Palestina

Es conocido el rol de Israel en el adiestramiento del paramilitarismo colombiano, no menos que en sucios asuntos contra el gobierno de Venezuela, o en Centro América (Guatemala, por ejemplo).

Todo parece indicar que nadie en Israel esperaba un ataque de las dimensiones del lanzado por los palestinos la semana pasada y que tiene al mundo entero en alta tensión, al punto que el presidente Biden informa que estamos prácticamente al borde de una guerra mundial. Sin negar la dimensión del problema, no sería extraño que esta declaración del presidente de los Estados Unidos sea una nueva imprudencia del mandatario, de esas que sus asesores se apresuran a negar, tal como sucedió cuando el anciano presidente afirmó que las milicias palestinas habían degollado menores de edad en el primer momento de la ofensiva palestina. Esta y otras noticias similares traen a la memoria la propanda nazi que en una película mostraba cómo los rabinos secuestraban niños cristianos para hacer con ellos sacrificios humanos. La propaganda y la manipulación han sido, desde el siglo pasado, un instrumento clave en la alienación de amplias mayorías sociales; no solo de los menos ilustrados. Lo que se experimenta hoy mismo, revisando la información, obedece a la misma lógica, aunque es necesario subrayar que dadas las dimensiones del problema a los manipuladores se les está haciendo bastante complicado tener éxito en su empresa. A ello contribuye también la torpeza del sionismo que hace uso de un lenguaje racista, que en tantas maneras coincide con los argumentos nazis del “espacio vital” y la “raza superior”. No sorprende entonces que prácticamente en todo el planeta se alcen las voces de condena a Israel y de apoyo al pueblo palestino. Emociona ver en las calles de Londres o en Nueva York, cómo junto a los protestantes palestinos de ven igualmente muchos judíos que rechazan las prácticas neonazis del gobierno de Israel. Y no solo son los judíos ortodoxos que no aceptan el llamado estado de Israel, sino judíos que ven como posible y necesaria la coincidencia de judíos, islamistas, cristianos y no creyentes; todos en paz bajo un mismo techo, con derechos semejantes y en franca y pacífica convivencia.

Apropiarse de todo, de territorio y riquezas, y expulsar a todo el que no les resulte cómodo es normal para el sionismo. Hasta se han apoderado del vocablo “semita”, como si esta palabra fuese propiedad privada de los judíos. Basta una ojeada en el diccionario para saber que lo semítico hace referencia a un tipo de lenguaje predominante mucho antes de nuestra era cristiana y que comprendía a judíos, musulmanes y otros pueblos de la región. Pero no, ahora solo los sionistas son semitas, tal como sucede con el vocablo “americano”, que los gringos se apropian, de igual forma que siempre han deseado hacer suyo todo el continente. Cuando uno se pasea por Estados Unidos, a veces te pregunta un policía…”es Usted ciudadano”, y se queda sorprendido cuando la persona responde…”como no, de mi país”.

Es muy complicado saber con certeza cómo va a evolucionar el conflicto en Palestina. Entre otras razones porque éste, como casi todos los demás en curso en el planeta, tienen necesariamente vínculos muy estrechos con una problemática compleja cuyo marco global no es otro que la actual disputa por la hegemonía mundial entre las potencias tradicionales y las llamadas potencias emergentes. Desempeñarse con acierto para un país de la periferia (y Palestina los es, obviamente) exige buscar alianzas nuevas y sobre todo neutralizar hasta donde sea factible la dependencia de las potencias tradicionales del capitalismo. Se trata de usar sus contradicciones (que no son pocas) y buscar asegurar todo lo que sea posible los intereses nacionales en el marco de una dependencia que se manifiesta en todos los ámbitos (económico, político, tecnológico y cultural). Este desafío-que aparece tan evidente en Palestina pero que afecta en mayor o menor medida a todos los países de la periferia-, supone conseguir una movilización propia que garantice el necesario apoyo a los gobiernos progresistas y nacionalistas que se proponen salir del atraso y la pobreza alcanzando un lugar digno en el concierto de las naciones, pero exige igualmente que se busquen alianzas sólidas con las poblaciones de las metrópolis, que aunque viven en condiciones mejores tampoco se salvan de las crisis cíclicas del capital y ven desmejorada su existencia con el modelo neoliberal vigente en el mundo.       

El pueblo palestino  necesita conseguir un gobierno que garantice la mayor unidad nacional posible para avanzar hacia una solución realista. Si Israel consigue arrasar Gaza -tal como anuncia- una parte de la población palestina terminará en el exilio forzoso. Eso es lo que ha sucedido siempre, con la expulsión de millones de palestinos a Jordania, Líbano, Egipto, Siria  y otros países. Pero aún así, siempre permanece un núcleo de población que continúa la lucha y la resistencia en mil maneras diferentes; tampoco parece pequeña la población israelí que no comparte las políticas racistas y xenófobas que promueve el sionismo. La solución pactada de dos Estados no parece ni viable ni la mejor; en su lugar, deberían considerarse  como mejores las ideas de quienes proponen un Estado palestino en el que convivan todas las etnias y culturas locales, en pié de igualdad y en armoniosa cooperación. Es muy probable que quienes promueven otro tipo de soluciones, desde el Gran Israel (que incluiría parte de jordania y de Siria, sobre todo) hasta la destrucción de Israel y la expulsión de los judíos, se vean impedidos por el desarrollo mismo de los acontecimientos.

Ojalá (o inchalá, como dirían los árabes) los gobiernos europeos hagan cada vez más conciencia de  que les conviene más, estratégicamente hablando, acercarse a China y a Rusia (sobre todo) y disminuir bastante se actual dependencia de Washington. Aunque solo sea por razones estrictamente económicas. No menos esperanzador es que en el seno mismo de la sociedad estadounidense avancen las fuerzas razonables que acepten que la hegemonía de su país es cosa del pasado y que lo más conveniente es acomodarse a la nueva realidad mundial. Solo algunos núcleos intelectuales y alguna fracción del partido demócrata parecen entender el cambio de los tiempos. Si esa tendencia se afianza no solo el sionismo perdería su apoyo fundamental sino que igual suerte correrían los gobiernos oligárquicos de muchos países; de Latinoamérica y el Caribe, por ejemplo, algunos de los cuales tienen y han tenido vínculos abiertamente criminales con el sionismo. Es conocido el rol de Israel en el adiestramiento del paramilitarismo colombiano, no menos que en sucios asuntos contra el gobierno de Venezuela, o en Centro América (Guatemala, por ejemplo). En este contexto no sorprende ni la actitud digna del gobierno de Gustavo Petro ni la distancia cada vez mayor de tantos gobiernos de esta región con Israel, condenando la guerra y haciendo un llamado a respetar los derechos humanos de la población palestina.

Juan Diego García para La Pluma, 20 de octubre de 2023

Editado por María Piedad Ossaba