El Pacto Histórico y el Caballo de Troya

Hay que celebrar, sin duda, el triunfo, pero hay que mantenerse lejos de la embriaguez de la celebración porque las tareas del Pacto Histórico no acabaron el 19 de junio, ese día realmente empezaron.

¿Por qué los desconfiados y bravos guerreros de Troya dejaron entrar un vetusto caballo de pedazos de madera? ¿Cómo fue posible que el tramposo Ulises pudiera así cruzar las murallas de una ciudad que llevaba años y años aguantando? ¿Por qué la ciudad entera terminó celebrando alrededor de la estatua ante la embriaguez colectiva? Creo que todo esto enseña mucho al Pacto Histórico.

No creo que los acabados externos del caballo fueran tan sublimes, de hecho el sacerdote de Apolo, Laocoonte, previó al engaño, disparó una lanza que clavó en él y dijo “desconfío de los griegos, incluso cuando traen regalos”.

Todo eso fue posible porque los extenuados guerreros igual de extenuados que sus comandantes supusieron erróneamente dos cosas: que los griegos habían aceptado la derrota y que el caballo era una ofrenda sagrada. Así entraron a la ciudad los más valientes: Ulises mismo, Acamante, Diomedes, Eurímaco, Menelao y Neoptólemo, entre muchos otros.

El grupo del Laoconte conjunto monumental de casi 2 metros de altura, Museo Vaticano. Obra clave del arte antiguo, ilustra una escena de la Eneida de Virgilio en la que Laocoonte y sus hijos, atrapados por dos serpientes que emergen de las aguas, se debaten ante la inminencia de su muerte. La muerte de Laocoonte, un episodio importante de la Guerra de Troya, fue el resultado de su oposición a la entrada en la ciudad del famoso caballo de los guerreros griegos de Esparta y Acaya.

Ese fue el problema: los griegos que habían mantenido el asedio de la ciudad por tantos años no estaban dispuestos a dejarla sin estar realmente derrotados. Tanta magnanimidad no era posible. Para vencer se metieron con lo sagrado, con aquello que los troyanos venerarían, un ofrenda religiosa rellena con lo mejor de sus hombres.

Es ingenuo creer que las élites tradicionales han aceptado el triunfo electoral de Petro y que se suman a él respetando la voluntad popular y otras cosas que ahora parecen sagradas. No. Como decía un líder latinoamericano, una cosa es tener el Gobierno y otra es tener el poder. Y el poder real, ese que es dueño del país, no necesita argumentos, sino voluntad y ya.

Para los griegos ofender al propio Apolo, provocando el asesinato del sacerdote y de sus hijos por serpientes, no era un problema; como tampoco usar como engaño un caballo, uno de los seres protegidos por Poseidón. Lo que es sagrado para unos, no es para todos. Creer que la Constitución de Colombia es sagrada para todos es ingenuo. Desafortunadamente, la dignidad de los nadies tampoco es aceptada por todos como algo sagrado.

Así como dentro del caballo no iban cobardes ni principiantes, sino el mismo Ulises y el propio Menelao, ahora quienes llegan a pelearse puestos en el Gobierno del Pacto Histórico no son desconocidos por el país.

Algunos generan la magia de Ulises, el gran mentiroso y tramposo, que años después de la derrota de Troya supo aparentar ser otro delante de su esposa e, incluso, convenció a un cíclope de que su nombre era “Nadie”.

Sí, Ulises se hizo llamar Nadie para huir de una captura, como muchos ahora pretenden ser nadies para fingir representar a los que Francia Márquez menciona en su discurso. El caballo de Troya no fue una estratagema sino un acto de perfidia. Sí, así tal y como lo define el derecho humanitario cuya implementación hace tanta falta en estas tierras.

Hay que celebrar, sin duda, el triunfo, pero hay que mantenerse lejos de la embriaguez de la celebración porque las tareas del Pacto Histórico no acabaron el 19 de junio, ese día realmente empezaron.

Hay que dejar de satanizar a los que dudamos, como hizo el sacerdote Laocoonte, cuyo interés no era otro que la salvaguarda de Troya, pero que terminó muriendo entre serpientes no solo por culpa de la trampa de Ulises sino también por la ingenuidad de los suyos.

No es mi deber decir quiénes juegan a ser Acamante, Diomedes, Eurímaco, y Neoptólemo, pero ahí están con los nombres cambiados, llamándose nadies. El gran Héctor murió para nada, porque la guerra se decidió en un descuido. No podemos dejar que Bernardo y Carlos y otros tantos hayan muerto para nada.

Suele decirse que a los amigos hay que tenerlos cerca y a los enemigos aún más cerca. Otro ser mítico, Ícaro, nos enseñó que tanta cercanía puede llevarnos a la muerte. Eso le pasó a Salvador Allende quien acercó tanto a Augusto Pinochet, que este terminó traicionándolo. Lo mismo le pasó al líder egipcio Mohamed Morsi, traicionado por el general Al Sisi. Y la lista es larga.

Decía Marx: “los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no se sublevase contra este orden”. Añadió que “sin revolucionar completamente el Estado francés no había manera de revolucionar el presupuesto del Estado francés”. ¿Será que esos falsos nadies demuestran (en los hechos) que Marx estaba equivocado o le darán la razón? Fin del comunicado.

 

 

 

 

PD: El gran Héctor hubiera invitado, sin duda, a una cena a Aquiles, pero no le hubiera entregado por ello la ciudad.

VICTOR DE CURREA-LUGO para La Pluma, 1 de julio de 2022

Editado por María Piedad Ossaba