Isaka varsham : Llueve arena en Rayalaseema, India

Si la acción humana, guiada por un modelo de desarrollo económico enloquecido, es un factor determinante en los cambios que sufrimos, hay mucho para aprender de esta región y de muchas otras como ella.

El cambio en los métodos de cultivo, la reducción de la superficie forestal, la explosión de gran cantidad de pozos de riego, la muerte de un río, entre otras cosas, tuvieron efectos dramáticos en la tierra, el aire, los bosques y el clima en el distrito de Anantapur del Estado de Andhra Pradesh.

Es un escenario clásico del cine indio: el del combate en el desierto. Sobre un fondo de dunas y de barrancos, con pequeños arbustos esparcidos, el héroe surge de las arenas abrasadoras de un desierto árido para hacer picadillos a los malos Al agregarle mucho calor y polvo a las arenas que la naturaleza ofrece, se le otorga al filme una conclusión feliz (salvo a los malos). Muchísimos filmes indios han rodado tales escenas en alguna región aislada de Rajasthan. O hasta también, en los barrancos del valle de Chambal, en Madhya Pradesh.


Foto  Rahul M. /PARI

Sólo que el escenario árido y desolador del video abajo no tiene nada que ver con Rajasthan o Chambal. Está situado al sur de la península, en Rayalaseema, una región de Andhra Pradesh. Ese lugar específico de aproximadamente 400 hectáreas en el distrito de Anantapur –antiguamente cubierto de campos de mijo- se ha transformado inexorablemente en desierto a lo largo de décadas. Esto se debe a factores a menudo paradójicos, que crean un tipo de espacio requerido por los equipos de filmación.

En la aldea de Dargah Honnur, donde viven los principales terratenientes de la zona, tuvimos muchas dificultades para convencerlos sobre el hecho de que no estábamos en e búsqueda de un sitio. «¿Para qué film es? ¿Cuándo van a filmar? » La pregunta siempre aparecía, ya fuera formulada o implícita. Algunos mostraban su falta de interés al saber que solo éramos periodistas.

Los directores e la película en télegu Jayam Manade Raa (La Victoria nos pertenece), que hizo célebre al lugar,  filmaron las escenas de combate aquí entre 1998 y 2000. Como todos los cineastas comerciales dignos de ese nombre lo harían, ellos han retocado su « set » para reforzar el lado desierto. «Tuvimos que arrancar nuestras plantaciones (ellos nos han indemnizado por eso)», explica Pujari Linganna, 45 años, cuya familia posee las 34 acres donde el combate fue filmado.  «También eliminamos un poco de vegetación y de arbolitos para que todo pareciera más real». La habilidad del camarógrafo y un empleo sabio de los filtros hicieron el resto.

Si los creadores de Jayam Manade Raa filmaran un nuevo episodio hoy, 20 años después, tendrían mucho menos trabajo. El tiempo y la naturaleza martirizada, además de la actividad encarnizada del hombre, aportaron al desierto todas las mejoras que ellos podrían esperar.

Esta escena, filmada en un escenario árido y salvaje (ver el video) no fue rodada en Rajasthan o en Chambal, sino al extremo sur de la península, en la región de Rayalaseema de Andhra Pradesh.

Sin embargo, es una parte de desierto particular. Sigue siendo una región agrícola, ya que hay todavía agua justo debajo de la superficie. «Hemos encontrado agua a solo 15 pies bajo tierra», nos dice P. Honnureddy, el hijo de Linganna. En una gran parte de Anantapur, los pozos de irrigación no encuentran agua a menos de 150 a180 metros. En ciertas partes del distrito, pasaron la marca de los 300 metros. No obstante, en el mismo momento, se ve surgir agua de un pozo de 10 cm de profundidad. ¿Tanta  agua tan cerca de la superficie, en un lugar tan cálido y arenoso?

«Toda esta zona se encuentra sobre el lecho de un río », explica Palthuru Mukanna, un granjero de una aldea vecina. ¿Qué río? Nosotros no vemos nada.  «Construyeron una represa hace unos cincuenta años, a unos 25 o 30 kilómetros de Honnur, sobre el río Vedavathi que corría en ese lugar. Nuestra parte del Vedavathi  (un afluente del Tungabhadra, o Aghari) se ha simplemente secado.»

