La integración regional en Latinoamérica y el Caribe ha sido una preocupación de las fuerzas políticas y sociales prácticamente desde los mismos procesos de independencia en el siglo XIX aunque el balance de este proceso muestra avances muy modestos y el predominio, en la práctica, de los vínculos de estos países con las sucesivas potencias metropolitanas y colonialistas y en mucha menor medida de unos con otros. Sus relaciones comerciales con el exterior solo muy parcialmente se llevan a cabo con sus vecinos y sus relaciones políticas y diplomáticas son igualmente prevalecientes con Washington y sus aliados metropolitanos.
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Solo en años recientes la región parece entender los cambios profundos que se producen en el escenario mundial con la aparición de nuevas potencias (China, en particular) y el siempre ha considerado éste como su “patio trasero”. Pero aun así, los países que ya tienen fuertes relaciones comerciales con estas nuevas potencias –el caso de Méjico, Brasil y Argentina, sobre todo- en buena medida mantienen tan solo una tenue relación de integración entre ellos y el resto del continente al sur del Río Bravo. Unasur, Celac y otras instancias de coordinación e integración regional resultan aún muy débiles si se las compara con los vínculos de enorme dependencia que estas naciones mantienen con los centros metropolitanos tradicionales.
A las burguesías criollas la falta de integración real de la zona y la preponderancia de los vínculos con las metrópolis les resultan muy ventajosas. No sorprende entonces que las formas de integración regional sean para ellas formalidades menores que apenas inciden en esas relaciones. Por su parte los gobiernos metropolitanos, las grandes empresas transnacionales, y las instituciones financieras internacionales –como el FMI, el BM, o la OCDE- prefieren por supuesto negociar por separado que tener que adelantar acuerdos con entidades regionales verdaderamente representativas que permitan a estos países del sur y del Caribe alcanzar acuerdos ventajosos en temas tan claves como la deuda externa, las inversiones extranjeras, la explotación de recursos naturales, la gestión de las migraciones, el acceso a las nuevas tecnologías, el comercio internacional y demás asuntos claves en los cuales se refleja actualmente la forma desigual en que se depende de los centros metropolitanos del capitalismo. La forma como hoy se depende beneficia mucho a las metrópolis y a las clases dominantes criollas y no parece que exista ningún interés destacable por cambiarla.
El desarrollo desigual y combinado y el carácter de la revolución en América Latina
Los proyectos de integración regional, o son puras formalidades sin trascendencia o los impulsan gobiernos progresistas que reciben a cambio todo tipo de hostilidades tanto de los centros mundiales del poder como de las burguesías criollas temerosas de unos cambios que resultan en sí mismos bastante revolucionarios. De la suerte de éstos últimos depende entonces la suerte de estos proyectos de integración real. Que ese propósito prospere depende entonces de la suerte de gobiernos como el de Perú, Bolivia, Argentina o Méjico, que han dado a conocer el propósito de impulsar una integración regional efectiva; si como indican todas las encuestas, Lula consigue regresar al gobierno de Brasil en los próximos meses la correlación de fuerzas sería entonces mucho más favorable para este objetivo.
En la misma dirección irían las iniciativas de refundar la OEA o sencillamente cancelarla, pues lejos de ser una instancia de coordinación de intereses regionales ha sido siempre, desde su creación por la iniciativa/imposición de Washington, un instrumento de control de la región por parte de Estados Unidos. Si las nuevas tendencias sociales y políticas en el continente, que en algunos casos consiguen llegar a los gobiernos, pueden impulsar reformas radicales (es decir, que vayan a la raíz de los problemas) cambiando las relaciones de propiedad y de poder en beneficio de las mayorías, el proceso de integración avanzaría sobre bases sólidas permitiendo alcanzar verdadera autonomía y soberanía regional para gestionar sus problemas comunes, sus relaciones con el mundo y haciendo realidad la complementariedad de sus economías con nuevas bases.
En parte se trata de superar en conjunto el actual modelo neoliberal que lleva a niveles dramáticos la forma tradicional de dependencia de estos países y profundiza su aislamiento suicida unos de otros. Este modelo neoliberal responde sobre todo las necesidades de las metrópolis y de paso deja beneficios a las oligarquías locales; la llamada “apertura”, por ejemplo, con sus tratados de libre comercio ha provocado la decadencia local de la industria y de la misma agricultura inundando los mercados locales con las sobras de los mercados metropolitanos al tiempo que propicia la especulación financiera, el llamado “extractivismo” y el doloroso proceso de migraciones masivas, convertidas en mano de obra barata en los mercados metropolitanos. Esta superación supone por supuesto desalojar del poder político a las clases dominantes y tradicionales y avanzar en la amplia democratización de la propiedad (empezando por consolidar la propiedad pública, tan debilitada por el neoliberalismo). La integración regional, el esfuerzo coordinado de estos países, resulta entonces una condición indispensable.
La integración regional debe proponerse la construcción de amplias redes de intercambio (en todas las esferas) para conformar un mercado interno continental de dimensiones suficientes; la integración debe impulsar proyectos comunes de investigación científica para superar la actual dependencia de las multinacionales, por ejemplo de las compañías farmacéuticas. El covid-19 muestra claramente cómo es estratégicamente necesario un avance en este campo de la ciencia. La región cuenta ya con recursos básicos suficientes para este propósito. ¿No resulta acaso realista crear una gran compañía farmacéutica continental aprovechando los avances de la ciencia cubana en este campo y los muchos recursos de los demás países? Y lo que resulta válido para la farmacéutica lo es igualmente para otras áreas estratégicas. Valga el ejemplo de Bolivia, cuyo gobierno procesa el litio para vender al mundo no la materia prima en bruto –tal como quieren las multinacionales- sino artículos de mayor valor agregado de suerte que los mayores beneficios queden en el país andino. La integración regional es entonces una cuestión política; que se consiga depende entonces de la consolidación de los gobiernos nacionalistas y de progreso que, además de superar el modelo neoliberal con formas nuevas de desarrollismo (como punto de partida) se propongan avanzar unidos –tal como soñó el Libertador Bolívar- para formar una gran familia de naciones realmente independientes, prósperas y felices. Que las vías de comunicación, además de estar orientadas a los puertos de exportación, vayan igualmente y en mayor intensidad a unir pueblos y naciones y a eliminar fronteras, a unir realmente a estos pueblos desde el Río Grande a la Patagonia. Si los europeos, tan dados al conflicto bélico han conseguido su integración en la Unión Europea, ¿por qué no conseguirlo en el Nuevo Mundo?