Bombas con ensalada rusa

Se dirá que son “daños colaterales”. Se impone el negocio. Y la guerra es de lo más lucrativo que hay.

La conmoción se visibilizó cuando Rusia penetró en Ucrania el mes pasado, pero no cuando, hace ocho años, a instancias de Estados Unidos y de la muy civilizada Europa, se derrocó al presidente ucraniano Víktor Yanúkovich para imponer un régimen oligárquico y de inclinaciones neonazis. Y uno se pregunta qué era la cosa (no la Nostra), para tal procedimiento, y resulta que, a simple vista, se advierte la negativa de Yanúkovich a aupar los intereses de Estados Unidos y la Unión Europea para convertir a Ucrania en una punta de lanza contra Rusia.
Geografía de las protestas contra el Maidán en el Este de Ucrania, febrero/marzo 2014

Cositas de la geopolítica, se dirá. Así lo vieron el entonces presidente Barack Obama (qué curioso: Nobel de Paz, galardón que ha sido otorgado a varios guerreristas) y su vicepresidente Joe Biden (su hijo era parte de una compañía de gas en Ucrania). Los neohitlerianos, en un abordaje sangriento, se apoderaron de Ucrania. Y no hubo protestas gringas, ni europeas, ni siquiera cuando instalaron un régimen de represión y muerte a opositores, muchos de los cuales fueron exterminados, algunos quemados, como si se tratara de la Inquisición rediviva.

El caso es que los fundamentalistas ucranianos de nueva impronta, apoyados por Estados Unidos, con una marioneta que montaron allí como presidente, Petró Poroshenko (reemplazado después por Volodímir Zelenski), excluyeron a buena parte del pueblo ucraniano de cultura rusa, como son los habitantes de la región de Dombás. Hubo un plebiscito. Se independizaron. Y ahí fue Troya. O, de otro modo, ahí comenzaron los bombardeos, arremetidas y otras incursiones del gobierno ucraniano contra los habitantes de las Repúblicas independientes de Donetsk y Luhansk.

La guerra en aquellos lugares es añeja. Miles de opositores al fascismo ucraniano y a la injerencia de la OTAN y EE.UU. han sido arrasados, en una acción calificada por sectores independientes como un “genocidio étnico y político”. Lo llamativo es que solo cuando Rusia (claro, tampoco es durazno en almíbar) intervino militarmente, estalló el escándalo mundial. Y nos volvimos a llenar de desinformaciones, de mercenarios de las noticias, de la manipulación descarada, de prohibiciones insólitas. La guerra siempre asesina la verdad, sobre todo cuando hay enormes intereses del capitalismo, como el de Europa y Estados Unidos, para pastorear a su antojo a buena parte de la humanidad.

La protesta contra el Maidán en Odesa implicó a decenas de miles y fue ahogada en sangre el 2 de mayo de 2014 con una cincuentena de muertos.

La fiebre antirrusa, promovida en particular por las conveniencias de Washington, con la venia de la Unión Europea, ha cuajado tanto, y en muchos sentidos, como diría el antiguo jefe de la policía napoleónica, más que una arbitrariedad es una estupidez, como ha sido la prohibición de autores clásicos rusos, como pasó con Dostoievski en una universidad italiana, y vetar artistas del ballet, la música, la ópera y otras artes, solo porque se trata de rusos.

Hasta la “ensalada rusa” (invento de un cocinero francés) se ha resentido por estos lares, pero no por rusa, como me lo dijo una señora, sino porque en Colombia “la papa está muy cara”. La bobada, o el acolitismo, alcanzó límites increíbles, cuando el presidente colombiano hizo desmontar la montaña rusa de un parque de diversiones. Tal vez, al títere criollo le iría mejor si jugara a la emocionante “ruleta rusa”. Puede que ahí sí acierte.

Y mientras se censura la otra cara, las otras versiones y visiones, como ha pasado en Europa y Estados Unidos con medios rusos como Sputnik, por ejemplo, se nos vienen encima los condotieros de la información (o la desinformación) con “toneladas” de imágenes y noticias falsificadas, barnizadas, desprovistas de contexto, sin historia, sin antecedentes. Las fábricas de armas, la propaganda, el enfoque homogeneizante, el ocultamiento de una parte del conflicto, están de plácemes en el llamado “mundo occidental”, o sea, aquel que está bajo la férula estadounidense y de los “duros” de Europa.

Se ha visto cómo cantidades de maniobreros, de voceros a sueldo, de correveidiles de la Casa Blanca se rasgan las vestiduras por la presencia rusa en Ucrania, y jamás han soltado una lágrima por los pueblos bombardeados por Estados Unidos, por el arrasamiento imperial gringo en Libia, Irak, Afganistán, Siria (ahora bombardeada por Israel), Yemen, Sudán… Son días de plusvalía en las fábricas de noticias acomodadas. La guerra vende. Y se ha vuelto espectáculo. Algunos la disfrutan bien apoltronados, viendo las imágenes del desastre, mientras beben whisky o juguito de melocotón.

De izquierda a derecha: restos del WTC después de los atentados del 11 de septiembre de 2001; infantería estadounidense en Afganistán; explosión de un coche bomba en Irak; intérprete y soldado estadounidense en Zabul.

Hay que esconder las auténticas causas por las que Rusia entró en Ucrania y callar que, en efecto, esta guerra la iniciaron los Estados Unidos y la OTAN en 2014, cuando apoyaron el derrocamiento del presidente mencionado arriba, y montaron fantoches que han favorecido todas las intenciones de los neonazis y fascistas de nuevo cuño.

Al capitalismo, con sus mercados, con sus ambiciones desmedidas, con su destrucción del planeta, con sus medios de alienación masiva, no le importan si hay carnicerías, si hay destrucción del patrimonio cultural e histórico (como acaeció en Bagdad). Se dirá que son “daños colaterales”. Se impone el negocio. Y la guerra es de lo más lucrativo que hay.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma

Editado por María Piedad Ossaba