Veinte años es mucho para una Argentina chueca

Esos días la represión se hizo carne en los compañeros de Capital Federal y otros espacios del país.

El entonces presidente de Argentina, Fernando de la Rua (derecha) y su ministro de economía, Domingo Cavallo. (Crédito: Marcos Andandia/AFP)

En aquel diciembre del 2001 marché a la Plaza de Mayo como muchos.

El gobierno De La Rúa no daba para más, nos enteramos mientras marchábamos que se iba a instalar el Estado de Sitio, todo estaba preparado para que avanzáramos sin perder la cabeza.

A la noche llegamos con mi familia hasta Congreso, ya tarde nos replegamos al barrio, se habló a la madrugada de represiones masivas y algún herido o muerto, no recuerdo bien…

                                                                Las protestas por el corralito

 

Al siguiente día se planteó, en una asamblea improvisada del barrio, marchar hacia Plaza de Mayo, no estuve de acuerdo… mi posición, lanzada a los gritos, fue la siguiente: en Plaza de Mayo no había nada más que palomas y edificios públicos, si se pretendía disputar el poder en el contexto del gobierno que crepaba- y no jugar las cartas para otro igual o peor, en el marco de pesificar la economía, hacer el juego a los ‘carapintadas’ que ya estaban preparados para avanzar (el corralito se inició el 3 de diciembre, undécimo aniversario del levantamiento carapintada de 1990) y poner los muertos – había que coordinar acciones inmediatas con otras Asambleas barriales, replegarse en los barrios y por lo tanto dispersar a las fuerzas represivas en lugar de concentrarlas en el radio céntrico. En el barrio, argüí, había todo lo necesario para resistir la represión, desde vecinos en situación de base de apoyo, comercios de todo tipo, incluido corralones de materiales, estaciones de servicio, almacenes, ferreterías, etc., etc., indispensables para iniciar la resistencia popular y pasar por encima de los que ya, habiendo comenzado esa jornada, especulaban con un futuro gatopardista. Mi posición no se tomó en cuenta y se marchó a la Plaza, donde las fuerzas represivas federales-que jugaban sus internas- estaban esperando la llegada de las columnas para reprimirlas, con heridos y muertos.

Una imagen de las protestas en Buenos Aires contra el presidente De la Rua, el 20 de diciembre de 2001. (Crédito: ALI BURAFI/AFP via Getty Images)

Esos días la represión se hizo carne en los compañeros de Capital Federal y otros espacios del país.

En días subsiguientes, teniendo en cuenta el aparente ‘vacío de poder’- aunque se intuía quien fogoneaba y aprovechaba la bronca popular para hacer prevalecer sus intereses de banda, cosa que se vio poco más tarde- se autoconvocaron Asambleas barriales. Yo me incluí en la de la de la Plaza Martín Fierro, donde la mayoría de la militancia- no cuento a los vecinos que se sumaban por la bronca que tenían- era de origen trotskista o ‘apolíticos’ a la violeta, incluidos algunos anarquistas y miembros del PC camuflados como vecinos, que venían a pispear a ver qué pasaba. Los trotskistas pugnaban por unir estas luchas en la Capital con el movimiento piquetero, aunque los intereses de unos y otros no coincidían. Los de Capital luchaban mayoritariamente por sus ahorros confiscados por los bancos, vía corralito del tránsfuga, agente imperial y agente de la dictadura militar Domingo F. Cavallo; los piqueteros, fundamentalmente en la Provincia, por salir de su miserable vida de desocupados y subocupados creada por el menemismo, artífice de los mandamientos del denominado Documento de Santa Fe II, elaborado por ultraconservadores de EE.UU. para el Hemisferio Occidental, a fín de que  George Bush (padre) lo pusiera en práctica en los 90 con las consignas claras de: antiestatismo en toda su dimensión, y economía neoclásica (denominada neoliberal), con todo lo que implica hasta hoy.

Intenté de todas las maneras posibles unificar a los trotskistas de distintos grupos con una consigna clara: confiscar el dinero apropiado por los bancos de los ahorristas pobres y medios y ponerlo en disposición de reapertura de fábricas y otras fuentes de trabajo a fin de reactivar la economía y conformar a la par una economía paralela a la ‘oficial’. Elaboré un documento que presenté a la Asamblea correspondiente, en donde se planteaba, fundamentalmente: – relevar los bancos donde se había confiscado el dinero a los ahorristas; – relevar la cantidad de dinero (dólares, se entiende) en juego;- relevar los domicilios de los CEOS y otros maleantes que gerenciaban los bancos;- llegar hasta las cercanías de esos domicilios, conminar a los familiares (esposas, niños, ancianos, domésticas, etc.) a abandonar las viviendas detectadas; – cortar agua, electricidad, gas y todos los demás servicios hasta que los responsables de las confiscaciones a los ahorristas devolvieran lo robado, y otros ítems que no recuerdo.

Solo uno de los grupos trotskistas acordó llevar a cabo estas operaciones de rescate de los ahorristas. Los otros sugirieron que esta era una actividad violenta, y que por lo tanto no se debía realizar (pareció ser para estos grupos que la lucha de clases y anticapitalista debe ser pacífica, sobre todo cuando se les confiscan los dineros al pueblo, sea de clase media o baja).

Los ‘apolíticos’- que no lo eran tanto, sino reformistas a la violeta- tampoco apoyaron la moción. Los ‘clandestinos’  de ‘izquierda tradicional’ seguían observando y por lo bajo susurrando epítetos como ‘provocación’, ‘servicios’, ‘aventurerismo’, etc.

Con el tiempo, todas las Asambleas, que confluían en un gran plenario los días sábado en Parque Centenario de Capital, fueron decayendo por su propio peso, en un periplo anarcoide que no reconocía organización de ninguna especie y hacía culto al espontaneísmo y a la consigna ‘que se vayan todos’.

Así culminó esa experiencia, que viví desde mi propia experiencia.

Lo que iba a pasar se veía venir, tal como se ve venir la tormenta cuando a lo lejos se presentan negros nubarrones. Nos faltó, y en eso me hago cargo, capacidad para prevenir, tener en cuenta las contradicciones entre los grupos enemigos y aprovecharlas, y decisión política- en eso no me hago cargo- para actuar en consecuencia.  No se tuvo vocación de poder, y los espacios vacíos se llenan, casi siempre, y por falta de poder revolucionario y popular, con mierda.A veinte años de esos sucesos, es necesario construir organización para el combate y, fundamentalmente, Dirección Revolucionaria, que sepa campear todas las tormentas y no caiga en los cantos de sirena del oportunismo, el electoralismo ‘cretinista’, el reformismo, el quietismo, el culpismo, el derrotismo y todas las lacras que el miedo, ese miedo integral que lo inunda todo, la conduzca, junto a todo el rebaño apacentado, al corral, primero, y a la muerte,  después.

Jorge Luis Ubertalli Ombrelli para La Pluma, 22 de diciembre de 2021

Eidtado por María Piedad Ossaba