Los pecados de Gustavo, la ruindad de Hernández y la botella de Alejandro

La trayectoria de Gustavo Petro nos muestra un hombre que conoce las fuerzas de la historia, los vericuetos de la economía y los laberintos de la política, y que no ha vacilado en jugarse la vida por su pueblo y por sus ideas.

Un repaso a los perfiles de los candidatos, de cara a la segunda vuelta y frente a la crisis social y política del país. 

La semana pasada escribí una columna que terminaba con este paralelo: si Gustavo Petro es una incertidumbre razonable, Rodolfo Hernández encierra una certeza macabra. Confundidos, algunos lectores me preguntaron qué quise decir con la oscura expresión “incertidumbre razonable”. Me explicaré, pero antes miremos las similitudes de los candidatos.

Ambos son megalómanos, pero esto es un factor común a todos los líderes del mundo. Solo una persona muy delirante es capaz de recorrer el país durante 20 o 30 años asegurando que tiene la solución para el hambre, la corrupción, la reforma a la Justicia, al sistema electoral, las escalas tributarias, el narcotráfico y el cambio climático, y que todos sus contradictores están equivocados.

Ambos desprecian a “los políticos”, aunque es evidente que son políticos curtidos. Ambos fueron outsiders que construyeron sus liderazgos por fuera de los circuitos tradicionales del tejemaneje político, pero todos sabemos que Petro ha tenido relaciones estrechas con un sector del Partido Liberal, la izquierda y una parte del centro, y que hoy Hernández es el punto de convergencia de una coalición que reúne a la derecha, la otra parte del centro y toda la extrema derecha. Con diferencias de matiz, ambos son hoy redomados insiders.

Antes de enumerar los pecados de Gustavo Petro, echémosles un vistazo a los de Rodolfo Hernández.

Rodolfo Hernández quiere declarar conmoción interior
Rodolfo Hernández

A diario, Hernández se ve obligado a reconocer sus limitaciones sobre asuntos básicos del Estado, como el Acuerdo de Escazú, la Ley 30 de la Educación, la independencia de los tres poderes, la autonomía de las universidades y la del Banco de la República (dejemos de lado sus “lagunas” sobre geografía de Colombia, como la anécdota del Vichada, que podemos atribuirla a fallas de la memoria relacionadas con la edad, no con la ignorancia).

Nota. Inicialmente, Hernández criticó un asunto delicado, la opacidad en las cuentas del gasto de las Fuerzas Armadas, cuyo presupuesto asciende a 42,6 billones de pesos, el 12 por ciento del Presupuesto General de la Nación, pero después del 13 de marzo no volvió a tocar esa “papa caliente”, el tabú central de la Contraloría y la Auditoría. En Colombia se puede hablar de cualquier cosa, incluso del famoso cero de la declaración de renta de Álvaro Uribe, pero nadie ha osado pedirles cuentas del gasto a las Fuerzas Armadas. ¡Qué susto!

Los desvaríos mentales de Hernández han superado todos los cálculos. Cómo entender que un alcalde de una ciudad importante le ordene a una funcionaria suya que ponga en un contrato “Manolo” en lugar del nombre de pila del contratista; que acto seguido amenace con destituirla por insistir en algo tan elemental y que termine gritando “yo me limpio el culo con la ley”. En un país medianamente serio, esto bastaría para internar al energúmeno en un hospital siquiátrico y para que la Procuraduría lo inhabilite de por vida.

Hay videos que nos revelan la morbosa insensibilidad del personaje, como ese donde se jacta del ejercicio de la usura, de la “delicia” de que un “hombrecito” le pague intereses durante “quince años” por concepto de la deuda hipotecaria sobre las casas que su firma construye. O la confesión que ha repetido en varios medios acerca del secuestro de su hija adoptiva: “Decidimos (se refiere a él y a su esposa Socorro) no pagar el rescate porque después los secuestradores vendrían por Socorro, o por mí”.

Si uno piensa que puede entender la “ecuación Hernández” hablando con sus cerebros externos, Ángel Beccassino y William Ospina, se equivoca. Es tal la incoherencia del personaje que ni siquiera un retórico profesional como Ospina ha podido justificar su adhesión a Hernández, y un publicista tan hábil como Becassino no logra explicar sus actuaciones.

Ensayos de William Ospina

William Ospina
Ospina dijo en una entrevista que no le gustaba Petro por “camorrero” y porque, dada la alta resistencia que genera, “no es el líder adecuado para liderar un proceso de unidad nacional“. De aquí podemos concluir que Ospina fue seducido por la dulzura de Hernández, y que por “unidad nacional” el escritor tolimense entiende ese concierto para delinquir formado por el Equipo por Colombia más un sector del centro, el variopinto grupo conformado por Alejandro Char, Fico, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Álvaro Uribe, Barguil, César Gaviria, Amaya, Robledo, los Galán… toda esa pléyade de artistas de la marrulla que fue, hasta el 29 de mayo, el enemigo que el ingeniero juraba combatir.

Cuando El Tiempo le preguntó a Beccassino por qué Hernández rehúye los debates, contestó que Petro era una persona muy grosera y agresiva. Hombre, don Ángel, la pugnacidad es un elemento clásico de las campañas políticas aquí y en el mundo; en cuanto a groserías, a su candidato no le gana nadie. Es, de lejos, el sujeto más vulgar, no solo de esta campaña sino de la historia de la política colombiana.

Desde Roma, todos los candidatos enarbolan la bandera anticorrupción (candidato viene del latín cándidus, blanco, como las albas túnicas de los senadores romanos). Y uno podría pensar que hasta Hernández tiene derecho a rasgarse las vestiduras y cubrirse con esa bandera… si no fuera por el surtido prontuario que estamos conociendo ahora. Hernández embaucó a 20.000 bumangueses con un programa de vivienda chimbo, está imputado por interés indebido en un proceso de contratación pública, tiene dos sanciones disciplinarias de la Procuraduría y cuentas en paraísos fiscales, y lo sigue lo más granado de la ratamenta nacional.

