Era casi medio día del miércoles veinte de marzo de 2019 cuando una operación policial, de carácter altamente secreto, se ejecutaba en la ciudad de Valencia, a doscientos kilómetros del centro del poder político en Venezuela. La misión: “capturar al paramilitar más peligroso de toda Latinoamérica”.
Una vasta operación de inteligencia que peinó cada centímetro de la frontera colombo-venezolana durante más de seis meses permitió al Ministerio de Relaciones Interiores Justicia y Paz del Gobierno bolivariano dar con el paradero de Wilfredo de Jesús Torres Gómez, alias Necocli, máximo líder de la banda paramilitar colombiana Los Rastrojos. Su aprehensión, supone un paso importante para desarticular lo que a juicio de Freddy Bernal, miembro de la dirección nacional del Partido Socialista Unido de Venezuela y Protector presidencial para el estado Táchira, es la amenaza más grande de la región.
Bernal accede a conceder una entrevista en exclusiva para Sputnik para dar detalles sobre el caso de Necocli, pero también para profundizar en lo que representa el paramilitarismo colombiano como factor de desestabilización y conspiración contra Venezuela. Desde su oficina, apodada por su equipo cercano como el Búnker, confiesa que ha sido un honor cumplir con la orden del presidente Nicolás Maduro de “enfrentar la guerra múltiple de Colombia y del imperio norteamericano, a través de 193 kilómetros de territorio donde el estado Táchira hace frontera con la OTAN”.
“El ISIS de América Latina”
¿Quién es Necocli?, le pregunto con una cierta urgencia de abordar los detalles de su captura. Sin embargo, Bernal me detiene con ánimo pedagógico para apuntar que detrás de cada delincuente, existen unas condiciones culturales, sociales y políticas que posibilitan su aparición. Por ello, estima conveniente destacar primero la historia del paramilitarismo en el país neogranadino.
“Un país como Colombia, dirigido por la burguesía, necesita estructuras para hacer lo que al ejército colombiano no le conviene hacer de cara a la opinión pública, como secuestrar, asesinar, decapitar o causar conmoción social. Es decir, las bandas paramilitares son una especie de brazo armado de las propias fuerzas armadas de Colombia. Y por supuesto tienen una identificación absolutamente de derecha. Por esta razón, siempre he dicho y lo ratifico que los paramilitares en la frontera son el ISIS de América Latina. Así como ISIS fue y es un instrumento de Estados Unidos para balcanizar Siria e Irak, para apoderarse del petróleo, para asesinar de forma cruel e indiscriminada a hombres, mujeres y niños, estas bandas paramilitares tienen como objetivo precisamente lo mismo en la frontera. Son la punta de lanza, son la vanguardia de una agresión hacia Venezuela, y por supuesto bajo la supervisión, planificación, dirección y financiamiento de la agencia de inteligencia de Estados Unidos, no tengo la menor duda”, concluye.
Según el recuento hecho por Bernal, los Rastrojos es uno de los cuatro grandes grupos paramilitares que actúan en la frontera. Completan el cuadro: los Urabeños (con presencia en Ureña hasta la Fría); el Cartel del Golfo del Escobal (Ubicados en las poblaciones de San Antonio hasta las Delicias) y la Organización Paramilitar de la Frontera (cuyo radio de acción son las poblaciones de San Antonio del Táchira y parte de Ureña); Todos, desde su consideración, se encuentran protegidos por la policía nacional y el ejército colombiano.
La académica colombiana, Vilma Franco, en su artículo ‘Mercenarismo corporativo y la sociedad contrainsurgente’, hace un recuento importante sobre la génesis de estas estructuras criminales. Y aunque el resumen de dicha genealogía dice que el paramilitarismo en Colombia lleva más de sesenta años, su naturaleza actual tiene su origen en los acuerdos de desmovilización firmados entre el Gobierno de Álvaro Uribe Vélez y los ejércitos fundados por Carlos Castaño y Jorge 40.
Muchos de esos mercenarios, que habían cometido innumerables crímenes de lesa humanidad, simplemente terminaron aliándose con los carteles de las drogas, para así conformar pequeños ejércitos que sirvieran a los intereses de quienes producían y distribuían la cocaína colombiana. Los Rastrojos también conocidos como la Empresa, nace de la fusión de las Autodefensas Unidas de Colombia y el Cartel del Valle del Cauca.
“Estuvo dirigida durante muchos años, por un paramilitar apodado Cara e´ vieja, que fue dado de baja en un enfrentamiento con autoridades venezolanas en 2016. Luego toma el mando, Necocli. Se dedicaron entonces a cometer crímenes tanto del lado de Colombia, pero también tenía influencia en el estado Zulia, específicamente en las zonas de Casigo el Cubo y Catatumbo, y en La Fría en el estado Táchira, ambos territorios venezolanos”, apunta Bernal.
