En la sexta jornada del Paro Nacional, dos días después de que una madre en Ibagué implorara en grito sordo a la policía que la mataran, así como acababan de matar a su hijo Santiago Murillo (19 años), solo unas horas antes de que esa misma policía asesinara sorprendido e indefenso, no demasiado lejos de allí, a Nicolás Guerrero (27 años) en las tumultuosas protestas de Cali, el expresidente Álvaro Uribe, líder indiscutible de la derecha colombiana durante los últimos 20 años, recibió una inspiración mística.
Tres días antes, la red social Twitter había decidido retirar una de sus publicaciones, en la que sugería que policía y fuerzas armadas deberían utilizar armas de fuego contra los manifestantes, por considerarse que ‘glorificaba’ la violencia. A la luz de los datos y durante los siguientes días, la propia policía le habría de dar la razón.
El lunes a las 11 de la mañana, casi al tiempo de la renuncia del Ministro de Hacienda tras la decisión por parte del gobierno de retirar el polémico proyecto de reforma tributaria que hizo estallar la indignación en las calles de Colombia, un críptico tweet en su cuenta prendió la curiosidad de un gran número de usuarios, desviando incluso parte de la atención de la noticia política del momento y desatando un intenso debate acerca del origen de dicha intervención. Reproduciendo textualmente lo compartido por el expresidente y líder del partido político Centro Democrático, más que una propuesta de acción política, su redacción sugiere una suerte de revelación extática:
1.Fortalecer FFAA, debilitadas al igualarlas con terroristas, La Habana y JEP. Y con narrativa para anular su accionar legítimo;
2. Reconocer: Terrorismo más grande de lo imaginado;
4. Acelerar lo social;
5. Resistir Revolución Molecular Disipada: impide normalidad, escala y copa
Muchas y muchos se sorprendieron por el inesperado uso, por parte de un político carismático de la extrema derecha, de un concepto ‘revolucionario’ surgido en el contexto post-mayo del 68. Nada más lejos de la realidad, con su ‘Revolución Molecular Disipada’ Uribe no estaba citando al psicoanalista francés Felix Guattari y su famoso libro, del año 1977, ‘La Revolución Molecular’.
Uribe se refería con el último de los términos al concepto repostulado por el político chileno Alexis López, de inspiración ideológica nacional-socialista, fundador y presidente –hasta su disolución en 2010- del movimiento Patria Nueva Sociedad en Chile, fugazmente famoso en la escena política chilena por ser el principal organizador en el año 2000 del ‘Encuentro Ideológico Internacional de Nacionalidad y Socialismo’ -o ‘Congreso Nazi’, tal y como lo denominaron las publicaciones de la época– y acérrimo defensor del revisionismo del holocausto judío, entre otras propuestas de inspiración neofascista. Conferencista también, en reiteradas ocasiones, en la Universidad Militar Nueva Granada, institución donde se forman algunos de los principales cuadros militares de Colombia.
Con el concepto de ‘Revolución Molecular Disipada’, López describe un ataque organizado desde sectores de vanguardia de la izquierda internacional y la masonería, en el que se utilizarían a diferentes actores de la sociedad civil infiltrados por la delincuencia organizada y el terrorismo, de carácter “total y encubierto” y dirigido como un ataque a todas las instituciones responsables de mantener el orden en el país, con el objetivo de derribarlas y ser reemplazadas por una nueva institución. Para ello, el propio ideólogo chileno reconoce la impronta de Guattari en la definición original del concepto, pero lejos de lo propuesto por el filósofo francés, López asegura que la estrategia orientadora responde a la destrucción de las sociedades a través del terror social, continuo y organizado, para su sustitución por una nueva hegemonía. El concepto, por tanto, es utilizado como una alerta para los diferentes gobiernos e institucionalidades que asumen su veracidad como un riesgo para el ejercicio mismo de la democracia, por lo cual debe ser erradicada a cualquier costo, ya sea en el incremento de los niveles de impopularidad de un gobierno o a través de la supresión de vidas civiles en las calles.