«Es efectivamente lo que pasó», dice Malla Reddy del Centro Ecológico (del Rural Development Trust de Anantapur). Pocas personas conocen la región tanto como él. «El río se está muriendo poco a poco, pero ha contribuido a lo largo de los siglos a crear una napa subterránea constantemente explotada, a un ritmo que anuncia una catástrofe inminente.»

Ese desastre no tardará mucho en llegar. «Hace 20 años, había solo una excavación», explica V. L. Himachal, 46 años, que explota 5 hectáreas en la zona desertificada. «Era totalmente agricultura pluvial. Hoy, hay entre 300 y 400 pozos de irrigación en unas 400 hectáreas. Y recién llegamos al agua a cerca de 10-12 metros, a veces más.» Lo que da un pozo para 1,2 hectáreas, o menos.

Esto es mucho, como lo señala Malla Reddy, incluso para Anantapur, que «tiene cerca de 270 000 pozos, aunque la capacidad del distrito sea de 70.000 pozos. Y de esa enorme cantidad, casi la mitad están secos este año.»

Hace veinte años. Pujari Linganna (foto de la izquierda; y con su hijo P. Honnureddy a la derecha), tuvo que arrancar la vegetación para una filmación.  Hoy, el tiempo y la actividad humana contribuyeron de la misma manera a la desertificación. (Fotos: a la izquierda: Rahul M/PARI ; a la derecha: P. Sainath/PARI)

Entonces, ¿para qué sirven los pozos de irrigación en esos badlands [malas tierras: tierras horadadas]? ¿Qué se cultiva? Lo que se observa cada vez más en la parcela que exploramos, no es ni siquiera el maní omnipresente en el distrito, sino el bayra [mijo de perla o pequeño mijo]. Ese mijo se cultiva acá para la multiplicación de las semillas. No para el consumo o para el mercado, sino para las empresas de semillas que han contratado a los agricultores para ese trabajo. Se ven plantas macho y hembra dispuestas de manera ordenada en filas adyacentes. Las compañías crean un híbrido a partir de dos cepas diferentes de bayra. Esta operación va a necesitar mucha agua. Los restos de la planta después de la extracción de los granos servirán de forraje, en el mejor de los casos.

«Nosotros ganamos 3.800 rupias [= 49€] por quintal por ese trabajo de multiplicación de semillas», dice Pujari Linganna. Esto parece poco, teniendo en cuenta la mano de obra y los cuidados necesarios –y del hecho que las empresas venderán esas semillas a la misma categoría de agricultores a precios muy elevados. Otra cultivadora en esta misma parcela, Y. S. Shantamma, dice que su familia gana 3.700 rupias por quintal.

Shantamma y su hija Vandakshi dicen que el problema del cultivo acá no es el agua. «Incluso nosotros tenemos agua en la aldea aunque no tenemos agua corriente en casa.» Su problema es la arena que –además de la enorme cantidad que ya existe- puede acumularse muy rápidamente. Y caminar, incluso pequeñas distancias, sobre una arena de varios pies de profundidad, puede ser muy fatigante.

«En un momento, se puede destruir el trabajo que se ha hecho», dicen la madre y la hija. P. Honnureddy está de acuerdo. Nos muestra una franja de tierra, al pie de una duna, donde él había dispuesto con mucho esmero filas de plantas, hace solo cuatro días. Ahora,  son tan solo surcos recubiertos de arena. Este pueblo situado en el interior de una zona cada vez más árida y azotada por vientos violentos, esta sufriendo tormentas de arena.

«Tres meses por año llueve arena sobre ese pueblo», dice M. Basha, otro granjero del desierto. «Entra en nuestras casas, en nuestra comida» Los vientos aportan arena hasta dentro de las casas, a pesar de que ellas no estén tan cerca de las dunas. Los enrejados de mallas finas o las puertas suplementarias no son siempre eficaces. «Isaka varsham [la lluvia de arena] forma parte de nuestras vidas ahora, vivimos con ella»

A la izquierda: Honnureddy dispuso con mucho esmero filas de plantas que fueron recubiertas de arena en cuatro días. A la derecha: Y. S. Shantamma y su hijaVandakshi dicen: « La arena puede simplemente destruir tu trabajo. » (Photos: P. Sainath/PARI.)

