La carta de Miguel Rodríguez Orejuela, exjefe del cartel de Cali, a Gustavo Petro desde la cárcel

Señor presidente, concluyo esta misiva, augurando éxitos en lo que resta de su gestión y en ese duro reto, nos permita ser parte de su propuesta en el marco de la Paz Total, con el convencimiento de que la única vía a la reconciliación es la verdad y el perdón. Es mejor encender la primera vela, que sentarse a contemplar la oscuridad en la que me encuentro.

Respetado, Señor presidente, de la manera más cordial, me dirijo a usted, para hacerle llegar un cordial saludo como primer mandatario de la República de Colombia, deseándole larga vida y grandes aciertos en la gobernabilidad de nuestra querida patria.

Hoy, después de 28 largos años y con otra mentalidad, he decidido trasgredir la barrera impenetrable del silencio en la cual me resguardo, manteniendo intacto, y a salvo el instinto de conservación. Es mi deseo, tratar de resarcir en parte al pueblo colombiano por nuestro proceder en tiempos pretéritos, y enmendar con compromisos reales los posibles daños causados.

Por consiguiente, Señor presidente, pienso que nunca estuvieron dadas las condiciones para solicitarle a usted respetuosamente que considere la posibilidad de que sea yo avalado como un nuevo «Gestor de Paz». Soy consciente de lo que esto representa, y la responsabilidad de tan difícil y ardua labor que tiene, para poder conseguir la «Paz Total».

Es de público conocimiento que nos tocó enfrentar durante largos 6 años una guerra a muerte, con quienes se convirtieron en los pioneros del Narcoterrorismo, así como los generadores de una violencia selectiva extrema en nuestro país; por el simple hecho de no estar de acuerdo con sus métodos y políticas para enfrentar a las diferentes instituciones del Estado, logrando contribuir con el desmantelamiento de esta organización delictiva, pero así mismo siendo utilizados como partícipes necesarios por nuestros aliados políticos de turno, para en actos de deslealtad, ser expuestos como los nuevos enemigos de Colombia. El nombrar en estas líneas a los actores principales del terrorismo nacional de esa época, sería activar un fuego cuyos leños yacen en el cementerio olvidado de la impunidad y la corrupción, y yo diría, que se fraguaría una apología al delito.

Como usted bien lo sabe señor Presidente, en medio de este conflicto, vivimos la época más aciaga oscura y sangrienta de nuestra historia, con ataques despiadados a personalidades de la política, la justicia, el periodismo, y peor aún, a civiles inocentes, cobrando la vida de ilustres personalidades que ungieron como mártires nacionales, hasta llegar a la muerte violenta de cinco candidatos presidenciales como lo eran Luis Carlos Galán Sarmiento, Jaime Pardo leal, Carlos Pizarro León Gómez, Bernardo Jaramillo Ossa y porque no, el Dr. Álvaro Gómez Hurtado.

Además, no se puede pasar por alto los dos atentados al general Masa Márquez, director del antiguo DAS, los secuestros extorsivos de Andrés Pastrana, Francisco Santos y Diana Turbay, quien terminó asesinada en manos de sus captores, y mucho menos dejar en el olvido, las bombas y el acto terrorista de lesa humanidad que cobró la vida de 107 inocentes en el atentado al avión de Avianca en 1989.

Dios, patria y coca

Señor presidente, el pueblo colombiano solo quiere entender y saber la verdad de esta época oscura de nuestra historia, que ha sido permeada y empañada por la cultura de la corrupción que dirigió los destinos de nuestro país por más de 40 años, y poder cerrar definitivamente esos capítulos y continuar el camino hacia la Paz definitiva.

Colombia merece tener una luz de esperanza real que venga de la mano de nuevos  modelos de Gobierno, direccionados al beneficio del pueblo bajo la premisa de inclusión de todos y para todos, sin prejuicios ni temor al cambio de paradigmas, incluyendo especialmente a los perseguidos y a los que piensan distinto a las políticas que han fracasado.

Es claro que, en nuestro proceso, no hubo segundas oportunidades, mucho menos perdón y olvido, pero en mi caso, solo quiero poder contar mi verdad sin odios ni revanchas y así poder alcanzar el perdón Divino, porque a la sociedad ya le estoy pagando por mis errores. Ya pesan sobre mí 80 largos años y casi 29 de ellos privado de la libertad y en silencio, y aun así, tomé la decisión de escribir estas líneas, convencido en que las nuevas generaciones merecen un mejor país, edificado en los cimientos de la verdad, con la posibilidad de contribuir en función de la Paz, aún, cuando mis propias generaciones emergentes, siguen siendo víctimas de persecución, hostigamiento y torturas psicológicas constantes, por el simple hecho de portar mi apellido, retomando de otras culturas y de tiempos remotos, la figura de «los delitos de sangre», que no les corresponde.

