Trump, contra Colombia

Al fin y al cabo, la decadente clase dominante colombiana nunca ha conocido qué es la dignidad y la soberanía nacionales. Siempre ha estado al servicio de los intereses extranjeros para llenar sus alforjas. En la actual coyuntura la corrupta casta oligárquica colombiana pasa por alto que Trump representa lo peor del supremacismo del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como lo definiera el apóstol de Cuba, José Martí.

El discurso racista impulsado por el nuevo gobierno de Estados Unidos en contra de los migrantes en su país encontró ayer un punto de quiebre en la decisión del presidente colombiano, Gustavo Petro, de no permitir la llegada de vuelos con expulsados porque no estaban siendo tratados con la dignidad que un ser humano merece. El día anterior, el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, exigió explicaciones por el tratamiento denigrante de 88 ciudadanos brasileños deportados la víspera, a los que Washington envió de vuelta a su país en aviones militares y que viajaron amarrados de pies y manos y pasaron varias horas sin aire acondicionado, sin poder beber agua ni ir al baño durante el vuelo.

La situación escaló rápidamente: en respuesta, Donald Trump anunció la imposición de aranceles a las exportaciones colombianas y la suspensión de entrega de visas por parte de sus servicios consulares en la nación sudamericana, a lo que Petro replicó que adoptaría medidas recíprocas, además de que llamó a una reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) para analizar la agresividad del nuevo gobierno estadunidense contra los trabajadores migrantes.

Condición humillante de los deportados latinoamericanos por el Gobierno de EE.UU.

Horas después, el Palacio de Nariño anunció que se había “superado el impasse” y que el avión presidencial de Petro estaba listo para transportar a los deportados colombianos, garantizándoles las condiciones dignas como sujetos de derecho y el próximo viaje de un equipo gubernamental de Bogotá a Washington encabezado por el canciller Luis Gilberto Murillo para sostener reuniones de alto nivel que den seguimiento a los acuerdos y que se mantendrán los canales diplomáticos de interlocución entre ambos países.

Por su parte, la Casa Blanca emitió un comunicado en el que aseguró que el Gobierno de Colombia había “accedido a todos los términos del presidente Trump, incluida la aceptación irrestricta de los ilegales colombianos devueltos por Estados Unidos, incluyendo (que se realizara en) aviones militares estadounidenses, sin limitación o retraso”; que los aranceles y otras sanciones comerciales se mantendrían interrumpidas, pero que la suspensión de visas y las inspecciones aduaneras reforzadas de productos colombianos proseguirían “hasta que la última carga (sic) de colombianos deportados sea exitosamente devuelta”.

El episodio no pasaría de ser una maniobra característica de Trump: llevar a cabo una acción agresiva contra otro país, provocar una crisis, empezar una negociación y desde antes de que ésta culmine, proclamar que ha derrotado a su contraparte.

Sin embargo, la infame provocación de encadenar a los deportados y transportarlos a sus países de origen como si fueran cuerdas de esclavos ha generado una indignación que trasciende el ámbito colombiano y la respuesta inicial de Petro. Por más que sean esencialmente productos propagandísticos para sostener su imagen de hombre duro, estos desplantes de Trump tienen el potencial de suscitar crisis diplomáticas y económicas que ciertamente tienen un alto costo para los países que se vean involucrados en ellas pero que, sumadas, no harán más que acentuar el aislamiento de Washington y su debilitamiento como potencia hegemónica mundial.

Con todo y su poderío militar, económico, diplomático y tecnológico, Estados Unidos no puede pelear al mismo tiempo con sus socios comerciales de este continente –empezando por los principales, que son México y Canadá–, de Europa y de Asia sin entrar en un declive acelerado que no sería bueno para nadie.

Ciertamente, el gobierno de Washington posee la facultad legal para dictar políticas antimigratorias inhumanas y despiadadas en su propio territorio, pero no para violar los derechos humanos de ninguna persona, estadunidense o extranjera, documentada o indocumentada, ni para conducirse con bravuconerías transgresoras con el resto del planeta. A fin de cuentas, sus antecesores demócratas Bill Clinton, Barack Obama y Joe Biden expulsaron a más trabajadores extranjeros que Trump y ello no produjo crisis diplomática alguna.

Dignidad y actitud enhiesta

La realidad fáctica de este insuceso permite sacar algunas conclusiones. En primer término, luego de muchas décadas un Presidente de Colombia planta cara a un mandatario estadounidense asumiendo una posición enhiesta, digna y firme contra la arbitrariedad del poder norteamericano representado por el extravagante y brabucón inquilino de la Casa Blanca, quien en su arbitraria política de combatir a los migrantes en condición de indocumentados, no le importa atropellar la integridad de las personas y violar los derechos humanos.

De ahí que la respuesta del presidente Gustavo Petro constituye una postura de defensa a la soberanía y garantía de los derechos fundamentales de los colombianos en condición de no regularizados en territorio estadounidense.

Superado el impasse diplomático entre Washington y Bogotá por la dignidad de los migrantes colombianos, se logró por parte del Gobierno Petro que los deportados no irán en aviones militares, ni esposados, ni custodiados. No habrá sanciones para Colombia, aunque Donald Trump no podía dejar de decir que esto sucederá hasta tanto llegue el primer avión con deportados. Por cada arancel que suba EE.UU., el Gobierno colombiano hará lo mismo.

Capítulo aparte merece la actitud entreguista y cipaya que ha asumido la oposición tanto de derecha como del mal denominado “centro” político que de manera apátrida se ha puesto del lado del convicto mandatario estadounidense, no solo para resguardar sus mezquinos intereses sino para tratar de horadar la gestión del presidente Petro.

Hay que tener en cuenta que más de 200 años de mentalidad de ‘República bananera’ y 30 años de régimen uribista han permeado la conciencia de amplios sectores de la sociedad colombiana en el sentido de generar una actitud obsecuente frente a las imposiciones de Washington.

El ‘establishment’ colombiano ha convertido históricamente a este país en un enclave de EE.UU. y ha servido como cipayo a los intereses de la Casa Blanca.

Al fin y al cabo, la decadente clase dominante colombiana nunca ha conocido qué es la dignidad y la soberanía nacionales. Siempre ha estado al servicio de los intereses extranjeros para llenar sus alforjas. En la actual coyuntura la corrupta casta oligárquica colombiana pasa por alto que Trump representa lo peor del supremacismo del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como lo definiera el apóstol de Cuba, José Martí.

La Jornada/Cronicón, 28 de enero de 2025

Editado por María Piedad Ossaba