En París: ¿Festival de cine ruso o antisoviético?

Curioso ver cómo se hacen bellas películas a partir de una idea humanista de solidaridad, y ¡cómo se producen tristes huesos a partir de la ideología liberal de cada cual por sí mismo,  de la competencia y el desprecio!

Como estamos privados de películas rusas (tanto como estamos inundados de películas usamericanas, en particular sobre la URSS, como el próximo estreno de La sombra de Stalin), el Festival de Cine Ruso (del 2 al 9 de marzo) parece una bendición, una oportunidad única de saber qué películas se hacen en Rusia, para los rusos. Pero hablar de rusos no es suficiente: ¿qué rusos, habría que preguntarse, están al mando de este festival? Basta con ir al cine Le Balzac, en los Campos Elíseos, y ver algunas de las películas programadas, para obtener una parte de la respuesta.

El sábado 7, pudimos ver  L’Homme qui a surpris tout le monde (El hombre que sorprendió a todos), de Natacha Merculova y Alexei Chupov (2018). En su presentación, la directora de la sala insistió mucho sobre la conveniencia de la película, en un festival titulado: Cuando los rusos nos asombran,  una película que es tanto más sorprendente porque viene de un país “machista”: ya podíamos adivinar de qué trataba, y no nos decepcionó.

El héroe, Igor, un guardabosques viril, se entera de que tiene un tumor cerebral y que sólo le quedan dos meses, como mucho, de vida. Al principio parece reaccionar de manera responsable, adoptando medidas para garantizar el futuro económico de su familia. Pero pronto cae en un estado de depresión. Su esposa lo convence de que vaya a ver a una bruja-chamán, cuyos masajes y fumigaciones son, por supuesto, ineficaces; pero ella le cuenta la historia de Yamba, un pato cuya última hora ha llegado, pero que decide engañar a la Muerte: se revuelca en el polvo y, habiéndose vuelto todo gris, se mezcla con las patas, de modo que la Muerte no puede reconocerlo y se va con las manos vacías.

¡Qué gran idea! Igor va de compras y se encierra en su aposento para travestirse de mujer, poco importan las consecuencias para su familia y sus sufrimientos: su esposa se siente ultrajada, su hijo es golpeado por sus compañeros, que lo llaman “hijo de marica”. Igor termina exiliándose en una cabaña en el bosque; lo único que le falta a este Hansel o Gretel es una bruja: precisamente, cerca de allí, opera un grupo de carboneros y, como se esperaba, termina siendo violado. Se podría pensar en “Breaking the waves”: pero, mientras que la heroína de Lars von Trier se sacrifica por su marido, Igor no tiene otro objetivo que salvar su propio pellejo, incluso si los medios empleados le dejen a uno perplejo. Y funciona: ¡el siguiente escáner revela que el tumor ha desaparecido! Ninguna explicación, en toda la película, Igor, al mismo tiempo que se trasviste, se vuelve mudo; hay que decir que el más mínimo intento de justificación por su parte habría puesto de manifiesto el carácter grotesco de toda la historia. En cambio, como en el caso de Zviaguintsev, un pesado símbolo: Igor regresa obsesivamente al recinto de las ocas, entre las que quiere esconderse, como Yamba.

Nos ha sorprendido mucho: esperábamos descubrir  con las películas rusas nuevos horizontes, en cambio nos regalan una película LGBT, inspirada en la teoría del género, como tantas películas usamericanas o francesas de las que nos alimentamos constantemente. La única diferencia es que el cine ruso se esfuerza por ser aún más fuerte que sus modelos occidentales: he aquí el transvestismo promovido como una panacea. ¿Y si ensayáramos el remedio contra el coronavirus? Para evitar la contaminación, travistámonos todos, ¡los hombres como mujeres, la mujeres como hombres ! Instauremos, en las escuelas, un día de faldas terapéuticas permanente! Y se podrá volver a encarrilar la economía, siempre y cuando todos vayamos a trabajar transvestidos.

Otra película igualmente sorprendente, por otras razones, es El francés de Andrei Smirnov. La película fue rodada en 2019, pero parece haber llegado desde los peores años de la Guerra Fría y de la propaganda antisoviética; además, como está ambientada en 1959, está rodada en blanco y negro, lo que completa la ilusión. El héroe, Pierre, presentado como comunista, va a hacer una práctica en la URSS, lo que nos da una nueva versión de Tintín en el país de los soviets.

El deshielo introducido por el informe de Jrushchov no parece haber mejorado nada, todo es siniestro, la música es tan dramática como se podría desear, los trabajadores son acosados, las autoridades son burgueses caricaturizados que comen en la vajilla de oro (no exagero) y respiran sólo censura y delación. Además, la experiencia de Pierre se limita a círculos muy pequeños: Pierre se une a una banda de  Pachucos que sólo viven por el jazz  y los USA y la población se reduce a las víctimas e hijos de las víctimas del gulag, antiguos nobles y oficiales, cuyo odio a la URSS es tal que uno de ellos quería que  ¡Truman lanzara una bomba atómica sobre el país! De hecho, Pierre está llevando a cabo una investigación en los círculos blancos rusos, buscando a su padre biológico, de quien su madre siempre le hablaba, diciéndole : ¡“No puedes hacer nada, eres miembro de la familia Tatishev”! Nuestro joven comunista era en realidad una especie de princesa Anastasia… Y la sala era un reflejo de la película, riéndose a coro de cada chiste sobre los soviéticos (la fábrica de pan está bajo vigilancia: se teme que un espía se apodere del secreto de la fabricación de bizcochos: ¡ja, ja, ja!) ; y el organigrama del festival es igual (así,  como esta imagen): el invitado de honor es Macha Méril, de origen parcialmente ucraniano, que tiene el título de princesa, que apoyó a Hollande, y ahora a Macron  (wikipedia).

Para rescatar este festival, sólo hay películas antiguas, en particular una conmovedora Balada de un soldado, de Grigori Chukhrai (1959), verdadero antídoto para la historia de Igor: el joven soldado, que actuó como un héroe destruyendo dos tanques alemanes, obtiene un permiso de seis días para volver a su pueblo, ver de nuevo a su madre y reparar el tejado de la casa. Pero los encuentros que hace durante su viaje son tantas oportunidades de prestar servicios a los demás, que lo retrasan aún más: finalmente tendrá sólo diez minutos para besar a su madre. Curioso ver cómo se hacen bellas películas a partir de una idea humanista de solidaridad, y ¡cómo se producen tristes huesos a partir de la ideología liberal de cada cual por sí mismo,  de la competencia y el desprecio!

Rosa Llorens

Original: Festival du film russe à Paris ou URSS bashing ?

Traducido por María Piedad Ossaba para La Pluma y Tlaxcala, 8 de marzo de 2020

http://tlaxcala-int.org/upload/gal_21690.jpg