Memoria Histórica
Al triunfar la Revolución cubana el 1ro. de enero de 1959, la administración republicana de Dwight D. Eisenhower, al tiempo que reconocía —no sin cierta reticencia— al nuevo gobierno cubano el 7 de enero, [i] se trazaba como meta fundamental evitar la consolidación de la revolución social en Cuba y con ello, que los intereses estadounidenses en la Isla fueran lastimados.
social en Cuba y que los intereses estadounidenses en la Isla fueran lastimados. Fotos: Internet
Eisenhower había apoyado al dictador Fulgencio Batista desde que asumió la presidencia de los Estados Unidos, por lo cual no estaba en condiciones de entenderse con la Cuba revolucionaria que emergía. Por lo anterior, la Administración de Eisenhower no significaría un nuevo diseño de política hacia Cuba, sino una total continuidad. El mismo equipo de gobierno que había fracasado tratando de buscar una alternativa para evitar la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias, era el mismo que entonces tenía que entendérselas con la Cuba de Fidel Castro. Por tal razón, los planes subversivos de la potencia del Norte contra la Revolución cubana comenzaron a planificarse y ejecutarse desde los primeros meses del año 1959, sobre todo por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aunque sería luego de aprobada la Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo que estos se hicieron sentir con más virulencia. También es a partir de esa fecha que comienza gradualmente a observarse una mayor y estrecha articulación entre la CIA y el Departamento de Estado en función del cambio de régimen en Cuba.
A pesar de que la aprobación formal del “Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro” ocurriría en marzo de 1960, la decisión del “cambio de régimen” había sido tomada desde el propio año 1959. Dos altos funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el subsecretario para Asuntos Políticos, Livingston T. Merchant, y el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos, Roy Rubbottom, reconocerían luego que desde junio de 1959 se “había llegado a la decisión de que no era posible lograr nuestros objetivos con Castro en el poder”, poniéndose en marcha un programa que “el Departamento de Estado había elaborado con la CIA”, cuyo propósito era el de “ajustar todas nuestras acciones de tal manera que se acelerara el desarrollo de una oposición en Cuba que produjera un cambio en el gobierno cubano resultante en un nuevo gobierno favorable a los intereses de EE.UU”.[ii]
Aunque nuestros expertos en Inteligencia estuvieron indecisos durante algunos meses señaló Eisenhower en sus memorias, los hechos gradualmente los fueron llevando a la conclusión de que con la llegada de Castro, el comunismo había penetrado el hemisferio (…) En cuestión de semanas después que Castro entrara a La Habana, nosotros en el gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza.[iii]
El 19 de abril de 1959, durante la visita de Fidel Castro a los Estados Unidos, el vicepresidente Richard Nixon se entrevistó con el Primer Ministro cubano en Washington, con el objetivo de ganar claridad en cuanto a su ideología y los rumbos que seguiría Cuba bajo su liderazgo. Al concluir la entrevista, Nixon resumió sus impresiones en un memorándum, del cual envió copias a Eisenhower, al director de la CIA, al secretario de Defensa, al jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas yanquis, y a otras figuras de los círculos de poder estadounidenses. Estas fueron algunas de sus valoraciones sobre Fidel:
Como ya indiqué, se mostró increíblemente ingenuo con relación a la amenaza comunista y pareció no tener miedo alguno de que los comunistas pudieran eventualmente llegar al poder en Cuba. (…) Mi impresión personal de él como individuo es compleja. De algo sí podemos estar seguros, y es de que tiene esas cualidades indefinibles que lo convierten en líder. Pensemos lo que pensemos de él, va a ser un factor de mucha consideración en el desarrollo de la situación en Cuba y muy posiblemente en América Latina en sentido general. Parece sincero, pero o bien es increíblemente ingenuo acerca del comunismo o está sometido a la disciplina comunista ¾me inclino por lo primero¾, y, como ya he sugerido, sus ideas acerca de cómo manejar el gobierno o la economía están mucho menos desarrolladas que las de casi todas las personalidades mundiales que he conocido en cincuenta países.
Pero como posee la capacidad de dirigir a la que me he referido, no nos queda otra opción que tratar por lo menos de orientarlo en la dirección correcta.[iv]
el vicepresidente Richard Nixon se entrevistó con el Primer Ministro cubano.