En ese sentido, la propia acepción del concepto tiene una clara inspiración paternalista, por la que gran parte de los individuos que conforman el actor ‘movimiento’ o ‘revolución’ ni siquiera serían conscientes de los fines últimos por los que se están movilizando. El papel, entonces, de las instituciones, resultará en develar la conspiración izquierdista-masónica para persuadir a los agentes del cambio a desistir de ofrecer su energía en pro de la destrucción del Estado. En caso de no lograr dicha persuasión, el ejercicio de la violencia sobre los agentes de destrucción del Estado estará, por tanto, justificada desde el pragmatismo que destila su urgencia.
Cabe decir que para el antiguo movimiento fundado por Alexis López, Patria Nueva Sociedad, el Estado es considerado como un ente natural orgánico, surgido de la nación misma, en el cual la lucha de clases debía ser erradicada para ser sustituida por la cooperación entre dichas clases, en favor de una democracia gremial que favorezca el corporativismo como sistema que guíe el devenir político de las sociedades. Para contextualizar su impronta, el sistema corporativista fue uno de los caballos de batalla del fascio durante la dictadura de Benito Mussolini, siendo su adaptación para América Latina el denominado ‘integralismo’ brasileño, del populista Getulio Vargas.
Por el contrario, la ‘revolución molecular’ propuesta por Félix Guattari y elaborada en torno a ideas dispersas, en dialogo con su compañero Gilles Deleuze a lo largo de diferentes e imprescindibles publicaciones para el avance del pensamiento político contemporáneo -tales como ‘Mil mesetas’ (1980) o ‘El Anti-Edipo’ (1972)- ofrece una lectura mucho más heterogénea, heterodoxa y consciente de las características de su propio tiempo. Ante la imposibilidad de abarcar la amplitud de su definición, y a fin de centrarnos en las posibles relaciones con el concepto apropiado por la extrema derecha latinoamericana, en este texto sólo nos centraremos en su carácter más estructural.
En su definición materialista, la propuesta misma de ‘revolución molecular’ surge en un momento social concreto de transformación en el que, a partir de los años 70, las luchas de clase -eminentemente sindicales- van cediendo terreno a otro tipo de actores sociales organizados, de una multiplicidad variable en sus estructuras, deudores no solo de la reivindicación de una temática propia y alternativa, sino de su surgimiento en un contexto social y temporal específico. Prueba de ello es la multiplicidad de procesos geopolíticos subsumidos en la década (desde la ampliación y ordenación del ‘Capitalismo Mundial Integrado’ a la estabilización de las luchas decoloniales en gran parte de los países de África y Asia), lo cual añadía una apertura en los paradigmas de acción social y evidenciaba la enormidad de reivindicaciones que se escondían tras la clásica -y caduca, en su definición más vulgar- lucha de clases. Estas nuevas conciencias surgen de las nuevas ‘segmentariedades’ de un capitalismo desterritorializado, ubicuo, descabezado pero homogeneizador, que amplía sus estructuras sobre nuevos nichos de acumulación e integran espacios hasta entonces ajenos a su impronta, tales como el ocio o el deseo.
Precisamente por ello, ambos teóricos comienzan a discernir sobre formas de acción distintas, heterodoxas, más allá de la lucha de clases tradicional y basadas en una multiplicidad de quiebres que rompe (o cuanto menos cuestiona) la dialéctica epistémica hasta ese momento aplicada, e intenta comprender las formas de resistencia y acción frente a las posibilidades y cercamientos de este nuevo tipo de capitalismo. Es en este punto que Guattari, aun consciente de la imposibilidad de predecir las nuevas formas de revolución y lucha, considera que estas, al menos, compartirán una serie de características entre las que se incluyen:
-
- No centrarse únicamente en objetivos cuantitativos, sino que pondrán en tela de juicio las finalidades del trabajo, y por consiguiente, las del ocio y la cultura, entre muchas otras representaciones.
- No centrarse únicamente en las clases obreras-industriales-cualificadas-blancas-masculinas-adultas, dado que la producción ya no puede identificarse con la industria pesada.