Las arenas no son algo extraño en el pueblo de D. Honnur. «Es verdad, ellas se han tornado más intensas», dice Himachal. Muchas zarzas y arbustos que funcionaban como cortavientos eficaces han desaparecido. Himachal habla en conocimiento de causa del impacto de la globalización y de la economía de mercado. «Ahora, se calcula todo con dinero. Los arbustos, los árboles, toda la vegetación se acabó porque la gente quiso utilizar cada parcela de tierra para los cultivos comerciales.» Y «si una lluvia de arena se abate cuando los granos están germinando», dice el granjero M. Tippaiah, 55 años, «todo se destruye». Las rentabilidades son menores a pesar del acceso al agua. «Nosotros obtenemos tres quintales de maníes por acre (0,4ha), en el mejor de los casos cuatro, dice el granjero K. C. Honnur Swamy, de 32 años, mientras que el rendimiento promedio del distrito es de alrededor de cinco quintales por acre.

¿Ellos no están interesados en los cortavientos naturales? «Ellos solo eligen árboles que tengan valor comercial», dice Himachal. Esos árboles, inadaptados a esas condiciones, pueden no crecer acá. «Además, las autoridades dicen todo el tiempo que van a ayudarnos a plantar árboles, pero no pasa nada.»

«Hace algunos años», dice Palthuru Mukanna, «varios representantes del gobierno visitaron la región de las dunas para una inspección.» Su safari por el desierto terminó mal y su 4×4 se hundió en la arena, tuvo que ser remolcado por los pobladores con un tractor. «Nunca más volvimos a verlos desde ese momento», agrega Mukanna. Hay también períodos, dice el granjero Mokha Rakesh, «cuando el bus no llega ni siquiera hasta el otro lado del pueblo»

La desaparición de los arbustos y del bosque es un problema en toda la región de Rayalaseema. En el solo distrito de Anantapur, el 11 % de la superficie está clasificado como «zona forestal». La cubierta forestal real descendió a menos del 2%. Ello tuvo un impacto inevitable sobre el suelo, el aire, el agua y las temperaturas. El único gran bosque que se ve en Anantapur es la selva de eólicas que constelan el paisaje, incluso hasta el borde del mini desierto. Ellas han crecido en tierras compradas o alquiladas a largo plazo por empresas productoras de energía eólica.

De vuelta a D. Honnur, un grupo de cultivadores del desierto nos asegura que las cosas siempre fueron así.  Ellos presentan luego pruebas irrefutables de lo contrario. Las arenas siempre estuvieron allí, sí. Pero, su fuerza, causa de las tormentas de arena, ha aumentado. Antiguamente, había más arbustos y zonas cubiertas arboladas. Quedan muy pocas hoy. Siempre han tenido agua, sí, pero luego nos enteramos que su río está muerto. Que hace veinte años había muy pocas perforaciones, y que hoy hay cientos de ellas. Cada uno tiene en mente el fuerte aumento de la cantidad de los fenómenos meteorológicos extremos en el curso de los últimos veinte años.

El régimen de las precipitaciones cambió. «Para solo hablar del período en que necesitamos las  lluvias,  yo hablaría de un déficit de un 60 por ciento», dice Himachal. «Hubo menos lluvias alrededor de Ugadi [el Día de Año Nuevo télegu, habitualmente en abril] en estos últimos años». Anantapur es afectada –en cierta medida- por los monzones de verano [de junio a septiembre, NdT] y de invierno [a partir de septiembre], pero no se beneficia plenamente de ninguna de las dos ocasiones.

Fotos de arriba: La arena invadió todo, dice M. Basha, otro cultivador del desierto, «entra en nuestras casas, se mete en nuestra comida”. Fotos de abajo: El único gran bosque de Anantapur es hoy la selva de eólicas que tapan el horizonte. (Fotos : Rahul M./PARI)

Incluso en los años en que el distrito recibe una precipitación anual promedio de 535 mm, su frecuencia, duración y extensión han sido terriblemente irregulares. En algunos años, las lluvias han pasado de la temporada de cultivo a la de barbecho. A veces hubo fuertes lluvias en las primeras 24 a 48 horas, y luego grandes períodos de sequía. El año pasado, algunos mandals  (cantones) experimentaron períodos de sequía de casi 75 días durante la temporada de cultivo (de junio a octubre). Con el 75 por ciento de la población de Anantapur que vive en áreas rurales y el 80 por ciento de todos los trabajadores dedicados a la agricultura (como agricultores o trabajadores), eso resulta devastador.

