Los Chalecos amarillos, un levantamiento contra el “rey” neoliberal Macron

El ascenso político de Macron -un verdadero conejo salido del sobrero- lo deja con poca legitimidad, una vez que se desvanece el brillo de las portadas satinadas de las revistas. Con la ayuda de sus amigos, Macron inventó su propio partido, La República en Marcha [La République en Marche]. . Pobló su partido con individuos de la “sociedad civil”, a menudo empresarios de talla media sin experiencia política, más algunos trásfugas del Partido Socialista o de los Republicanos, para ocupar los puestos de gobierno más importantes.

Se supone que todos los coches en Francia están equipados con un chaleco amarillo. En caso de accidente o avería en la carretera, el conductor puede colocárselo para garantizar su visibilidad y evitar ser atropellado.

La idea de usar su chaleco amarillo para protestar contra las impopulares medidas del gobierno se impuso rápidamente. La vestimenta estaba al alcance de la mano y no había necesidad de que se lo proporcionara Soros para una cierta “revolución de color” más o menos espontánea. El simbolismo era apropiado: en caso de una emergencia socioeconómica, demuestre que no quiere ser aplastado.

Como es sabido, lo que desencadenó el movimiento de protesta fue un nuevo aumento de los impuestos a los combustibles. Pero de inmediato quedó claro que era mucho más que eso. El impuesto a los combustibles fue la gota que colmó el vaso de una larga serie de medidas que favorecieron a los ricos a expensas de la mayoría de la población. Esta es la razón por la que el movimiento ha ganado casi instantáneamente popularidad y apoyo.

Las voces del pueblo

Las primeras manifestaciones de los Chalecos amarillos tuvieron lugar el sábado 17 de noviembre en los Campos Elíseos de París. Era totalmente diferente de las manifestaciones sindicales habituales, bien organizadas para caminar por el bulevar entre la Plaza de la República y la Plaza de la Bastilla, o al revés, llevando pancartas y escuchando los discursos de los dirigentes al final. Los chalecos amarillos salieron de la nada, sin organización, sin un líder que les dijera adónde ir o que arengara a la multitud. Estaban allí, con sus chalecos amarillos, enojados y dispuestos a explicar su cólera a cualquier oyente que los escuchara.

En resumen, el mensaje era el siguiente: no alcanzamos a llegar a fin de mes. El costo de la vida no cesa de aumentar y nuestros ingresos siguen bajando. No podemos soportarlo más. El gobierno debe detenerse, reflexionar y cambiar de rumbo.

Pero la primera reacción del gobierno fue enviar a la policía a rociar gases lacrimógenos contra la multitud, aparentemente para mantener a la población alejada de la cercana residencia presidencial, el Palacio del Elíseo. El Presidente Macron estaba en otro sitio, aparentemente se consideraba por encima de todo esto.

Pero los que escuchaban podían aprender bastante sobre el estado de la Francia de hoy. Especialmente en las ciudades pequeñas y las zonas rurales, de donde proceden muchos manifestantes. La situación es mucho peor de lo que han sugerido  las autoridades y los medios en París

Había mujeres jóvenes que trabajaban siete días a la semana y que estaban desesperadas por no tener suficiente dinero para alimentar y vestir a sus hijos.

La gente estaba enfadada pero dispuesta a explicar muy claramente los desafíos económicos.

Colette, de 83 años, no tiene auto, pero le explicó a quien la escuchara que el aumento en el precio de la gasolina también perjudicaría a las personas que no conducen, afectando el precio de los alimentos y otras necesidades básicas. Había hecho sus cálculos y pensaba que dicho aumento le costaría a un jubilado 80 euros al mes.

Macron no hizo campaña prometiendo congelar las pensiones”, recuerda un chaleco amarillo, pero lo hizo, mientras aumentaba los impuestos de solidaridad de  los jubilados.