“Una nómina de un millón de dólares”
El paramilitarismo es una cultura, afirma Bernal. Es quizá ese uno de los obstáculos más fuertes a la hora de hacerle frente, porque penetra psicológica y económicamente grandes sectores de la población. Son una base social que les permite tener inteligencia diseminada a lo largo y ancho de la frontera, comenta.
“A veces la gente piensa que un paramilitar es un miembro de las Autodefensas Unidas de Colombia, vestido con traje camuflado con fusil e insignia, no, quizá eso fue así hace algún tiempo, pero ahora, un paramilitar es lamentablemente un niño de 14 años, una anciana de 70 años, un señor de 50, un taxista, alguien que tiene un kiosko, el que trabaja en una tienda de repuesto. ¿Y por qué es paramilitar? Porque es informante, es custodio de elementos provenientes del delito, es custodio de gente secuestrada, y trabajan para una estructura superior que son las estructuras de carácter armado. Se calcula que Necocli, pagaba una nómina de un millón de dólares semanal, entre la estructura armada, que tienen unos sueldos muy altos, los jefes y subjefes, y luego una inmensa red logística que se calcula llegan a las 2.000 personas. Es decir, 400 hombres armados, muy bien apertrechados, y unas 1.600 personas entre informantes, traficantes, los que proveen gasolina, los que vigilan las trochas, los que mueven los vehículos, los que producen alimentos, los que cuidan fincas. Es una organización de carácter criminal que genera inmensos recursos” puntualiza.
—¿Cómo los organismos de seguridad logran permear una red de estas características?
Al llegar a Táchira entendí que la única manera de poder infiltrar las bandas paramilitares era también con una estrategia de carácter social. Comenzó un trabajo que duró meses, para irnos acercando poco a poco a la estructura paramilitar. Tuvimos que utilizar lo que denominamos dobles agentes, quienes a través de métodos policiales eran de ellos y logramos pasarlos a informantes de nosotros. Si no, no habría sido posible infiltrarlos. Por supuesto que todo con negociaciones de carácter policial, previstas en las leyes. Fuimos detectando quien era Necocli, en qué sector se movía, la estructura financiera, los lugartenientes. Lanzamos varias operaciones que habían sido infructuosas. Una macrooperación con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y el Comandante Estratégico Operacional, Remigio Ceballos, donde logramos expulsarlos hacia Colombia, pero no logramos capturar elementos de gran importancia. Luego, lanzamos dos operaciones más sobre la zona de Caño Amarillo, Boca de Grita y La Palmita, capturamos a dos paramilitares de mediano nivel, pero los grandes se nos escaparon siempre.
El sutil encanto de la inteligencia
Mientras la entrevista avanza, Bernal recibe llamadas telefónicas y pone a punto su agenda de trabajo. Hace anotaciones al tiempo que relata que sus equipos se mantuvieron todo el tiempo procesando información de inteligencia desde octubre de 2018. Sabían que Necocli estaba siendo ampliamente perseguido, no solo por los organismos de seguridad venezolanos sino por los carteles y grupos paramilitares enemigos, lo cual lo mantenía en constante movimiento entre el territorio colombiano y venezolano.
“Aunque parezca risible, su lugar de esparcimiento era Tucacas, zona costera del estado Falcón en Venezuela. Él no se iba a Cartagena de Indias, ni se iba a la Isla de San Andrés, sino que había elegido como lugar de esparcimiento esa zona de Venezuela. Entonces, la primera pista de su paradero la tenemos en Valencia. Comenzamos a través de un patriota cooperante, a procesar información, a hacer seguimiento telefónico de muchos meses. Trabajamos con diversos organismos de inteligencia, durante seis meses, hasta que efectivamente logramos detectarlo en Valencia. Entonces, para que no se nos escapara decidimos lanzar una operación de captura. Se coordinó dicha operación con el ministro de Interior, el mayor general, Néstor Reverol, quien designó a Interpol y un equipo especial del CICPC (Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas). Apoyándonos en los datos de inteligencia previamente recolectados, logramos su captura. En dicho momento, tenía una cédula falsa venezolana, a nombre de Luis Eduardo Picón Gómez. Por supuesto, en estos momentos está a órdenes de los tribunales de Venezuela, por múltiples delitos.
Desde la perspectiva de Bernal, la captura de Necocli significa un importante golpe a la banda paramilitar, pero no afecta del todo el funcionamiento de la misma. Según nos refiere, estas estructuras tienen una especie de Estado Mayor, donde en el momento en que es dado de baja o es apresado uno de ellos, directamente sube el segundo, y así sucesivamente.
