Los desafíos para la izquierda

La lección parece evidente: en lo material no se trata de imitar o superar al capitalismo en producción de riqueza sino de buscar una economía que asegure la satisfacción de las necesidades básicas y contribuya a resolver las contradicciones entre humanidad y naturaleza.

La necesidad de un fundamento teórico que sirva de norte a sus programas sería probablemente el mayor desafío para la izquierda. Ese referente teórico es precisamente el que permite no sólo definir las tareas estratégicas sino igualmente la tareas inmediatas. Sin un referente de largo plazo una fuerza política de izquierda corre el riego de limitarse a aquello que brinda la oportunidad (es decir, el clásico «oportunismo») dejando el objetivo final como una simple referencia para tranquilizar conciencias; por el contrario, limitarse a definir ese objetivo estratégico sin formular las tareas inmediatas, olvidando la necesidad de proponer a las fuerzas sociales del cambio unos objetivos realistas, convierte a esa izquierda en un referente inútil y casi siempre convertido en una suerte de predicador estéril de un mañana luminoso. La experiencia comprueba que lo más sensato es preciosamente conseguir que el logro de los objetivos inmediatos (generalmente las llamadas reformas) sirva para avanzar hacia los objetivos estratégicos (la revolución). Se trataría entonces de conseguir la adecuada relación entre las tareas de largo plazo- la estrategia, la búsqueda de un cambio radical, es decir que vaya a la raíz del problema- y la imperiosa necesidad de proponer objetivos inmediatos, realistas a juzgar por la correlación de fuerzas. La experiencia de las grandes revoluciones contemporáneas indica que conseguir esta armoniosa combinación de lo inmediato con lo estratégico no es nada fácil pero al parecer es la forma más adecuada para que los agentes del cambio (masas y dirigentes) alcancen los necesarios niveles de consciencia política y de organización. Una «consciencia verdadera», en los términos de George Lukács, y una efectiva armonía entre masas y vanguardia, tal como lo muestran las experiencias de los procesos revolucionarios exitosos de los sectores populares en el pasado reciente.

Luego de la derrota clamorosa del modelo soviético y de la no menos lamentable decadencia de la socialdemocracia europea la izquierda debería asumir la tarea indispensable de hacer un análisis crítico de ambas experiencias pues a ellas se deben también los mayores avances del movimiento popular y en particular del movimiento obrero. La Unión Sovietica, no menos que la República Popular China consiguieron sacar del atraso material y de la miseria a estos dos grandes países; la URSS fué, sin duda, el factor determinante en la derrota del fascismo dando con ello a la humanidad un importante respiro en su lucha contra las formas más bárbaras del sistema capitalista. La socialdemocracia, por su parte, juega un papel decisivo en la instauración del llamado Estado del Bienestar en Europa que dió a la clase obrera y a los sectores populares el mayor nivel de vida que jamás habían alcanzado. Pero el llamado “socialismo realmente existente” que consiguió objetivos materiales indiscutibles no produjo avances significativos en la renovación profunda de los sistema de participación política ni menos aún logros destacables en la esfera de la cultura, de los valores básicos, esos resortes íntimos que determinan de forma casi automática los comportamientos humanos. Seguramente el énfasis en los aspectos materiales del modelo soviético y la poca o nula preocupación por generar una nueva cultura conducen a la aparición y desarrollo de una nueva burgesía (empresariado del sector público) y el mantenimiento de las pautas culturales del viejo orden. Serán la burocracia y los administradores de las empresas estatales quienes de diversas maneras terminan por convertirse en los nuevos capitalistas. La falta de una verdadera revolución cultural explicaría que en el antiguo campo socialista aparezca religiosidad y nacionalismos que se suponía habían sido superados por el pensamiento racional y el internacionalismo.

La lección parece evidente: en lo material no se trata de imitar o superar al capitalismo en producción de riqueza sino de buscar una economía que asegure la satisfacción de las necesidades básicas y contribuya a resolver las contradicciones entre humanidad y naturaleza. En la actualidad, ese objetivo supone decidir democráticamente qué producir, qué no producir y en qué medida, algo que choca con el modelo consumista imperante y producirá la oposición de al menos una parte de la población. De todas maneras siempre ha sido así: en los grandes cambios socio-culturales emigra una parte de la población; tan solo se trata de que ese porcentaje sea el menor posible.  

El reformismo que fundamenta el llamado Estado del Bienestar en Europa es el resultado de una alianza táctico-temporal entre el gran capital y el trabajo que gestionan socialdemócratas y comunistas en nombre del movimiento obrero y popular. La socialdemocracia, inicialmente, buscaba la reforma del capitalismo como avance al socialismo pero terminó conformándose con capitalismo “humanizado”. Le apoyaron sobre todo de los sectores obreros de mayores ingresos y muchas capas medias que el moderno capitalismo ha ampliado enormente. Los comunistas, por su parte, aunque mantuvieron el objetivo socialista, en la práctica fué nada más que en el lenguaje pues en la práctica no trascendían a la socialdemocracia. Los primeros terminaron plegando sus banderas reformistas de antaño y abrazado sin rubor el modelo neoliberal, mientras los segundo (con contadas excepciones) impulsaron el llamado “Eurocomumismo” que en muchos aspectos hace lo mismo: claudicar en sus consignas revolucionarias.

Siendo estas las dos corrientes principales del movimiento socialista, por sus dimensiones y sus logros, parece indispensable en la actualidad que la izquierda -sobre todo aquella que se propone superar el capitalismo y empezar la construcción de un orden social radicalmente nuevo- debe hacer el análisis crítico de estas dos experiencias buscando los motivos de su agotamiento y derrota y deduciendo de ello las tareas indispensables para formular un modelo nuevo, empezando por un modelo económico que proponga formas realistas para «expropiar a los expropiadores» (la consigna tradicional del movimiento obrero y objetivo irrenunciable si se quiere ir a la raíz del problema); que busque construir un orden político esencialmente diferente en el cual se conjuguen de forma adecuada la democracia directa con las formas indispensables y necesarias del poder delegado, y que avance todo lo que sea factible en echar las bases de una cultura y orden social nuevos que hagan posible que «en sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos» (otra consigna clásica del proletariado).

Juan Diego García Para La Pluma, 7 de diciembre de 2023

Editado por María Piedad Ossaba