A lo largo de su carrera, Roberto Goyeneche le puso voz a los tangos más bellos, los de poesía más elevada, sin perder el norte de la simpleza. En esta charla con Jorge Bonccanera publicada en la revista crisis #65, “el Polaco” cuenta cuáles son las letras que le ponen la piel de gallina y deja ver hasta qué punto las canciones lo encendían. Entre tarareos y recuerdos, un repaso por su vida.
Contra los que afirman que el cantor de tangos vive clavado como una mariposa contra el papel amarillado por el tiempo, el “Polaco” Goyeneche mantiene su vigencia merced a la elección de repertorio que lleva su sello inconfundible. Su fraseo va tejiendo una historia de vida, que comenzó cuando aquel pibe de pantalones cortos colgaba tangos en todos los rincones de su casa. En esta “historia”, que se recorta contra el fondo de un fuelle abierto, desfilan también Homero Expósito, Aníbal Troilo, Horacio Salgán y otros personajes cobijados por la noche tanguera.
El niño de pantalones cortos entorna los párpados y engola la voz, para que el tango rante que está cantando rebote contra las paredes del baño, y se pierda afuera, cerca de la pileta donde Marielena sigue lavando ropa. La carita del niño sale del baño y sin decir nada le pregunta a la madre si le gustó, y ella mueve la cabeza en un bamboleo que aprueba y desaprueba. Entonces el niño sale a la calle a juntar chapitas de cerveza para formar ejércitos o para jugar a la villarda; ese béisbol criollo que, para él, será siempre un invento argentino y no americano.
Ahora el cantor está frente a un micrófono de pie, y entre los rostros esfumados del público cree ver nuevamente a Marielena, y mientras la orquesta avanza los primeros compases recuerda que a ella no le gustaba que le digan mama. Solía decir casi enojada: “mama, el ternero a la vaca”. Le agradaba el mamá. Y piensa en su viudez tan joven y en su trabajo para parar la olla “con las manos cortadas de lavar la ropa”, y en su filosofía y en su fuerza para salir adelante. Y aunque la orquesta viene en malón sobre el inicio de algún tango, el cantor se demora en los ojos de Marielena: “Sí, así como suena, todo junto”. “Era una persona que aunque no había tenido tiempo de estudiar, era muy inteligente. ¡Decía cada cosa, mi vieja! Un día mientras lavaba le pregunté por qué había algunos tipos tan ignorantes y me dijo: “Sabes qué pasa, nene, cuando Dios hizo al hombre tenía 10 cajas encefálicas abiertas y solamente 6 cerebros. Puso hasta que le alcanzó, después rellenó con una media, un gabán, una muela, un perro, qué sé yo, cualquier cosa”. ¡Esa era mi vieja! Se murieron los dos muy pibes. Te voy a decir que a mí la vida me dio besos, pero también muchos cachetazos. Ahora me dio un vuelto, una nieta que se llama Lorena. En una familia de 10 generaciones de varones es la locura. Tiene 7 años y quiere bailar tango con Copes. Y yo le digo mientras ensaya: No, los pasos son más lentos y le digo no, la manito al revés porque vos sos mujer”.
El niño de pantalones cortos en un ademán sobreactuado se lleva la mano al corazón y termina de entonar otro tango. ¡Era hora! Parece decir el gesto de madre que le pide algunos mandados. Y él sale silbando. Podría hacer todo más rápido si fuese al almacén de don Blanco en la esquina de su casa, pero allí la lata de aceite de 5 litros cuesta un peso con cinco centavos. En cambio enfila lejos, para Monroe y Crámer, o las Grandes Tiendas Argentinas donde podrá comprar la misma lata por sólo un peso.
La orquesta, detrás del cantor es una nube oscura llena de relámpagos y truenos. Y él adelanta el cuerpo y estira apenas los brazos como para barajar algo que cae. Es Ringo Bonavena que luego de un respiro saluda a su amigo, el cantor, y vuelve a la pelea.