- No centrarse únicamente en un partido de vanguardia concebido como sujeto pensante de las luchas y con arreglo al cual será determinado el conjunto de los «movimientos de masas».
- Ser policéntricas, tanto así que los sujetos que participen no estarán necesariamente coordinados y entre ellas podrán surgir contradicciones, incluso antagonismos irreductibles.
- No centrarse en un ámbito nacional.
- No centrarse en un corpus teórico único.
- Rechazar la compartimentación entre valores de cambio, valores de uso y valores de deseo.
Estas ‘nuevas’ formas de acción que configurarían la ‘revolución molecular’ surgen como una propuesta asumible por las luchas pensadas para América Latina desde la década de los 70 y en adelante, en la conquista por la democracia en muchos casos y en contextos en los que es necesario ‘inventar’ nuevas formas de organización entre las luchas de clases occidentales y las luchas de emancipación inherentes a las repúblicas poscoloniales en sociedades híbridas y con múltiples tensiones.
En la comprensión de su posible éxito en el contexto de los estados latinoamericanos es donde empiezan y terminan las similitudes entre ambas acepciones. Si para Guattari la revolución es potencia, para López es tragedia. Si para Guattari es distribuida, para López es jerárquica. Si para Guattari es deseo, para López es terror. Si para Guattari es esperanza, para López es traición.
Y Uribe, gran conocedor del poder del marketing en la justificación de los intereses propios aun en contra de los de todo un pueblo, del valor de la emocionalidad en la construcción de mecanismos de poder y legitimación, gran populista, asume providencial la deformación del concepto. De esta forma, alimenta su serie de grandes éxitos que inician con el ‘castrochavismo’ y continúan con otras deformidades tales como aquella de la ‘ideología de género’ o la alargada sombra del Foro de São Paulo, algunos de los argumentos más difundidos para la negativa de apoyo al proceso de paz en el referéndum de 2016.
Álvaro Uribe Vélez asume en estos casos la inspiración del esperpento, y se erige en un Max Estrella de camisa blanca y pecho descubierto para el que el reflejo en espejos cóncavos de aquello que construye lo más democrático de las sociedades, el ejercicio crítico de la ciudadanía, se torne desfigurado en la mayor amenaza para la democracia: aquello que combatir. Adaptando la genial frase de Valle Inclán, podría decirse que el sentido trágico de la vida colombiana sólo puede entenderse a través de una política sistemáticamente deformada.
La estrategia no es nueva por parte de la derecha, y es realmente sencilla. La desinformación se nutre del anonimato en la generación del mensaje y del capital simbólico de la figura que lo difunde. Su único fin es el de reforzar sesgos, crear narrativas paralelas y afianzar el pánico colectivo a través de una manipulación consciente de la información presentada. Información falsa presentada como veraz con una clara orientación de interés político. Si a ello unimos un entorno favorecido por el avance de la posverdad, cuyo principal requisito es el de contar con una sociedad en crisis económica y de representación, polarizada en lo social, tenemos una oportunidad perfecta para que figuras políticas carismáticas logren romper el cerco del anonimato de propuestas más o menos marginales y vanas y ubicarlas, a través de la apelación a las emociones (la utilización sistemática de la amenaza del terrorismo), en el centro del debate político.
Paradójicamente, y contrario a lo que proponen López o Uribe, el mayor problema para la democracia surge cuando el político de inspiración populista utiliza herramientas propicias de la posverdad para instigar a la utilización de formas de violencia y represión interna por frente a otras formas de persuasión sobre la propia ciudadanía, una de las principales y más claras fronteras teóricas que marcan la diferencia entre el populismo y el fascismo.
