Existen demasiadas imaginaciones sobre los liderazgos. Todas tienen un menú de opciones para explicarlos. Los análisis polÃticos han puesto su mirada en las caracterÃsticas personales y habilidades de mando, sus intuiciones suprasensoriales, y otros casi les han otorgado capacidades esotéricas. Otros tantos analistas han buscado en el pasado militar una ‘raÃz’ de los liderazgos, condenando a éstos a un producto del mundo castrense o de una insuficiencia republicana. Las derechas e izquierdas han pivoteado sobre estas opciones analÃticas, muchas veces resaltando las caracterÃsticas personales de los lÃderes o recalando en sus gestos, carismas y poses. Inclusive, diversas perspectivas han visto en ellos ‘productos’ del pasado y se resisten a vincularlos con el contexto histórico, con las memorias históricas de liderazgos, la posmodernidad o la actualidad.
Si hay algo que comparten los discursos conservadores y de izquierdas es, muchas veces, una mirada sobre el lÃder como un artista del poder, y que parte de su arte reside en el pulso personal. Es una lectura rápida y efectista de los ‘grandes hombres’ o del prÃncipe maquiaveliano que se olvida del vÃnculo entre central y constitutivo, entre el lÃder y sus adherentes.
Alguien puede tener grandes potencias retóricas, recitativas o de articulación polÃtica pero, si ello no se inscribe en un vÃnculo entre el que manda y los que adhieren, el análisis polÃtico girará en el vacÃo y aparecerán preguntas que terminan pensando un lÃder en soledad. Capaz, con propiedades de brujo o bruja, pero solo. Lo condenan a una soledad que no posee, a una modernidad –como una caracterÃstica virtuosa y esencialista- que no tiene, a una raÃz militar con la que no cuenta. Le restan vÃnculo. Lo condenan también a perspectivas que vinculan el liderazgo a anomalÃas o insuficiencias de la democracia o republicanas. Sabiendo, empÃrica y mayoritariamente, que los liderazgos en América surgen del orbe republicano y de sus controversias.
El lÃder, en términos analÃticos, se constituye como tal cuando expresa las proyecciones y expectativas de un colectivo. En éste hay un ‘depósito’ de proyecciones subjetivas. Y ello hace del lÃder alguien situadÃsimo en su realidad. Adelantémonos a algo: no hay liderazgos por fuera de su tiempo, ni de las expectativas y proyecciones de sus seguidores o adherentes. No hay algo asà como lÃderes modernos versus posmodernos, ni tradicionales versus nuevos.
Los lÃderes y las lideresas surgen en momentos cruciales, crisis, o en coyunturas de fuertes demandas o transformaciones en el mundo de las subjetividades. El liderazgo no está obligado a aparecer. A veces no aparece, pero cuando lo hace se conecta a su tiempo y también a las memorias históricas de otros liderazgos que ese paÃs o nación tuvo. Estos liderazgos no están destinados a sobrevivir; de hecho, cuando dejan de interpretar o de expresar las expectativas de sus adherentes caen o se desgastan.
Es decir, el tiempo y las coyunturas son momentos que llaman a los lÃderes y las lideresas a pensar su vÃnculo con ese colectivo. Un colectivo que está atravesado por grandes flujos de transformaciones en sus subjetividades, sobre todo en la época actual. La posmodernidad, a diferencia de otros tiempos, coloca a los lÃderes y lideresas ante reconfiguraciones de la adhesión subjetiva muy veloces. Además, hablamos de subjetividades posmodernas –tanto de los seguidores, como de lÃder o lideresa- que tienen una adhesión plástica, movible, y que están sometidas a coyunturas o cambios de rumbo que modifican la geografÃa del humor social. Ningún liderazgo es para siempre y eso lo recuerda la posmodernidad. Es su ley de hierro.
