La Economía Naranja es la bandera de Iván Duque, la menciona en todos sus discursos, insiste en ponerle el apellido “naranja” a casi todas las líneas de su plan de desarrollo, promovió la ley Naranja como senador e impuso su votación a pupitrazo (vía Fast track, con un solo debate en Cámara) y sin embargo, casi nadie sabe muy bien de qué se trata y su principal promotor, hoy Presidente de Colombia, no parece estar interesado en que lo sepamos.
Quizá se deba a que la oscuridad sirve a las fieras para ocultarse y que la intención sea precisamente la de ocultar el hecho de que “Economía Naranja” es una expresión nueva para hablar de una idea vieja o, si se prefiere, para acomodar esa idea a un sector al que no habían podido imponerla antes. La idea es el modelo de economía neoliberal y el sector es la creación, la inventiva, el arte y la cultura.
El contexto en el que surge es el de la crisis de capitales del año 2008 y el casi nulo crecimiento que ha tenido la economía mundial desde la gran recesión. La especulación en torno al precio de los comodities y el mercado de valores han hecho que hoy en el mundo haya mucho más dinero en créditos del que hay representado en bienes y, ante la necesidad de nuevos mercados en los cuales invertir, han recurrido a los bienes que históricamente no han tenido como fin su mercantilización: por un lado las innovaciones en materias ecológicas, denominado Economía Verde y por otro, el sector del arte y la cultura y en general todo lo que tenga que ver con el desarrollo del conocimiento, que es lo que denominan Economía Naranja.
La pregunta ¿qué es la economía naranja? Tiene por lo menos dos respuestas. La primera: es una válvula de escape a la presión que tiene la economía mundial pues pone un nuevo mercado en manos de los especuladores para que inviertan grandes capitales y puedan especular del modo en que lo hacían hace veinte años con el hierro o el petróleo; La segunda: es un paquete donde se convierte en mercancía todo lo que tenga que ver con el conocimiento humano, es decir, el arte, la investigación científica, el desarrollo tecnológico y las tradiciones más arraigadas. No es cualquier cosa lo que pretenden, es aplicarle la dosis con la que acabaron el agro y la industria colombiana a nuestra producción cultural (no solo las expresiones artísticas y tradicionales en sentido restrictivo, sino todo lo que tiene que ver con la creación de nuevo conocimiento) y de paso convertir en mercancía los bienes más preciados de la identidad nacional.
¿Cómo funciona la Economía Naranja? Consiste en excluir el papel del Estado como financiador de las creaciones culturales, científicas y tecnológicas, y ordenar las reglas de juego de modo que sean atractivas para la especulación:
1. Privilegiar el derecho de autor frente al de autoría, es decir, que sea más importante el derecho a explotar económicamente una obra que el derecho a ser reconocido como autor de esa obra y generar la suficiente flexibilidad en las normas para que se haga fácil comprar y vender derechos de autor.
2. Fortalecerer las normas de protección de Copy Right (Ley Lleras) a fin de que quien compra los derechos de una obra no corra riesgos de que la obra sea pirateada.
3. Dirigir el dinero con el que antes se fomentaba la creación hacia la construcción de una infraestructura que permita a los compradores de esos derechos explotarlos más fácilmente.
3.1. ¡Si concesionar el uso de esa infraestructura es gratis o casi gratis, mejor! (Proyecto de Ley TIC). 4. Generar beneficios tributarios para las multinacionales del entretenimiento.
Sobre este cuarto punto vale la pena ahondar, por ser en el que más se nota la injusticia. Aquí la política de Economía Naranja impulsa asuntos como el recorte al impuesto de renta para artistas extranjeros que realicen eventos públicos en el país (Ley de Espectáculos) mientras que impone cargas casi imposibles de pagar a los eventos con artistas nacionales. Contempla la devolución de parte del dinero invertido a las producciones cinematográficas extranjeras realizadas en el país (Ley de Cine) mientras recorta fuertemente el presupuesto del Fondo de Desarrollo Cinematográfico con el que se deberían financiar las producciones nacionales. La ley de patrimonio sumergido plantea la repartición por mitades (entre Estado y privados) de los tesoros hundidos o enterrados que sean encontrados en el territorio nacional sin tener en consideración su valor cultural, patrimonial o ancestral. Y como los recortes en impuestos alguien los tiene que pagar, resultan injustas todas estas medidas por partida doble: pues no solo terminan financiando a los artistas extranjeros con la el dinero que ya no le dan a los artistas nacionales, sino que los terminan de subsidiar imponiendo una mayor carga tributaria a la clase media.
El panorama se va clarificando: la política de Economía Naranja en nada favorece a los artistas, científicos o ingenieros colombianos y, en cambio, tiene beneficiarios claros: los conglomerados del entretenimiento. En primera fila Carlos Slim, dueño de Claro y principal beneficiario de la Ley TIC, pero detrás de él otros grandes imperios como Comcast, Disney, Wanda Group, AT&T (dueña de DirecTV), Fox, CBS, Netflix, Sony, Facebook y Google. Se sigue clarificando: no es una política dirigida a mejorar los productos culturales (ofrecer mejores contenidos en la televisión, cine, software o investigación científica), sino una política dirigida a que se pueda transar más fácilmente con la propiedad intelectual de esos productos. Continúa haciéndose claro: no interesa que Colombia se convierta en un país productor de conocimiento y arte, sino que los colombianos nos hagamos consumidores del arte y el conocimiento de propiedad de los grandes conglomerados de Copy Right.
Los riesgos son evidentes:
1. La Economía Naranja amenaza todas las expresiones artísticas que no tiene mercado (la música popular, el cine alternativo, la televisión comunitaria) pues lo que no se consuma de manera masiva no será comprado ni exhibido en los circuitos cooptados por las multinacionales del entretenimiento. 1.1. Como consecuencia necesaria, la cultura corre el riesgo de hacerse homogénea pues si solo existe lo que se vende, llegará el momento en que todo se parezca.
2. La Economía Naranja amenaza el trabajo de los artistas y los convierte en mano de obra barata para la gran producción, un ejemplo: directores de fotografía que dejan de dirigir su obra para ser camarógrafos baratos en las producciones de cine extranjeras rodadas en el país.
3. Se perderá el carácter innovador, original y transformador del arte y la cultura: el arte va pregonando las nuevas ideas, bajo las formas más diversas, todo esto corre el riesgo de quedar subordinado a las estructuras que controlarán la cultura. Un arte que cuestione a las multinacionales del entretenimiento no será posible nunca más.
En el aire quedan solo estas preguntas, que al ser respondidas por el lector, revelarán la posición que debe asumir frente a la Economía Naranja: ¿Para quién deberían ser las utilidades de las creaciones culturales?, ¿para los creadores o para los intermediarios?; ¿Cuál debe ser la función del arte?, ¿crear obras que enriquezcan la cultura y el espíritu humano o generar utilidades? Y finalmente ¿Cuál debe ser el papel del artista?, ¿el de creador o el de vendedor de su obra?
Si las preguntas se han resuelto en el sentido en que supongo, podremos estar de acuerdo en esta conclusión: la única posición posible frente a la Economía Naranja es la de organizarnos, unificar criterios entre los artistas y crear formas de movilización efectivas para oponernos a ella y derrotarla.
Alejandro Arcila Jiménez
Editado por María Piedad Ossaba
Fuente: Editorial Opinión a la Plaza, 17 de febrero de 2019
Traducciones disponibles: Français