“No, no éramos amigos, éramos hermanos. Era un chico grande. Yo vi como 10 veces la pelea con Clay y no me vas a decir que el negro resbaló. ¡Le encajó un piñón! Si Natalio lo apura lo saca a la mierda. Pero escúchame, ¿acaso no lo tiró 3 veces a Frazer que era campeón del mundo? Se muere la gente buena, se murió Pichuco, Barquina, Homero Expósito, Catulín, la mala se queda ahí, embromando!’ (Es poco sabido que el tío del boxeador, Antonio Bonavena dirigía en los ’40 una agrupación musical que acompañó a Rufino en el Petit Café).
Roberto tiene 14 años y trabaja en una oficina jurídica en Paraguay 1591. El abogado Salvador Julio Rotman le entrega una dirección y le da unas indicaciones, mientras él asiente columpiando el mentón flaco. Cada mes recibe el sobre con el sueldo y se lo entrega a Marielena (así como suena todo junto). Va a comenzar la época de oro del tango.
El cantor se jacta de recordar todavía el nombre del abogado y la dirección mientras conversa con sus amigos en la ronda obligada del café San Quintín, en avenida del Tejar y Tamborini. Cerca de la casa donde quizá su padre, Emilio Roberto escribiera “Pompas”, el tango que grabó Gardel. Otro tío suyo, otro Roberto (“porque mi abuela tenía los rayes de los Robertos”) es en cambio el autor de “Pompas de jabón”. Y el cantor se queja de la confusión frecuente entre ambos autores, siendo que él se ha encargado de explicarlo en numerosas entrevistas. Pero el enojo se troca en iras cuando recuerda temas que le suenan dentro del absurdo, como ese personaje que le pide al portero: suba y dígale a esa ingrata, sin atreverse a ir él mismo: “O ese otro del tigre Millón, picado de viruela, bastante morocho, que dice que nunca fue correspondido y ella al fin lo traicionó. ¿Pero si nunca fuiste correspondido, cómo te van a traicionar?”
El pibe tiene 16 y calza los largos. Es el año 42, el de “Malena” de Manzi, “Gricel”, de José María Contursi, “Uno” de Discépolo; es también el año de la irrupción fuerte de Homero Expósito; ese “zaratense” nacido en Campana que llegaba empatotado con Stampone, con Pontier, con Franchini y que para el haber anotaba: “Pedacito de cielo”. “Al compás del corazón”, “Azabache” y “Tristezas de la calle Corrientes“; un poeta tanguero que tenía bien masticado a Paul Eluard, André Breton y Ortega y Gasset, entre sus muchas y diversas lecturas.
El pibe cumplió 16 años y su sueño de cantar se cumple. Así que después de convencer a Marielena de que lo autorice, y con una orden del juez, comenzó en un cabaret con la orquesta de Raúl Kaplún. La noche del debut tiene el pecho agitado y un jopo sobre la frente que no se queda quieto. Después se apura por llegar y contarle todo a Marielena, porque ya presentía que era el inicio de algo que no iba a detenerse: “Hacía tres salidas y después me metía en una pieza con una gaseosa y un sánguche. Al finalizar, el mismo Kaplún me acompañaba hasta el tranvía, hasta el Correo Central y en Saavedra me esperaba mi mamá. Después de Kaplún ella murió. Yo no quería cantar más”. Pero las heridas cicatrizan y la vocación era muy fuerte. “Yo hice de todo viejo, trabajé de colectivero, en el taxímetro, en los camiones, en los micros. Pero mi pensamiento fue siempre cantar tangos. Si yo no hubiese cantado tangos, me hubiese gustado cantar tangos. Lo tomé con cariño porque amo al tango. Y mirá qué pedante soy, yo creo que el tango me quiere a mí. ¿Sabés por qué? Porque en algunos tangos me dice despacito ‘gracias’. Ahora, en algunos… me pega patadas” (se ríe).
el cantor y el poeta
El cantor flexiona las piernas y alarga un dedo tembloroso como si fuera a tocar un teclado que nadie ve y acaricia el aire y pone en marcha una historia que llega con olores y texturas, y tiende las palabras en el alambre del sentimiento, como hacía Marielena con la ropa ya limpia, y el cantor dice: “Margo ha vuelto a la ciudad/con el tango más amargo/su cansancio fue tan largo/que el cansancio pudo más“, y las palabras rebotan en su boca y salen como personas de una casa en llamas. Hacia el final pone el cuerpo para contener todo aquello que inició hace apenas un momento, golpea el suelo con el zapato y la historia se apaga.
