La escribidura tiene esa ventaja: puedes escoger el tema y garrapatear lo que, desde las neuronas activas, te dicten los enrevesados senderos que se bifurcan (Borges). Uno sabe, gracias a Martín Fierro, que olvidar lo malo también es tener memoria… (Hernández Cata). Quedan pues los recuerdos felices, que los hay... [N de Politika]
Servidor andaba por los 11 años más o menos cumplidos.
La Srta. Raquel, el “chico” Parra y el Sr. Contreras me habían propulsado de la escuela primaria al Liceo.
El Liceo era, en esa época, una suerte de consagración. El de mi pueblo era toda una institución, respetable y respetada, y su imponente fachada -amenazada hoy de derrumbe gracias a la incuria de los poderes públicos- ordenaba respeto.
Un día apareció don Pedro Quijada, profe de Física y de Matemáticas, provocando una revolución en mi cafetera.
Don Pedro nos habló de Ptolomeo, un menda nacido hacia el año 100 en Κάνωπος, antigua ciudad del Egipto helenístico, y muerto hacia el año 168. Los hacia se deben a que los griegos aún no inventaban ni el Registro Civil ni el RUT. Ganarse los fifiles en Alejandría -donde vivió- no era fácil, de modo que fue maestro chasquilla: astrónomo, astrólogo, matemático y precursor de la geografía.
Su laburo consistió mayormente en mirar p’arriba.
Constatando que el Sol y la Luna giraban en el cielo, concluyó en una teoría geocéntrica que hacía de nuestro planeta el eje sideral.
No te cachondees de Ptolomeo: entre quienes le compraron el cuento figura Aristóteles, gracia no menor, pero la nada misma si lo comparas con la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, hecho que traería enojosas consecuencias.
Nada detiene el progreso. Catorce siglos más tarde vino Galileo Galilei, nacido en Pisa el 15 de febrero de 1564, y fallecido cerca de Florencia el 8 de enero de 1642. Como Ptolomeo, fue un chapuza pluriempleo que los chuscos del barrio apodaron el Penicilina porque servía para todo. Galileo fue matemático, geómetra, físico y astrónomo.
Galileo perfeccionó el telescopio y observó fenómenos que modificaron los fundamentos de la astronomía. Galileo -como Copérnico había hecho casi un siglo antes- adoptó la tesis del heliocentrismo: el Sol no gira en torno a la Tierra, sino que es al vesré. Además de la Tierra, otros astros giran en torno al Sol.
Habida cuenta del tema, los partidarios de Aristóteles pusieron el grito en el cielo. Pero a Galileo esa reticencia le tocó una sin mover la otra. No obstante, el dogmatismo de los teólogos de la Iglesia era otro cuento. La Iglesia acostumbraba resolver las disputas científicas y filosóficas con el expeditivo método del barbecue, conocido en Chile como parrillada y en Argentina como churrasco.
El fumet de Giordano Bruno -quemado vivo el 17 de febrero del año 1600 en Roma, precisamente por sus teorías heliocentristas y de infinitud del universo- aún no se disipaba cuando Galileo publicó sus Diálogos (1632) sobre los dos grandes sistemas: geocéntrico y heliocéntrico. Allí concluyó que Copérnico tenía razón. La Sagrada Congregación de la Fe, Inquisición para los amigos, lo invitó cordialmente a efectuar un tour en la prisión en Roma, donde fue juzgado por herejía y requerido de renegar de sus teorías por su propio bien: era el único modo de evitar la hoguera.
La sentencia, hela aquí:
“Apareció en Florencia un libro titulado Diálogo sobre los dos sistemas del mundo, el de Ptolomeo y el de Copérnico, en el que defiendes la opinión de Copérnico. Por sentencia, declaramos que tú, Galileo, eres muy sospechoso de herejía, por haber sostenido esta falsa doctrina del movimiento de la Tierra y el reposo del Sol. Por consiguiente, con un corazón sincero, debes abjurar y maldecir ante nosotros esos errores y herejías contrarias a la Iglesia. Y para que tu gran falta no quede impune, ordenamos que este Diálogo sea prohibido por edicto público, y que tú seas detenido en las prisiones del Santo Oficio.”
