No es mal tiempo, sino «mal territorio». Las culpas del desastre en Emilia-Romaña

No es «mal tiempo», es mal territorio. Son miles y miles de problemas que nos vuelven como un boomerang, problemas derivados de una gestión idiota y depredadora, llevada a cabo durante décadas por parte de una clase dirigente –política y empresarial– perdidamente enamorada del asfalto y el cemento.

La narración que domina sobre las inundaciones en Emilia-Romaña es tóxica y esconde las responsabilidades reales. Responsabilidades que no son del «tiempo meteorológico». Como tampoco lo son del «clima», término utilizado por administradores y periodistas más o menos como sinónimo de «mala suerte».

Las lluvias de estos días sorprenden, parecen más excepcionales de lo que en realidad son, porque llegan tras un invierno y un inicio de primavera marcados por una larga e inquietante sequía. Y por sí mismas no representarían en absoluto «mal tiempo», concepto confuso, desresponsabilizador y dañino. Como decía John Ruskin, «no existe el mal tiempo, solo distintos tipos de buen tiempo». La que es mala es la situación que el tiempo atmosférico se encuentra en su camino.

Venimos de largos meses de boca seca: montañas sin nieve, torrentes y ríos trágicamente secos, vegetación y fauna en sufrimiento, labradores desesperados, perspectivas aciagas para este verano (ya el pasado fue durísimo)… En teoría, deberíamos acoger las lluvias con júbilo.

Júbilo moderado, claro: quienes conocen la situación saben que, por varios motivos, estas lluvias concentradas en pocos días no compensarán la sequía. Esta volverá a atenazarnos. En el norte de Italia –los Alpes y la llanura Padana– en 2022 las precipitaciones fueron inferiores de un 40% respecto a las medias de los veinte años anteriores. Este es el nuevo clima, y ha llegado para quedarse. Más aún: gran parte del agua que ha caído en estos días será inútil (hablaremos de ello en breve).

A pesar de todo esto, siendo rigurosos, que por fin llueva es algo positivo. A todos nos gusta que cuando se abre el grifo salga agua, ¿no? ¿De dónde nos creemos que viene, ese agua, si no del cielo?

El motivo por el que la lluvia está teniendo consecuencias desastrosas y a veces letales es bastante evidente: cae sobre un suelo asfaltado, cementificado, impermeabilizado, que no puede absorber ni una gota, y así todo ese agua no solo no regenera la vida, no solo no recarga las faldas acuíferas, sino que se acumula en la superficie y se expande, a gran velocidad, llevándose por delante todo lo que encuentra. A menudo se desborda de los ríos, cuyos diques –y a menudo también los lechos– han sido cementificados, y cuyas orillas han sido «rectificadas». Ríos en torno a los cuales, maniáticamente, se ha construido hasta decir basta.

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El «mal territorio» de Emilia-Romaña

Emilia-Romaña es tierra de grandes obras territoriales, de forma que, además de los muchos ríos y torrentes que descienden desde los Alpes y los Apeninos, posee miles y miles de kilómetros de canales de drenaje y riego. Tiene uno de los sistemas hidrogeológicos más artificiales e ingenierizados del mundo, conformándose así –contrariamente a la autonarración vanagloriosa que encarna perfectamente el guvernadåur Bonaccini– un sistema altamente frágil.

Con estas premisas, nuestro territorio debería estar muy poco cementificado. Pero no: Emilia-Romaña es la tercera Región más cementificada de Italia, con alrededor de un 9% de su suelo impermeabilizado –contra el 7,1% nacional, un porcentaje ya de por sí altísimo– y es la tercera por incremento de consumo de suelo en 2021: en ese año se cubrieron 658 hectáreas más, lo que equivale al 10,4% de consumo de suelo nacional.