Una reivindicación  importante y recurrente era la cuestión de la atención médica. Francia dispone desde hace mucho tiempo del mejor programa de salud pública en el mundo, pero este programa cada vez se ve más socavado para satisfacer la necesidad primordial de capital: el beneficio. En los últimos años se ha llevado a cabo una campaña gubernamental cada vez más importante para animar y luego obligar a la gente a suscribirse a una “mutuelle”, es decir, a un seguro médico privado, supuestamente para llenar los “vacíos” que no están cubiertos por la cobertura universal de salud en Francia. Las “brechas” pueden ser el 15% que no están cubiertas para enfermedades comunes (las enfermedades graves están cubiertas al 100%), o para medicamentos retirados de la lista “cubiertos”, o para atención odontológica, entre otras cosas. Las “lagunas” que deben colmarse aumentan constantemente, al igual que el coste de la adhesión a la mutual. En realidad, este programa, que se vende al público como una mejora modernizadora, es una evolución progresiva hacia la privatización de la atención de salud. Es un método engañoso para abrir todo el campo de la salud pública a las inversiones financieras internacionales. Esta estratagema no engañó a la gente común y ocupa un lugar destacado en la lista de reivindicaciones de los chalecos amarillos.

El deterioro de la atención en los hospitales públicos es otra reivindicación. Cada vez hay menos hospitales en las zonas rurales y hay que “esperar bastante tiempo para morir” en la sala de urgencias. Los que pueden permitírselo acuden a los hospitales privados. Pero la mayoría no puede hacerlo. Las enfermeras están sobrecargadas de trabajo y mal pagadas. Cuando oímos lo que las enfermeras tienen que soportar, cabe recordar que se trata efectivamente de una profesión noble.

Todo esto me recordó a una joven que conocimos en un picnic público en el suroeste de Francia el verano pasado. Ella se ocupa de los ancianos que viven solos en sus casas en las zonas rurales, yendo en coche de uno a otro, para alimentarlos, bañarlos, ofrecerles un momento de buena compañía y comprensión. Ama su vocación, le gusta ayudar a los ancianos, aunque apenas le permite ganarse la vida. Ella también formará parte de quienes deberán pagar más caro para viajar de un paciente a otro.

A la gente le gusta pagar impuestos cuando recibe algo a cambio. Pero no cuando les quitas las cosas a las que están acostumbrados. Los defraudadores  son los súper ricos y las grandes empresas con sus baterías de abogados y paraísos fiscales, o intrusos como Amazon y Google, pero los franceses de a pie están relativamente acostumbrados a pagar impuestos a cambio de excelentes servicios públicos: atención médica óptima, transporte público de primera clase, servicio postal rápido y eficiente, educación universitaria gratuita. Pero todo esto está siendo atacado por el reino del capital financiero, llamado aquí “neoliberalismo”. En las zonas rurales, cada vez más oficinas de correos, escuelas y hospitales están siendo cerrados, los servicios ferroviarios no rentables están siendo suprimidos a causa de la “libre competencia” introducida por las directivas de la Unión Europea – medidas que obligan como nunca antes a las personas a utilizar sus coches. Sobre todo, cuando los grandes centros comerciales alejan a los clientes de las pequeñas ciudades de sus tiendas tradicionales.

Políticas energéticas incoherentes

Y el impuesto anunciado por el gobierno – 6,6 centavos más por litro para el diésel y 2,9 centavos suplementarios por litro de gasolina – son sólo los primeras etapas de una serie de aumentos previstos en el transcurso de los próximos años. Se supone que estas medidas deben incitar a la gente a conducir menos o incluso mejor, a desechar sus vehículos viejos y a comprar bonitos coches eléctricos nuevos.

Cada vez más, la “gobernanza” es un ejercicio de ingeniería social de tecnócratas que saben qué es lo mejor para la gente. Este ejercicio va directamente en contra de una medida anterior de ingeniería social del gobierno que utilizaba incentivos económicos para alentar a la gente a comprar automóviles diésel. Ahora el gobierno ha cambiado de opinión. Más de la mitad de todos los vehículos personales siguen funcionando con diésel, aunque este porcentaje ha disminuido. Ahora, a sus dueños se les dice que vayan a comprar un coche eléctrico. Pero la gente que vive con lo mínimo simplemente no puede permitirse cambiar de vehículo.

Además, la política energética es incoherente. En teoría, la economía “verde” incluye el cierre de numerosas centrales nucleares en Francia. Sin ellas, ¿de dónde vendría la electricidad para hacer funcionar los coches eléctricos? Y la energía nuclear es “limpia”, sin CO2. Entonces, ¿qué está pasando? Las personas se hacen preguntas.

