La luz verde del Congreso de Estados Unidos al paquete de ayuda militar a Ucrania, además de al genocidio israelí en Gaza y a la confrontación militar con China en Taiwán (61, 23 y 8 millardos de dólares, respectivamente), ha sido una noticia inequívocamente mala para Moscú. Por razones de política interna, los republicanos y demócratas de Estados Unidos estaban enfrascados en una disputa sobre esa ayuda. Los rusos contaban con que el asunto se demorara varios meses más, pero al final se ha resuelto gracias a un giro que fue determinado, al parecer, por los intereses electorales de Trump.
En cualquier caso, más dinero para Ucrania marca un paso más en la escalada intervencionista occidental en el conflicto. Las armas servirán para atacar territorio ruso y Crimea con misiles de mayor alcance (los británicos quieren destruir el puente que comunica la península con Rusia) y, quizás, para contener la actual situación en el frente, caracterizada por pequeños pero continuados avances rusos. Pero a menos que la intervención militar occidental –que ya es un hecho conocido y admitido en inteligencia electrónica, de satélites, manejo de baterías antimisiles, consejeros y demás– se decida a enviar tropas regulares a combatir directamente, como ha sugerido en una ilusa improvisación el presidente francés, Emmanuel Macron, para lo único que servirá esa ayuda será para alargar la perspectiva de la carnicería, con más víctimas ucranianas y rusas.
En Occidente se reconoce que la ayuda no permitirá a Ucrania tomar la iniciativa militar, pero se cree que manteniendo la sangría hasta el último ucraniano se debilita a Rusia y se acabarán creando condiciones para una negociación menos favorable para Moscú. Muchos ya se han hecho a la idea de que Ucrania tendrá que admitir renuncias territoriales, como las hizo Finlandia en 1940, tras la guerra de invierno (algo que se asume en The Economist y en el Financial Times), pero creen que, a cambio, Rusia tendrá que admitir la pertenencia de lo que quede de Ucrania a la OTAN, cosa que es muy difícil que Moscú acepte porque equivaldría a admitir que la guerra no ha servido para nada. Por eso, y teniendo en cuenta la falta de efectivos que sufre el ejército ucraniano y la manifiesta caída del entusiasmo por morir por la patria que se detecta entre la población, con centenares de miles de hombres en edad militar huidos del país, el principal efecto de la ayuda aprobada será alargar un poco más la contienda en la que, hoy por hoy, Ucrania se lleva la peor parte, con mayor sacrificio y sufrimiento para su población.
Ha sido en el frente de Oriente Medio donde se ha producido el verdadero cambio. En su loco intento por ampliar la guerra e implicar directamente a Estados Unidos en ella, Israel atacó el 1 de abril la embajada iraní en Damasco. Fue una provocación que violó uno de los principios más sagrados del derecho internacional. Irán tenía que responder para salvar las apariencias ante su propia población y ante sus socios y aliados en la región. Así que por primera vez Irán respondió con un ataque, no desde el extranjero y utilizando a sus organizaciones afines en la región, sino abiertamente y desde su territorio nacional. Pero lo hizo con la inteligencia que caracteriza a su anciana y milenaria tradición política y sin perder su demostrada prudencia estratégica. Y ese ejercicio sutil ha sido un éxito rotundo que cambia muchas cosas en Oriente Medio.
En primer lugar, el régimen de los ayatolás avisó de que respondería renunciando a toda sorpresa y dando tiempo al adversario para prepararse. Lanzó 320 proyectiles, la mayor parte de ellos drones, pero también algunos misiles, exclusivamente contra objetivos militares señalados y anunciados con antelación, lo que parece un sinsentido militar, pero, al contrario, contiene la esencia de todo el asunto. Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania, que dieron por bueno el ataque a la embajada de Damasco y el asesinato de altos cargos iraníes, se apresuraron a condenar la respuesta. Además sumaron también sus medios militares para proteger a Israel del anunciado ataque. Es decir: los medios de radar, información e interceptación antiaéreos y antimisiles más sofisticados y modernos del mundo se sumaron a la famosa “cúpula de hierro” israelí en la prevención del ataque iraní. Los sistemas antimisiles y antiaéreos se emplazan para proteger instalaciones, infraestructuras y bases militares concretas, pero Israel es un país pequeño y su sistema es “nacional” en el sentido de que protege a todo su territorio. Otros países árabes colaboraron también en la detección y Jordania, además, en la eliminación de algunos aparatos. La suma de todo ello es lo máximo de lo máximo. Pues bien: los misiles iraníes traspasaron esa barrera. El exembajador de Estados Unidos en Arabia Saudí Chas Freeman dice que uno de ellos impactó en la piscina del club de oficiales de la base objetivo del ataque que había sido prudentemente evacuada. La mayoría de los drones fueron interceptados –informando así a los iraníes de la localización de las baterías de la “cúpula de hierro”– pero no así los misiles, que ni siquiera eran los más modernos y veloces de que dispone Irán. Freeman estima que el coste de todo lo que Irán lanzó contra Israel el día 13 de abril asciende a unos 20 millones de dólares, mientras que todo lo que se lanzó para interceptarlo ascendería a unos 1.300 millones de dólares. Si solo fuera una cuestión de dinero sería casi anecdótico. El verdadero mensaje de la sutil respuesta iraní es mucho más grave y crudo: se ha logrado traspasar la defensa más sofisticada del mundo con una docena de misiles y ni siquiera de los más modernos y veloces. Irán dispone de miles de misiles más modernos, incluidos misiles hipersónicos, así que si Israel se empeña en escalar, la próxima vez le podrían llover no una docena sino 1.500 misiles. Con el actual potencial militar iraní, bien protegido en infraestructuras subterráneas enterradas en montañas, ni siquiera el uso del arma nuclear contra Irán libraría a Israel de una destrucción total y catastrófica con misiles convencionales, teniendo en cuenta el tamaño del país. Y eso no es todo, Freeman dice que Arabia Saudí y Emiratos Árabes advirtieron a Washington de que no consentirían la utilización de las bases militares de Estados Unidos en su territorio para ataques contra Irán. Todo eso, y sin contar con el hecho de que, naturalmente, avanzan en Teherán las presiones dentro del régimen iraní para hacerse con la bomba atómica –algo que los expertos rusos aseguran que, técnicamente, está al alcance de la mano y es solo una cuestión de mera voluntad política– lo cambia todo para Israel y Estados Unidos en Oriente Medio.
Hemos citado en otro lugar otro lugar que, dejando de lado la criminal demencia que todo esto dibuja, la situación general del mundo se está haciendo particularmente delicada para Washington. Incluso despejando el catastrófico escenario que una guerra nuclear supone para el conjunto de la humanidad y limitándose a un conflicto convencional, Estados Unidos podría perder una guerra si tuviera que actuar en tres frentes simultáneamente. En tal caso, la situación exigiría, en palabras de un ex alto funcionario, que “Estados Unidos tenga que ser fuerte en cada uno de los tres escenarios bélicos, mientras que sus tres adversarios –China, Rusia e Irán– solo tienen que ser fuertes en su propia región para alcanzar sus objetivos”. Y eso es, precisamente, lo que estamos viendo aquí y ahora.
Rafael Poch de Feliu, para La Pluma
Editado por María Piedad Ossaba
Fuente: Rafael Poch de Feliu– Blog/ Contexto y Acción (ctXt) ,24 de abril de 2024