Los pecados de Petro son: ser de izquierda, su militancia en el M-19 y la famosa bolsa negra con fajos de billetes. Sobre esto último, basta decir que recibir dinero en efectivo no es delito. Se presta para suspicacias pero no es un crimen. Además, la Corte Suprema de Justicia exoneró a Petro de toda responsabilidad penal en este asunto luego de una investigación solicitada por él mismo.

Gustavo Petro, candidato presidencial
Gustavo Petro, candidato presidencial

Ser de izquierda, hay que repetirlo, es una opción política perfectamente válida. Es la tendencia del primer mundo, cuyos países están casi todos inscritos en un modelo que podemos inscribir bajo el rótulo “socialdemócrata”.

En cuanto a su condición de exguerrillero, recordemos que también fueron guerrilleros (“fuerzas insurrectas contra el poder dominante en un país”) Bolívar, Santander, Nariño, Benkos Biohó, Quintín Lame, Martí, Castro, Mandela, Sandino, Pizarro, Pepe Mujica o el Che Guevara, ícono de las juventudes del mundo durante casi toda la segunda mitad del siglo pasado.

El M-19 era una guerrilla culta y popular, firmó un armisticio y fue indultada por la Administración Betancur, obtuvo una votación muy alta en las legislativas del 27 de mayo de 1990 y fue un actor central en la redacción de la Constitución de 1991.

Entre 2012 y 2015, Gustavo Petro fue alcalde de Bogotá. Su gestión fue aclamada por las clases populares y, aunque reprobada por una parte de los bogotanos de clase alta, recibió varias Triple A de parte de las calificadoras de riesgo internacionales.

En suma, “guerrillero” no significa necesariamente chico malo, así como los cargos de “senador” o “pastor” no garantizan la honradez ni la beatitud del sujeto.

Hay otros dos “pecados” suyos que desataron las iras de los organismos de control. Ambos fueron cometidos mientras presidió la Alcaldía de Bogotá: el primero fue regalarles seis metros cúbicos de agua a los estratos 1 y 2, y el segundo la rebaja de las tarifas de Transmilenio. ¡Por Dios, Gustavo!

Conclusión

Para nadie es un secreto que Colombia vive una honda crisis política que se refleja en la corrupción y el desbalance del sistema de contrapesos, y una crisis humanitaria cuyas aristas más evidentes son el hambre, los indicadores sociales y el estallido social de mayo y junio del año pasado. Es una situación tan delicada que Luis Alberto Moreno, expresidente del BID, dice en su reciente libro, ‘¡Vamos!’: “los cambios sociales hay que hacerlos tarde o temprano, y lo mejor es hacerlos por las buenas”.

Otro líder al que nadie puede tildar de comunista, Alejandro Gaviria, acuñó una imagen que graficó de manera precisa la fragilidad del país: “Estamos durmiendo en la cima de un volcán. Hay mucha insatisfacción. Podría ser mejor tener una explosión controlada con Petro que embotellar el volcán. El país exige cambios”.

Alejandro Gaviria en el programa Conversaciones
Alejandro Gaviria

Su declaración causó malestar en el centro, donde militaba, porque interpretaron que la “botella” era una metáfora del continuismo de Fico, del centro de Fajardo y de la represión de toda la vida; y la “explosión controlada”, un guiño a la “opción Petro”, lectura que vino a ser confirmada por su reciente adhesión al Pacto Histórico.

En prosa cristiana, Gaviria piensa que cuatro años de Rodolfo Hernández significarán una presión extra que la caldera no resistirá y que las consecuencias serán devastadoras, mientras que un gobierno de corte social puede aliviar el hambre de los millones de colombianos que están comiendo muy mal y trazar una hoja de ruta sostenible y social que nos permita superar esta crónica premodernidad, su barbarie y sus criminales políticas de exclusión, y nos permita convertirnos en una “potencia mundial de la vida”.

Yo comparto el análisis de Alejandro Gaviria. Estoy seguro de que el programa del Pacto Histórico es sensible y justo en lo social, moderno en lo que atañe al medioambiente y viable en lo económico. No es perfecto, pero es un relato asintótico al camino correcto.

La trayectoria de Gustavo Petro nos muestra un hombre que conoce las fuerzas de la historia, los vericuetos de la economía y los laberintos de la política, y que no ha vacilado en jugarse la vida por su pueblo y por sus ideas.

A su lado marcha un fenómeno político, Francia Márquez, esa mujer cuyo carácter se puso a prueba cuando provocó la ruptura del Pacto Histórico con César Gaviria (el tiempo le dio la razón). Francia demostró su temple desde niña, cuando salvó el río de su pueblo, y luego, cuando venció las amenazas de los sicarios y las barreras sociales para ser profesional, líder comunitaria y ambiental, y ahora, cuando eclipsó por completo a las otras fórmulas vicepresidenciales y está a un paso de ser la vicepresidente de la República.

Francia Márquez
Francia Márquez. Foto: JoaquÍn Sarmiento / AFP.

Sería maravilloso ver esa negra colosal en la casa de Nariño, no solo por sus méritos personales sino también por lo que representa como símbolo de una etnia empobrecida por la voracidad de una dirigencia avara y discriminada por esos mestizos que se creen hijosdalgo cuando no pasan de ser simples hijos de puta.

Julio César Londoño

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente:  CRITERIO, 9 de junio de 2022

Lecturas recomendadas por La Pluma:

El programa del Pacto Histórico

La política del odio