En 2017, la administración de Stefano Bonaccini aprobó una ley definida, en perfecta neolengua a lo 1984, «contra el consumo de suelo». Una ley postiza, fraudulenta, cuyo auténtico objetivo era permitir la cementificación, come han denunciado en vano numerosos expertos –geógrafos, urbanistas, arquitectos e historiadores del territorio–, así como asociaciones en defensa del medio ambiente. Para más detalles, véase el libro Consumo di luogo. Regresso neoliberista nel disegno di legge urbanistica dell’Emilia-Romagna[Consumo de lugar. Regresión neoliberal en el diseño de ley urbanística de Emilia-Romaña] (Pendragon, Bolonia 2017, disponible aquí en pdf).

Como muestra, un botón: gracias a dicha ley algunos y algunas han podido seguir construyendo y asfaltando, poseídos por un auténtico delirio. ¿Y dónde se ha construido?

Lo recordaba en Altreconomia Paolo Pileri, docente de Planificación Territorial y Ambiental en el Politécnico de Milán:

«en las áreas protegidas (2,1 hectáreas en 2020-2021), en las áreas con peligro de desprendimientos (11,8 hectáreas en 2020-2021), en las áreas con peligrosidad hidráulica, en la que Emilia-Romaña posee un auténtico récord, siendo la primera Región de Italia por cementificación en llanuras de inundación: 78,6 hectáreas solo en 2020-2021 en las áreas a elevado riesgo hidráulico; 501,9 hectáreas en áreas con riesgo moderado, las cuales representan, por otro lado, más de la mitad del consumo de suelo a nivel estatal con ese grado de peligrosidad hidráulica: una auténtica locura».

Esto es lo que está ocurriendo por estas tierras, sobre todo en Romaña. No es «mal tiempo», es mal territorio. Son miles y miles de problemas que nos vuelven como un boomerang, problemas derivados de una gestión idiota y depredadora, llevada a cabo durante décadas por parte de una clase dirigente –política y empresarial– perdidamente enamorada del asfalto y el cemento.

De izquierda a derecha, Matteo Lepore (alcalde de Bolonia), Stefano Bonaccini (presidente de Emilia-Romaña) y Elly Schlein (recientemente elegida secretaria general del Partido Democrático).

Love Story: el Partido Democrático y el cemento

Estamos hablando de un amor tóxico, mucho peor que el que se muestra en la película de Claudio Caligari. Un amor que no parece consumirse, porque la ya citada clase dirigente reserva aún, para esta región, mucho más asfalto, y mucho más cemento.

Lo que le espera al territorio boloñés –pero Bolonia y su circunvalación son solo el epicentro, el maremoto de asfalto alcanzará también Ferrara y la Romaña– lo hemos descrito aquí con todo lujo de detalles. Y esa es solo la cementificación a gran escala, con un impacto molar sobre el territorio. Existe además la cementificación molecular, minuciosa, conformada por especulaciones y procesos de urbanización menos visibles, que se insinúa por doquier y que casi nadie cuenta en estos días. En Bolonia, el ayuntamiento de Lepore-Clancy insiste violentamente en poner en valor las últimas áreas de la periferia que aún no han sido entregadas al negocio inmobiliario.

Esta es la realidad de los hechos, que el Partido Democrático [heredero del Partido Comunista Italiano e históricamente hegemónico en la Región, N. del T.], con la complicidad de una información obnubilada y a menudo sierva, tapa a golpe de greenwashing y schleinwashing.

Lavados de cara que se acompañan de lavados de conciencia a través de una grotesca versión del juego de la patata caliente. El alcalde por el Partido Democrático del municipio de Massa Lombarda ha tenido sus quince minutos de gloria cuando ha echado la culpa de las inundaciones… a los puercoespines y a sus madrigueras. Pero si veinticuatro horas de lluvia han bastado para provocar muertes y desaparecidos en el territorio de Ravena, nos parece mucho más probable que las causas sean otras. Como recuerda Pileri,

«la provincia de Ravena fue la segunda provincia de la región por consumo de suelo en 2020-2021 (114 hectáreas solo en ese año, equivalentes al 17,3% del consumo regional total), con un consumo per cápita altísimo (2,95 mm²/ habitante / año). Además, es cuarta por suelo impermeabilizado per cápita (488,6 m²/ habitante).»