Galileo, que otras cosas sí, pero pasta de mártir no tenía, se retractó en los siguientes términos:
“Yo, Galileo, hijo de Vincenzo Galilei de Florence (QEPD), de setenta años de edad, aquí convocado para ser juzgado -arrodillado ante los muy eminentes y reverendos cardenales inquisidores generales- contra toda herejía en la cristiandad, con los Santos Evangelios a mi vista y tocándolos con mi mano, juro que siempre tuve por verdad, aún tengo por verdad, y con la ayuda de Dios tendré por verdad en el futuro, todo lo que la Santa Iglesia católica y apostólica afirma, presenta y enseña.”
El ilustre astrónomo terminó agregando:
“Abjuro y maldigo con un corazón sincero y con una fe no fingida mis errores.”
Entonces fue cuando, -pretenden las malas lenguas-, Galileo pronunció, in petto, sus famosas palabras: “E pur si muove”. Lo que traducido al castellano de hoy daría:
“Digan lo que les salga de los cojones, los Santos Evangelios no son la ciencia, y la Tierra, a pesar de lo que Uds. pretenden, se mueve”.
Con su abjuración Galileo salvó el cutis, pero el resto de su vida no fue ni libre ni fácil.
Meros prolegómenos.
La cosa se puso seria cuando el profesor Quijada avanzó en el tiempo y nos presentó a Issac Newton, describiendo con lujo de detalles su teoría de la gravitación universal. ¿Lo qué? Eso mismo: si la Tierra gira en torno al Sol -y la Luna en torno a la Tierra- se debe a que están atrapados por su fuerza de atracción, o más bien por la atracción que sus masas respectivas ejercen unas sobre otras.
Hay lecciones que son como el primer amor: nunca se olvidan. Cuando don Pedro precisó que la fuerza de atracción era directamente proporcional al producto de las masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa… supe que la Física era lo mío. En plan aficionado desde luego.
Esa noche tuvimos luna llena. Pasé horas mirándola (con mi hermano Patricio -dos o tres años de edad- en brazos, cuyo peso era otra manifestación de la Ley de la gravitación universal…), intentando comprender cómo se transmitían la Tierra y la Luna la dichosa fuerza de atracción calculable gracias a la ecuación:
¿Cómo sabe la Tierra que la Luna está allí, a una cierta distancia, y cómo se transmite la fuerza de atracción? Algo no me cuadraba… En nuestros juegos de niños figuraba el girar unos en torno a otros, agarrados a una cuerda. Allí sentías, físicamente, la fuerza ejercida por tu compañero de giros. Pero entre la Tierra y la Luna no hay cuerda…
Esto ocurría allá por 1959-1960 y se ve que la Educación Nacional aún no generalizaba la enseñanza de la teoría de la relatividad, de la cual sólo recibimos magros elementos.
En la teoría de la relatividad Einstein, Lorentz y Minkowski unificaron los conceptos de espacio y tiempo, en un tramado tetradimensional denominado espacio-tiempo. A nuestra visión espacial tridimensional, estos patriotas unieron el tiempo que solemos considerar como absoluto y separado del espacio. Así resulta el espacio-tiempo, noción en la cual las cuatro dimensiones están íntimamente ligadas y son inseparables.
Las fuerzas gravitatorias de Newton fueron desechadas. El espacio-tiempo, en curso de dilatación, es deformado por las masas que contiene, se curva en modo tal que la Tierra o la Luna siguen una trayectoria recta en un espacio-tiempo curvo, no sé si me entiendes.