Homero fue el genio que le faltó al mundo. Era un hombre que hablaba con comas y puntos y decía cosas entendibles, por ejemplo cuando escribe ‘era más blanda que el agua, que el agua blanda,’ ¿acaso no existe el agua dura?, el hielo es agua dura. Y me hizo ‘Afiches’, ‘Naranjo en flor’, ‘Chau, no va más’. Y antes que Homero me enloqueció Lepera, que nunca habló mal de la mujer, sino que la enaltecía. Él mismo se echaba la culpa de todas las cosas. Como aquel que dice ‘Cristo llevó demasiado la cruz, vamos a llevarla un poco nosotros’. También quiero hablar de un genio, el único hombre que me acuerdo, que superó a su padre; José María Contursi, porque el padre hizo ‘Mi noche triste’, que es linda, pero si vamos a enumerar los temas de ‘Ca tunga.’ Contursi , qué querés que le diga ¡Rebalsaron la copa de la verdad! Me estoy copiando, perdóname Homero querido (esta última frase en voz baja). Pero Homero es una barbaridad. Cuando dice: ‘te arreglas el dolor/después de sollozar’ o ‘tú compras el carmín y el pote de rubor/ que tiembla en tus mejillas y ojeras con verdín/ para llenar de amor/ tu máscara de arcilla’ ¡Qué hijo de puta! ¡Dios te bendiga Homero querido! No, no, mirá, se me paran los pelos. Cuando dijo: ‘tu forma de partirnos dio la sensación/ de un arco de violín/ clavado en un gorrión’. En ‘Oyeme’, no falló quien le preguntara qué era eso. ¡Qué analfabeto! Explicó que se había muerto un amigo suyo (se refiere a Horacio Franchini, hermano de Enrique Mario, fallecido a los 21 años) que había estado hacía un rato no más con él. ‘Murió un amigo mío —dijo—y tuve ganas de comerme un colectivo. Mirá lo que escribió. Destacámelo, quiero que desde el cielo se acuerde de mí”.
Goyeneche encontró en el poeta las imágenes que sentía latir dentro suyo, mientras que Expósito halló en el cantor alguien que pudiera recrear, interpretar su universo sentimental, su expresividad. Porque al cantor le interesa mucho la letra: “y cuando la música no corresponde digo ¡qué ca… qué macana! ¡Qué desperdicio!”. Más que nadie supo el cantor decir las letras de Homero, esa “eficacia contextual, orgánica, hecha de letra y música”, según Juan Sasturain, quien apuntó además la presencia de rimas internas, la cadencia y todo aquello que en Expósito “favorece el fraseo armonioso, pegado como una segunda piel a la melodía”. Goyeneche hace posible la mirada que sobre el tiempo tiene el poeta; pone en evidencia el estado de pérdida que atraviesa todo el texto, un dolor sin los soportes de la culpa ni la posibilidad de reeditar lo vivido. El cantor nombra entonces toda una secuencia de matices que va de ese estado de pérdida al “milagro” de amar otra vez.
En el año ’47 el pibe es todo un profesional. Su estilo, su fraseo, es muy personal. Ese año gana un certamen de nuevos cantores convocado por el club Federal Argentinos y no puede dejar de pensar en Marielena al recibir esa copa plateada, que alguien le acerca junto al diploma correspondiente. Después vendrán años duros y deberá alternar su vocación con su oficio de chofer, hasta integrarse a la orquesta de Horacio Salgán: “Estuve nueve años. Comencé por el ‘49. Salgán es el genio del piano. De lo que él hace, nadie. Porque vos hablás de que fulano es buen pianista, buena persona, pero como Salgán, cuidado. Es el inventor. Yo era en la orquesta un instrumento más. Eso se percibe poco en las grabaciones porque antes se grababa derecho, lodos juntos, ahora graba la orquesta y se va, el cantor lo hace después. Con Salgán fue mi perfeccionamiento. Cantar con él no te creas que es fácil, es muy difícil, hace un tan y tenés que entrar ahí, justo. No es como el Gordo Pichuco que entrabas donde querías y te empujaba, te pateaba. Después de haber cantado con el Gordo y con Salgán, no querés más. Canté con Federico, con Baffa, con Berlingheri, con Pontier, con Stampone. ¿Qué querés de mi vida? Hay temas que no los canté más, como ‘Carrusel ’o aquel de ‘Recién lo comprendo, tengo tibio el hombro de tu pelo manso madrugado a besos…’ Porque no hay orquestación, no hay arreglos y hoy un arreglo cuesta mucho dinero, un arreglo para quinteto te digo, imaginate uno para orquesta. Eso desapareció, estaba grabado en Montevideo…¡Federico Silva! Y Tamar ¡Qué grande, Dios Mío! Tomar’ es de Berlingheri. Imagínate que él vive de esto y no puedo ir a pedirle un arreglo porque sé que no me va a cobrar”.