Por su parte, el líder cubano recuerda esta reunión de la siguiente manera:
En fecha tan temprana como el mes de abril de 1959 visité Estados Unidos invitado por el Club de Prensa de Washington. Nixon se dignó recibirme en su oficina particular. Después afirma que yo era un ignorante en materia de economía. (…) Mi único reparo al hablar con Nixon era la repugnancia a explicar con franqueza mi pensamiento a un vicepresidente y probable futuro Presidente de Estados Unidos, experto en concepciones económicas y métodos imperiales de gobierno en los que hacía rato yo no creía. (…) No era un militante clandestino del Partido Comunista, como Nixon con su mirada pícara y escudriñadora llegó a pensar: Si algo puedo asegurar; y lo descubrí en la Universidad, es que fui primero comunista utópico y después un socialista radical, en virtud de mis propios análisis y estudios, y dispuesto a luchar con estrategia y tácticas adecuadas. (…) Cuando Nixon comenzaba a hablar, no había quién lo parara. Tenía el hábito de sermonear a los mandatarios latinoamericanos. No llevaba apuntes de lo que pensaba decir, ni tomaba nota de lo que decía. Respondía preguntas que no se le hacían. Incluía temas a partir solo de las opiniones previas que tenía sobre el interlocutor: Ni un alumno de enseñanza primaria espera recibir tantas clases juntas sobre democracia, anticomunismo y demás materias del arte de gobernar. Era fanático del capitalismo desarrollado y su dominio del mundo por derecho natural. Idealizaba el sistema. No concebía otra cosa, ni existía la más mínima posibilidad de comunicarse con él.[v]
También, a raíz de la visita de Fidel a los Estados Unidos, el Departamento de Estado de ese país elaboró un memorándum que fue trasladado al presidente Eisenhower el 23 de abril de 1959. En este se hacía la siguiente valoración del líder de la Revolución cubana:
En síntesis, a pesar de la aparente simplicidad y sinceridad de Castro y su deseo de tranquilizar a la opinión pública norteamericana, es poco probable que Castro modifique el curso esencialmente radical de su revolución. Su experiencia entre nosotros le ha permitido obtener un conocimiento valioso de la reacción de la opinión pública norteamericana, lo cual pudiera convertirle en una persona más difícil de manejar tras su regreso a Cuba. Sería un grave error subestimar a este hombre. Con toda su apariencia de ingenuidad, falta de sofisticación e ignorancia en muchas materias, se trata evidentemente de una fuerte personalidad y un líder nato con gran valor personal y convicciones. Aunque ahora lo conocemos mejor que antes, Castro sigue siendo un enigma y debemos esperar por sus decisiones sobre cuestiones específicas antes de asumir una posición más optimista que la que hemos tenido hasta ahora en cuanto a la posibilidad de desarrollar una relación constructiva con él y con su gobierno.[vi]
Las dudas que aún podían tener los Estados Unidos sobre si la radicalidad del proceso revolucionario cubano traspasaría los límites de su tolerancia o los “requerimientos mínimos de seguridad”, como aparecía en algunos de sus documentos secretos, terminaron cuando se firmó la primera ley de Reforma Agraria en Cuba, el 17 de mayo de 1959. Todas las evidencias hacen pensar que a partir de ese momento el gobierno de los Estados Unidos se convenció de que la revolución social en Cuba era verdadera y que esta constituía un peligro potencial para sus intereses fundamentales en la Isla y en el hemisferio occidental. Todavía las relaciones entre Cuba y la URSS no se habían establecido, ni se había declarado el carácter socialista de la Revolución, pero el desafío cubano era ya considerable, pues rompía con los moldes clásicos del control hegemónico de Washington sobre la región. De este modo, una vez que Cuba mostró su posibilidad de actuar como nación independiente tanto en el plano interno como en política exterior, en una región que los Estados Unidos consideraban su traspatio seguro, la esencia del conflicto Estados Unidos-Cuba llegó al pináculo de su expresión. Esa esencia no es otra que hegemonía versus soberanía, desde que los padres fundadores de la nación estadounidense comenzaron a acariciar la idea de la anexión de Cuba hasta nuestros días.