Es inevitable pensar que es una quimera, la lucha contra estas organizaciones delincuenciales y así se lo hago saber. Pero Bernal, se muestra optimista. “estamos en una estrategia combinada policial y militar, en función de detectar, enfrentar y detener, no al primero o segundo al mando, sino ir contra diversos puntos de la estructura para desarticularla. Evidentemente esto va a llevar al enfrentamiento armado en algún momento, porque son estructuras que tienen un poder de fuego muy importante”, señala.
La sombra que se cierne
El Gobierno venezolano, informó que Necocli no solo era un criminal buscado por crímenes como secuestro o tráfico de drogas, también era una pieza importante dentro del plan de desestabilización política de Venezuela.
Bernal afirma que la captura del diputado Roberto Marrero, asistente de Juan Guaidó, brindó múltiples pistas sobre el paradero del peligroso paramilitar colombiano, así como de su vinculación con futuros planes terroristas. La fuente principal, fueron los cientos de mensajes de Whatsapp y documentos que Marrero poseía en su teléfono y computadora personal.
“Entre esa madeja de información había un lazo conectado a una persona cercana a Necocli. Hay la evidencia que esta derecha venezolana no tiene escrúpulos y es capaz de asociarse con los peores criminales para ejecutar sus fines inconfesables de tomar el poder. Esta banda paramilitar de los Rastrojos, sigue allí en Colombia, accionando contra Venezuela. Pero ahora, esto se sigue complejizando, porque hay un grupo de militares traidores a la Patria que se fueron hacia Colombia. Las bandas paramilitares están ofreciendo a cada uno, dos millones de pesos para contratarlos. No tengo la menor duda de que muchos de ellos, quizá la mayoría, van a terminar formando parte de la estructura del paramilitarismo colombiano. Entonces se convertirán en secuestradores, extorsionadores y asesinos, mientras preparan las condiciones para una agresión a Venezuela por Colombia.
—¿Qué recomendación hace al Estado venezolano para enfrentar al paramilitarismo?
Estamos haciendo las cosas de manera correcta, pero debemos dar un paso más allá. Deberíamos tener una Unidad Antiterrorista, donde se agrupen funcionarios del DGCIM, del SEBIN, y del FAES, una unidad de élite contraterrorista. Dedicada única y exclusivamente a estas acciones. La mayor garantía para luchar contra esta amenaza es lograr el control territorial a través de la milicia nacional bolivariana, porque se trata del pueblo en armas. Táchira tiene 1.120 unidades de defensa programadas, si nosotros las constituimos, las formamos y ocupamos el territorio va a ser muy difícil que las bandas paramilitares o cualquier otro ejército ingresen al territorio venezolano, porque quien controla el territorio tiene la mitad de la guerra ganada.
Apago la grabadora, sin saber que la entrevista aun no culmina. Recorro visualmente el despacho y observo cuadros de Bolívar, Chávez y Nicolás Maduro. A su escritorio vuelve su pistola, que es un elemento infaltable de su indumentaria cotidiana.
Mientras me brinda detalles específicos sobre su mecanismo y el calibre de la munición que usa, fue imposible que no pensara en que ese hombre que me hablaba con aquella calma y hasta entusiasmo de su peligrosa labor, se ha convertido en la punta de lanza contra el paramilitarismo colombiano.
Las preguntas surgen solas y me empeño en que sea mi memoria y no el grabador quien las registre.
—¿Quién se encarga de su seguridad personal?
Hace algunos años tuve el honor de conversar con el comandante Fidel Castro, que fue objeto de seiscientos atentados, ciento diez asumidos por la CIA. Yo le pregunté sobre quién era su jefe de seguridad. Él llamó a un general como de sesenta años y luego llamó a un mayor de cuarenta años. Uno tenía con él cuarenta y dos años en su seguridad, el otro, veinte. De uno dijo que era muy viejo, y del otro dijo que era muy joven, por lo tanto su jefe de seguridad era él mismo. Y me recomendó: “Freddy, nunca dejes tu seguridad en manos de nadie”. Desde ese momento, hace más de quince años, selecciono mis hombres, los entreno, los dirijo, los superviso. Yo mismo actúo como mi propio jefe de seguridad.
—¿Y no le teme a la muerte?, dije con un pie en el umbral y a riesgo de que el cumplimiento de su agenda frenase la respuesta.
“Sí, claro. Quién no. El asunto es no dejar que eso te paralice. No hay mejor manera de enfrentar el peligro que chocar contra él”, me contesta meditativo mientras su asistente le informa, desde una respetuosa distancia, que su próxima reunión ya está a punto de comenzar.
José Negrón Valera
Editado por María Piedad Ossaba
Fuente: Sputnik, 29 de abril de 2019