Las fuentes de energía alternativa más prometedoras en Francia son las fuertes mareas a lo largo de las costas septentrionales. Pero el pasado mes de julio, el proyecto de hidro eólicas en la costa de Normandía fue abandonado repentinamente porque no era rentable – no había suficientes clientes. Esto es sintomático de lo que pasa con el gobierno actual. Los nuevos grandes proyectos industriales casi nunca son rentables al principio, por lo que necesitan apoyo y subsidios gubernamentales para comenzar, como previsión para el futuro. Estos proyectos recibieron el apoyo de De Gaulle, que elevó a Francia a la categoría de gran potencia industrial y aportó una prosperidad sin precedentes al conjunto de la población. Pero el gobierno de Macron no está invirtiendo en el futuro y no está haciendo nada para preservar las industrias que subsisten. Bajo su liderazgo, la empresa francesa Alstom, líder en el sector energético, fue vendida a General Electric.

Efectivamente, es perfectamente hipócrita calificar el impuesto francés sobre el petróleo de “impuesto ecológico”, ya que los beneficios de un verdadero impuesto ecológico se invertirían en el desarrollo de energías limpias, como las centrales mareomotrices. En cambio, los beneficios se utilizan para equilibrar el presupuesto, es decir, para pagar el servicio de la deuda pública. El impuesto macroniano sobre la gasolina es una medida de austeridad más, con la reducción de los servicios públicos y la “venta de las joyas familiares”, es decir, la venta de posibles fuentes de ingresos como Alstom, las instalaciones portuarias y los aeropuertos parisinos.

El gobierno no entendió lo que estaba pasando

Las respuestas iniciales del gobierno demostraron que no estaba escuchando. Sacaron de su saco los estereotipos para denigrar algo que no quieren molestarse en entender.

La primera reacción del presidente Macron fue culpabilizar a los manifestantes invocando el argumento más poderoso de los mundialistas para imponer medidas impopulares: el calentamiento global. Cualesquiera que sean las reivindicaciones menores que la gente pueda tener, señaló, esto no es nada comparado con el futuro del planeta.

Esto no impresionó a las personas que, aunque han escuchado hablar sobre el cambio climático y la protección del medio ambiente como cualquier otra persona, se ven obligadas a responder: “Estoy más preocupado por mi fin de mes que por el fin del mundo”.

@CCastaner tuvo razón de señalar las contradicciones demagógicas, esta coyuntura de extremos que sopla sobre las brasas y empuja al desorden. @MLP_Officiel debería ser más responsable. En los#CamposElíseos es la peste parda que ha manifestado, no los #giletsjaunes

Después de la segunda manifestación de los Chalecos amarillos el sábado 25 de noviembre, en el que hubo más manifestantes y más gases lacrimógenos, el Ministro de Acción y Cuentas públicas Gérard Darmanin declaró que lo que se había manifestado en los Campos Elíseos era “la peste parda”, que significa fascista (para aquellos a quienes les gusta denunciar a los franceses como racistas, cabe señalar que Darmanin es de origen argelino y maltés). Esta observación provocó una oleada de indignación que reveló la simpatía de la opinión pública por el movimiento: más del 70% de aprobación según las últimas encuestas, incluso después de actos de vandalismo incontrolado. El Ministro del Interior de Macron, Christophe Castaner, tuvo que declarar que la comunicación del gobierno había sido mal gestionada. Por supuesto, esa es la excusa tecnocrática bien conocida: siempre tenemos razón, pero todo es cuestión de “comunicación”, no de los hechos sobre el terreno.

Es posible que se me haya pasado por alto algo, pero entre las muchas entrevistas que escuché, no oí ni una sola palabra que entrara en las categorías de “extrema derecha”, por no hablar del “fascismo”, o incluso que indicara una preferencia particular por los partidos políticos. Estas personas están totalmente preocupadas por cuestiones prácticas concretas. Ni una pizca de ideología, ¡algo asombroso en París!

Algunos, que desconocen la historia de Francia y deseosos de demostrar su purismo izquierdista, han sugerido que los Chalecos amarillos son peligrosamente nacionalistas porque a veces ondean banderas francesas y cantan La Marsellesa. Simplemente significa que son franceses. Históricamente, la izquierda francesa es patriótica, especialmente cuando se rebela contra los aristócratas y los ricos o durante la ocupación nazi. Es sólo una manera de decir que nosotros somos el pueblo, que nosotros somos los que trabajamos y que hay que escuchar nuestras quejas. Para ser malo, el “nacionalismo” debe ser agresivo respecto a otras naciones. Este movimiento no está atacando a nadie, se circunscribe a su territorio.