A Goyeneche le importa la letra: “Comprendo el drama del poeta. Así entendí la filosofía de Homero, que como dije hablaba con puntos y comas. Yo tengo 62 años y recién me entero que el tango dice: ‘te acordás Milonguita vos eras’ porque toda la vida escuché ‘te acordás Milonguita voceras’. Hay tipos, cantantes, que no se detienen a pensar la letra. Es gente que le interesa nada más que ¡colocar la voooooz!. El tango es otra cosa, hay cantantes que son solamente plin plin plin. Hay mucho de eso. El último disco que hice (se refiere a El polaco por dentro, con arreglos de cuerda de Carlos Franzetti y poco sonido de bandoneón) fue grabado con 55 músicos del Colón y algunos no lo entendieron porque esperaban el chan chan, porque para esos tipos si no es así no es tango. Pero escúchame, andá a Colombia, ¿sabés qué está de moda allí? ‘Tengo mil novias , tengo mil novias’. Hay gente que dice que Piazzolla es raro y Piazzolla es perfectamente entendible. Al que no le guste Piazzolla que se embrome viejo, que se embrome”.
Ahora el cantor sabe que la vida es ese disco negro que gira enloquecido, el agujero absurdo que regala naufragios, la púa perforándole el cuo- re. Y mientras canta abriendo los brazos como formulando una pregunta que no cabe en el cuerpo, ve pasar a Troilo, a Barquina, a sus amigos de siempre: ‘¿Viste alguna película del Gordo Pichuco? La cuna del genio se nota hasta en la manera de sentarse. Él se desabrochaba el saco, se sentaba. Si venía una dama se levantaba, se abrochaba el saco… eso es ser un señorito nato, eso es enseñar a vivir, a respetar, a querer. El orgullo mío es haberme formado con esa gente. Barquina, Barquinazo venía todos los días al cabaret… cuando yo le canté Barquina, cantor de mi barrio’…
Tiene 30 años. El pibe y el cantor son uno solo. Aquel que canta en la orquesta de Troilo junto a Angel Cárdenas, el intérprete de motivos criollos que lo rotuló para siempre con el apodo de “El Polaco”. Corre el año ’56. Goyeneche se integra a la formación musical de Troilo y llega a grabar 51 versiones antes de abandonarla a fines de junio del ’64 para seguir como solista. Cuatro años después ya es ampliamente reconocido como una —si no la primera— de las mejores voces de la canción ciudadana: “Goyeneche la mejor voz del tango” es el título de una nota que Hipólito J. Paz le dedica por esos días en la revista Confirmado. Goyeneche canta hasta con las manos en un lugar que se hace costumbre para los tangueros: Caño 14. Desde allí muerde las ve, pone énfasis en lo que cuenta, sabe replegarse en las pausas, susurra para crear el clima, arrastra las erre, se concentra y vuelve a colocar a las palabras en el tendedero del cuore. Para Horacio Salas, Goyeneche canta aun con los silencios: “Su personalidad fabrica climas, como si estableciera previamente el decorado, el ambiente en el que se desarrolla cada situación narrativa”, para añadir que “él creó una manera, un acento, un estilo de cantar como si inventara cada tango o —lo que es lo mismo— como si cada tango lo inventara a él”. Cuando alguien lo entera de esta última frase, desde una mesa del bar San Quintín, en su barrio Saavedra, asiente y asombrándose como la primera vez lo comunica a los que están detrás de la barra: “Mi- rá che, escuchó esto..
