La invasión de Ucrania avanza inexorablemente incrementando la masacre y la destrucción. La opinión general es que está alcanzando una fase crucial. Los ucranianos son las principales víctimas, pero no están solos. En todo el mundo, muchas otras personas están sufriendo gravemente la falta de alimentos y fertilizantes. El mundo entero es víctima, quizá una víctima terminal, del retroceso de los esfuerzos, demasiado limitados, para hacer frente a la emergencia climática en el breve tiempo en que aún será posible hacerlo.
Asimismo, es demasiado fácil esbozar escenarios plausibles que conducirían a una escalada bélica internacional de gran envergadura: podría convertirse fácilmente en una guerra nuclear terminal. Ucrania, por supuesto, tomará sus propias decisiones sobre el modo de afrontar los momentos críticos que se avecinan. El resto de nosotros, no obstante, no somos meros observadores pasivos; por supuesto, los que participan directamente en la guerra son los principales implicados, pero también el resto del mundo, si tenemos en cuenta lo que está en juego.
La racionalidad elemental y la moralidad dictan que analicemos con detenimiento y serenidad las opciones y perspectivas que se avecinan. La guerra terminará o no con un acuerdo diplomático, al menos eso es indiscutible. A falta de un acuerdo diplomático, una de las partes capitulará, o la guerra continuará con horrores cada vez mayores; esto también es difícilmente cuestionable. Hay que analizarlo más detenidamente. Es muy poco probable que Rusia capitule; si se enfrenta a la derrota, siempre puede agravar el conflicto sin límites. Todavía tiene que llegar al máximo potencial de las armas convencionales. Como muchos en todo el mundo saben muy bien, los que hablan valientemente de la victoria total de Ucrania están poniendo en juego las vidas de los ucranianos de un modo espantoso. Están apostando a que si el perro rabioso que retratan se enfrenta a la derrota, hará las maletas en silencio y se escabullirá hasta caer en el olvido o algo peor.
Las alternativas que quedan al acuerdo diplomático son la capitulación ucraniana o la continuación de la guerra, y cualquiera de las dos es terrible. Por estas razones, la opinión internacional se inclina de forma abrumadora a favor de avanzar hacia la paz y la solución diplomática. De forma abrumadora, pero no total: la postura oficial de Estados Unidos sigue siendo que la guerra debe continuar para debilitar gravemente a Rusia. Esto está respaldado por la afirmación de que si la guerra continúa, Ucrania estará en una mejor posición negociadora –o en una peor posición negociadora, una posibilidad que no se contempla–. Ciertamente en una posición más débil, aunque solo sea por la matanza y destrucción continuas.
¿Es posible avanzar hacia un acuerdo diplomático? Solo hay una forma de averiguarlo: intentarlo. La reciente iniciativa de China es un importante punto de partida basado en el principio de soberanía, independencia e integridad territorial de todos los países. Todos los países, incluida Ucrania, como confirmaron altos funcionarios chinos. En Estados Unidos, la propuesta de China fue rápidamente desestimada, si no condenada, junto con importantes iniciativas de Brasil, el Vaticano y otros. La mayor parte del mundo no descarta esas opciones, todo lo contrario. La mayoría quiere que se ponga fin rápidamente a los horrores y se niega a alinearse con Washington, muy a su pesar. Tampoco se dejan impresionar por las declaraciones de principios, debido a su dilatada experiencia. Me parece que ahí es, a grandes rasgos, donde nos encontramos de nuevo. Ucrania tomará sus propias decisiones, como tiene derecho a hacer, pero los demás no son espectadores pasivos, ni mucho menos los que participan directamente en el conflicto. Es mucho lo que está en juego. Lo que se necesita es pensar con serenidad y una planificación cuidadosa, no declaraciones heroicas, apuestas terribles ni actitudes artificiosas.
Antes de la Cumbre Internacional de la Paz que se celebró los pasados 10 y 11 de junio en Viena, Joseph Gerson grabó estas declaraciones de Chomsky, que abrieron y enmarcaron la conferencia, en la que participaron 32 países.