La debilidad de Macron

Los chalecos amarillos hicieron comprender al mundo que Emmanuel Macron era un producto artificial vendido al electorado a través de una extraordinaria campaña mediática.

Macron fue el conejo sacado mágicamente de un sombrero, patrocinado por lo que debe llamarse la oligarquía francesa. Después de atraer la atención del influyente Jacques Attali, el joven Macron fue contratado por el banco Rothschild, donde rápidamente pudo ganar una pequeña fortuna, lo que aseguró una lealtad de clase a sus patrocinadores. La saturación de los medios y la campaña de miedo contra la “fascista” Marine Le Pen (que también perdió su gran debate) llevaron a Macron al poder. Conoció a su mujer cuando ella le enseñaba teatro, y ahora puede jugar su papel de presidente.

La misión que le fue confiada por sus patrocinadores era clara. Debe proseguir  con más vigor las “reformas” (medidas de austeridad) ya emprendidas por los gobiernos anteriores, que a veces habían sido reacios a acelerar el declive del Estado de bienestar.

Y más allá de eso, Macron se suponía que debía “salvar a Europa”. Salvar a Europa significa salvar a la Unión Europea del pantano en el que se encuentra.

Esta es la razón por la que está obsesionado con reducir los gastos y equilibrar el presupuesto. Porque para eso fue elegido por la oligarquía que patrocinó su candidatura. Fue elegido por la oligarquía financiera en primer lugar para salvar a la Unión Europea de la amenaza de desintegración provocada por el euro. Los tratados que constituyeron la UE y, sobre todo, la moneda común, el euro, han creado un desequilibrio insostenible entre los Estados miembros. La ironía es que los precedentes gobiernos franceses, empezando por los de Mitterrand, son en gran medida responsables de esta situación. En un esfuerzo desesperado y técnicamente mal analizado para evitar que la reciente Alemania unificada se convirtiera en la potencia dominante en Europa, los franceses insistieron en vincular a Alemania con Francia a través de una moneda común. A regañadientes, los alemanes aceptaron el euro, pero sólo bajo las condiciones alemanas. El resultado es que Alemania se ha convertido en el acreedor involuntario de Estados igualmente involuntarios, Italia, España, Portugal y, por supuesto, Grecia arruinada. La brecha financiera entre Alemania y sus vecinos del sur no cesa de ampliarse, lo que suscita el descontento de todas las partes.

Alemania no quiere compartir el poder económico con Estados que considera como irresponsables. La misión de Macron es, por tanto, demostrarle a Alemania que Francia, a pesar de su economía tambaleante, es “responsable”, apretando el tornillo a la población para pagar los intereses de la deuda. La idea de Macron es que los políticos de Berlín y los banqueros de Fráncfort queden tan impresionados que se den la vuelta y digan: Bravo, Emmanuel, estamos dispuestos a poner nuestra riqueza en un fondo común en beneficio de los 27 Estados miembros. Y es por eso que Macron no se detendrá ante nada para poder equilibrar el presupuesto, y así lograr que los alemanes lo quieran.

Hasta el momento, la magia Macron no funciona con los alemanes, y empuja a su propio pueblo a salir a la calle.

¿Pero son realmente su pueblo? ¿A Macron realmente le importan sus compatriotas que sólo trabajan para ganarse la vida? Todo el mundo está de acuerdo en que este no es el caso.

Macron está perdiendo el apoyo de la gente en la calle y de los oligarcas que lo patrocinaron. No está haciendo su trabajo.

El ascenso político de Macron -un verdadero conejo salido del sobrero- lo deja con poca legitimidad, una vez que se desvanece el brillo de las portadas satinadas de las revistas. Con la ayuda de sus amigos, Macron inventó su propio partido, La República en Marcha [La République en Marche]. Pobló su partido con individuos de la “sociedad civil”, a menudo empresarios de talla media sin experiencia política, más algunos trásfugas del Partido Socialista o de los Republicanos, para ocupar los puestos de gobierno más importantes.

La única persona  reclutada conocida de la “sociedad civil” fue el activista ecológico Nicolas Hulot, que fue nombrado Ministro de Medio Ambiente, pero que de repente anunció su dimisión en la radio el pasado mes de agosto, expresando su frustración.