“yo iba a ver al diseur”
El cantor tiene ahora un micrófono en la mano que mueve como un péndulo, como si le quemara, pero lo que quema son las palabras que pujan por salir: “Primero hay que saber sufrirldes- pués amar, después partirly al fin andar sin pensamiento”, esa letra de Homero que hay que glosar, desglosar, delicadamente y la voz del “Polaco” lo hace posible y uno cree ver pasar un camello por dentro del ojo de una aguja. Porque ¿cuántos cantores no harían un sustancioso puré con la filosofía de Expósito?: “A mí siempre me interesó el cantor… por ejemplo te nombro a uno que no canta más ¿por qué? Porque se descuidó. Se llama Jorge Durán. Escúchalo. La voz era un cañonazo, pero tenía un lomo así (abre los brazos). Imagínale que si tenés más reservas físicas, tenes siempre más polenta. Después… lodos los cantores son iguales para mí… no me hagás hablar. Rufino también, ¡qué cantor! No, los que dicen que el tanguero está clavado en el tiempo se equivocan. Rubén Juárez —escúchalo, vas a ver lo que canta ese— hace lemas nuevos porque ‘Malena’, ‘Garúa’, ‘María fueron nuevos en un tiempo y había que hacerlos conocer. El tiene una idea que yo respeto y lo admiro y lo quiero mucho porque es un cantor de la pucha que lo tiró. Me dijo: ‘Polaco, dejó que yo haga lo mío, ya lo van a conocer’ y tiene mucha razón. Hay que evolucionar. Cuando yo dije hace mucho que me gustaban Los Beatles y Los Rolling Stones, me tiraron piedras. ¡Pero si todos los pibes de ahora… Nito Meslre, Baglielto, Lerner, Fito Páez (hace una pausa) ¡Qué rico es Fito Páez! A Charly también lo vi. Me dicen maestro y yo les digo ¿cómo maestro? ¡si ustedes son los taquilleros! También me gusta Sinatra y todavía más Tony Benel. A mí siempre. Como te decía me gustó el cantor no el plim plin plin, yo iba a ver al chansonnier no al cantante, al diseur iba a ver”.
Y Goyeneche está ya envuelto en los papeles de la noche, enredado en el humo, nadando entre las sombras, porque la noche es acaso el ciclo del tango. Y cada noche, él traspapela a “María” para volver a encontrarla en esa lámpara que se llama fueye, y la orquesta es una polvareda, en una carrera donde todos los pingos vienen cabeza a cabeza, y se suceden las canciones y las rimas también. Como aquella vez que la insistencia de un dizque cantor, doblegó la paciencia de Troilo y Goyeneche, que se sentaron atentamente a escucharlo, como lo pedía el aficionado. Así, después de anunciar “Tinta roja” dijo un largo: “paredón” y Troilo lo envía derechito a las intimidades de su hermana: “Otra vez hicimos una gira como 10 cantores. Mi señora me ponía un alfiler de gancho para que sujetase los pantalones en la percha. Sucedió que yo lo tenía así, sin darme cuenta, entre los dedos, y uno de esos cantores preguntó para qué llevaba el alfiler. Ni lerdo ni perezoso otro le dijo, en tono confidente, que sin ‘eso’ yo no podía cantar, que era una cábala y cosas así. Después subió a cantar Floreal y me lo pidió prestado, subió Marino y me lo pidió. Y así todos, hasta que el cantor al que le habían vendido ese verso, dijo: ¡paren viejo, a ver si se lo pierden y el Polaco no puede cantar nunca más! (se ríe). Los cantores son muy supersticiosos, hay tangos que no se pueden cantar. (Y volviéndose hacia los amigos de la barra) ¡Y estos pelotudos me joden con eso! Porque no se puede nombrar a la bicha esa, …el ofidio. Pero yo no llevo ningún amuleto, yo llevo mi virgencita de París, de Notre Dame. Le dije, perdóname que soy absolutista, usted es mi virgencita de París. Y no sabés cuánto me ha cumplido… ¡Milagros! A veces sueño que me loca la cabeza y me dice ‘llevóme siempre con vos”.
