Adiós a un gran reportero

El Plan Colombia, además de ser una estrategia de intervención en los asuntos internos del país, era un lucrativo negocio para las transnacionales, entre ellas las fabricantes de helicópteros, de glifosato (Monsanto), de radares (Lockheed Martin) y otras.

Hubo un tiempo, a comienzos del siglo XXI, en que la prensa diaria del país pintaba una estrategia estadounidense, conocida como el Plan Colombia, como si fuera una suerte de “ayuda humanitaria” de Washington (tan tiernos y solidarios ellos). Era, en verdad, una inversión de millones de dólares de los Estados Unidos en una guerra regional, como la de nuestro paisito de desventuras y gobiernos cipayos.

En 2001, año de las Torres Gemelas y toda aquella coyuntura que además los gringos aprovecharon para urdir una serie de mentiras y ataques contra su exaliado Irak, caído en desgracia, el reportero Germán Castro Caycedo, que desde la década de los setenta era conocido por sus crónicas en el diario El Tiempo (una recopilación de las mismas se convirtió en el primero de sus libros: Colombia amarga), publicaba Con las manos en alto, doce relatos periodísticos sobre el conflicto armado.

Este libro, que nació casi en simultánea con los ataques a las torres neoyorquinas, pasó inadvertido. El atentado (¿autoatentado?) en Estados Unidos lo marginó de los medios. En el mismo, se pudo conocer la otra cara del Plan Colombia, gracias a las investigaciones de Castro Caycedo. “En el año dos mil se había dicho que en Colombia se movían solamente doscientos soldados estadounidenses, pero sin que el país lo supiera, el número aumentó a quinientos con la llegada de un equipo especial…”, se dice en un apartado del relato Una feria con dos rostros.

El Plan Colombia, además de ser una estrategia de intervención en los asuntos internos del país, era un lucrativo negocio para las transnacionales, entre ellas las fabricantes de helicópteros, de glifosato (Monsanto), de radares (Lockheed Martin) y otras. Un negociazo pingüe disfrazado de “ayuda”, tal como lo mostró el reportero, cuya muerte el jueves pasado ha dejado un enorme vacío en el periodismo colombiano.

“Las compañías contratistas de la guerra y sus funcionarios tienen un interés creado en prolongar y profundizar la injerencia de los Estados Unidos en Colombia. Tal vez se arriesguen, pero también están ganando mucho dinero”, dice en un apartado del libro el congresista estadounidense Janice Schakowski.

Germán Castro Caycedo, maestro de periodistas, nos ha legado disímiles retratos de un país paradójico, bestial y desconcertante como el nuestro, atravesado por conflictos, miserias sin cuento, corrupciones a granel y hasta expresiones de lo real maravilloso. La selva, la guerrilla, las mafias, el misterioso caso de la muerte de un poeta italiano en Cartagena, otra cara de la conquista española, la cultura popular, entre otros temas de sus reportajes, son parte de la concepción ética y estética de un periodista que se caracterizó por el rigor y la precisión.

“En el trabajo de cronista-periodista, se trata de jugar a la precisión. En cuanto mejor precisión, mejores resultados. Es el juego nuestro: jugamos a no inventar nada. La gracia está ahí, sacar de la realidad un buen trabajo sin inventar nada”, le dijo a un auditorio de estudiantes de periodismo de la Universidad de Antioquia, según se puede leer en la trascripción de una charla que él llamó La caja de herramientas del narrador.

Castro Caycedo, que entre sus fuentes de aprendizaje del oficio tuvo desde cronistas de Indias, como Bernal Díaz del Castillo y Martín Fernández de Enciso, hasta exquisitos periodistas como Germán Pinzón (“Ese es el modelo que tuve cuando decidí que quería ser periodista”, confesó alguna vez), supo del diario de campo del antropólogo y de los “habladores” populares.

Sabía que en el periodismo, en esencia un oficio ilustrado, hay que acudir a fuentes idóneas. Así, cuando requería dar a conocer en algún pasaje de sus obras, las gamas y matices de un color (seguro le sonaba muy bien aquel verso de Aurelio Arturo: “por los bellos países donde el verde es de todos los colores”), se documentaba con especialistas. Por ejemplo, tuvo que acudir a David Manzur para preguntarle acerca de todas las variantes del verde.

Por su libro La bruja, sobre Fredonia y los orígenes del narcotráfico, sufrió los efectos de una demanda, que al final ganó y, gracias a él, se salvaron asuntos clave de la libertad de expresión, el derecho a la información y del oficio periodístico. La Corte señaló, entre otros aspectos, que en el libro en mención “no existió vulneración de la intimidad personal y familiar y el buen nombre” de fuentes mencionadas en el reportaje.

Castro Caycedo se tragó a Colombia; selvas y ríos, ciudades y villorrios están en sus libros. Es un paradigma del periodismo investigativo. Y jamás olvidó aquella máxima del oficio: periodismo es revelar lo que el poder no quiere que se revele (lo demás, se ha dicho, son relaciones públicas o propaganda).

Se ha extinguido un gran reportero. Alguien que siempre tuvo preguntas sobre las desgracias y deslumbres de un país como este, en el que es posible que a un plan intervencionista extranjero lo muestren como ejercicios de monjitas de la caridad.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 20 de julio de 2021

Editado por María Piedad Ossaba