Einstein asimiló la masa a la energía por medio de su famosa ecuación…
en la que E es la energía, m la masa y c la celeridad o velocidad de la luz. Según Albert la velocidad de luz es finita e invariable, y nada puede moverse más rápido. Dos haces de luz que se cruzan no se mueven, el uno con respecto al otro, a dos veces la velocidad de la luz, sino simplemente a la velocidad de la luz. Para más inri, si te mueves a la velocidad de la luz, el tiempo no transcurre del mismo modo que para mí, sentado como estoy en mis nalgas escribiendo esto, sino mucho más lentamente.
Hasta ahí todo claro, al punto que cuando Stanley Kubrick lanzó su peli 2001: Odisea del espacio, lo más trabajoso no fue aceptar que en el Universo existen otras formas de vida, sino constatar -¡en el año 1968!- que un boludo que desarrolla la IA nunca logrará deshacerse del complejo narcisista Niesztcheano que se resume en creer que él la tiene más larga.
Si viste la peli, sabes que el resultado de la IA, Hal 9000, era más weón que andar p’atrás, además de un chupa desleal e hijo de la chingada. Así termina como Niesztche o Milei: más loco que una cabra.
Regresando al tema de este relato, lo que me perturbó seriamente el cuesco fue la mecánica cuántica, desarrollada en los años 1920 por patriotas a los que lo extremadamente pequeño les titilaba la región perineal.
Las moléculas, que se mueven en el ámbito de lo macro, los átomos, que a pesar de su nombre (etimológicamente a: sin – tomos: división, o sea partícula indivisible…) pueden ser disectados en protones, neutrones y electrones, les quedaron grandes. Estos muñecos querían conocer el comportamiento de las partículas elementales, su vida y su muerte, sus relaciones íntimas e incluso aquello.
Gracias a sus trabajos obtuvieron resultados espléndidos, sobre todo en el ámbito matemático, y generaron curiosas nociones más estrambóticas que la resurrección de Cristo, que ya mandaba cojones, o la virginidad de María que ni siquiera figura en los santos evangelios, si no me crees vete a leerlos.
Zum beispiel (lo pongo en alemán en homenaje a Werner Heisenberg que era schleu…), la dualidad onda-partícula (o corpúsculo): la luz no es una partícula que se mueve a la velocidad de la luz, sino a la vez un corpúsculo y una onda… Eso es según: a veces es a la vela y a veces es a vapor, al gusto del cliente.
O la superposición cuántica: principio que sostiene que un sistema físico (p. ej. un electrón), existe en todos sus estados teóricamente posibles al mismo tiempo.
Noción contra-intuitiva, como el gato de Schrödinger, experiencia de pensamiento imaginada en 1935 por el físico Erwin Schrödinger para poner en evidencia algunos errores de interpretación de las mediciones (observaciones) en un sistema en el que existe superposición cuántica.
Schrödinger imaginó un gato encerrado en una caja, con un dispositivo que lo mata apenas detecta la desintegración de un átomo de un cuerpo radioactivo (p. ej. un detector de radioactividad Geiger, conectado a un interruptor que provoca la caída de un martillo sobre un frasco de veneno que se vaporiza en gas mortal).
Si el átomo tiene una duración de demi-vida de 10 minutos, tiene 50% de probabilidades de desintegrarse al cabo de 10 minutos. La mecánica cuántica indica que, mientras la medición no se haga, el átomo está en una superposición de dos estados equiprobables: intacto y desintegrado. En modo tal que el gato estaría él también en una superposición de estados (muerto y vivo), hasta que la apertura de la caja, (la observación) active la elección entre los dos estados. Por consiguiente es imposible decir si el gato está muerto o no al cabo de 10 minutos.
La descripción de los fenómenos físicos reposa en las amplitudes de probabilidad (funciones de onda). Estas funciones de onda pueden encontrarse en combinación lineal, dando lugar a “estados superpuestos” (superposición cuántica). Pero, en una operación de “medición” el objeto cuántico estará en un estado determinado. La función de onda da las probabilidades de encontrar el objeto en tal o cual estado.