la noche
El cantor se hamaca, su voz pastosa trastabilla para decirnos a todos, a cada uno, que: “parece un pozo de sombras la noche”. Y un dedo se alarga nuevamente hasta tocar teclas que él solamente puede ver. Y cuando dice noche es como si dijese tierra o algo parecido. Entonces muchos nos preguntamos desde dónde canta este upo flaco, que se dibuja o desdibuja según el polvo de su voz. Desde dónde canta, y vamos a buscarlo tras los armarios, bajo la cama, dentro de los caños de agua, tras los retratos colgados en la pared. ¿Desde dónde? Ese podría ser el secreto. ¿Desde la noche? ¿Cuál? “De la noche podría hablar mucho, pero del día no. A mí el sol me hace mal, yo soy amigo de la luna. La noche te enseña a saber qué es lo bueno. Vos estás a mitad de cuadra y la noche te indica: agarró para el lado bueno que vas a andar derecho, respetó al amigo grande que es el que te va a aconsejar bien. Hay gente que dice: ¿sabés qué atorrante es este? Sale toda la noche. Pero sale porque no tiene sueño. Hay que tener patente para ser atorrante. Hay que hacerse amigo de la noche. Que te cobije”.
Goyeneche está volcado sobre una mesa llena de papeles. Son letras de tango. Y resulta raro que nunca haya intentado una, aunque dice tener una buena guía melódica y amenaza con musicalizar algún texto que se le alcance: “Piazzolla, en Sur me trajo un tango hoy para grabarlo mañana. ¿ Y cómo es? Y lo grabé. Después le dije: te cambié una nota. Si la cambiaste vos, entonces está bien me dijo. ¡As-tor-Pia-zzo-lla!”
Ahora el cantor está en un programa de televisión cantando Sabor a mí: tanto tiempo disfrutamos, este amor. No, nunca canté otra cosa, salvo en aquella audición un poco en joda. El bolero me gusta, claro. Mirá, hay un bolero que se llama ‘Hilos de lluvia’ que dice: ‘Mordiéndome los labios con los dientes, para no gritar tu nombre, así le vi partir. Mis dedos con un dejo de impotencia se agitaban hacia ti. Unido por los hilos de la lluvia fui un títere que grita entre las sombras. ..y en las sombras soy la sombra que le grita… vuelve a mí, vuelve a mí, vuelve amor que sin ti comprendí qué triste es el silencio. Sin tu amor, qué amarga es la angustia cuando tú no estáaaas’. La mejor cancionista de boleros del mundo se llama Elena Torres”.
Ahora, el cronista pide permiso y comparte la mesa del San Quintín con el cantor, pero el cantor está en otra cosa, quizás escuchando los ruidos de los vecinos. Esos “cosos de al Ido” que no dejan de hablar, de reírse, de arrastrar sillas para hacer una sola rueda. El cronista opina que sería lindo ser como los vecinos que viven en ese tango (arriesgando una metáfora de país) y el cantor arguye que están de fiesta porque sí, porque volvió la piba que se rajó un día y que además trajo un , purrete: ¡Pero Dios los bendiga, viejo!
¿Vos te escuchás? ¿En qué tangos te escuchás?
—Los temas que me gustan los escucho, sí: “Afiches”, “Maquillaje”, “Naranjo en flor”. Me escucho con Troilo, con Salgán, con Atilio…
¿Por qué otros cantores no hacen ese repertorio?
—No los cantan. Stampone me dice: vos me lo hacés y no me lo canta nadie más. Es un piropo que te dice un amigo.
¿Te gustan los programas de tango en televisión?
—Sí, sobre todo el de Bergara, que le puso traje de gala al tango. El es un locutor fino. Después Grandes Valores… muy buen programa. Ahora… de la televisión en general te digo una cosa: ¿cómo hacían antes, cuando no había televisión, para aburrirse… (se ríe). ¿Cómo hacía la gente?
Ahora vas al Japón con el espectáculo Tanguísimo. ¿Es la primera vez que viajás a ese país?
—Sí, son muchas horas de vuelo. Una vez le dijeron a Pichuco por qué no iba para Japón y contestó: ¿para qué voy a ir a Japón si allá no conozco a nadie? (vuelve a reírse)