Masacre de Sabra y Chatila, memoria de una atrocidad

Ya había olvidado aquella masacre. Es que ha habido tantas, por aquí, por allá. Ocurrió hace cuarenta años. La conmemoramos. Nos vuelve a doler. Y cantamos otra vez, con desconsuelo: “¿A dónde estaba yo, en qué galaxia, / insensible leyendo la noticia?”.

Afiches conmemorativos en el cementerio. Photo Ferdous Al-Audhali

¿Qué pasó allá, en dos campamentos de refugiados palestinos, en el Líbano, hace cuarenta años? Lo había olvidado, fue hace tanto tiempo y ¡cuántos acontecimientos tan terribles! Por acá, por allá, de esos tan sangrientos, que entonces se empieza a dudar del ser humano, de sus presuntos valores, de sus poses y disfraces, de su inteligencia (tantas veces al servicio del mal, o de su banalización), de su supuesta bonhomía.

La masacre de 800 plastinos en los campos de Sabra y Chatila, al oeste de Beirut
Beirut 18 sept 1982 – Masacre de Sabra y Chatila

Había olvidado la visión de tantos cadáveres juntos, de niños muertos, de ancianos sin vida, de mujeres al sol y al agua, sin respiración. Y entonces sonó la canción, en verdad hacía tantos años no la escuchaba, y llegó de pronto, porque no sé quién sí se acordó del aniversario de una matanza descomunal: “¿De qué me estás hablando amigo mío? / ¿No ves que mi conciencia está tranquila? / ¿Qué tengo yo que ver con lo ocurrido en Sabra y Chatila?”.

La voz de Alberto Cortez me transportó cuarenta años atrás, cuando en mi ciudad todavía no habían aparecido los carro-bombas ni los “traquetos”, pero el Medio Oriente continuaba en llamas, que todavía no se apagan. Vuelvo a mirar fotografías, y ahí, en una de ellas, hay una mujer palestina que grita entre escombros y cadáveres, se advierte el olor a muerte, o más bien el hedor. Se anima la memoria de las atrocidades y regreso, desde estos lugares, a los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en el Líbano. Hace cuarenta años.

La masacre Sabra y Chatila (Líbano), los cadáveres de los palestinos están esparcidos en un carril de los campos – Foto ©Marc Simon

Fue un crimen de guerra cometido entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982, ¿por quién? Tantos muertos, tal vez tres mil quinientos, o más, o puede que uno menos. Y retornan viejas preguntas, aún sin respuesta: “¿cómo verían las bayonetas y los puñales de los asesinos los ancianos y niños que allí se refugiaban y donde los alcanzó la muerte en una larga noche de espanto?”. Eran tiempos de bombardeos (aún no cesan en varias partes del mundo) de Israel al Líbano.

LB: Masacre en Sabra y Chatila. Foto ©Marc Simon

Eran los días en que hubo un magnicidio en aquellos lugares desapacibles, el asesinato del presidente libanés Bashir Gemayel, unos días antes de la masacre de Sabra y Chatila. Eran los días en que los fedayines de la Organización para la Liberación de Palestina se habían retirado del Líbano a Jordania… Eran los días en que, tras la matanza, el primer ministro israelí, Menahen Begin, decía: “En Chatila, en Sabra, unos no-judíos han masacrado a unos no-judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?”.

Eran días terribles, como tantos de la historia. Pero había un aliento mefítico, venenoso, en especial en aquel campamento de refugiados donde la muerte venía marcada por la invasión de tropas israelíes al Líbano, y donde se utilizarían milicias falangistas de este último país para llevar a cabo una de las masacres más desaforadas de la historia. La masacre de Sabra y Chatila, con la complicidad de Israel, demostró una vez más cómo los civiles, en cualquier guerra, son los que llevan la peor parte.

Ya la había olvidado. Y no sé quién hizo sonar la canción: “Aunque yo siga ausente en mi galaxia / comentando en canciones la noticia, / el ángel del horror sigue su marcha / en Sabra y Chatila”. Y entonces volví a aquel documento escalofriante que escribió Jean Genet, el ladrón, el desertor, el poeta, el teatrero, el santo (según Sartre): Cuatro horas en Chatila . Cuando usted lo lea, seguro soltará más de un lagrimón y sabrá un poquito más sobre aquella jornada de oprobio.

“Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos. Su olor es sin duda familiar a los ancianos: a mí no me incomodaba. Pero cuántas moscas”, escribe en su memoria del horror el autor de Las criadas. “Al día siguiente de la ocupación israelí estábamos prisioneros, pero me pareció que los invasores eran más despreciados que temidos, causaban más desagrado que miedo”. Y remata con esta sentencia: “por primera vez en la vida me sentí palestino y odié a Israel”.

“Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos”. Así relataba el escritor Jean Genet en su célebre texto “Cuatro horas en Chatila”, dando a luz su testimonio de esa orgía de sangre y lodo.

¿A cuántos mataron en Sabra y Chatila? ¿Tres mil, tres mil seiscientos? Esta vez, la muerte, como en otros tiempos, no llegó de Alemania (como lo canta el gran poeta Paul Celan, en otras circunstancias y otros dolores), sino de Israel. “La soledad de los muertos, en los campamentos de Chatila, era más sensible porque tenían gestos y poses de las que no se habían preocupado. Muertos de cualquier forma. Muertos abandonados. No obstante, en el campamento, a nuestro alrededor, flotaban todos los afectos, las ternuras, los amores en busca de palestinos que ya no responderán”, dice Genet en su crónica.

Ya había olvidado aquella masacre. Es que ha habido tantas, por aquí, por allá. Ocurrió hace cuarenta años. La conmemoramos. Nos vuelve a doler. Y cantamos otra vez, con desconsuelo: “¿A dónde estaba yo, en qué galaxia, / insensible leyendo la noticia?”.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 20 de septiembre de 2022

Editado por María Piedad Ossaba