Según ciertos patriotas es la medición la que perturba el sistema y lo hace bifurcar de un estado cuántico superpuesto (el gato está vivo y muerto al mismo tiempo) hacia un estado dado (o vivo, o muerto). Este último no preexiste a la medición: es la medición la que lo hace ser.
El entrelazamiento cuántico (o intrincación cuántica) es otra noción muy apañada. Los estados cuánticos de dos o más objetos se pueden describir mediante un estado único que involucra a todos los objetos del sistema, aun cuando estén separados espacialmente. Esto lleva a correlaciones entre las propiedades físicas observables. Por ejemplo, es posible enlazar dos partículas en un solo estado cuántico de spin nulo, de modo que cuando se observa que una gira hacia arriba, la otra aparecerá girando hacia abajo. ¿Cómo sabe la segunda partícula que estás midiendo la primera? ¿Ah?
La no-localidad: el principio de localidad establece que dos objetos alejados uno de otro no pueden influirse mutuamente de manera instantánea (p. ej., la luz del sol, habida cuenta de la distancia, nos llega 8 minutos después de haber sido emitida). Dado un corto intervalo de tiempo cada objeto sólo puede ser influido por su entorno inmediato o entorno local.
La luz de una estrella situada a 200 años luz de la Tierra -lo que a la escala sideral no es mucho- no te llegará nunca… porque mientras esa luz viaja a 299.792,45 km/seg. la habrás palmado.
Una interacción física que satisface el principio de localidad sólo puede relacionar dos eventos en el espacio-tiempo tales que cada uno de ellos esté dentro del cono de luz del otro, es decir, implica que la influencia o causa se propaga a una velocidad menor o igual que la velocidad de la luz. Pero gracias (?) al entrelazamiento cuántico, dos partículas pueden influir una sobre la otra instantáneamente, aunque se encuentren a años luz de distancia…
Aunque no me creas, casi todas las tecnologías modernas reposan en la física cuántica. Toda la electrónica fue inventada gracias a ella, en particular el transistor. Las células fotovoltaicas funcionan gracias al efecto fotoeléctrico de la física cuántica. El láser, las lámparas LED… Tu jodido teléfono portátil es un condensado de física cuántica.
Si te parece que todo esto se va poniendo color de hormiga y los pibes aún no se duermen, espera ver lo que ocurre con el Big-Bang y la melaza inicial.
Según los astrónomos el Universo se expande, y lo ha estado haciendo por cerca de 14 mil millones de años (edad del Universo). El Universo inicial estaba concentrado en un punto de densidad casi infinita, y la temperatura que allí reinaba era inimaginable. Los casi 40º a la sombra del verano pasado en Santiago… peccata minuta.
Una gran explosión -el Big-Bang lo llaman- generó lo que hoy vemos, comenzando por las dimensiones espaciales y el tiempo. De ahí que no tenga sentido preguntarse qué había al lado del punto original visto que el espacio no existía (no había ningún lado…), ni tampoco qué hubo antes, ya que el tiempo tampoco existía: no había antes.
Hasta donde sabemos, el dichoso Big-Bang produjo una jartá de galaxias, o sea, -para tus archivos-, unos 10 mil millones, cada una de las cuales está constituida a su vez por 10 mil millones de estrellas, te dejo calcular la cantidad de planetas, planetoides, lunas y asteroides, me avisas cuando termines.
En el inicio todo era una sopa inmunda de partículas elementales que se fueron constituyendo en átomos y luego en moléculas y células para, al azar de los encuentros, generar los elementos químicos que conocemos hoy.
Entre ellos, los que le dieron origen a la vida.
La pista de las más antiguas huellas de vida hasta ahora conocidas muestra que su edad es del orden de los 3.500 millones de años.
Una vez más, la Iglesia no estuvo de acuerdo: el obispo Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704), hijo de una acaudalada familia, apodado ‘el águila de Meaux’, miembro de la Academia Francesa (1671), calificado por el cardenal Grente como “el más grande orador que el mundo haya conocido”, preceptor del futuro Louis XIV (el Rey Sol)… hizo sus propios cálculos y llegó a la conclusión que el hombre había sido creado muy exactamente en el año 5119 antes de Cristo. En el infierno, Giordano Bruno y Galileo Galilei se dieron un palmazo en la frente, exclamando al unísono: “¡¿cómo pudimos ser tan boludos?!”
