Exorcismo contra el olvido

Las autodefensas, según el mismo vocero extraditado, “se volvieron un negocio”, y por eso en esas toldas recalaron miles de interesados en apropiarse de tierras, en expulsar campesinos, en “matar y comer del muerto”.

Cuando Salvatore Mancuso, acompañado de Ernesto Báez y Ramón Isaza, habló en el Congreso, en 2004, no solo muchos de los asistentes babeaban escuchándolo, sino que ese jefe de los “mal llamados paramilitares” (expresión de Álvaro Uribe) estaba saboreando una “pruebita” de “democracia”. Y para entonces ya era archiconocido de qué se trataba el paramilitarismo (que luego se acentuó con la parapolítica): un sangriento negocio, con disfraz contrainsurgente, auspiciado por empresarios, políticos y uno que otro cura.

Un negocio de horrores, con miles de desaparecidos, torturados, descabezados, acribillados… Y todo con la anuencia estatal. Una estructura criminal que ha dejado una estela de macabras secuelas y barbaridades, de cuyas atrocidades todo el mundo sabía, pero todo era como si nada. Era de conocimiento público cuáles empresas patrocinaban a las huestes de Castaño y compañía. Qué militares no solo eran cómplices, sino actuantes en las intervenciones de las hordas “paracas”.

Estos son algunos de los empresarios (y las empresas) investigados por financiar a los ‘paras’

El paramilitarismo, desde su perverso nacimiento en los ochenta y consolidación en los noventa, causó miles y miles de víctimas en un país que, desde hacía años, estaba incendiándose en campos y ciudades. Y con la etiqueta de ser una organización para combatir a la guerrilla, se catapultó como un pingüe negocio, en el que, además, el premio mayor era apoderarse de las mejores tierras de Colombia.

 

Eran tiempos de las fosas comunes y hasta de jugar “partiditos” con las cabezas de los asesinados. La motosierra vibraba y había hornos artesanales para convertir en cenizas a muchos despescuezados por los aterradores bandidos del paramilitarismo, que se paseaban hasta por las brigadas militares, como “Mancuso” por su casa.

Crímenes a montones. Como los de haber desaparecido en la práctica a un grupo político, como la UP, tal como lo reveló hace poco Salvatore Mancuso, en la comisión de la verdad de la JEP, donde alternó con alias Timochenko, exguerrillero de las Farc. Sí, todo eso era vox populi, que no solo los “paracos” eran los gestores de aquel genocidio, sino el Estado.

Para verdades, el tiempo. O, al decir del poeta: “El tiempo es la única verdad”. Y por si acaso, no sobra memorar algunos de los crímenes de género cometidos por la “chusma paraca”. Uno de ellos sucedió contra la comunidad de mujeres de Piedras Pintadas, en Zapayán, Magdalena. Una lugarteniente de Jorge 40, alias doña Sonia, lideró la esterilización de aquellas, porque había que “controlar la reproducción” de una población que los paramilitares consideraban aliada de las Farc.

Aunque no todos los millones de desplazados se debieron a la actuación de los paramilitares, sí en un alto grado el éxodo forzoso (no son desplazados, sino “migrantes”, diría un baboso uribista) se debió a las acciones depredadoras de esta entidad siniestra (y diestra en cortar cabezas, violar mujeres…). Sí, desde luego todo eso se sabía y se sabe.

El paramilitarismo ha sido, como es fama, una estructura de enriquecimiento ilícito, creadora de terror entre la población, de asesinatos masivos y selectivos. Al servicio de capos y ciertos industriales (ojalá en las instancias de la Comisión de la Verdad se sepa, por ejemplo, quiénes eran los integrantes del Grupo de los Seis, que lo patrocinó), el paramilitarismo se extendió a placer por Colombia.

No sobra recordar, por ejemplo, cuando el paramilitar alias H.H. declaró, en extensa entrevista en El Espectador (1-08-2008), que “en esta guerra sólo se beneficiaron los ricos de este país. En esta guerra perdieron los pobres… Hay que contar la verdad para que esas personas no sigan utilizando la guerra para beneficiarse económicamente”. Y en esas estaba, contando la verdad, cuando lo extraditaron a Estados Unidos, junto con otros “paracos”, incluido Mancuso.

Quizá por eso, retomando las palabras de H.H., es que sectores beneficiados con el conflicto armado se opusieron y se oponen al proceso de paz, a la JEP y a las audiencias en la Comisión de la Verdad. Porque, aunque todo (o casi todo) es sabido, se amplía el panorama de la comprensión, de las causas y los efectos, de una época de barbarie y otras desolaciones. “Matar gente se vuelve un vicio, como meter perico o fumar marihuana”, dijo aquella vez el cabecilla paramilitar, que además denunció la complicidad de altos mandos militares en masacres, desapariciones y otras repudiables acciones.

Las autodefensas, según el mismo vocero extraditado, “se volvieron un negocio”, y por eso en esas toldas recalaron miles de interesados en apropiarse de tierras, en expulsar campesinos, en “matar y comer del muerto”. Lo que ha dicho Mancuso, que hasta los paramilitares pusieron presidente, es una verdad sabida desde hace mucho, como otras que encajan en su esencia a políticos corruptos, asesinos, desvergonzados…

Las víctimas, los sobrevivientes, sus familiares, continúan a la espera de saber la verdad. Hay cosas que son sabidas, pero por sabidas hay que seguirlas diciendo hasta que la palabra sea un arma invencible, una manera de señalar a los culpables, una expresión de la justicia. Y un exorcismo contra el olvido.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 10 de agosto de 2021

Editado por María Piedad Ossaba