Los “dateros”

Todos ellos observan, como los adivinos, los diversos fenómenos considerados como signos evidentes (seméia) de la voluntad divina. A menos que no practiquen la adivinación inspirada, esa que se confunde con la manía, la locura y el éxtasis.

Hoy no podemos hacer menos que enviarle un caluroso saludo solidario a los miles y miles de compatriotas que sufren los rigores del invierno austral, las inundaciones, los cortes de energía eléctrica, el frío y la humedad. Con el gobierno y los patrones ya bastaba… Es el caso de decirlo: “Nos llueve sobre mojado”.[N de Politika]

Cuando yo era aun un adolescente, mi familia vivió un tiempo cerca del Hipódromo Chile. Por el barrio solían pasar los “paseadores” cuya función primordial consistía en hacer caminar algunos kilómetros a los caballos. Frecuentemente se detenían en algún bar de mala muerte para ofrecerle al corcel una cerveza fresquita, y aprovechaban para tomarse una o dos ellos mismos, tú ya sabes, la caridad comienza por casa.

Un conocido subproducto de las carreras de caballos, destinado a los aficionados a las apuestas, es el “datero”. Este curioso mantis, practicaba la adivinación intuitiva, inspirada, que pertenece a la misma esfera de la manía, la locura o el éxtasis. Otros practicaban la adivinación inductiva o artificial (éntecnos, tecniké, en griego), basada en la observación, hecha por el adivino, de diversos fenómenos considerados como signos evidentes (seméia) de la voluntad divina.

Para mí no había nada de divino: esta segunda especie de “datero” seguía de cerca el estado físico de los jamelgos, de su alimentación y de su entrenamiento, y se gastaba algún dinero invitando a los “paseadores” a tomarse unas birras, en una maniobra envolvente que hoy llaman business intelligence, vulgo espionaje industrial.

El “datero” vivía de eso: cobrando por sus “datos” profusamente distribuidos a los apostadores que soñaban con ganar en las carreras. El “dato” adoptaba la forma codificada de las coordenadas cartesianas: “El 8 en la 4ª… ¡fijo!”

Los boludos corrían a poner su billetito en una azarosa apuesta que muchas veces dejaba a sus familias en la zozobra del pan diario. Las apuestas son una afición en plan droga, como la hierba o la coca: quién se deja atrapar, no vuelve.

En los días luminosos de nuestra espléndida modernidad, el “datero” cambió no de oficio, sino de sector de actividad. Ya no sigue a los caballos, sino la economía y la actividad financiera. Cuando algún menda logra ahorrar un billete, la presión ambiente, la deificación monetaria y la esperanza de cambiar de pelo le lleva a ansiar más y más: es ahí dónde el boludo siente crecer un alma de inversionista bajo su slip, o en su defecto se descubre talentos de trader (compraventero, en inglés).

El primer contacto con la jerga, el patois, el argot, la jerigonza, el lunfardo, el guirigay del mundo financiero le tira de espaldas. El ingenuo primerizo se pierde entre las ventas a futuro, los productos derivados, el pre-money/post-money, la tasa anual efectiva y las comisiones bancarias, y comprende que necesita una asesoría.

Ahí es donde entra el “datero”. Uno que sabe, y que se gana los fifiles explicándole a los incautos cómo ganar dinero comprando y vendiendo acciones, opciones, colocaciones y otros leveraged products. El incauto nunca se pregunta porqué el “datero” no gana dinero él mismo comprando y vendiendo la basura que te aconseja. Es probable que piense que el “datero” es una suerte de encarnación de la generosidad, una Madre Teresa de Calcuta, un weón altruista.

John Mauldin, mi “datero” preferido, tiene alma de filósofo, de economista, de narrador: además de vender “datos”, escribe. En mi modesta opinión escribe por dos razones básicas: a) sabe escribir, lo que no es tan común en nuestros días y, b) sus artículos atraen más clientela, o sea más boludos.

Otras cosas no, pero John Mauldin es divertido. A veces se raja con frases que convendría esculpir en el mármol para goce y edificación de las futuras generaciones y para citarlas en los discursos de entrega de diplomas en las Facultades de Economía. He aquí la más reciente:

“A menudo he pensado que sería divertido convocar un grupo de terapia de meteorólogos y meteorólogos económicos. Ambos se enfrentan a la misma frustración: Todos quieren una respuesta clara y sencilla que no pueden dar porque no la saben. Y luego les culpan por equivocarse”(sic).

John Mauldin, “datero” de su oficio, que él mismo rebautiza “meteorólogo económico”, confiesa que los economistas no saben. E insinúa que acusarles por equivocarse es terriblemente injusto. ¿Cómo podrían no equivocarse… visto que no saben?

JOHN MAULDIN

En su defensa asimila los economistas, los “dateros”, los expertos financieros y otros mantis, a los meteorólogos, lo que constituye, a mis ojos, un flagrante abuso de ignorancia. Los meteorólogos disponen de una maraña de estadísticas, satélites, puntos de observación, higrómetros y sensores térmicos, eólicos y lumínicos, que les permiten modelizar resultados que devienen cada vez más confiables.

Un economista… un experto financiero… no dispone de nada parecido en el cerebro de los miles y miles de traficantes financieros esparcidos en todo el planeta.

John Mauldin ofrece una suerte de disculpa, mira ver:

“Tanto en la meteorología como en la economía, lo mejor que podemos hacer es definir un abanico de posibles resultados e intentar asignar probabilidades. No se trata de lluvia o sequía, recesión o auge. Hay mucho territorio intermedio. Y “entre medias” (o como yo lo llamo, “salir del paso”) es lo que suele ocurrir. Nuestros planes deben contemplar toda la gama.”

John Mauldin quiere “salir del paso”. Navegar entre dos aguas, o más bien entre la profundidad del Titanic y la cálida superficie de los mares caribeños. Lo suyo es calcular “probabilidades”. Vivir en “territorio intermedio”, esperando que dicho territorio no sea el que separa Marruecos de las colonias españolas de Ceuta y Melilla, o bien el de las óblast de Donetsk y Lugansk, territorio fronterizo entre Rusia y Ucrania.

John Mauldin cobra por eso. No es el único. La inmensa mayoría de los economistas vive del cuento, perdón del “dato”. Como Mario Marcel, o los integrantes del Consejo del Banco Central, y como hicieron -hacen- los economistas de la escuela de Chicago, Milton Friedman an der Spitze.

Chicago Boys (Chile, 2015)

Todos ellos observan, como los adivinos, los diversos fenómenos considerados como signos evidentes (seméia) de la voluntad divina. A menos que no practiquen la adivinación inspirada, esa que se confunde con la manía, la locura y el éxtasis.

Да защитит их Бог! [¡Que Dios los proteja!]

Luis Casado para la Pluma

Editado por María Piedad Ossaba

Publicado por Politika, 24 de junio de 2023