I
En el siglo XXI el progresismo redescubrió positivamente los liderazgos. Dejó de lado las miradas negativas o desconfiadas que habÃa tenido sobre ellos. La crisis que introdujeron las medidas neoliberales en distintas sociedades, principalmente de América del Sur, establecieron nuevas demandas y expectativas que, en algunos casos, dieron como resultado la aparición de fuertes liderazgos. Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y Pepe Mujica dieron cuenta de tres cosas: el ineludible giro a la izquierda, el regreso de los lÃderes y una expectativa social que se desenganchaba de la legitimidad a las polÃticas neoliberales y se orientaba a propuestas que prometÃan nuevas formas de progreso social. La adhesión fue intensa mientras duró y, en muchos casos, esa adhesión fue interpretada por algunos analistas como algo que se podÃa mantener en el tiempo sin sufrir variaciones, como si las veloces transformaciones de la globalización, del consumo y de la subjetividad no interfirieran en un vÃnculo dinámico entre adherentes y liderazgos.
Lo que parecÃa estable desde fines de los años 1990, en el patio progresista, comenzó a tambalearse con la desestabilización que introdujo la crisis Lehman Brothers. Una desestabilización que no era económica, sino que recordaba la fragilidad de los paÃses latinoamericanos frente al mercado mundial y frente a los paÃses más poderosos. Tambiécrisis económica,n esta crisis empezó a redefinir esa subjetividad que habÃa apostado por esos liderazgos, y aquello que parecÃa un vÃnculo eterno o sólido comenzó a resentirse.
Los gobiernos progresistas debieron aplicar nuevas medidas anticÃclicas que fueron comprendidas por una parte de su electorado como perjudiciales. Los efectos de dicha crisis económica no sólo pegaban en el vÃnculo polÃtico sino que planteaban nuevas preguntas de los ciudadanos y ciudadanas sobre el Estado y sus polÃticas universalistas. En un mundo que tiembla, todos tienen miedo de caer, o peor: no quieren sostener a los otros, ni al otro. El otro que habÃa sido parte de la apuesta por una comunidad polÃtica integrada se develó como un extraño. No hay mejor cosa que una crisis para ver cómo se actualizan las pasiones sobre los otros y las otras.
La dinámica polÃtica se fue desquiciando en distintas tonalidades: protestas sociales, mal humor social, crÃtica al sistema polÃtico y a las polÃticas universales.
La posmodernidad reactualizó las dimensiones mas profundas de una individualidad que habÃa sido reconducida en un proceso de avance social. Cuando ese avance se vio puesto en crisis o requirió de mayor esfuerzo social para limitar la crisis económica internacional los adherentes a esos liderazgos se fueron corriendo del vÃnculo. Dejaron de prestar colaboración. También sucedió en gobiernos neoconservadores que tuvieron que reajustar sus modelos económicos y polÃticos a las exigencias de una crisis profunda y con una onda expansiva que sigue hasta nuestros dÃas.
No sólo se produjo un malestar en torno al Gobierno que soportó la crisis –de izquierda o de derecha- sino un ‘malestar del liderazgo’, un malestar por haber apostado por ellos. Se produjo una diáspora silenciosa, que puede registrarse en el voto con la poca participación o directamente con la apatÃa. Los progresismos y neoconservadurismos realmente existentes debieron recalibrar ese malestar, con mayor o menor éxito.
Ahora bien, es claro que ciertas oposiciones neoconservadoras o moderadas lograron metabolizar y reencauzar mejor ese malestar: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador. En otros paÃses, como Bolivia, ese malestar pudo reencauzarse aunque la reelección de Evo no será tan fácil como se cree. En Honduras, ese malestar hoy puede verse en la diáspora de ciudadanos que caminan en caravana hacia los Estados Unidos. Y en México con la crisis de su propio sistema polÃtico más la erosión de los efectos de Lehman Brothers y la aparición de Donald Trump, los conservadores del PRI dejaron el poder a López Obrador ,quien tiene el gran desafÃo. La ‘trumpización’ y ‘bolsonarización’ de las propuestas polÃticas y económicas en América son parte de ese malestar democrático y de los liderazgos que se fueron labrando en las décadas anteriores.
