La extrema derecha renace en el mundo metropolitano y lleva a pensar que como sistema de dominación el fascismo solo estaba en reserva, guardado con todo cuidado como instrumento de emergencia, como salida última ante situaciones de riesgo extremo para el capitalismo.
Los nuevos partidos europeos de extrema derecha utilizan símbolos cada vez más evidentes de su ideología.
La actual crisis profunda del modelo neoliberal permite el renacer de estas soluciones extremas que en parte repiten las formas tradicionales y en parte se anuncian bajo formas nuevas. Es fácil constatar cómo hoy como ayer se utilizan formas de manipulación de masas –hoy mucho más sofisticadas que antaño- tales como la creación de sujetos culpables de todos los males –los chivos expiatorios- que si antes eran los grupos étnicos minoritarios como los gitanos o los judíos ahora son los inmigrantes pobres y en particular los islamistas; se impulsa un nacionalismo patológico que opone la comunidad propia a toda otra comunidad y hasta se manifiestan de nuevo doctrinas del “Espacio Vital” de los nazis tal como lo hace el estado de Israel para justificar la expropiación de tierras a los palestinos o se intenta legitimar las guerras imperialistas presentándolas como cruzadas del Occidente cristiano para impulsar la democracia y el desarrollo.
Tampoco falta la demagogia que busca atraer a las toldas del nuevo fascismo a sectores sociales muy afectados por la crisis (cuyos efectos la pandemia solo incrementa) levantando como bandera la llamada “defensa de la libertad individual” ante los “atropellos” de las autoridades que se ven obligadas a tomar medidas restrictivas para evitar el impacto mayor de la pandemia, o la demonización de los inmigrantes pobres que se ven impelidos por las circunstancias a competir con los locales en el mercado de trabajo, y otros motivos similares. Pero presentarse como defensores de los trabajadores más afectados por la crisis no es una táctica nueva; el partido de Hitler, el NSDAP (Partido nacional socialista de los trabajadores alemanes) también se presentaba como adalid de los obreros golpeados por la crisis y los efectos desastrosos de la Primera Guerra Mundial en Alemania.
Grupos fascistas en Europa occidental y central y sus símbolos
Por supuesto, el nuevo fascismo también coloca como objetivo principal de sus ataques a la izquierda que es, en su opinión, la culpable de todos los males. Si ayer se exterminó en buena parte de Europa a los partidos comunistas y se persiguió con saña a los socialdemócratas, hoy lo que queda del socialismo en el Viejo Continente registra con preocupación cómo la nueva extrema derecha (que en el fondo es la de siempre) renueva sus ataques contra todo discurso comunista o de movimientos alternativos que muestre la crisis como resultado natural de un sistema capitalista que debería ser superado, o al menos renovado radicalmente según alguna de las fórmulas de la socialdemocracia tradicional. Resulta significativo que en este discurso, hoy como ayer, la extrema derecha en defensa cerrada del capitalismo en su forma más salvaje coincida plenamente con los ideólogos de la gran burguesía que se resisten a reemplazar el modelo neoliberal por alguna forma de capitalismo menos agresivo. Se entiende entonces que la extrema derecha, el fascismo de nuestros días, la emprenda igualmente contra las tendencias burguesas de inspiración liberal y de tintes democráticos que son condenadas con dureza por tibias y por inaceptables concesiones al comunismo.
Tampoco sorprende que en las democracias occidentales de entonces no se registrara gran inquietud por la eliminación fascista de los pilares del orden burgués liberal, puesto que no se tocaban los fundamentos económicos del sistema. No faltaron voces en la democracia occidental que veían con buenos ojos al fascismo como un remedio eficaz contra el peligro comunista y socialista. En realidad, el Occidente democrático tampoco se alarmó demasiado cuando Hitler agredió a la URSS o se apoderó de buena parte de la entonces Checoslovaquia pero sí cuando fue evidente que Alemania –como en la Primera Guerra Mundial- intentara rehacer en su favor la distribución mundial de los mercados.
El panorama actual del renacer fascista en Occidente tiene entonces caracteres muy similares a los de antaño. Y como ayer, la gran burguesía soporta que renazca la peste nazi pues ante el imprevisible desarrollo actual de los acontecimientos y el aumento de la protesta en sus sociedades se podría aprovechar ese nuevo fascismo tal como se hizo antes, como un instrumento útil que permita salvar un sistema sumido en profunda crisis. La gran burguesía, como siempre, tiene a su disposición un abanico de partidos de centro y de derecha, pero si el desarrollo de los acontecimientos los hace instrumentos inútiles ante el agravamiento profundo de la situación no tendrá reparo alguno en quitarles el apoyo y confiar en las agrupaciones del nuevo fascismo. Por el momento, en las metrópolis los partidos burgueses tradicionales aún conservan su papel de instrumentos útiles para la gestión del Estado; pero si resultan incapaces para su función tradicional, no sorprendería que la gran burguesía apueste por las formas modernas del fascismo.
Jake Angeli, uno de los asaltantes del Capitolio y defensor de las teorías de Qanon
El nuevo fascismo tiene ya financiación suficiente (¿de quién?), tiene bases sociales que en algunos casos resultan considerables (caso de Trump en Estados Unidos); cuanta con representación parlamentaria nada desdeñable en la Unión Europea (mayor que la de Hitler antes de tomar el poder) y se expande con un discurso de odio, de nacionalismo patológico y de formas muy conocidas de manipulación de masas recogidas sin mayor crítica por los medios de comunicación, prácticamente todos propiedad de grandes corporaciones capitalistas. Su avance electoral no es solo un asunto preocupante en los Estrados Unidos; el desafío de las fuerzas sociales y políticas democráticas está en hacer frente de manera eficaz a estas tendencias malsanas y conseguir agrupar suficientes fuerzas electorales y sociales para impedir que el fascismo consiga el gobierno. El fenómeno Trump es muy grave pero no es algo que se pueda limitar a los Estados Unidos. Hay muchos Trump por el mundo; no solo en la Europa democrática. Está mucho más presente allí en donde las formas liberales clásicas son casi siempre puros formalismos, como es el caso de Latinoamérica y el Caribe (Bolsonaro, Fujimori o Uribe Vélez, sin ir más lejos).
Vale la pena reflexionar sobre la manera como el fascismo logró imponerse en Europa. En al caso de Alemania, por ejemplo, los nazis tan solo contaban con algo más del 30% de los votos pero un distanciamiento insuperable entre socialista, comunistas, liberales, monárquicos y otras fuerzas democráticas (mayoritarias en el Parlamento) permitió a la minoría nazi acceder al gobierno. El poder total estaba ahora en manos de las grandes corporaciones capitalistas que entonces tuvieron vía libre para manejar a su antojo el orden social, imponer el terror e impulsar la industria de guerra que tantos beneficios les reportó. Además, todo estaba asegurado por la fidelidad de los cuarteles, tan afines al discurso bélico y nacionalista.
Hoy es necesario aglutinar entonces a todas las fuerzas sociales y políticas contrarias al fascismo para impedir el avance de la extrema derecha. Si la correlación de fuerzas no permite mayores avances se puede al menos aspirar a conseguir controles que dificulten la acción dañina del capital contra la sociedad y la naturaleza comenzando por desmantelar la actual hegemonía absoluta del mercado, esa que tanto gusta a la extrema derecha.