Por ahí Bossuet publicó un libro, Advertencia a los protestantes… En esa época masacrar protestantes se llevaba mucho. La Saint Barthélemy… ¿te dice algo? En la quinta advertencia (1690) Bossuet formuló una frase célebre:
“Condenar este estado (el esclavismo), sería no solo condenar el derecho de las gentes, en el que la servidumbre está admitida como parece por todas las leyes; sino que sería condenar al Espíritu Santo, que le ordena a los esclavos, por boca de San Pablo (1Co 7,24, Ep 6,5), permanecer en su estado, y no obliga a sus amos a liberarles”.
Las investigaciones sobre la vida primitiva en rocas de varios miles de millones de años, y la reproducción en laboratorio del paso de la materia inerte hacia lo vivo, señalan que es probable que el origen de las primeras moléculas prebióticas pudiera ser extraterrestre.
Nada que ver con el pinche Alien, el 8º pasajero (1979).
Pudo ocurrir que un asteroide se estrellase contra la Tierra, introduciendo elementos químicos inexistentes hasta ese momento.
Por otra parte, hay quien pretende que, bien calculado mediante un método probabilista, confiando en el azar, el tiempo necesario para constituir el ADN humano pudiese ser superior a la edad del Universo… y ahí ya la tenemos liada. Sin contar que Stephen Hawking se voló con algunas hipótesis en las que el Universo no sería sino un sistema en el seno de un Multiverso.
Mucho de lo aquí narrado genera debates y polémicas, y no está claro si el Universo seguirá expandiéndose per sécula seculorum, o bien comenzará a encoger alguna vez, en una contracción que por razones que no logro entender haría imposible la vida inteligente según Stephen Hawking.
Asumiendo que la nuestra pudiese ser calificada de ‘inteligente’.
Si algún hombrecito verde -y no me refiero a Boric, sino a un tipo de extraterrestre lúcido- observase a Paulina Vodanovic, para no hablar de Jaime Quintana, le surgirían serias dudas y lo más probable es que concluyese que no se trata de seres inteligentes sino de weones apillados…
Para mí todo comenzó cuando antes de cumplir seis años de edad me enviaron a la escuela… A cien metros de mi casa, cien metros de una calle empedrada de San Fernando, escenario de nuestros juegos infantiles. Era una Escuela de Niñas… pública, laica y gratuita. El primer de día de clases el patio estaba lleno de niñitas chillonas que saltaban, corrían, jugaban, en medio de un ruido ensordecedor. Y ahí, tímido y asustado, había sólo un niño: yo.
Para comenzar la Srta. Raquel nos enseñó la disciplina, a sacarle punta al lápiz de grafito, a abrir el cuaderno y a hacer palotes, y más palotes… aún me duelen los dedos visto que se trataba de aprender a sostener el lápiz. En menos tiempo del que tardo en contarlo llegaron las letras, el alfabeto, las palabras, las frases, y la composición. La escritura y la lectura, los libros que se transformarían en mis amigos permanentes, los más fieles, los más exigentes, los más generosos.
Hasta que, como quedó dicho, tres profesores inolvidables, la Srta. Raquel, el “chico” Parra y el Sr. Contreras, me propulsaran al Liceo…
Ahora que los años se van haciendo canónicos, parece que uno regresa involuntariamente a su niñez, y se va perdiendo en la jungla de las cosas cotidianas… Uno ansía recuperar el GPS. De ahí que una pregunta -sólo una- me atormenta y ocupa buena parte de los kbytes de memoria que me quedan…
¿Cómo coños se hace para volver a la escuela?
Luis Casado para la pluma, 16 de marzo de 2024
Publicado por : Politika
Editado por María Piedad Ossaba