«Solo hubo dos años realmente «normales» en Anantapur en el curso de cada una de las dos últimas décadas,», dice Malla Reddy del Centro de ecología. «En el curso de cada uno de los otros 16 años, 2/3 a 3/4 del sector fueron declarados víctimas de la sequía. En el curso de los 20 años que precedieron este período, hubo tres sequías por década. Los cambios aparecieron hacia fines de los años 80 y se agravaron año tras año.»

Un distrito que abrigaba en otras épocas una gran variedad de mijos se orientó cada vez más hacia los cultivos comerciales como el  maní. En consecuencia, una cantidad enorme de pozos de irrigación fueron cavados. (Un informe de la National Rainfed Area Authority indica que hay hoy «compartimentos donde la explotación de las aguas subterráneas superó el 100 por ciento»).

«Hace cuarenta años, teníamos un esquema claro -tres sequías en diez años- y los agricultores sabían qué plantar. Había entre 9 y 12 cultivos diversos y un ciclo de cultivo estable», dice C.K.’Bablu’ Ganguly. Él dirige el Colectivo Timbaktu, una ONG que, desde hace tres décadas, se concentra en el mayor bienestar económico de los pobres de las zonas rurales de esta región. Su compromiso de cuatro décadas le permitió adquirir un conocimiento profundo de la agricultura de la región.

«El maní [que cubre hoy el 69 por ciento de las tierras cultivadas de Anantapur] nos ha hecho lo que hizo en África, en el Sahel. El monocultivo que hemos adoptado no ha modificado solo las condiciones hidrográficas. Como el maní no soporta la sombra, la gente eliminó los árboles. En Anantapur, el suelo fue destruido. Los mijos fueron diezmados. La humedad desapareció, lo que vuelve aleatorio un retorno a la agricultura pluvial». La evolución de los cultivos también puso en tela de juicio la función de las mujeres en la agricultura Tradicionalmente, ellas eran las guardianas de las semillas de los diversos cultivos pluviales cultivados aquí. Cuando los agricultores comenzaron a comprar semillas en el mercado para hacer crecer los  híbridos comerciales que invadieron Anantapur (como en el caso del maní), la función de las mujeres se redujo muchísimo y se volvieron obreras no calificadas. En dos generaciones, muchos agricultores perdieron los conocimientos adquiridos en el complejo arte de hacer convivir cultivos numerosos y variados en el mismo campo.

Los nietos de Linganna, Honnur Swamy (arriba, a la izquierda) y Nagaraju (arriba, a la derecha), son ahora cultivadores del desierto, cuyos tractores y carros de bueyes (abajo) dejan profundos surcos en la arena. (Fotos: arriba a la izquierda y abajo a la izquierda: Rahul M./PARI. Arriba a la derecha y abajo a la derecha: P. Sainath/PARI)

Los cultivos forrajeros representan hoy menos del 3 % de las superficies cultivadas. « Anantapur tenía hace mucho tiempo una de las mayores cantidades de pequeños rumiantes del país», dice M. Ganguly. «Los pequeños rumiantes son el mejor recurso –de los bienes muebles- de las viejas comunidades pastorales tradicionales como los Kurumbas. El ciclo tradicional en el que las manadas de los criadores les proporcionaban a los granjeros el estiércol a base de bosta y de orina que ellos esparcían sobre sus campos después de la cosecha se ve hoy interrumpido por los cambios en los modos de cultivo y la agricultura química. En esta región, la planificación ha perjudicado a los sectores más marginalizados de la población.»

En Honnur, Himachal admite la disminución de la biodiversidad agrícola local y sus consecuencias. «Antiguamente, en este poblado, teníamos hasta también bayra, nyébé (caupí/carilla), guisante cayán, ragi (eleusina), mijo de los pájaros, soya verde, habas…,» él enumera. «Mucho más fáciles para cultivar, pero la agricultura pluvial no da dinero.» El maní lo hizo, durante cierto tiempo.