Si no son los puercospines, entonces es «el clima»

Existe, por otro lado, la tendencia a encogerse de hombros y decir: «Es el cambio climático». Como diciendo: no es culpa nuestra, ¿qué vamos a hacerle?

A parte de que sí, es culpa “nuestra” o, mejor dicho, culpa de quienes han llevado adelante y siguen llevando adelante, de forma acrítica, el actual modelo de desarrollo, a pesar de que desde hace décadas se conozcan los posibles efectos del calentamiento global… A parte de eso, hay que decir claramente que ese uso narrativo del clima tiene como objetivo distraer.

Sí, es cierto, forma parte del cambio climático el hecho de que largos periodos de sequía se alternen a precipitaciones intensas concentradas en pocos días, pero a pesar de eso…

A pesar de eso, que en primavera pueda llover a cántaros durante varios días seguidos lo dicen incluso los proverbios. Sobre todo uno: «En abril, aguas mil». Que esto pueda ocurrir especialmente tras un invierno seco, ídem: «Hiver doux, printemps sec; hiver rude, printemps pluvieux». Y podríamos citar otros muchos, en muchos idiomas distintos.

De largas lluvias y tempestades en primavera encontramos innumerables testimonios en toda la cultura europea. Uno de los más grandes clásicos del cine italiano, Arroz amargo, se desarrolla en primavera –en la estación de la “monda” del arroz, precisamente– y muestra un aguacero que dura muchos días, machacón, interminable.

Si estas lluvias tienen un impacto cada vez más devastador en un tiempo cada vez menor es porque el territorio está cada vez más dañado. Y es contra quien lo daña que hemos de luchar.

Cemento rápido para el aeropuerto de Bolonia: foto publicitaria de Italcementi, filial del grupo alemán Heidelberg Cement (hoy Heidelberg Materials), 2º grupo cementero mundial después de Lafarge.

Nota marginal

Actualmente, en cuanto las previsiones dan lluvia, se cierran colegios e institutos, como ha sucedido estos días en Bolonia. Hace años se cerraban solo en caso de fuertes nevadas.

Mientras cerramos este artículo, la tarde del 17 de mayo, nos llega la noticia de que el Ayuntamiento de Bolonia –ciudad en la que en este momento llovizna y donde el transporte público nunca ha dejado de funcionar– ha cerrado, además de los centros educativos, también las bibliotecas, los museos y los polideportivos. Si tenéis una sensación de déjà vu es porque, efectivamente, lo hemos déjà vu.

Este tipo de ordenanzas se justifican con el hecho de que cuando llueve y las aguas subterráneas se desbordan –durante el siglo XX las administraciones boloñesas han enterrado y encerrado en un lecho de Procusto de cemento todos los canales y cursos de agua que atravesaban la ciudad, incluido el torrente Ravone que se ha desbordado en estos días–, el tráfico se congestiona al instante. Tráfico principalmente privado y de automóviles, lo que es al mismo tiempo causa y consecuencia retroactiva de las políticas demenciales realizadas sobre el territorio: nuevos procesos de urbanización del campo, cada vez más carreteras, demanda inducida de traslados en coche, etc.

La clase dirigente responsable de esas políticas, frente a los desastres que estas producen, tiene como respuesta única y automática la Emergencia – y, quizás, en el ámbito educativo, las clases online cada vez que llueva

La Emergencia –se ha visto claramente en los años del Covid– resulta útil para no tener que afrontar las causas de los problemas; ni ahora, porque los eventos se suceden rápidamente, ni más adelante, porque en cuanto el peligro actual ya no sea tan inmediato, se pasará a otra cosa… hasta el próximo desastre.

A menos que no se rompa de alguna forma ese círculo vicioso.

Wu Ming
Original: Italiano
Traducciones disponibles: Français Ελληνικά
Editado por María Piedad Ossaba
Fuente: A este lado del Mediterráneo, 20 de Mayo de 2023