Sus liderazgos expresan las expectativas y deseos más exacerbados de una individualidad asediada por la incertidumbre y reafirmada en su singularidad frente a los otros y las otras. Las propuestas desbocadas que alientan a poner a cada persona en su lugar y a reactualizar prejuicios morales o religiosos como una forma de establecer el orden habla mucho más de ese vÃnculo entre liderazgos y adherentes que sus capacidades recitativas o carismáticas. Son liderazgos del individuo en contra de lo colectivo. Una modalidad singular de liderazgo sostenida en el interior de la individualidad que ya no tiene como horizonte al pueblo como masa, sino al pueblo como representación general de esa individualidad post Lehman Brothers. A Jair Bolsonaro le joden los colectivos, y su referencia de pueblo es la individualidad neopentecostal y antiigualitarista.
Estamos en momentos severos de redefinición de liderazgos y de su aceptación. El Frente Amplio uruguayo descansa todavÃa en una fórmula de adhesión perimida. Repiten a sus mismos candidatos. Rafael Correa está solo y espera, mientras que los procesos de socialización polÃtica en Ecuador transitan por nuevos andariveles o por renovadas crisis. Nicolás Maduro ha sentido los efectos de una afectividad polÃtica hacia el chavismo que transita entre la espera, la resignación y la apatÃa.
En Brasil la preeminencia de Lula da Silva parece marcar la cancha inmediata de la polÃtica en un tempo bolsonarista que empujará al PT a repensar su intervención polÃtica. Evo, por ahora, se sostiene, pero observa cómo los efectos de las transformaciones sociales internas y globales han reconfigurado los deseos y expectativas de sus ciudadanos y ciudadanas. En Argentina se está presentando un nuevo laboratorio que se pregunta por el liderazgo de Cristina Kirchner. Parte de esa preocupación comienza a resolverse mirando a los adherentes y posibles adherentes. La ruptura de las fronteras progresistas parece una estrategia electoral, pero también una manera de articulación polÃtica signada por el triunfo de Bolsonaro y por un Donald Trump que no ha recibido grandes derrotas polÃticas en su mandato presidencial.
Los espacios neoconservadores también han hecho algunos reajustes con más o menos éxito. Tal vez, México es el mejor ejemplo de que ese reajuste de los liderazgos del PRI ha caÃdo en saco roto. Mientras, en Colombia y Perú se han producido trayectorias y búsquedas polÃticas que hablan del impacto de las crisis desatadas en 2008.
II
La posmodernidad fragiliza mucho más algo que era frágil: el vÃnculo entre los adherentes y los liderazgos, por eso los intentos de pensar los flujos o la construcción de esa adhesión para ser una de las preguntas más importantes y uno de los enigmas contemporáneos a resolver. Tanto espacios neoconservadores como progresistas están asediados por dos fragilidades: la del vÃnculo y la que introducen los individuos en sus percepciones e imaginaciones. Vamos hacia liderazgos no de masas, como se creÃa en el siglo XX, sino hacia liderazgos que se reconstruyen desde el proceso de individuación. Dame un individuo y moveré el mundo. Las articulaciones populistas han cambiado: ese pueblo no es el colectivo de una articulación imaginaria sino el individuo de carne y hueso, con sus prejuicios y miradas sobre el mundo que quiere una parte de la escena. Viene por su pastel, por su revancha individual.
Estamos, nuevamente, ante el regreso de los liderazgos, pero que trae novedades, preguntas y, sobre todo, la reflexión de cómo se construye un vÃnculo sostenido en un mundo demasiado frágil.
Esteban De Gori
Editado por MarÃa Piedad Ossaba
Fuente CELAG, 23 de noviembre de 2018