Como en juicio docto ha dicho Noam Chomski:[vii]
La agresiva e intervencionista política exterior norteamericana de la posguerra ha tenido mucho éxito en crear una economía global en la cual las corporaciones ubicadas en Estados Unidos pueden operar con amplia libertad y altos beneficios. Pero ha habido fracasos, por ejemplo, en Cuba e Indochina. Cuando algún país tiene éxito en desembarazarse del sistema global dominado por Estados Unidos, la respuesta inmediata ha sido (sin excluir el terror y el sabotaje), evitar lo que, algunas veces, ha sido llamado en documentos internos ‘éxitos ideológicos’. (…) El temor de los planificadores ha sido siempre que el éxito de la revolución o de la reforma social pueda influir en otros para seguir el mismo ejemplo.[viii]
No fueron entonces los vínculos de Cuba con la URSS, a partir de febrero de 1960, fecha en que se firman los primeros acuerdos económicos, tal y como reportó el embajador estadounidense en La Habana al Departamento de Estado, estos no afectaban directamente los intereses estadounidenses, sino más bien todo lo contrario—,[ix] los que originaron el conflicto Estados Unidos-Cuba, como algunos autores tratan de hacer ver en un relato poco plausible.[x] El problema de fondo estuvo en que el gobierno revolucionario cubano rompió con la tradición de subordinar la política interna y externa de la Isla a los dictados de Washington, sobre todo a partir de la aplicación de la Ley de Reforma Agraria. Esa independencia no estaban dispuestos a aceptarla, pues rompía toda la lógica con la que Washington acostumbraba a tratar a los países de América Latina y el Caribe.[xi] De esta manera, la Revolución cubana pasó a convertirse en un problema de “seguridad nacional” para los Estados Unidos y a considerarse “la primera penetración comunista significativa en el hemisferio occidental”.
Asimismo, la idea de una Cuba satélite de Moscú sería el pretexto idóneo para el diseño de la política más agresiva contra la Isla desde la potencia del Norte. Téngase en cuenta que el 24 de noviembre de 1959 el embajador inglés en los Estados Unidos reportaba a su cancillería:
Yo tuve que ver a Allen Dulles esta mañana sobre otro asunto, y aprovechó la oportunidad para discutir sobre Cuba, sobre una base estrictamente personal. Desde su punto de vista personal, él esperaba grandemente que nosotros decidiéramos que no continuaremos con la negociación sobre los Hunter (se refiere a las gestiones que realizaba Cuba para comprar aviones en el Reino Unido). Su razón fundamental es que esto podría conducir a que los cubanos solicitaran armas a los soviéticos o al bloque soviético. Él no había despachado esto con el Departamento de Estado, pero era, por supuesto, un hecho que en el caso de Guatemala había sido el envío de armas soviéticas lo que había cohesionado a los grupos de oposición y creado la ocasión para lo que se hizo.[xii]
Sentadas las razones propagandísticas, la administración Eisenhower comenzó de inmediato un amplio espectro de políticas agresivas contra la Revolución cubana con el objetivo de lograr un cambio de régimen, entre ellas: suspensión de la asignación de créditos, campañas difamatorias, violaciones al espacio aéreo y marítimo de Cuba, sabotajes a los objetivos económicos en la Isla, ataques piratas, apoyo de la CIA a la contrarrevolución interna en sus actos de sabotajes, sostén e incitación al bandidismo, intentos de asesinato contra los líderes de la Revolución, utilización de la Organización de Estados Americanos para condenar y aislar diplomáticamente a Cuba, apoyo encubierto a una invasión desde el exterior por elementos batistianos acantonados en Santo Domingo bajo el patrocinio del dictador Trujillo, entre otros actos de agresión.
Sin embargo, muy pronto la CIA y el Presidente llegaron a la conclusión de que el único modo de “solucionar” el asunto de Cuba era sobre la base de asesinar a Fidel Castro[xiii] o invadir la Isla. De este modo, desde diciembre de 1959 la CIA había concebido un programa de formación de un ejército de mercenarios cubanos, algunos de ellos criminales de la dictadura batistiana, para invadir el país. Este plan sería finalmente ratificado por el presidente Eisenhower en marzo de 1960.[xiv] Con el rompimiento de las relaciones diplomáticas, ocurrido en enero de 1961, luego de una espiral de agresiones contra la Isla, la Administración de Eisenhower dejó preestablecidos los elementos esenciales que caracterizarían la política de los Estados Unidos hacia Cuba hasta el presente, con reducidos y esporádicos momentos de ajustes como los ocurridos principalmente durante el período de la Administración Carter (1977-1981), y a partir del 17 de diciembre de 2014 durante el mandato de Barack Obama, aunque sin variar en los objetivos históricos y estratégicos de la política de “cambio de régimen”.