La criminalización de la ciudadanía y del derecho a la protesta marcan el golpe de gracia a un supuesto Estado de Derecho terriblemente azotado por la enorme desigualdad penitente, los indecentes niveles de concentración de su riqueza, el asesinato sistemático de sus líderes sociales y la terrible pesadilla de los falsos positivos, entre otros crímenes. Es importante recordar que en Colombia es solo hasta la Constitución de 1991 que la reunión y manifestación pública y pacífica se reconocen como derecho fundamental. Antes, diferentes gobiernos, por medio de decretos y estatutos, habían restringido e incluso anulado el derecho a la ‘reunión pacífica’ consagrada en la Constitución de 1886, equiparándolo a un delito de alteración del orden público.
Paradójicamente, durante los gobiernos del propio Uribe (2002-2010), y amparado por la doctrina política de la seguridad nacional que orientó sus mandatos, fue usual la judicialización de los activistas sociales en torno a delitos asociados al conflicto armado. En ese sentido, el carácter abierto, ambiguo e indeterminado de los delitos asociados al terrorismo implican un enorme riesgo frente a la criminalización de la protesta en Colombia, especialmente en la indeterminación de los tipos penales y el uso abusivo del derecho penal. La protesta judicializada por un sistema judicial politizado, marcado por la desconfianza de los actores institucionales sobre el ejercicio de su garantía y la subsunción de imaginarios que equiparan protesta con terrorismo, manifestación pública con delincuencia, insertos en la tradición histórica de la derecha política más reaccionaria, ejerciendo la sospecha de las verdaderas intenciones de aquella parte de la ciudadanía que desea ejercer su derecho a movilizarse. Algo que aúna, de nuevo, el devenir de Colombia y Chile, especialmente en la redacción en ambos casos de su carta magna y el reconocimiento de la garantía al derecho de reunión pacífica. En Colombia, justificada en la mentada sospecha de la infiltración terrorista. En Chile, la desconfianza de la herencia pinochetista hacia las leales intenciones de los manifestantes, traducida en los últimos tiempos en ejemplos tan claros como la criminalización del pueblo mapuche o de la revuelta estudiantil.
Y es que, llegados a este punto, ya no solo se trata de la ‘revolución molecular’ de Guattari, o de la inspiración neonazi de algunos tweets de Uribe, sino de la sistemática subsunción movilizada por los imaginarios autorreferencialmente sustentados de la extrema derecha. Estos imaginarios reducen, de forma utilitaria, cualquier manifestación que los cuestione a las lógicas de justificación de su propio sistema de valores, en mora de conseguir una comprensión y actuar de las propias instituciones del estado que quiebren sus límites y respondan a sus propios intereses.
Para el caso de la subsunción de la movilización social actual (o cualquiera en los últimos tiempos), el imaginario deforme es el del ‘terrorismo’ y la ‘Revolución Molecular Disipada’ es la tergiversación utilitaria para subsumir a las lógicas de la guerra cualquier cuestionamiento de la ‘seguridad democrática’ de las instituciones. Mientras que para Guattari la ‘revolución molecular’ implica la participación de “un pueblo múltiple, un pueblo de mutantes, un pueblo de potencialidades que aparece y desaparece”, y que es capaz de materializarse en “encuentros”, “instituciones”, “afectos” y “reflexiones”, en el imaginario deforme del ‘terrorismo’, las expresiones de múltiples actores, diversos y con intereses disímiles, es inmediatamente subsumido a una concepción vetusta de la masa informe y descontrolada, incapaz de comprender la responsabilidad de sus actos pero capaz de llevarlos a cabo en fin último, peligrosa en tanto desestabiliza los cimientos del esquema axiológico que justifica el orden existente, independientemente que sea fallido.
La revolución molecular tiene en la heterogeneidad de la movilización su razón de ser, lo cual implica la necesidad de desmantelar las lógicas de relacionamiento basadas en la exclusión, la asimilación o la dominación de lo diferente. En cambio, en la lógica de la mismidad u homogeneización del imaginario del ‘terrorismo’, para la ‘Revolución Molecular Disipada’, ante la imposibilidad de dominar lo diferente, su eliminación es el único camino.
Juan Ramos Martín, María Reneé Barrientos Garrido, Juan Pablo Bermúdez González, Nathalia Lamprea Abril.
Fuente: Sipermiso, 8 de mayo de 2021