviso de Estados Unidos fue claro: “tu economía te la manejo yo y si no haces lo que te digo, te hundo”. Pinochet no captó el mensaje, pero los empresarios chilenos si, entonces se puso en funcionamiento una infernal maquinaria de edificación de una transición “pactada y ordenada” de la dictadura a la democracia. Se estableció un intenso puente aéreo entre Washington y Santiago: senadores y representantes, secretarios y subsecretarios, generales y agentes de inteligencia del gobierno de George H. Bush intensificaron sus viajes a la capital chilena donde encontraron excelentes interlocutores entre empresarios, pinochetistas renovados en el partido demócrata cristiano y sobre todo camaleónicos políticos social demócratas domesticados en París, Londres, Madrid y Estocolmo donde descubrieron que Allende había sido un soñador sin futuro.
Dictadura chilena: los empresarios responsables siguen impunes y manejando la economía del país
Los empresarios le bajaron el dedo a Pinochet, la oposición al régimen militar se dio cuenta que a través de las elecciones se podían adueñar del país, a partir de lo cual decidieron de común acuerdo con el tirano recurrir a esta vía electoral en la que todos ganaban, se haría justicia “en la medida de lo posible” aunque el pueblo fuera marginado una vez más. En estas elecciones el candidato del dictador fue derrotado, ganando el designado por Estados Unidos, la social democracia y la democracia cristiana internacional y los empresarios con lo que “la alegría llegó a Chile”, según dijeron los que ya se preparaban para robar, reprimir, engañar, estafar y excluir a los chilenos por los próximos 30 años.
Lo ocurrido a partir de entonces es de todos conocido. Nadie puede ni debe dar lecciones a los que están luchando día a día y hora a hora contra el régimen de terror impuesto por Piñera. Yo, que miro desde lejos, solo deseo que el nuevo liderazgo emergido de los combates sea –como Allende- leal al pueblo y que tengan la sabiduría necesaria para encontrar respuestas a los retos cotidianos que encare la lucha.
Que el enfrentamiento a esta nueva dictadura que reprime asesina, tortura y viola siga hasta obtener la victoria, que sea el pueblo quien gane evitando nuevas “uvas con cianuro” inventadas por Estados Unidos para imponer su solución y escamotear la victoria popular. Desearía también que a la transición de la democracia a la dictadura que pretende imponer Piñera, se oponga una transformación del país a fin de construir una democracia verdadera y real para todos los chilenos y chilenas.
Sergio Rodríguez Gelfenstein para La Pluma, 15 de enero de 2020
Editado por María Piedad Ossaba