El ciclo de cultivo del maní es de alrededor de 110 días. En este período, el maní cubre el suelo para protegerlo de la erosión solamente entre 60 y 70 días. En la época en que se cultivaban nueve variedades de mijo y de leguminosas diferentes, todos los años, de junio a febrero, ellas le ofrecían, turnándose, su sombra protectora a la tierra cultivable.

En Honnur, Himachal está preocupado. Él sabe que los pozos de irrigación y los cultivos comerciales han sido muy provechosos para los agricultores. Él observa también la tendencia a la baja en ese sector –que se manifiesta por medio de migraciones crecientes a medida que los medios de existencia disminuyen. «Hay siempre más de 200 familias que buscan trabajo afuera », dice Himachal. Es decir, una sexta parte de las 1227 familias registradas durante el censo de 2011 en ese pueblo del mandal de Bommanahal, de Anantapur. «Cerca del 70 al 80 por ciento de todas las familias están endeudadas», agrega. El desamparo campesino es severo  en Anantapur desde hace veinte años: es el distrito de Andhra Pradesh donde se registran más  suicidios de agricultores.

Pujari Linganna (Foto : P. Sainath/PARI)
Palthuru Mukanna
Palthuru Mukanna (Foto : Rahul M./PARI)
V. L. Himachal
V. L. Himachal (Foto : P. Sainath/PARI)

«El tiempo del boom de los pozos de irrigación ya pasó», dice Malla Reddy. «Pasa lo mismo con los cultivos comerciales y los monocultivos.» Los tres proliferan aún, sin embargo, bajo la impulsión de esta mutación fundamental, pasando del policultivo alimenticio a la «creación de productos destinados a nuevos mercados.»

Si el cambio climático es solo la señal de que la naturaleza se reajusta, entonces, ¿qué verificamos en  Honnur y en Anantapur? Además, según lo que nos dicen los científicos, el cambio climático interviene en vastas regiones y zonas naturales -Honnur y Anantapur son solamente unidades administrativas, simples puntos en el mapa, demasiado pequeños para ser pertinentes. ¿Podría ser que cambios en gran escala le competan a regiones mucho más vastas y que puedan a veces agravar los fenómenos extraños que se producen en las subregiones de esas regiones?

Casi todos los elementos del cambio local son el resultado de la intervención humana. La epidemia de perforaciones, el paso masivo a los cultivos comerciales y al monocultivo, la pérdida de la biodiversidad que podría ser la mejor defensa de Anantapur contra el cambio climático, el agotamiento continuo de la napa freática, la destrucción de la delgada cubierta forestal de esta región semiárida; la degradación de la ecología de los pastizales y una grave degradación de los suelos; la intensificación de la agricultura química impulsada por la industria; el desmoronamiento de las relaciones simbióticas entre la granja y el bosque, los ganaderos y los agricultores- y la pérdida de los medios de subsistencia; y finalmente, la muerte de los ríos. Todos esos factores tuvieron un claro impacto sobre las temperaturas, las condiciones meteorológicas y el clima, que a su vez han acentuado esos procesos.

Si la acción humana, guiada por un modelo de desarrollo económico enloquecido, es un factor determinante en los cambios que sufrimos, hay mucho para aprender de esta región y de muchas otras como ella.  

«Tal vez deberíamos cerrar los pozos de irrigación y volver a la agricultura pluvial», dice Himachal. «Pero, es demasiado difícil».

El proyecto de reportajes a nivel nacional de PARI (Archivos populares de la India rural) sobre el cambio climático forma parte de una iniciativa sostenida por el PNUD para captar ese fenómeno a través de las voces y la experiencia vivida de la gente común.

El Rayalaseema comprende cuatro distritos meridionales del Estado de Andra Pradesh: Anantapur, Chittoor, Kadapa (Cuddapah) y Kurnool

Palagummi Sainath

Original: It’s raining sand in Rayalaseema

Traducido por Cristina Santoro

Editado por: María Piedad Ossaba  –  Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Fuente: Tlaxcala, 23 de julio de 2019

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