Hemos visto que, a través de los años, a toda la familia, se le han vulnerado los derechos contemplados en la Carta Magna, propiamente en su artículo 13: «Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades», Comparto la filosofía de las segundas oportunidades en función de la paz. Pero con compromiso social. Es claro que mientras algunos ungían como «Patrones del mal»; otros, siempre tuvimos una filosofía distinta orientada más bien al «Patrón laboral», sin terrorismo, pero sí con nacionalismo colectivo, generando miles de empleos, beneficiando al pueblo trabajador, a la gente, cumpliendo con el mandato constitucional del pago de impuestos, y religiosamente con los derechos laborales de los empleados, mejorando la calidad de vida que todos anhelamos y debemos tener, lo que me permite afirmar, que se cometieron muchos errores, pero también tuvimos algunos aciertos.

Haciendo una retrospectiva y un mea culpa, se podría afirmar, que abandonamos en algún momento esos valores y nos volvimos amantes de la AMBICIÓN Y LA CODICIA, pasando de ser unos empresarios, a convertirnos en unos vasallos astutos del delito, concluyendo que, para poder cambiar, hay que empezar por aceptar y pagar con dignidad los errores, pero con la esperanza de que las autoridades actúen con la misma lealtad y respeto por la ley, si es que realmente pretenden construir la paz.

Señor presidente, quiero dejarle saber que, en nuestra familia, oímos y vemos con ilusión sus palabras cuando proclama con vehemencia por una Colombia en Paz, mediante diferentes reformas, sobre todo la de la Justicia, con la bandera del perdón y olvido por delante. Por mi experiencia de vida y siendo uno de los últimos actores del conflicto, de alto impacto, que vivió y fue participe influyente de una de las épocas más difíciles de la historia de Colombia, que aún tiene el privilegio de vivir, así sea en las peores condiciones a las que puede ser sometido un ser humano, déjeme resaltarle que no se equivoca en pensar que la única solución para descomprimir los conflictos que nos aquejan, son la verdad, el perdón, la reconciliación y el olvido.

Por esto, es importante considerar las distintas propuestas y modelos aplicados en otros países que han tenido éxito, para demostrar como las actuales metodologías utilizadas para luchar en contra del delito del narcotráfico y la corrupción no han tenido el éxito esperado, solo se pueden solucionar con cambios educativos, culturales, clínicos y líderes con conceptos distintos.

El Gobierno de los EE. UU. juntamente con el de Colombia, deberían evaluar realmente el desmantelamiento pacífico y negociado del actual Narcotráfico en Colombia.

Haciendo eco a esta intención, creo que se puede poner en consideración otras alternativas para presentarlas a las nuevas generaciones, rescatando valores que la corrupción ya ha corroído; pero para poder empezar a desempeñar este papel constructivo, hay que iniciar por cumplir los pactos con lealtad y respeto.

Aprovecho Señor Presidente, para informarle que la Justicia de los Estados Unidos, con la anuencia y partición activa la fiscalía de Colombia, firmo un acuerdo en 2006, que incluía nuestra rendición y aceptación de cargos de nuestra culpabilidad por los hechos del pasado, (antes de 1997), así como la entrega voluntaria de todas nuestras empresas y propiedades, con el único objetivo de colaborar con la justicia, reparando a las víctimas y al estado a cambio del perdón y olvido para nuestros familiares.

Pero así mismo, denuncio ante usted, que la fiscalía colombiana nos incumplió todos los acuerdos de una forma poco ética, convirtiendo este proceso en un «Entrampamiento» sistemático contra 28 miembros de nuestra familia en violación de derechos fundamentales y el mismo acuerdo, que firmamos con la justicia América y la venia presencial de la fiscalía colombiana.

Señor presidente, concluyo esta misiva, augurando éxitos en lo que resta de su gestión y en ese duro reto, nos permita ser parte de su propuesta en el marco de la Paz Total, con el convencimiento de que la única vía a la reconciliación es la verdad y el perdón. Es mejor encender la primera vela, que sentarse a contemplar la oscuridad en la que me encuentro.

Miguel Rodríguez Orejuela

Varios autores, 20 de diciembre de 2024

Editado por María Piedad Ossaba