Colombia: Anatomía del paro armado

¿Y entonces? ¿Qué pasó con la fuerza pública tan efectiva para disolver marchas estudiantiles y profesorales y tan sumisa ante los atentados y otros despropósitos de las Autodefensas Gaitanistas?

El lector curioso preguntará a quiénes me refiero cuando digo que la gente se preguntaba dónde estaban los generales y los soldados y los policías cuando las llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia o Clan del Golfo se emputaron por la extradición de su excabecilla alias “Otoniel” y declararon un paro armado. ¿Y dónde estaban Duque y su Mindefensa, que parecían agazapados en palacio ante las andanadas de los paramilitares en varias partes de Colombia?

Varias situaciones causaron extrañeza. Cómo es que la denominada (o autodenominada) “gente de bien”, esa misma que disparó contra la minga indígena en el paro nacional, contra estudiantes y trabajadores que se oponían a la reforma tributaria de Duque, no lo hacían contra los “paracos” golfistas, que incendiaban vehículos y amenazaban a los pobladores de diversas regiones. Qué sería la cosa. Dónde se ocultó aquel sujeto que en Cali disparaba a los manifestantes, por encima del hombro de policías, que parecían hacerle “cortina” (como en el fútbol), durante las protestas civiles contra el gobierno.

Mientras los del Golfo, con mensajes intimidatorios, advertencias terroríficas y actos depredadores se ponían de ruana pueblos, carreteras, veredas, puentes, calles y otros espacios, no aparecían por esos “pagos” ni los del Esmad, ni soldados ni policías. Diríase que los del escuadrón antimotines no están entrenados para enfrentar paramilitares, solo campesinos, estudiantes, trabajadores y, en ocasiones, a miembros de “barras bravas” de fútbol.

El terrorista paro armado de los paramilitares, de los mismos que hace poco en Frontino asesinaron a siete soldados, paralizó poblados y sembró el miedo en más de diez departamentos. En Montería, por ejemplo, cundió el pánico entre sus habitantes. Los paramilitares los intimaron a que no salieran de sus casas. Sin embargo, en un gesto muy parecido al de la ineptitud presidencial, la Dimayor hizo oídos sordos a las peticiones del Deportivo Independiente Medellín para no jugar, en el estadio Jaraguay, de la capital cordobesa, un partido contra Jaguares.

Ni se aplazó, ni se aceptó jugar en otro lugar menos azaroso. Los del Medellín adujeron que, por encima de un partido de fútbol, estaba la vida, la integridad de los jugadores. Y, además, emitieron un comunicado de solidaridad con el pueblo monteriano, asediado por la bandidesca organización paramilitar. La Dimayor y el onceno monteriano hicieron caso omiso al “paro armado” y, menospreciando cualquier probabilidad de atentados contra espectadores, periodistas, camarógrafos y futbolistas, se empecinaron en que había que jugar.

En fin. La gente se seguía preguntando por qué contra las demostraciones de los paros nacionales del año pasado y de más atrás sí hubo represión y, en cambio, no había ninguna reacción oficial contra los desmanes de las hordas del Clan del Golfo. Cuando el paro armado llevaba más de 48 horas, salió el Mindefensa a ofrecer recompensas por algunos cabecillas de las Autodefensas Gaitanistas, y eso fue todo. Entre tanto, en redes sociales, en emisoras comunitarias, en salones de clase y en otros escenarios, la gente proseguía con sus preguntas, en medio de un ambiente de tensión que desocupó almacenes, centros comerciales, colegios, adulteró la celebración del día de la madre y aclaró puntos acerca de qué clase de gobierno es el colombiano.

La gente decía, por ejemplo, que las fuerzas del Estado son severísimas con profesores, estudiantes, trabajadores, líderes sociales y otros exponentes de la resistencia civil contra las tropelías oficiales, y muy complacientes con terroristas, como los del Clan del Golfo. ¿Dónde están el general Zapateiro y sus tropas para imponer el orden y el control de más de diez departamentos a los que el paramilitarismo paralizó como quiso?, fue otra de las preguntas que voló de boca en boca.

Durante el paro armado (al momento de redactar esta columna, sábado por la noche, aún continuaba), los paramilitares asesinaron a catorce personas, encerraron a millares más, paralizaron el transporte, desabastecieron a la comunidad, impidieron la movilización de viajantes a los pueblos que iban a celebrar la fiesta de la madre y sembraron el terror por una buena parte del país. ¿Y entonces? ¿Qué pasó con la fuerza pública tan efectiva para disolver marchas estudiantiles y profesorales y tan sumisa ante los atentados y otros despropósitos de las Autodefensas Gaitanistas?

No faltaron quienes, en medio del estupor general y de la ineficacia oficial, recordaron los “falsos positivos”, los recientes muertos del Putumayo, los niños bombardeados, y se seguían preguntando: ¿dónde estaban ellos, los de las bayonetas y los cascos, los de los fusiles y los helicópteros artillados cuando los paramilitares se tomaban a su amaño puntos clave de once departamentos? “Es muy fácil ser bravo desde el Palacio de Nariño”, increpó a Duque el alcalde de Frontino, Jorge Elejalde.

Ha quedado una sensación de desconcierto ciudadano y un mar de dudas. En cambio, ha sido palmaria la ineptitud estatal y gubernamental para hacer frente a un desafío como el lanzado por el paramilitarismo ante la extradición de alias “Otoniel”, que, como también se ha dicho, se llevó la verdad a las mazmorras estadounidenses.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 10 de mayo de 2022

Editado por María Piedad Ossaba