El apoyo más fuerte de Macron dentro de la clase política era Gérard Collomb, alcalde socialista de Lyon, que fue nombrado Ministro del Interior, encargado de la policía nacional. Pero poco tiempo después de la partida de Hulot, Collomb anunció  que él también se marchaba para volver a Lyon. Macron le rogó que se quedara, pero el 3 de octubre Collomb renunció, con una asombrosa declaración que hacía referencia a los “inmensos problemas a los que se enfrentaba su sucesor”. Afirmó que en los “barrios difíciles”, la situación está “muy degradada: prevalece la ley del más fuerte, los narcotraficantes y los islamistas radicales han tomado el lugar de la República”. Estos suburbios deben ser “reconquistados”.

Después de esta descripción del cargo, Macron tuvo dificultades para reclutar a un nuevo Ministro del Interior. Tanteó y encontró a un amigo que había elegido para dirigir a su partido, el ex socialista Christophe Castaner. Diplomado en criminología, la principal experiencia de Castaner que lo calificaba para dirigir la policía nacional sería su estrecha relación juvenil con un mafioso marsellés, al parecer debido a  su afición por el póquer y al consumo de whisky en los garitos clandestinos.

El sábado 17 de noviembre, los manifestantes marcharon pacíficamente, pero no apreciaron los fuertes ataques con gases lacrimógenos. El sábado, 25 de noviembre, las cosas fueron más difíciles, y el sábado 1 de diciembre, fue un infierno. Sin líderes ni equipos de orden, era inevitable que los infractores entraran en el escenario y comenzaran a romper todo, saquear las tiendas e incendiar las canecas de basura, los coches e incluso los edificios. No sólo en París, sino en toda Francia: de Marsella a Brest, de Tolosa a Estrasburgo. En la remota ciudad de Le Puy-en-Velay, conocida por su capilla sobre una roca y su tradicional encaje, la prefectura fue incendiada. Los turistas anulan sus reservaciones, los restaurantes de lujo se vacían y los grandes almacenes temen por sus escaparates navideños. El daño económico es considerable.

Sin embargo, el apoyo a los chalecos amarillos sigue siendo alto, probablemente porque la gente es capaz de distinguir entre los ciudadanos privados de derechos y los vándalos que propagan la destrucción.

El lunes, hubo nuevos disturbios en los suburbios de los que Collomb había advertido cuando se retiró a Lyon. Se trataba de un nuevo frente para la policía nacional, cuyos representantes manifestaron que todo esto empezaba ser demasiado difícil de manejar. Es probable que el anuncio del estado de emergencia no resuelva nada.

Macron es una burbuja que estalló. La legitimidad de su autoridad está fuertemente cuestionada. Sin embargo, fue elegido en 2017 para un mandato de cinco años, y su partido tiene una amplia mayoría en el Parlamento, lo que hace que su destitución sea casi imposible.

Entonces, ¿Cuál es el siguiente paso? Aunque fueron excluidos por la victoria electoral de Macron en 2017, los políticos de todos los bandos están tratando de recuperar el movimiento, pero los Chalecos amarillos han manifestado su desconfianza hacia todos los políticos. Este no es un movimiento que busca tomar el poder. Simplemente trata de obtener satisfacción a sus quejas. El gobierno debería haber escuchado primero, aceptado las discusiones y los compromisos. Esto hace que las cosas sean más difíciles a medida que el tiempo pasa, pero nada es imposible.

Durante doscientos o trescientos años, las personas que se podría  llamar de “izquierda” confiaban que los movimientos populares produjeran cambios positivos. Hoy en día, numerosas personas de izquierda parecen aterrorizadas por los movimientos populares a favor del cambio, convencidas de que el “populismo” conduce al “fascismo”. Esta actitud es uno de los numerosos factores que indican que la izquierda tal y como existe hoy en día no liderara los cambios futuros. Aquellos que temen el cambio no estarán allí para ayudar a conseguirlo. Pero el cambio es inevitable y no necesariamente tiene que ser peor.

Diana Johnstone

Original: Les Gilets Jaunes – A bright yellow sign of distress

Traducido por María Piedad Ossaba para La Pluma y Tlaxcala, 8 de diciembre de 2018

Editado por Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Traducciones  disponibles: Français  Português/Galego